Gran final: La Belle et la Bête
¡Última pregunta! *0* Esta no será de mis obras, sino de mi personita en sí. Y aquí va: menciona mínimo tres frases típicas de Coco y que siempre usa en su perfil. Puedes incluir expresiones o palabras sueltas ^u^ ¡Y ahora sí! *0* Oficialmente se acabó la trivia, llegamos al final de esta historia, y como no puedo repetir más frase mías por acá XD pues mejor hago silencio mientras los dejo con este último capítulo.
***
Aquello se había vuelto un pandemónium, y al final, resultó que todo lo que había dicho el anciano era cierto. Los objetos encantados del castillo luchaban contra los invasores, y además, era obvio que iban ganando la pelea. Alguien por ahí fue colgado del techo con ganchos de ropa, hubo una colisión en cadena por gente que se resbaló con té en el piso, y varias togas fueron incendiadas por un candelabro demasiado furioso. Si a eso se sumaba un muñeco poseído, un reloj que disparaba un mini cañón, y un hacha con bigote, el líder de la turba sabía que tendrían que retirarse en cualquier momento. Tenía que encontrar a la bestia primero.
Ignorando a sus seguidores a los cuales abandonó sin misericordia, Estarossa se escabulló por el castillo hasta la zona más silenciosa, siguiendo a su instinto hacia unas escaleras. En la visión del espejo, el monstruo parecía estar en algún lugar elevado, así que se dirigió a la torre del ala oeste con la ballesta en la mano y el corazón desenfrenado. Dentro del último cuarto, se oía la respiración agitada de alguien que estaba sufriendo. Y entonces, el cazador supo que había encontrado a su presa. Abrió la puerta con un sonido chirriante, y en cuanto sus pasos lo llevaron delante de su víctima, soltó una risita burlona y le apuntó con su arma.
—¿Eres el amo del castillo? —La persona recostada en el lecho no le respondió. En cambio, se puso de pie, levantándose de forma temblorosa, y al tenerlo al frente, devolvió la pregunta.
—¿Y tú quién eres? —Pero Estarossa también estaba enloquecido del dolor. Se acostó con ella. Su instinto se lo decía, aquella cosa que tal vez ni era un hombre había tomado la virginidad de su mujer. Sonrió de forma retorcida, le apuntó al pecho, y escupió una mentira con la que planeaba terminar de matarlo.
—Me envía Elizabeth para vengar a su padre. Lo siento bestia, pero ella es mía, y vine aquí para matarte.
*
—¡Meliodaaaas! —Elizabeth iba de un lado para el otro, tratando de identificar una cabellera rubia en aquella multitud, pero no la encontraba, y el caos entre sus amigos y los invasores era tan grande que ya no sabía qué hacer.
Había cabalgado como loca para llegar ahí, durante todo el camino, lo único en lo que podía pensar era Meliodas, tuvo su nombre a punto de salir a gritos de sus labios en todo momento. Ahora, por más que lo llamaba, no parecía encontrarlo en ningún sitio, y ya estaba por salir de nuevo a los jardines cuando una voz potente se escuchó desde la sombras.
—¡Arriba, cherie!
—¡Señor Ban!
—¡El amo está en la habitación de la rosa! —dijo la tetera con asa rota—. ¡Elizabeth, corre! —Ni siquiera otra multitud le hubiera impedido hacerlo.
La bella subió las escaleras a zancadas, destrozando su vestido por el camino y tragándose las lágrimas, pero apenas iba por la mitad de los peldaños de mármol, cuando un estruendoso sonido desgarró el aire y un enorme temblor sacudió el castillo entero. Era como si el lugar estuviera gimiendo, a punto de partirse en dos y derrumbarse. Todas las personas luchando dentro salieron despavoridas del lugar, pero aunque la joven podía escuchar a su familia llamándola, a sus amigos gritando su nombre, y a los muros llorando, no se detuvo. Comenzó a subir más deprisa, y cuando al fin llegó a las puertas de madera negra, las abrió de un empujón entrando como un vendaval. Y entonces escuchó la lucha que se libraba afuera.
—¿Este es el temible monstruo del castillo? Estoy algo decepcionado.
—¡Ugh! —El rubio en el piso había recibido otra patada, y eso arrojó su cuerpo aún más lejos, por los escombros de una enorme terraza que conectaba con su balcón.
