Capítulo 17

Pierre se puso en manos de Isabelle y confió en ella durante su enfermedad. Lo primero que ella hizo fue ir al botiquín del baño, donde Pierre le dijo que guardaba sus medicinas y el termómetro.

Le tomó la temperatura y tenía 39.2 grados C, que era bastante. Entonces le dio un antipirético con el jugo que le había llevado, no era conveniente que comiera nada con la fiebre tan alta.

Pierre llevaba la ropa del día anterior, así que Belle le instó a que se diera un baño de agua fresca. Por supuesto, ella permaneció fuera aguardando por él, pero veinte minutos más tarde salió Pierre completamente aseado, usando un chándal muy cómodo y con mejor aspecto.

Belle volvió a tomarle la temperatura, con el baño le había bajado un poco, por lo que le pidió que desayunase. Marié había llevado una comida ligera: unas tostadas, algo de fruta y queso. Pierre no tenía muchos deseos de comer, le dolía un poco la garganta, razón por la cual Belle le hizo abrir la boca y con una linterna inspeccionó el estado en el que se encontraba.

—De niña padecí de tantas amigdalitis que tengo experiencia —le explicó.

—¿Qué viste? —preguntó Pierre, divertido un poco por la actitud madura y responsable de su nueva doctora.

—La tienes enrojecida e inflamada pero no veo placas. Debes comer, pues no te alimentas desde ayer y puede que eso influya en tu decaimiento. Mandaré a prepararte una sopa de pollo para la comida y para la cena.

Isabelle le dio una pastilla que aliviaba el dolor de garganta y luego él retornó a la cama.

—Gracias por lo que haces por mí —murmuró antes de quedarse dormido.

Belle le cubrió con el edredón como si se tratase de un niño pequeño.

Estuvo un rato a su lado, pero luego bajó a la cocina. Valerie ya estaba al tanto de que Pierre estaba resfriado, pero no puso objeción alguna de que Belle le atendiera, era como si todos en el Castillo estuviesen deseosos de que él encontrase un nuevo amor.

—Me encargaré de preparar la comida —dijo Blanche dispuesta—, una deliciosa sopa para el señor.

A mediodía Belle comió con el servicio y se encargó ella misma de subir la sopa para Pierre. En la bandeja llevaba un libro, pues no quería dejarle solo, aunque también tenía que distraerse. A veces se cuestionaba si su cuidado hacia él sería exagerado, pero no podía dejar de actuar así… Se sentía muy unida a él, y era algo más que gratitud.

Pierre estaba despierto cuando Belle llegó, no tenía la fiebre tan alta, pero se notaba un poco cansado. A pesar de ello, se levantó en cuanto la vio y se acercó a le mesa; la sopa estaba humeante así que debió esperar unos minutos antes de poder tomarla.

—¿Ese libro es para mí? —le preguntó con una sonrisa.

—Me satisface saber que, a pesar de que estás enfermo, tienes ánimo para hablar de mis intereses literarios. Este libro es para mí —contestó ella sonriendo a su vez.

—Ya me lo figuraba: Orgullo y prejuicio, excelente para una graduada de Literatura Inglesa, ¿verdad?

Ella asintió mientras se sentaba frente a él.

—Es mi libro de cabecera, y es el único que he traído conmigo. Advierto que no lo he tomado de las estanterías de la biblioteca, sino que me pertenece.

—Si así no hubiese sido, podías haberlo tomado, ya lo sabes.

—Gracias —le dijo de corazón—, pero Orgullo y Prejuicio siempre me acompaña. Me conozco cada línea de memoria y a pesar de ello la lectura no deja de ser reconfortante. Lo leo en inglés, su idioma de publicación original, para no perderme de los detalles y riqueza de su redacción.

—¿Tanto atractivo tiene Fitzwilliam Darcy, su protagonista? —preguntó él llevándose la cucharada de sopa a la boca.

