Capítulo 16
Belle durmió mal a causa de aquel beso truncado. No sabía por qué lo había intentado y peor aún, por qué Pierre no lo había permitido. Después de lo que le dijo aquella noche: que deseaba que ella permaneciera a su lado de manera voluntaria, por elección y no por imposición del destino, no entendía la razón que le llevó a apartarse de ella justo cuando sus labios se unirían…
Tal vez Pierre no quería sufrir y tenía que reconocer que, a la larga, no haberse besado había sido lo mejor. Ella no tenía claros sus sentimientos por él, le tenía un cariño y un agradecimiento profundos, pero él se merecía más que eso y había sido más sensato que ella al alejarse.
A pesar de eso, no podía entender por qué sentía esa sensación de frustración…
En algún momento se quedó dormida y la despertaron las primeras luces del amanecer. Cuando abrió los ojos, ya Pierre estaba allí, vestido con su ropa, que se había secado ya.
—Buenos días —le saludó—, pienso que debemos salir temprano.
—Buenos días —contestó ella—. Espero no pasaras demasiado frío.
Belle se incorporó, guardó sus cosas en la mochila, se inyectó y salieron al exterior. Pierre se notaba cansado, tropezó par de veces y tenía los ojos enrojecidos. Belle se acercó a él, preocupada ante su estado y lo miró con detenimiento.
—¿Te sientes bien?
—Sí, no te preocupes, estoy bien —contestó—. Permíteme llevarte la mochila.
Cuando Belle fue a dársela tocó brevemente sus manos y se percató de que estaban más calientes de lo normal.
—Dame las manos, por favor —le pidió.
Pierre las extendió e Isabelle pudo comprobar que estaban hirviendo. Luego se colocó sobre las puntas de los pies y tocó su frente y mejillas que, a pesar del vello, se notaban calientes también.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¡Estás ardiendo en fiebre!
—Estaré bien, vamos —le pidió él.
Isabelle le quitó la mochila de la espalda.
—No estás en condiciones de cargar esto, yo puedo con ella.
Pierre se la devolvió a regañadientes, y aunque no lo dijese, se sentía bastante mal. Había pasado frío en la noche y la lluvia lo había hecho pescar un fuerte resfriado. Cuando tropezó por tercera vez a causa del agotamiento que le producía la gripe, Belle le dio la mano para evitar accidentes. Así, tomados de la mano como si fuesen una pareja, anduvieron en silencio por la ribera del Loira hasta que detrás de un recodo del camino apareció el Château de la Roche frente a ellos.
El recibimiento fue cordial, Belle sintió que nadie le miraba de manera extraña, aunque estaban más reservados que de costumbre, si era posible. Pierre se retiró y subió la escalera hasta su habitación y Belle se encaminó hacia la suya, preocupada por la salud de Pierre.
Valerie le interceptó en el corredor, y le pidió hablar con ella un momento.
—Isabelle, por favor, necesito hablarte...
Belle se detuvo, intrigada por lo que la mujer iría a decirle.
—Anoche el señor Pierre habló con nosotros y quería disculparme por lo que sucedió. Obramos mal al encerrarte en tu habitación sin antes haber conversado con Pierre, pero espero que entiendas que la situación nos alarmó a todos.
Belle suspiró.
—Lo entiendo perfectamente —le contestó sin resentimiento—, me pongo en el lugar de ustedes y sé que tuvieron miedo. Aun después de que el señor Pierre haya hablado con ustedes, sé que deben tener reservas respecto a mí, pero les aseguro que soy inocente.
—Por mi parte no hay reserva alguna y estoy segura de que por los otros tampoco. Blanche y Étienne eran amigos de tu abuela, y están felices de poder recibirte en casa, pues no supieron del parentesco tuyo con Aurore hasta que Pierre nos lo explicó a todos.
