Capítulo 20
Isabelle caminaba por la ribera del Loira; sus aguas esmeraldas se hallaban en calma y el cielo estaba despejado, dejando al descubierto el débil Sol de una mañana de febrero.
Pierre se encontraba a su lado, caminaban en silencio, muy cerca el uno del otro. Belle recordaba la ocasión en la que regresaron de la cabaña tomados de las manos… No habían vuelto a tener ese contacto, y aquella mañana sentía que sus manos estaban demasiado vacías sin las suyas.
Llevaba un abrigo de color negro, el mismo con el cual había huido de Marsella. No podía creer que la vida le hubiese cambiado tanto en apenas unas semanas.
Pierre la condujo a un banco que se hallaba cerca. Era una vista muy bonita: al frente el río con la nutrida arboleda de fondo; al costado el Castillo, imponente y hermoso.
—¿Echas de menos tu hogar? —le preguntó.
—Echo de menos a mi abuela —respondió ella con vista clavada en el río—, pero estar aquí me la recuerda mucho. Desde que era niña me contaba historias del Castillo y de su juventud, así que a tu lado siento un amparo y una tranquilidad de espíritu que no podría encontrar en otro sitio, ni tan siquiera en Marsella.
—Es bueno saber que te gusta estar aquí. —Pierre le colocó un mechón por detrás de la oreja.
Aquel gesto la hizo estremecerse y se volteó hacia él.
—Tengo familia y una casa en Marsella, pero sin mi abuela ya no es un hogar. El restaurante y sus negocios funcionan bien sin mi dirección, no es ese un puesto que hubiese querido tener; en cambio, en la biblioteca me hallo feliz.
Pierre sentía que su corazón estaba acelerado, con tan solo escucharla.
—Pero el trabajo que estás haciendo está por debajo de tus capacidades, Belle.
—No importa, estar rodeada de libros me apasiona; poder leer lo que quiera es un privilegio y he pensado que tal vez en el Castillo pueda encontrar la oportunidad de volver a escribir.
—Me encantaría que lo hicieses —repuso él—. Podría librarte del catalogado para que hagas lo que más te gusta.
Ella le sonrió, tenía un corazón tan generoso que no le cabía en el pecho.
—Eres demasiado bueno, pero el catalogado es importante y es una actividad que realmente me gusta. De hecho, no deberías si quiera pagarme, me siento tan a gusto aquí que el hecho de que me remuneres me hace sentir extraña…
—¡Te tengo contratada, Belle! —exclamó él riendo—. ¿Cómo no pagarte por algo que estás haciendo y muy bien?
Ella se encogió de hombros, perdida en sus ojos azules. Aquellos ojos eran tan hermosos que solo por ellos podía perder la cordura.
—En ocasiones el dinero no es lo más importante; cuando se cruza cierta línea, el vínculo laboral no es nada comparado con lo que realmente nos une.
Belle estaba tan cerca que podía advertir lo dilatadas que estaban sus pupilas. Pierre no podía creer lo que estaba escuchando, pero una vez más tenía miedo de malinterpretar lo que sucedía delante de sus ojos.
—Tienes razón. Tu amistad es invaluable para mí, Isabelle —le contestó.
Ella abrió la boca para replicar, pero de su garganta no salió ni una palabra. Él experimentó cierta decepción al comprobar que ella no le contradecía, por lo que creyó que era tan solo una amistad lo que en realidad se estaba forjando entre los dos.
Belle levantó la mano y le acarició la mejilla; la suavidad del lanugo de su rostro era agradable, pero sobre todo ella quería transmitirle con su caricia cuánto valía para ella.
—Gracias, Pierre.
Un largo silencio sobrevino, cada uno perdido en sus pensamientos, hasta que Belle intentó retomar la conversación, como si aquel íntimo momento no hubiese acontecido.
—¿Y qué es lo que te apasiona? —preguntó.
Pierre estuvo tentado a responder que era ella lo que más le apasionaba en la vida, pero entendiendo el verdadero objetivo de la pregunta, se esforzó en responder.
—También me gusta escribir, pero no ficción. Me encanta la investigación histórica y la Ciencia Política, que fue lo que estudié. Desde el Castillo dirijo mis negocios e inversiones, pero cuando puedo escribo sobre estos temas. Durante algún tiempo también ambicioné dar clases en la Universidad.
—¿Ya no quieres?
—Es que… —balbució—, no creo que sea un profesor que los estudiantes quieran ver todo el tiempo…
Ella le sonrió con dulzura.
