Capítulo 5

Durante los siguientes días, mi hermana se despertó al alba para salir a buscar trabajo. Éramos conscientes de que solo habíamos pagado una semana de renta y el contrato estipulaba que ante el primer retraso en algún pago los dueños podrían tomar nuestras cosas y dejarnos en la calle. No era un lugar muy confortable, pero teníamos un techo bajo el que dormir y comida caliente en la mesa todos los días. Además, Taly vivía ahí y me gustaba pasar las tardes con ella en la plaza, en el patio o caminando por el barrio.

—Me parece que hoy sí que tu viejo nos saca a patadas de la habitación —le dije a Taly el domingo—. ¿Por qué no le preguntás a tu mamá si me deja ayudarla en la cocina a cambio de que nos quedemos uno o dos días más?

Se removió incómoda sobre la rama. Cortó una mora y se la arrojó a unas palomas que picoteaban migajas de pan en el suelo. Las aves revolotearon apenas y regresaron al mismo lugar.

—¿Vos sabés cocinar?

—No, pero puedo aprender. También podría lavar los platos, barrer el patio, lo que sea...

—Si querés le preguntó, pero estoy segura de que va a decir que no —dijo mirándome con ternura—. A mi viejo no le gustan para nada ese tipo de intercambios. ¿Por qué no venden algo? Así tienen unos días más hasta que tu hermana encuentre trabajo.

—Ya no nos queda nada. —Golpeé con el puño cerrado el tronco del árbol de moras.

—¿No tienen algún familiar o algún amigo que pueda darles una mano?

—No, ojalá. Todos los que pensamos que eran nuestros amigos se borraron apenas se enteraron de que teníamos problemas. Viste cómo es... Mi viejo está en cana, mi viejita se me fue al cielo y mi abuela vive en Salta, pero está más tirada que yo —confesé.

—Che, ¿y por qué tu papá está preso?

En ese momento estaba desesperado y Taly se había convertido en la única persona en la que confiaba después de mi hermana. No tenía sentido ocultarle la verdad, así que dije simplemente:

—Drogas.

—Ah. ¿Consumía?

—No, jamás. Dice que esas cosas te queman el cerebro.

—¿Vendía?

—No, tampoco. