Capítulo 28
Belle jamás había experimentado tanto miedo: aquella pistola le apuntaba sin contemplaciones y sabía que Gastón era el tipo de hombre que no dudaría en apretar el gatillo si era necesario. Su corazón se agitó mucho, pero intentó serenarse. Si obraba con inteligencia tal vez lograra dominarle.
—Calma, Gastón —le dijo con tranquilidad, mientras ponía sus manos de manera visible—. No hagas nada de lo que después puedas arrepentirte.
—Créeme que tengo razones para quererte más muerta que viva, Isabelle —le contestó—, pero no pienso ensuciarme las manos de sangre, si te muestras colaborativa.
—¿Qué necesitas? —le preguntó ella.
—Dinero, dinero para huir, Isabelle —le contestó.
Belle jamás le había visto en ese estado: su cabello lacio y negro se notaba sudado, a pesar de que no había calor. Las pupilas dilatadas y el movimiento vacilante de la pistola denotaban que estaba bastante asustado y, en esas circunstancias, un hombre acorralado podía ser más peligroso.
—No tengo dinero en casa y los bancos a esta hora están todos cerrados.
—Estoy hablando del dinero de tus inversiones —le dijo amenazante—, quiero que lo transfieras a una cuenta que te voy a dar.
—No sé cómo hacer eso, son mis abogados los que se ocupan de ello.
—¡Entonces llama a tu maldito abogado y pídeselo! —gritó.
Isabelle suspiró.
—Si hago eso voy a levantar sospechas, el abogado no es tonto. En cambio, si me dejas tiempo hasta mañana, te prometo que haré lo que me estás pidiendo.
—¿Crees que soy estúpido? —volvió a gritar Gastón—. Necesito el dinero. ¡Ahora!
—Gastón, por favor, te juro que no lo tengo. Conocías muy bien a mi abuela y sabes que en lo que respecta al dinero, no era una persona dadivosa y guardaba hasta el último centavo en el banco o lo invertía.
Gastón sabía que en ese aspecto tenía razón, por lo que le dio la espalda a Isabelle y se acercó a la escalera que llevaba al primer piso.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Isabelle extrañada.
—¡Me llevaré a las gemelas conmigo y, si quieres volverlas a ver, mañana tendrás que transferirme el dinero a mi cuenta!
—¡No! —exclamó Belle—. Ellas no están en la casa…
—Una vez más crees que soy un estúpido —le increpó Gastón—, estuve escondido vigilando la casa y las vi llegar a las tres. Esperé a que se hiciese de noche para poder entrar. Aunque no lo creas, tengo una llave de esta casa.
—¡Yo jamás te la di! —Belle no entendía.
—Pero cuando estábamos juntos fui lo suficientemente previsor y mandé a sacar una copia. También conozco la alarma de la casa, que sigue siendo la misma. No tuvieron ni la perspicacia de cambiarla.
Belle estaba lívida al comprender la gravedad de la escena, pero sentía que debía proteger a sus primas de Gastón. Ella lo conocía mejor, era mayor y podía encontrar la manera de revertir la situación.
—No te las lleves a ellas —le pidió—, llévame a mí. A fin de cuentas, soy yo quien tiene contacto con los abogados y me encargaré de hacer lo que me pides.
Gastón se quedó unos minutos pensativo, hasta que por fin accedió.
—Muévete —gruñó, mientras le apuntaba con la pistola—. Saldremos juntos de la casa e iremos hasta tu coche, que está aparcado fuera. Tú vas a conducir, despacio, hasta donde yo te diga. ¿De acuerdo?
Belle asintió.
—Eso haré, te lo prometo.
Belle salió de la casa, tensa y angustiada, pero no quería evidenciarlo. Se acercó a su coche que era Audi de color plateado. Gastón le continuaba apuntando con el arma, aunque la traía oculta tras su gabardina de color negro.
Todavía no habían subido al auto cuando Isabelle escuchó una voz que le llamaba desde unos metros de distancia:
—¡Isabelle!
Belle reconocería aquella voz entre millones.
—¿Pierre?
Belle vio a un hombre tan alto y rubio como Pierre, pero estaba distinto… Le recordaba al joven de la fotografía que había visto en el Castillo en una ocasión.
Pierre se acercó a Belle, que estaba junto a su auto, con las llaves en las manos, y Gastón del otro lado del coche.
—¿Sucede algo? —preguntó Pierre preocupado.
Le había visto salir con un hombre y Belle no se había alegrado de verle ni corrió a sus brazos… Tenía una expresión asustada y él la conocía muy bien como para saber que no le estaba engañando con aquel hombre.
—Por favor, vete —le suplicó ella—. No puedo hablar ahora…
—No me iré hasta que me digas qué está sucediendo, ¿quién es ese hombre?
—Él es… —Belle no atinaba a concluir la frase.
Fue entonces que Pierre se percató de quién era. Había visto las noticias y sabía que Gastón no pudo ser capturado. ¡Tenía que ser ese hombre, se le parecía al de las fotografías de la tele!
Gastón rodeó el coche y se colocó delante de la pareja, irritado ante aquella dilación que podía echar por tierra sus planes. Pierre dio un paso al frente y protegió a Belle detrás de él.
—Déjala en paz, antes de que llame a la policía —le amenazó.
Gastón sacó la pistola por debajo de la gabardina.
—Van a morir los dos —le contestó con voz baja—, si no permites que Isabelle se marche conmigo.
Antes de que Pierre pudiese replicar, se escucharon las sirenas de la policía que se acercaban. Gastón perdió la compostura, angustiado de que fuesen a detenerlo, aunque no imaginaba quién habría dado la voz de alarma.
—¡Dame la llave del auto! —le gritó—. Dame la llave o te juro que disparo.
Belle tenía pavor de que pudiese hacerle algo a Pierre y le obedeció, dando dos pasos al frente. Gastón abrió el auto, las sirenas se sentían cada vez más cerca y se percató de que era probable que fuesen tras de él.
—¡Entra al auto, Isabelle! —le amenazó—. ¡Entra al auto inmediatamente!
Belle se quedó paralizada del miedo, sin saber qué hacer. Gastón, con la puerta abierta, le apuntaba.
Los hechos que se sucedieron después, estuvieron separados por fracciones de segundo, en los que medió más el instinto que la razón.
El coche policial se estacionó en la calle, Gastón les disparó a cierta distancia cuando advirtió que los agentes le detendrían. Isabelle gritó, asustada, mientras Pierre volvía a colocarla atrás suyo, con un gesto apresurado y casi brusco, que le salvó de recibir la bala que iba dirigida a ella. Fue Pierre quien cayó al suelo en su lugar, herido, mientras Belle pedía auxilio de manera desesperada…
Gastón renunció a llevarse a Isabelle consigo. Quería descargar su frustración matándole, pero no había acertado. No tenía tiempo para intentarlo otra vez, por lo que subió de inmediato al coche y se alejó con rapidez, escoltado por la policía.
Un agente que permaneció en el lugar se acercó a Belle, quien se encontraba en el suelo junto a Pierre. Él se había desmayado y sangraba de una herida en el pecho.
—Una ambulancia llegará de inmediato, señorita —le dijo el policía para tranquilizarle.
Belle no podía hablar, un nudo muy grande le cerraba la garganta: era el temor a perder a Pierre para siempre.
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