Capítulo 23
La cena estuvo deliciosa, pero comieron prácticamente en silencio. Tocaron algún tema trivial pero el resto del tiempo se miraron el uno al otro, como si desearan descifrar qué pasaba por la mente de la persona que tenían enfrente. El asunto del beso seguía sin abordarse, incluso Belle se preguntó si dejarían pasar el asunto y las cosas permanecerían como estaban antes de ese momento.
Cuando terminaron de cenar no era tarde, por lo que en vez que retirarse a la biblioteca a conversar, como habían hecho en los últimos días, Pierre le dijo que quería mostrarle una parte del Castillo que aún no conocía.
Belle caminó a su lado por el corredor izquierdo, hasta llegar a una puerta que se hallaba al lado de la habitación de Pierre: él la abrió, encendió la luz y luego le pidió que pasase. El salón era bastante sencillo, pero tenía una enorme pantalla blanca que cubría toda una pared, como si se tratase de un cine. Debajo, unas grandes bocinas y en la pared opuesta, lo que Belle supuso que sería un proyector.
—Este es mi otro sitio favorito del Castillo y quería que lo conocieses. Es mi sala de cine, tengo disímiles películas y aquí paso varias horas en el día.
Belle caminó por el lugar y quedó impresionada.
—Si te parece bien, podemos ver una película juntos —le ofreció.
—Me encantaría —respondió ella con alegría—. ¿Qué tienes en mente?
—Escoge tú...
Pierre la llevó a un armario que se encontraba en una esquina de la habitación y lo abrió. Contenía cientos de pelis, de disímiles géneros.
—Aquí puedes encontrar desde películas clásicas hasta las más modernas. El cine es otra de mis pasiones, al igual que la literatura.
Belle lo miró a sus ojos azules.
—Cada día me sorprendes más —le contestó—, tienes una cultura envidiable.
Pierre se rio.
—No tanto, no exageres, solo muestro interés por el conocimiento, que es infinito comparado con la vida humana que es realmente corta, así que estoy en franca desventaja con la cultura. ¿Cuál es tu película favorita? —indagó.
Belle se quedó pensativa.
—Son muchas, pero la que considero mi preferida y un verdadero clásico, es Casablanca.
—Excelente. —Pierre aplaudió su elección y no demoró mucho en tomar la peli—. También me gusta muchísimo.
Casablanca era una joya de la historia del cine, verla en compañía de Isabelle resultaría de lo más reconfortante. Fue así que ella se acomodó en el sofá frente a la pantalla, mientras que Pierre se las ingeniaba pars echar a andar el proyector y colocar la película. Luego apagó las luces y se sentó a su lado.
El sofá era de dos plazas, por lo que no era demasiado grande y estaban muy juntos el uno del otro. Belle estaba atenta al argumento, por más que se supiera la película de memoria. Cuando Ilsa (Ingrid Bergman) y Rick (Humphry Bogart) se reencuentran en el café, Belle suspiró. Aquel era su momento favorito y Pierre pasó su brazo por detrás de ella.
Cuando Humphry Bogart se queda a solas, con el corazón roto, después de ver de nuevo a la mujer que le abandonó y casada con otro, le pide a Sam que toque la canción que les identificaba a los dos... El cantante, al piano, comenzó a entonar "As time goes by" y Belle recostó su cabeza en el hombro de Pierre y así permanecieron hasta que concluyó la película.
El final, no por conocido, dejaba de emocionar: aquella despedida en el aeropuerto, el hecho de dejar al verdadero amor que se inmola y renuncia, le sacaron las lágrimas a Belle.
Al encender las luces, Pierre se percató de que había estado llorando. De inmediato regresó a su lado, para ver qué le sucedía. Su intención era que pasaran un rato agradable, y aunque a él también le emocionaba Casablanca, no esperaba encontrársela así.
—Lo siento —le dijo ella sonriendo a la vez—, me ha hecho llorar esa despedida.
—No puedes ponerte así —le respondió Pierre enjugándole las lágrimas—, vas a preocuparme y a hacerme creer que no has pasado una buena noche a mi lado.
Belle le abrazó y volvió a acomodarse en su pecho mientras Pierre cerraba sus brazos sobre ella.