—Hizo más por Elizabeth de lo que ella hubiese esperado. Eso fue tan sorprendente para ella cuando lo descubrió, que determinó definitivamente el rumbo de sus sentimientos por él. Ese es un atractivo muy grande para cualquier hombre: hacer grandes cosas por la mujer que ama, sin esperar nada a cambio.

De pronto Belle se interrumpió, había dicho más de lo prudente y en cierto punto de su discurso, le pareció que dejaba de hablar de Lizzie y de Darcy para referirse a ella y a Pierre. Él también había hecho por ella más de lo que hubiese esperado y continuaría haciéndolo, estaba segura. Él tenía esa clase de corazón que hace de cualquier ser una persona atractivísima.

Pierre continuaba en silencio, observando cada mirada, cada palabra. ¿Qué era lo que estaba sucediendo ante sus ojos?

—Toma la sopa. —Belle le instó a continuar—. No permitas que se enfríe…

Pierre la complació y tomó cuanto le fue posible. No tenía mucho apetito, pero se esforzó en alimentarse. Luego regresó a la cama y desde allí volvió a preguntarle por el libro. Belle estaba cerca de él, en la butaca de piel negra con Orgullo y Prejuicio en las manos, y respondió a sus inquietudes sobre la obra —aunque sabía que Pierre la había leído—, hasta que él se quedó profundamente dormido.

En la tarde, la fiebre de Pierre volvió a subir, Belle se percató porque estaba temblando de frío a pesar del edredón y de la chimenea encendida. Buscó jugo y le dio otra pastilla para bajarle la fiebre; le ofreció agua varias veces y cuando comenzó a sudar, le pidió que se cambiara de ropa, para que no se refriase más.

A las siete de la noche, llegó Marié con la sopa y un poco de gelatina. Pierre había vuelto a dormir y Belle leía con una tenue luz para no incomodarlo. Le despertó para que comiese, ya que no tenía la fiebre tan alta.

—Te has pasado el día a mi lado —le dijo Pierre mientras se sentaba—, gracias.

—No tienes por qué agradecerme, creo que en el orden de los agradecimientos yo no he terminado con los que te debo a ti…

Pierre la miró a los ojos.

—No quiero que me ayudes por gratitud.

—Ese es el problema —le contestó Belle mientras le tendía una servilleta—, que no lo hago por gratitud… Lo hago porque…

Pierre la observaba con interés, preguntándose qué iría a decirle Belle, pero ella se interrumpió. Valerie había llegado a ver al enfermo, pues no quería dejar de interesarse por él personalmente. Intercambiaron par de frases y luego se marchó, complacida de verlo tan bien atendido por Belle e incluso feliz, por tenerla a su lado.

Cuando Valerie se retiró, Pierre volvió a mirar a Belle a los ojos, pero no se atrevió a continuar con el tema de conversación, aunque los dos sabían a la perfección en qué punto habían dejado la charla.

—Belle, ya estoy bien —le aseguró Pierre cuando terminó de comer y volvió a la cama—. Ayer pasaste un día muy estresante y no dormiste bien, quiero que bajes, cenes y descanses como mereces.

—No me iré hasta comprobar que no tienes fiebre —contestó ella.

Isabelle fue en busca del termómetro, y se lo puso. El resultado fue alentador: tenía 37.5 grados C. Todavía no estaba bien, pero sin duda había mejorado.

—Bueno, ya puedes irte tranquila.

—No hasta que te duermas —insistió Isabelle—. Recuerda que aquí en la mesita tienes tu medicamento y agua. Cualquier cosa que necesites no dudes en llamarme.

—Eso haré, mamá —le contestó Pierre riendo.

Al cabo de media hora, Pierre reposaba tranquilo en su cama. Isabelle se acercó a él, le cubrió mejor con el edredón y luego se inclinó para darle un tierno beso en la mejilla. Ella creía que Pierre ya estaba dormido por sus ojos cerrados, pero no era así. Él sintió aquellos suaves labios sobre su mejilla e intentó fingir que dormía, lo mejor posible. No estaba seguro de poder permanecer tranquilo, pues tras ese beso, su corazón se disparó y su respiración no volvió a ser la misma.

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