—Gracias, de cualquier manera, no pienso esconderme para siempre. Estaba reuniendo dinero para contratar un buen abogado, ya que me vi sola ante los cuantiosos honorarios del que tenía, sin posibilidad de pagarlos. Pierre me ofreció hablar con un excelente amigo suyo para que se ocupe de mi caso, y entonces, cuando todo esté listo, volveré a Marsella para enfrentarme a la justicia.
—Me parece muy bien y tienes todo nuestro apoyo.
—Gracias una vez más —respondió Belle.
La joven entró a su habitación, se dio un baño de agua caliente y se cambió de ropa. Estaba muerta de hambre, así que pasó a la cocina para comer algo.
Blanche le esperaba y le dio un abrazo.
—Aurore era una gran amiga para mí, empezamos juntas a trabajar en el Castillo.
Belle reciprocó el abrazo y sus ojos se le llenaron de lágrimas.
—Extraño mucho a mi abuela y he venido hasta aquí porque de todos los lugares a los que pude haber ido, este es el que más me la recuerda. Hablaba con tanto cariño del Castillo que estar aquí es una gran alegría para mí.
Belle desayunó y le pidió a Marié que le llevara algo de comer a Pierre, que no había probado bocado y con su gripe lo iba a necesitar. Cuando terminó, sintió que debía saber cómo se encontraba él, así que a riesgo de parecer imprudente una vez más, subió las escaleras hasta llegar el corredor izquierdo donde debía estar su habitación.
Seguía sin conocer cuál era exactamente la puerta de su recámara, pero se topó con Marié en el corredor, quien venía con la fuente de comida intacta.
—No ha querido comer nada —le contó—, parece que no se siente muy bien.
—No te preocupes, yo le insistiré —le respondió Belle tomando la bandeja—. Ha pescado un resfriado e iré a ver si necesita algo. ¿Puedes decirme cuál es su recámara?
Marié le indicó cuál puerta era y aunque estaba un poco sorprendida con las libertades que se estaba tomando Isabelle, no agregó nada más.
Ella se alegraba de que al fin el señor pudiese tener a alguien que lo quisiese y se preocupara por él.
Belle llegó a la consabida puerta y tocó como pudo.
—Adelante —escuchó su voz.
Entró con cierta dificultad a causa de la bandeja y lo encontró sentado frente a la puerta, en un butacón de piel negra. Pierre se sorprendió al verla, pero permaneció en silencio.
—Disculpa —volvió a decir Isabelle—, quería saber cómo estabas. ¿Puedo pasar?
Pierre asintió e intentó incorporarse para ayudarla, pero ya Belle había dejado al lado suyo la comida, encima de una mesa de madera.
La habitación era inmensa, la chimenea estaba encendida y una cama de grandes proporciones se encontraba en el centro. Belle echó una ojeada sin parecer indiscreta, la recámara le parecía preciosa: muy masculina, espartana, pero a la vez elegante y sobria.
—¿Cómo estás? —le preguntó.
Pierre la miraba a los ojos, pero no estaba molesto.
—Estoy bien, no tienes por qué preocuparte.
Isabelle, sin contemplaciones, colocó su mano encima de la frente él.
—Sigues muy caliente, Pierre.
El aludido sonrió.
—¿Acaso eres médico?
—No, pero iré a pedirle a Valerie que lo llame para que venga a verte.
Isabelle se estaba girando para ir a hablar con Valerie cuando Pierre se lo impidió con un rápido ademán, tomándola de una mano.
—No es necesario, me siento un poco mejor porque has venido a verme.
Belle le sonrió también. Le agradaron esas palabras, así que no tuvo vergüenza de proponerle lo siguiente:
—¿Me dejas cuidar de ti?
Pierre puso los ojos como platos, no se lo esperaba. Isabelle era tan dulce y tan hermosa que, incluso sintiéndose mal, no sabía cómo dominar las emociones que ella le inspiraba.
—¿Cuidar de mí? —repitió—. ¡No puedo permitir que hagas eso!
—Soy responsable de que te sientas mal, pero sobre todas las cosas, quiero hacerlo…
Pierre no tuvo corazón para decirle que no.
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