—Vamos, ¿por qué no te rindes? Ya estás medio muerto, todo sería más fácil si me dejas degollarte —Acto seguido, el cazador lo tomó del cuello y lo levantó asfixiándolo mientras el otro trataba de librarse de su mano—. ¿Por qué no te rindes?
—No... te creo.
—¿Qué?
—Elizabeth... ella no...
—¿Que ella no me envió? Pero claro que sí, idiota, ¿cómo si no supe exactamente dónde buscarte? —Un nuevo restallido estremeció el castillo, y entonces la albina entendió que estaba conectado a la bestia. Su corazón se derrumbaba, y la prisión que lo contenía con él—. Esta cacería ya llegó a su fin. Hasta nun...
—¡Meliodas! —La hermosa voz de esa belleza hizo eco por cada rincón de aquel sitio, y cuando llegó a oídos de los combatientes, los dejó helados en su sitio— ¡Meliodaaaas!
—¡Elizabeeeeth! ¡Aaaagh! —Desesperado por evitar aquel reencuentro, el cazador trató de apresar la garganta de su víctima para estrangularlo.
—¡No! ¡Por favor Ross, suéltalo! —Pero no tuvo que decirlo. Las marcas negras que hasta hacía unos instantes había intentado matar a su dueño, ahora cubrían el cuerpo de Meliodas de forma protectora, y unas garras hechas de pura oscuridad destrozaron la mano de la persona que había intentado acabar con él, haciendo que lo soltara. Y entonces comenzó la verdadera pelea.
—¡Ella es mía, monstruo! ¡Mía! —Como un par de leones, ambos se enlazaron en una encarnizada pelea que los llevó peligrosamente cerca del vacío y la muerte. Mientras, Elizabeth intentaba acercarse, andando descalza ante aquel precipicio, tratando de volver con el hombre que amaba. Pronto quedó claro quién estaba ganando la pelea.
Meliodas luchaba con tal ferocidad que era como si fuera lo último que iba a hacer en la vida, y Estarossa, en cambio, cada vez se veía más débil y pálido. Estaba asustado. La maldición de la bestia estaba yendo en su contra, y ahora no solo se enfrentaba a un gran rival, sino también a sus propios miedos y ambiciones. A confrontar al monstruo que en realidad era. Cuando además a aquel rubio le salieron un par de alas, supo que la batalla estaba perdida. Una potente corriente de aire lo lanzó lejos de él, arrojándolo contra un muro y dejándolo semi inconsciente.
—¡Meliodas!
—¡Eli! —Verla fue como volver a respirar. Pese a que el cansancio del encuentro le estaba cobrando factura, las enormes alas de la bestia se abrieron, dándole el impulso suficiente para arrojarse hacia ella y aferrarse de la orilla del balcón medio destruido. La albina lo sostuvo de las manos para no dejarlo caer, y en cuanto estuvo de nuevo a salvo a su lado, lo abrazó mientras rompía en llanto—. Volviste.
—Claro que volví. Meliodas, yo te... te...
Pero no pudo terminar de decirlo.
—¡Aaaaaahhh! —Salido de la nada, completamente desesperado por no perder la batalla, el cazador se había arrojado tras él y, traicioneramente, acababa de apuñalarlo por la espalda. La sangre tiñó con velocidad su camisa blanca, y sintiendo como los estertores de la muerte llegaban, las alas de Meliodas se abrieron... arrojando con ello a su enemigo al vacío.
—¡Gyaaaaaaaaaah! —El verdadero monstruo desapareció en un abismo de oscuridad, mientras Meliodas era arrastrado por la hermosa mujer por la que había luchado hacia el interior del castillo.
—No... no... —Usando toda su fuerza, e incapaz de creer lo que veía, Elizabeth llevó el cuerpo de su amigo a solo unos metros de la rosa. Pero todo el camino quedó teñido de brillante líquido rojo— Tranquilo... tranquilo... estoy aquí, voy a salvarte. No pienso volver a irme de tu lado.
—Parece... que esta vez es mi turno de dejarte, Eli. —A pesar de toda la sangre que estaba perdiendo, a pesar de haber teñido de rojo el vestido de ella, a pesar de estar muriendo, Meliodas parecía inconmensurablemente feliz.
—No digas eso. Todo va a estar bien, yo...
