Capítulo 8

Belle despertó en su habitación, Valerie se hallaba a su lado. No sabía cómo había llegado allí, pero al despertar recordó lo sucedido antes de desmayarse: le había visto… Y él se había molestado mucho por su intromisión. ¿Acaso perdería el empleo? No podía permitirse quedarse en la calle, a riesgo de ser apresada.

En los últimos días estar en el Castillo le había enfundado cierto sosiego, cierta paz, como sí allí se encontrase ajena al mundo. Intentó incorporarse sobre la cama, pero Valerie no se lo permitió.

—Debes descansar —le pidió—, tómate el día libre. El médico vino lo antes posible, determinó que sufriste una hipoglucemia...

—En la mañana salí tan aprisa de la habitación que no comí nada, lo iba hacer justo después de devolver el libro cuando me sentí mal... —explicó.

—Es entendible, el doctor nos explicó que no comer lo suficiente o retrasar las comidas pueden causar hipoglucemia diabética. El resto del día quiero que lo pases en tu habitación descansando, ¿está bien?

Belle no supo si se trataba de solo precaución o era una orden. Valerie iba a marcharse cuando la detuvo.

—Valerie, por favor…

Ella regresó a su lado.

—¿Voy a perder mi empleo? —preguntó angustiada—. No quisiera marcharme…

La aludida negó con la cabeza.

—El señor Lagardère te trajo en brazos hasta tu habitación y estuvo aquí hasta hace unos instantes. Se marchó porque no quería asustarte cuando despertaras…

—Lamento mucho haberle interrumpido —repuso Belle apenada—, eran más de las siete y no creí que estuviese aun en la biblioteca. Acudí tan temprano porque no quería ser requerida por haber tomado un libro sin permiso y haberlo llevado hasta mi habitación.

Valerie le sonrió.

—Puedes tomar los que desees, siempre y cuando los retornes luego a su sitio. Ahora debo marcharme, le diré al doctor que ya despertaste para que pase a verte y hoy no te muevas de aquí para que te recuperes pronto.

Isabelle le agradeció su amabilidad y poco después entró a verla un señor mayor, encorvado y de espejuelos que era el médico de confianza de Lagardère. Volvió a examinarle, le hizo un test rápido y la glicemia ya estaba bien.

—No olvides tus inyecciones y hacer reposo —le recomendó.

Belle le dio las gracias, también a Marié que entró poco después con una bandeja con el desayuno, con mucho más de lo que ella comía habitualmente. Marié habló lo menos posible con Belle, era como si nadie del servicio desease tocar el asunto, ni tan siquiera Valerie había querido hablar de ello.

Sin embargo, Belle no podía dejar de pensar en su encuentro con Lagardère. Lo había visto, tal y como era, aunque ella sabía que su apariencia tenía una explicación lógica.

En la noche ya se sentía bien, así que fue a comer con el servicio al comedor, como era costumbre. Blanche hablaba de trivialidades, su esposo Étienne comía en silencio. Valerie y Gustave intercambiaban algunas palabras con Blanche y Marié, mientras Belle permanecía en silencio también.

No podía alejar de su mente lo que había sucedido y sentía que no podía continuar en aquel Castillo bajos los mismos términos de antes, ahora que sabía la verdad.

Se repetía la rutina de todas las noches: Belle iba a su habitación, se daba un baño. Luego se colocaba una ropa cómoda para dormir. En esta ocasión se vistió con un chándal mientras salía decidida al salón principal.

Las imponentes escaleras le dieron la bienvenida, la chimenea estaba encendida, la luz de la biblioteca se filtraba por la rendija de la puerta. Belle avanzó y se colocó frente a la biblioteca, no había vuelto a acercarse tanto desde aquella primera noche en la que poco faltó para que le descubriesen.

En esta ocasión se armó de valor y tocó. Un ladrido se sintió detrás y las patas volvieron a arañar la madera.

—Adelante —dijo la voz profunda de Lagardère.

Belle suspiró y abrió. Lo primero que vio fue a un imponente rough collie de color blanco y rojizo que meneaba su cola. Era Pólux quien, al parecer, se alegraba de verla al fin.

El collie se levantó sobre sus patas traseras y colocó las delanteras en el pecho de Belle, como si se tratase de una vieja amiga. Belle le acarició la cabeza, encantada.

—Venga ya, Pólux, déjala tranquila.

El perro obedeció al comando de su amo y se apartó de ella, entonces Belle pudo avanzar y colocarse al centro del salón. En un asiento de piel, con un libro en las manos, se encontraba él. Se levantó de su asiento como dictaban las normas de educación y Belle le miró de frente, con aplomo y control de sí misma, demostrando que no se dejaría asustar por su apariencia física.

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