—He pasado una noche preciosa —le confesó.
Pierre la separó lentamente de él, para mirarla a los ojos.
—Creo que debemos hablar de lo que sucedió hoy en la biblioteca, de lo que está sucediendo ahora mismo.
Belle estaba nerviosa, pero no tenía miedo de aquella conversación. Se la debían, pero antes de confesarle sus sentimientos, colocó una mano en sus labios para silenciarlo y se acercó más a él.
Estaban tan cerca el uno del otro que podían sentir sus respiraciones, agitadas, anhelantes... Belle no lo pensó más y le besó. Aquel beso fue distinto al de la biblioteca, era un beso febril, apasionado, un beso que Pierre correspondió de inmediato lleno de una enorme necesidad de ella. Se inclinó sobre Belle, y ella se dejó caer en el sofá. Se colocó encima y continuó besándole, como quien no puede contener una sed insaciable, como quien necesita de ella...
Belle se detuvo un instante, y Pierre la miró a los ojos, preguntándose tal vez si algo estaba mal, aunque a juzgar por el calor y el temblor que sentía debajo de su cuerpo, Isabelle estaba correspondiendo a su cariño como siempre soñó.
Belle seguía mirándole a los ojos, y Pierre quería saber qué le sucedía.
—Pierre... —murmuró Isabelle al fin—, te amo...
Él se quedó tan asombrado ante la confesión que no atinó a responderle. Se incorporó sobre el sofá y no contestó.
—Te debía una repuesta sobre mis sentimientos —dijo ella—, y es esa.
Belle por un instante temió que Pierre no sintiera lo mismo que ella, pues tenía una expresión tan desconcertada, que creyó que se había precipitado al confesarle que le amaba.
—Siento si dije algo que no...
Pierre reaccionó y la abrazó con fuerza, haciéndole callar en un instante, con un beso que borró de plano todos sus temores.
—¡Yo también te amo, Isabelle! —exclamó después.
Belle suspiró, aliviada.
—Creí que no era así, me asusté al ver tu expresión.
—Lo siento —contestó él apenado—, quedé un poco sorprendido; me confesaste hace poco que no te habías enamorado antes.
—Hasta que me enamoré de ti —concluyó ella—, fue en esa conversación cuando me di cuenta, pero tenía mucho miedo de admitirlo y creí mejor meditarlo bien para no decir nada a la ligera. Hoy, en cambio, tengo la total certeza de mi amor por ti.
Pierre no podía creer lo que estaba escuchando. Belle le amaba, y él sabía que era verdad. Lo había sentido en sus labios, en su cuerpo, lo había descubierto mucho antes de que ella lo dijese con palabras.
—Yo te amo hace desde hace tiempo ya, pero tenía miedo de que no sintieras lo mismo. Me has devuelto la confianza en mí mismo, me haces creer que puedo merecer a alguien como tú, aun cuando sigo creyendo que eres mejor de lo que me merezco.
Belle le rodeó con sus brazos.
—Iba a decir exactamente lo mismo, pero al revés. Eres la mejor persona que conozco, Pierre. A tu lado no tengo miedo del futuro, me basta con verte en las mañanas para que mi día comience, y así ha sido en estas últimas semanas que he pasado contigo.
—Esto puede acabar pronto —le recordó él—, debes volver a Marsella y enfrentarte al mundo.
Ella asintió más seria, la separación podía ocurrir de un momento a otro.
—Buscaremos la manera de hacerlo funcionar —le contestó optimista—, cuando todo pase regresaré al Castillo.
Pierre la miraba en silencio.
—No hagas promesas, Isabelle.
—¿Por qué dices eso? —Ella estaba extrañada.
—No tengo dudas de tus sentimientos —le respondió él—, pero este tiempo juntos ha sido casi irreal. Cuando retomes tu vida serás capaz de analizar el espacio o cabida que pueda tener yo en ella. Ahora es muy difícil que te lo plantees, porque estás todavía aquí y te es muy fácil asegurarme que regresarás... Sin embargo, yo quiero que recuperes las riendas de tu vida y que, sin promesas ni ataduras, elijas lo que mejor consideres para ti.
