Capítulo 21

A la mañana, mientras Belle se encontraba en la biblioteca, Pólux apareció agitando su cola. El hermoso perro se colocó frente a ella y comenzó a reclamar cariño; Belle se lo dio, sabiendo que dentro de poco aparecería su dueño también. Así fue, Pierre llegó tras él con una amplia sonrisa y con su rostro mucho más cuidado, aunque sin rasurar.

Vestía de azul, lo cual resaltaba su mirada turquesa. Belle se había acostumbrado tanto a su aspecto, que ni siquiera pensaba en ello.

—Buenos días —le dijo Pierre—, ya veo que este caballero se me ha adelantado y reclama mucha más atención que yo.

—Buenos días —respondió Belle acariciando la cabeza de Pólux—, puedo prestarles suficiente atención a los dos, pero debo añadir que de los dos caballeros, Pólux es mi preferido…

—Será porque es más peludo que yo… —insinuó Pierre riendo.

Belle soltó una carcajada mientras se incorporaba y acudía a saludar a Pierre. Él también estaba sonriendo y era increíble que pudiesen bromear sobre ese asunto que durante mucho tiempo constituyó un obstáculo entre los dos.

Pierre le dio un beso en la mejilla y luego la miró a los ojos. Belle era preciosa, inteligente, de gran corazón… Era justo lo que necesitaba en su vida y quería hacérselo ver.

—Venía por dos motivos —anunció—. El primero, buscar un libro y el segundo, invitarte a cenar mañana.

Isabelle sonrió sin percatarse de la seriedad del asunto.

—Pero ya cenamos todos los días juntos —le recordó.

—Sí, es cierto, pero mañana quiero una cena especial —contestó él, con voz nerviosa y seria.

Fue entonces que Belle se percató de que al día siguiente era San Valentín, 14 de febrero, cenar con él en esa fecha tenía una significación mayor.

—Ah… —balbució.

Se había puesto roja como la grana y tan asustada como si fuese una colegiala.

_¿No estás de acuerdo? —Pierre por un momento temió haberse precipitado, su corazón pendía de un hilo.

Belle entonces le tranquilizó, al sonreírle y mostrarse como era costumbre en ella.

—Sí, estoy de acuerdo —contestó—, me parece perfecto, solo que me tomaste desprevenida y no sé por qué me he puesto algo nerviosa… —confesó.

Pierre estaba complacido, pero continuó diciéndole:

—He notado que has venido al Château con poca ropa, y como no es conveniente que vayas de compras a Saint Priest, le he pedido a Valerie que se encargue personalmente de ello.

Belle puso los ojos como platos.

—¡Dios mío! —exclamó escondiendo el rostro—. ¡Qué vergüenza!

Pierre se echó a reír.

—No tienes que sentir vergüenza alguna, es un placer para mí y no lo hago por generosidad, sino porque quiero que luzcas más hermosa de lo habitual mañana. Imagino que en la tarde Valerie ya habrá regresado con la ropa que le pedí para ti.

—No sé qué decirte. —Belle estaba cada vez más emocionada—. Eres sorprendente y…

—No me digas nada —le pidió—, no quiero que te asustes y salgas corriendo de aquí.

—Sabes que no quisiera irme jamás de aquí.

Pierre no quería que se fuera, pero sabía que el momento llegaría. Esperaba que entonces el amor hubiese crecido por ambas partes.

—¿Qué libro querías buscar? —preguntó Belle.

Historia de la Revolución Francesa, de Thiers. He pensado en escribir un artículo y quizás más adelante un libro; he estado ocioso durante mucho tiempo.

—Me parece una idea excelente, ¿quieres que lo busque por ti?

Belle iba a mirar la localización en las fichas, pero Pierre negó con la cabeza.

—Sé bien dónde se encuentra y yo mismo iré por él.

Pierre subió por la escalera helicoidal de madera al piso superior. Caminó por el pasillo de madera lustroso hasta dar con el librero, donde pensó que se encontraría la obra de Thiers. Estuvo buscando concienzudamente durante diez minutos, pero no lo hallaba.

—Quizás estás equivocado, has apelado a la memoria y puede que estés confundido —le gritó Belle desde abajo.

—Estoy seguro de que está aquí —repuso Pierre sin volverse.

Isabelle buscó en las fichas y comprobó que Pierre estaba equivocado, el libro se hallaba en un estante cercano, pero no en ese.

Decidió subir ella misma para hacerle ver su error, ya que Pierre para algunas cosas podía ser muy testarudo.

Se encontró con él en la plataforma de madera, que era un poco pequeña para dos personas, más tratándose de alguien con su imponente estatura.

—Estás mirando dónde no es —le advirtió—, lo he verificado en la ficha.

Pierre se volteó hacia ella. Estaban muy cerca el uno del otro y se miraban con intensidad. Belle se alejó un metro hacia la otra estantería y, con poco esfuerzo, halló el libro de tapa oscura que Pierre necesitaba.

—Aquí está —dijo con orgullo—, Adolphe Thiers, Historia de la Revolución Francesa.

—Es por eso que eres mi bibliotecaria —contestó Pierre sonriendo—, estaría perdido sin ti…

Pierre avanzó hacia Isabelle y ella por un momento se puso nerviosa, tanto que el libro se le cayó de las manos al piso de madera.

—Lo siento —dijo mientras se agachaba a recogerlo—, qué torpe soy, una vez más...

Belle miró hacia abajo, era una altura considerable y sintió cierto vértigo. Le daban algo de temor las alturas y siempre que subía al piso superior, intentaba no mirar. Cuando se levantó, le temblaban las piernas. Pierre lo percibió de inmediato, por lo que le quitó el libro de las manos y lo colocó de vuelta en la estantería provisionalmente.

—¿Tienes miedo a las alturas? —le preguntó sonriendo.

—Algo… —confesó—, es que he mirado al suelo y me percaté de la altura a la que nos hallamos.

Belle dio un paso más hacia Pierre y se agarró de sus brazos, se sentía casi restablecida ya, pero junto a él hallaba una seguridad que no estaba dispuesta a perder.

Pierre la estrechó, y permanecieron en silencio, como si ambos deseasen preservar aquel momento de súbita intimidad.

La joven miró hacia arriba y vio el hermosísimo techo pintado, con aquellos frescos de ángeles y nubes que sobrecogían a cualquier persona amante del arte. Luego bajó la cabeza y sus ojos volvieron a cruzarse con la mirada turquesa de Pierre, aquellos ojos de color azul encendido y el rostro lanudo que había comenzado a querer sin darse cuenta.

Belle levantó su mano y le acarició una mejilla, un gesto que una vez más les hizo estremecer. Pierre enmarcó su rostro entre las manos, la miró a los ojos, como quien solicita en silencio un permiso, y lo encontró. Entonces miró sus labios rojos, trémulos, pero a la vez expectantes de lo que podía suceder al fin. Sin temor alguno ya, Pierre se inclinó sobre ella y la besó…

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