Capítulo único.

—Gracias —me dice Carmín, pero yo sólo puedo enfocarme en sus labios—, por ofrecerte a ayudarme.

—No es nada —digo—. También necesitaba ayuda.

Ella sonríe y las arrugas que se le hacen alrededor de los ojos me llenan el corazón de emoción. No sé cómo puede haber tanta belleza y ternura en una sola persona. Recuerdo las palabras que me dijo mi mejor amigo, Christian cuando le conté que Carmín me había pedido ayuda para el proyecto de la universidad: «No te ilusiones —me dijo—, una chica como ella es inalcanzable para nerds como nosotros, sin embargo, cuando te gradúes y seas el mejor ingeniero eléctrico de toda la región, te habrás convertido en el jefe, estarás forrado en billete y las chicas harán fila por ti, hermano».

Sus palabras sólo pudieron provocarme risa en el momento que las escuché y sabiamente le respondí que, aunque las cosas tomen ese giro, debemos seguir siendo humildes y no perder la esencia de lo que somos.

Ahora aquí frente a ella, puedo ver que principalmente no es lo que me esperaba. ¡Quién diría que la chica más codiciada de la universidad sería tan amable, humilde e inteligente!

Vivimos en Cumanacoa, un pequeño pueblo al oriente de Venezuela. Estamos rodeados de cerros y montañas por doquier. Por lo que tuve la idea de crear una central de pararrayos en la cima de una montaña, para aprovechar la energía eléctrica de las tormentas. Llevo más de dos años en esto. La central comenzará dentro de unos días su fase de prueba y en caso de tener éxito, será usado como nuestra tesis para la universidad.

—Ya es hora de irnos, van a ser las nueve de la noche.

—Pues, vamos —dice—. Mañana en la mañana me toca la guardia, estaré aquí todo el día.

Subimos a mi auto y la llevo hasta su casa, luego llego a la mía y me siento en la cama a pensar. Quizás algún día seamos más que amigos. De igual forma si es para mí, será, pero sino sólo debo aceptarlo.

...

Estoy dormido cuando siento un estruendo sacudir mi cama, me despierto embobado y escucho una explosión que me hace saltar. Afuera hay un bullicio y todas las luces de mi casa parpadean sin descanso. Me asomo a la ventana y veo a cientos de personas correr despavoridos de un lado a otro. ¡Qué rayos está pasando!

Corro y salgo a la calle. La gente no puede controlarse, gritan, chillan y maldicen. Otra explosión resuena en el cielo y levanto mi vista. ¡No puedo creer lo que estoy viendo! Hay cuatro gigantes batallando en el cielo, pero ¿qué es esto?

Se me iluminan los ojos cuando uno de ellos lanza una centella que se dirige directo hacia mí. Reacciono de inmediato y me fusiono con el mar de gente. La centella cae en el lugar donde estaba y un árbol cercano se prende en fuego.

Fijo mi vista en el cielo y me quedo perplejo viendo a esos majestuosos gigantes moverse entre las nubes y lanzarse rayos unos a otros. Uno de esos monstruos lanza un rayo a su enemigo y este lo desvía a una montaña. La descarga choca contra la montaña y explota en miles de rocas, una parte se desmorona y la mitad de sus árboles se incendia.

El estruendo de la explosión me deja sin audición y me paralizo en medio de la multitud con los ojos exaltados. La gente no deja de correr, en su agonía, me empujan, golpean, arrastran, chocan y me llevan de un lado a otro. No sé si esto sea un mal sueño, lo que sé, es que quiero despertar.

Escucho una voz lejana que clama mi nombre al momento que siento una mano en mi hombro que tira de mí.

—¡Samuel! —me dice Christian.

—¡Christian! —Lo tomo por los hombros y lo agito con histeria—. ¿¡Es el apocalipsis!?

—¡Son los Dioses! Pelean por saber quién es el más fuerte.

—¿¡Dioses!? ¿Te volviste loco? —le grito.

—Hablo en serio. Mira a ese —Christian me señala a uno de los gigantes—. Ese es Raijin, el Dios japonés del rayo. Y el del martillo...

—...Es Thor —digo.

Ahora lo entiendo. Reconozco a uno como Zeus y el otro tiene que ser Júpiter. ¡Con que si existen! ¡El mito siempre fue real!

—¡Yo soy el más fuerte! —la voz de Júpiter resuena en el cielo como el estruendo de un volcán en erupción.

Zeus no se queda callado y le lanza múltiples disparos de rayos a Júpiter, en el mismo instante que Thor ataca a Raijin con su martillo.

Si cuatro seres sobrenaturales llenos poder, no tienen la sabiduría para discernir quién es el supremo, sino que se ciegan a la violencia buscando darle la razón a sus orgullos, causándole daño a su propia creación. Entonces ¿cuál puede ser el más poderoso?