Belle se quedó un instante observándole, sin responder. Entendía lo que él le quería decir.
—Pierre, tú eres lo mejor para mí, te amo y quiero estar contigo.
Belle le besó nuevamente y Pierre no la rechazó, la amaba demasiado, incluso para hacer el sacrificio de no frenar su vida, de renunciar a ella si era preciso, porque el Château era una fantasía en la que habían vivido, un mundo cotidiano para él, pero ajeno a ella, a su vida, a sus costumbres, a los sueños que había postergado por huir.
Sin embargo, ahora estaba allí, a su lado, besándole con una pasión que había olvidado o que quizás jamás había recibido de mujer alguna, y Pierre se entregaba a ella, confiando en el momento que compartían, sabiendo que debía disfrutar de su amor mientras pudiese...
Pierre la levantó en sus brazos y la llevó a su habitación, que se hallaba justo al lado del salón de cine. Belle no se opuso, lo alentaba con su mirada, lo deseaba tanto como él. Pierre la colocó encima de la cama, con todo el cuidado del mundo, mientras le abrazaba y bajaba por su cuello repartiendo besos. La chimenea encendida brindaba un ambiente romántico y único, encontrando un refugio para su deseo.
Pierre ya se había despojado de su chaqueta, y Belle comenzó a desabotonarle la camisa. Él, por un momento, se quedó rígido, al comprender lo que estaba sucediendo... La había llevado a su cama, a consumar su amor, pero no había vuelto a estar con una mujer en mucho tiempo, y menos sin rasurar.
Belle vio el temor asomarse a sus labios, y le tranquilizó de inmediato:
—Te amo, ¿recuerdas?
Pierre se tumbó al lado de ella, había dudado y necesitaba reponerse. Belle se giró hacia él y le miró con cariño, acariciándole el rostro. La habitación estaba en semioscuridad, salvo por la chimenea encendida que les permitía verse el rostro.
—Esto que ha sucedido hoy ha sido espontáneo y si no acontece nada más, la noche continuará siendo igual de especial para mí —añadió Belle.
—No sabes cuánto deseo hacerte mía —le confesó él mientras también le acariciaba—, pero no quiero asustarte, te mereces algo mejor.
Belle le sonrió.
—¿Cómo piensas que puedes asustarme? —le preguntó con voz queda—. Eso jamás podría suceder. Además, te he visto como eres, ¿has olvidado acaso la noche en la cabaña?
—No, no la he olvidado —contestó—. Esa noche descubrí cuán importante eras para mí. Tenía tanto miedo de perderte y de que te sucediera algo, que comprendí que me estaba enamorando irremediablemente de ti.
—Una vez me confesaste que la persona que te amara tenía que hacerlo tal como eres, y esa persona ya la encontraste, soy yo...
Pierre le tomó el rostro con las manos, enredó sus dedos en su cabello y la atrajo hacia él para darle un beso. Con lentitud, el primer beso fue llevando al segundo y lo que comenzó como un juego pausado, comedido, tanteando los límites del otro, satisfaciendo algunos deseos que afloraban, prosiguió con una cadena indetenible de nuevas sensaciones que los llevó a una espiral de placer desconocida.
Se amaron lentamente, se despojaron de la ropa sin ansias, sin prisas y disfrutaron del calor que le brindaba el cuerpo del otro, a veces mucho más candente que las llamas de la chimenea encendida. Isabelle suspiró hondo cuando sintió el cuerpo desnudo de Pierre sobre el suyo, era una sensación tan nueva, pero a la vez tan exquisita e íntima, que no tuvo miedo de ese momento. Pierre la abrazaba con intensidad, no había dejado de besarla en los labios, pero esos besos se multiplicaron en su cuerpo en un descenso febril que le hacía gemir de placer y de amor.
No demoraron mucho en volverse uno, Pierre se hundió en ella, satisfecho por él y por sentir que ella también correspondía con su humedad y su temblor. Entraron acompasados al baile más erótico que podía existir entre dos personas, y cuando estallaron juntos, no dejaron de permanecer abrazados, besándose en silencio y con la seguridad de haber encontrado lo que por tanto tiempo estuvieron buscando.
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