—No me gusta cuando te menosprecias. Los estudiantes sabrán valorar tus conocimientos y capacidad, del mismo modo que lo hago yo.
—Aborrezco ser el blanco de burlas de las personas —objetó él—. Tal vez en el salón de clases encuentres estudiantes respetuosos y buenos a los que solo les importe aprender, pero no todos son así.
—Me gustaría que lucharas por tus sueños; si hace unos años estudiaste una carrera y te integraste a la vida universitaria, ¿por qué no volver a hacerlo, ahora como profesor? No debes ponerte límites a ti mismo.
—Gracias por creerme capaz.
—Te creo capaz de lograr cualquier cosa —contestó ella, sosteniéndole la mirada—, solo es cuestión de que confíes un poco más en ti.
Esa noche cenaron juntos, como era costumbre. Luego bajaron a la biblioteca para leer un poco. Entre los dos se había creado un ambiente íntimo y cercano que agradecían. Belle se acomodó en un diván, cerca de la chimenea encendida, mientras tomaba en sus manos un libro de poesía de Lord Byron.
Sus poemas le hacían sentir un tanto incómoda frente a Pierre, pues develaban un erotismo y un sentimiento que no podía esconder frente a él. Por otra parte, aquel lirismo era lo que su corazón necesitaba.
—Iré a por una copa de vino, ¿quieres?
Ella asintió mientras se cubría con las cobijas que se hallaban en el sofá. A los pocos minutos Pierre retornó con dos copas en sus manos y le tendió una, haciéndolas chocar.
—Por las lecturas nocturnas —dijo Belle con una sonrisa, colocando la copa en la mesa luego de beber un sorbo.
—¿Se puede saber qué lees? —le preguntó él arqueando una ceja y sentándose a su lado.
Isabelle se ruborizó, pero tomó el libro en las manos antes de declamar:
—“Dadme el espíritu fugaz con su débil resplandor/, o el arrebato que habita en el primer beso de amor”.
Estaba tan agitada con aquella frase que cerró el libro y volvió a beber.
—Lord Byron —comentó él en voz baja, sumergido en la ilusión que había tejido aquel verso en su alma—, sin duda es hermoso ese poema.
—Es “El primer beso de amor” —repitió ella.
Pierre tomó su libro de Historia y se acomodó a su lado, no sin antes mirarla a los ojos.
—En verdad te gusta la literatura inglesa —comentó.
—Lord Byron me hace soñar…
—¿Con qué exactamente? —preguntó curioso.
—Con el primer beso de amor… —respondió con voz queda.
Pierre se sintió una vez más sumamente nervioso, pero se sumergió en la lectura que tenía delante. Belle suspiró e hizo lo mismo: consumió la copa de vino mientras leía a Lord Byron, hasta que finalmente se quedó dormida recostada a Pierre.
Él pasó su brazo por la espalda de ella y la miró en silencio. ¡Se notaba tan cómoda y confiada a su lado! Siguiendo un impulso le dio un beso en la cabeza; Belle no se movió, continuaba dormida. Pierre siguió contemplándola, mientras le tomaba una mano. No podía negar por más tiempo lo que sentía por ella, y tal vez, ella también estuviera experimentando lo mismo por él… Volvió a inclinarse sobre Belle y en esta ocasión la besó en la mejilla.
La joven se movió un poco contra su cuerpo y abrió los ojos. Se sorprendió un poco de lo cerca que estaba de él y por un instante se perdió en sus ojos, sin deseos de que aquella proximidad acabase.
—Es hora de ir a dormir —murmuró él.
Jamás le había escuchado la voz tan afectada, tan profunda. Él se incorporó del sofá y le dio un beso en la frente.
—Hasta mañana, Belle.
Ella lo vio marchar y se quedó a solas en la biblioteca, con el corazón agitado. Sobre la mesa Pierre había dejado su libro abierto en una página específica. Belle lo tomó en sus manos y advirtió que también se trataba de una poesía: “Poema de la dignidad”, de Joseph Merrick.
“Es cierto que mi forma es muy extraña, /
pero culparme por ello es culpar a Dios; /
si pudiera crearme a mí mismo de nuevo /
procuraría no fallar en complacerte.
Si yo pudiese alcanzar de polo a polo /
o abarcar el océano con mis brazos, /
pediría que se me midiese por mi alma. /
La mente es la medida del hombre”.
Isabelle se estremeció con aquellas palabras: “la mente es la medida del hombre”, y ella quería a Pierre por su mente y por su alma. El reconocimiento de su sentir, esa noche, la hizo feliz y libre.
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