—Carmín está en la central. —Recuerdo—. Ayer dijo que estaría todo el día ahí.

—Samuel, es muy peligroso.

—Está sola. No voy dejarla abandonada. Tú quédate y encuentra refugio. Yo volveré con ella. Lo prometo.

Christian me mira sin decir nada. No está dispuesto a dejarme. Inclino la cabeza pidiéndole clemencia. Él mira al suelo, eleva sus ojos y asiente. Le agradezco y me subo al auto.

Pongo el auto en la carretera y arranco hacia la central. Es hora de ser héroe y de salvar a los que quiero. En el camino me toca esquivar personas desesperadas, árboles carbonizados y uno que otro que rayo perdido por un Dios.

Llego a la cima de la montaña. A esta altura los gigantes se ven más cerca. Entro en la oficina y no veo a nadie, los escritorios están vacíos y los papeles regados por el suelo.

Empiezo a llamar a su nombre.

—¡Carmín, Carmín! —grito con mis manos alrededor de la boca.

—Samuel —escucho—, ¿eres tú?

—Carmín ¿dónde estás?

—Por aquí —me dice y sigo el sonido de su voz.

Hasta que la hallo escondida bajo un escritorio. Me lanzo al suelo y me meto con ella.

—¿Estás bien? —le pregunto.

—Sí, estaba sola cuando empezaron las detonaciones.

—Vine a rescatarte. Tenemos que ir a un lugar seguro.

Ayudo a Carmín a levantarse y corremos a la salida cuando una explosión resuena por el aire y la central se estremece como si hubiera un terremoto. Nos apoyamos de un escritorio mientras nos tambaleamos. Las luces no dejan de titilar y algunas lámparas se vienen abajo hasta estrellarse con el suelo. La tierra se calma y seguimos avanzando hasta que llegamos afuera.

Nos detenemos al pie del auto y miro hacia atrás. Desde aquí se ve todo el pueblo. Los Dioses siguen luchando sin piedad y destruyendo todo a su paso. Las montañas incendiadas. Las calles abarrotadas de personas que lloran por sus vidas. Escombros en cada esquina. Un pueblo que si se salva, jamás volverá a ser el mismo. Al ver esto, no puedo describir la tristeza que me invade. Le doy la espalda a la horrible escena y con lágrimas en las puertas de los ojos intento avanzar.

—Samuel —me dice Carmín—. No encontraremos refugio en ningún lado. Destruirán el pueblo.

—Entonces iremos a otra ciudad.

—No. Hay que detenerlos.

—¿Cómo vamos a hacer eso?

—La central. Si la encendemos, los pararrayos absorberán las centellas.

—Pero, Carmín. La central ni siquiera ha pasado su fase de prueba.

—Tenemos que intentarlo. —Me suplica con los ojos.

Pienso un minuto y entiendo que Cumanacoa es mi casa y aunque sea debo intentar algo para que no sea destruida.

—Bien, iré yo.

—Tienes que hacerlo rápido —me explica—. La energía de los Dioses es muy poderosa. Cuando enciendas los interruptores tienes que salir de ahí cuanto antes o te achicharrarás. Ok.

—Ok —digo.

Noto que Carmín no para de mirarme los labios y siento un magnetismo entre nosotros que no había sentido antes. Ella se acerca lentamente a mí y cierra sus ojos. Entiendo lo que está a punto de pasar. Cierro los ojos y me dejo llevar. Nuestros labios se conectan y siento que mis pelitos se erizan, pero no es por la estática de los rayos.

Ella me suelta y asiente indicándome que es el momento de hacerlo.

—Cuídate —me dice y salgo a la misión de salvar mi pueblo.

Entro en las oficinas y antes de encender el interruptor, preparo mis piernas para la carrera. Fijo mi vista en la salida, cierro los ojos, subo el interruptor y salgo a toda marcha. Me junto a tiempo con Carmín y cuando miro hacia atrás, veo a los cuatro Dioses subir sus brazos al cielo, al mismo tiempo, preparándose para descargar toda su furia los unos contra los otros.

Bajan sus brazos y lanzan todo su poder con innumerables rayos. Todos y cada uno son atraídos por los pararrayos y se desvían hacia nosotros. Cubro a Carmín con mi cuerpo para protegerla y una explosión lumínica se esparce por toda la faz de la tierra. La detonación ensordece mis oídos y cuando todo pasa levanto la vista. El pueblo ha quedado en silencio, las personas se calmaron y el cielo está azul y despejado. Sin Dioses. Sin gigantes. Sin destructores.

El fuego y los escombros han quedado, pero el pueblo ya está a salvo.

—Nos salvaste —me dice Carmín.

—¿Nos salvé?

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