7: Mira detrás de tu sombra

Juguemos a que te crees
mis dudosas verdades

Aura dejó atrás su hogar, su cárcel de barrotes invisible. Una vez se dispuso a atravesarlos con fiera convicción, descubrió que solo habían existido para ella.

A lo lejos ya se podían vislumbrar las alas difusas de humo que manaban de Casa Uno. Aura huyó de aquel sitio sin molestarse en apagar el fuego que ahora lo habitaba. Es posible —o quizá solo sea mi percepción subjetiva—, que ella en su inconsciencia incluso estuviera deseosa de que las llamas crecieran como lo hacían su temor y el vacío de haber estado toda una vida acompañada, y de pronto verse expuesta al mundo en desnuda soledad para ser, no solo su propia salvadora, sino la del ser que ella misma había traído a transitar la vida.

Su marcha era apremiante, sus pies se hundían en los charcos hasta las pantorrillas sin ningún reparo. Buscaba un rostro que no le esquivara la mirada, uno con respuestas y soluciones; y no podía darse el lujo de buscar de uno en uno entre los habitantes de Larem.

Llegó a la entrada de la comisaría con una lluvia propia chorreando de los mechones de su cabello, la ropa pesada por toda el agua absorbida y las manos arrugadas como nunca las había tenido.

A veces dudo de que en los confines de mi territorio existiera lo aleatorio, si quisiera apostar jugaría mi voz a que todo a mi alrededor poseía su orden, su entorno, su esencia, por algún motivo profundo disfrazado de casualidad. Esa vez, fue una mujer con un bebé en brazos en las sillas de espera. Un disparador.

En un momento Aura estaba hablando con la recepcionista del recibidor, y al siguiente viajó sin mover ni un pie, 16 años en el pasado.

Maléfica acababa de marcharse del babyshower de su pequeña, las muñecas ensangrentadas alfombraban el piso allí donde la bruja las desperdigó con ademán teatral. Los presentes murmuraban entre aterrados y muertos de interés, nadie comprendía, pero todos querían hacerlo. Solo Esteban, que temblaba de ira, rojo hasta las orejas, tenía la respuesta a la escena que acababa de ocurrir.

Aura ni siquiera tenía un motivo claro para explicar sus lágrimas, solo estaba segura de que en cuanto la bruja que vivía en el bosque de Nunca Jamás apareció en medio de la celebración, sintió un impulso irrefrenable de cargar a su bebé, arrullarla contra su pecho y llorar mientras la mecía con el fin de infundirle tranquilidad aunque ella no compartiera ni el celaje de ese sentimiento.

Negó con la cabeza para sacudir todos esos recuerdos cuando la voz de la recepcionista al fin logró colar dentro de su cabeza.

—¡Señora!

—¡¿Qué?! ¿Ah? ¿Qué quiere?

—No hay ningún oficial disponible justo ahora para recibirla.

Nathalia golpeó la madera del escritorio tras el que se ocultaba la recepcionista.

—No me diga eso... ¡No me puede decir eso! No ahora, no, no...

—Señora, lo siento, pero los oficiales están...

—Es una emergencia, lo juro.

—Para todos su caso es una emergencia, ya siéntese junto a los demás.

Aura apretó los puños hasta que sus nudillos perdieron color. Pudo haberlo dejado así, sentarse y esperar una respuesta que tal vez llegaría, pero que de ser así seguro lo haría cuando ya no hubiese posibilidad de nada.

Así que se dio media vuelta y franqueó el pasillo hacia las oficinas sin mirar atrás. Mientras lo hacía vio de refilón de nuevo a la mujer con su bebé. El primer relámpago que recibió al hacerlo fue de envidia. Aura ya no tenía a su bebé, ni sabía si volvería a tenerla. El segundo destello la cegó, otro recuerdo del pasado.

Esteban los corrió a todos, estrelló sillas, mesas y todos los adornos que se le atravesaron contra las paredes y el techo. Cuando no quedó más que escombros de la más elaborada celebración que Larem había visto, el hombre se sentó junto a su nerviosa mujer y le besó las manos y la frente hasta que esta dejó de llorar.

—¿Qué fue eso, Esteban?

—No tienes nada de qué preocuparte, ni tú ni nuestra bebé. Te lo prometo, mi vida.

—No, no, no… —Aura comenzó a llorar de nuevo—. No quiero promesas, quiero la verdad. ¿Por qué te odia esa bruja, qué es capaz de hacer y por qué…? ¿Qué va a hacerle a nuestra hija?

—No lo sé, mi vida. No lo sé, te lo juro. Si supiera lo que va a hacer la detendría, es eso lo que ella quiere. Asustarme, que no pueda vivir sin miedo, sin mirar a los lados. Quiere quitarme el sueño, que la paranoia me consuma. De lo contrario, ¿por qué esa promesa tan lejana? ¿Dieciséis años? Eso tiene un solo nombre: tortura.

Larem volvió a arrastrarla a los brazos del presente, la reminiscencia de aquellos días la dejó ciega dando oportunidad a los hombres de seguridad para que la interceptaran antes de llegar al despacho de cualquier oficial.

Aura forcejeó, pataleó, pero ninguno la soltaba, entonces optó por gritar.

—¡Mi nombre es Aura, y mi hija Aurora fue amenazada! ¡Tengo dinero! —La sacaban a rastras de la comisaría, pero se aferró al marco de la puerta con todas sus fuerzas—. ¡Mucho dinero! El que me pueda ayudar será recompensando, necesito respuestas y protección para...

Sus uñas chirriaron y cedieron, varias se arrancaron de sus dedos desde la base, llevándose incluso trozos de carne y cayendo al suelo como las esperanzas de aquella madre a la que nadie quiso escuchar.

Nota:
Cada vez más cerca

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