—Eli —El cuerpo del rubio estaba reclinado sobre sus piernas, su cabello acariciaba el rostro de su amado, y sus narices estaban tan cerca que casi podían tocarse—, ¿fuiste feliz conmigo? —Ella sonrió entre lágrimas, y tomó la temblorosa mano que él le ofrecía para presionarla con fuerza contra su mejilla.
—Sí Mel, lo fui.
—¿Me perdonaste por... todo lo que hice?
—Por supuesto. Hace tiempo que la bestia ya no existe. —Él sonrió débilmente, y entonces hizo su última pregunta.
—¿Podrías... darme un beso? —Cada vez estaba más frío, su voz había ido decayendo. Pero no fue por eso que lo hizo. Elizabeth simplemente se moría por besarlo. En cuanto sus labios se unieron, toda esa tragedia desapareció de sus corazones, y el tiempo se detuvo mientras se besaban con toda la pasión que sentían por el otro.
El cálido pulgar del príncipe limpió la lágrima que corría por la mejilla de su amada, intensificó su caricia, e intentó regalarle hasta el último de sus alientos. Cuando este finalmente llegó, Elizabeth sintió claramente cómo dejaba de corresponder su beso, y su mano cayó laxa a lado de su cuerpo.
—Meliodas... —Parecía dormido. Sus suaves mejillas aún tenían algo de rubor por ese encuentro, sus labios relajados estaban entreabiertos, y una sutil sonrisa asomaba entre ellos. Pero ya no despertaba. La bestia ya no estaba en el castillo—. No... ¡¡¡NOOOOOOO!!! —El grito solitario de la bella llenó aquel espacio vacío, y el resto de los habitantes del castillo supo que había llegado la hora.
—Fue un placer servir a su lado, amigos míos. —proclamó el reloj antes de dar su último tic.
—Te amaré hasta el final, King. —Le respondió el ropero antes de cerrar sus puertas.
—Estaremos juntos por siempre. —dijeron el plumero y el candelabro a la vez. La tetera y el muñeco no dijeron nada. Solo se quedaron quietos mientras contemplaban la estatua y la otra muñeca que había en la habitación del amo. Y mientras el hacha se iba quedando inmóvil... lo último que vio fueron un par de hermosos pies pasando a su lado en dirección a los amantes.
—Por favor, no me dejes... —susurró Elizabeth—. No me dejes... Meliodas... te amo.
Entonces, todo fue silencio.
Y el silencio fue roto en mil cristales por la risa de una dama.
—Justo a tiempo.
La flor en la campana de cristal, que no había llegado a dejar caer su último pétalo, se desintegró formando un hilo de luz que descendió sobre ellos creando un remolino que se hacía cada vez más grande. Ese vórtice de magia pura fue envolviendo a Meliodas y Elizabeth en una tormenta que los elevó del suelo y los rodeo de lo que parecía un mar de estrellas infinitas .
—¡Meliodas! —La rosa roja que se había formado con sangre en su pecho fue abriéndose como si tuviera pétalos reales, y a su paso, las marcas negras de su cuerpo iban desapareciendo. Y no fue lo único que lo hacía. La oscuridad en cada rincón del castillo se disolvió bañada por la luz del día, recobrando el lugar su gloria de antaño, cuando la reina aún estaba viva y había alegría. Las siluetas de varias personas fueron reemplazando a las de objetos comunes, y para cuando la luz se evaporó, la hechicera se había ido... y el príncipe estaba despertando de lo que parecía un sueño tranquilo.
—¿Elizabeth?
—¡Te amo! —gritó la bella, envolviendo a su amado en un abrazo del cual parecía que no lo dejaría ir—. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo Meliodas!
—Yo también te amo Elizabeth. Por siempre y para siempre. —y no tuvieron que decir más.
La terrible maldición por fin había terminado, pronto sus amigos despertarían, y el velo de oscuridad sobre las memorias de todos sería levantado para dejar ver el lazo entre ellos. Sus labios volvieron a unirse, y para cuando se separaran, la historia de la bella y la bestia ya habría quedado grabada en los corazones de todos por la eternidad.
FIN.
***
:'D [suspiro largo] Eso sería todo Cocoamigos. Muchas gracias por estar aquí conmigo, por disfrutar de esta historia a mi lado, y por jugar y divertirse con cada palabra de mi loca cabecita XD Me hizo infinitamente feliz poder traer esta obra para ustedes y, esperando que les haya gustado leerla tanto como a mi me gustó escribirla, los dejo con el epílogo.
¡Nos veremos pronto en otra historia!
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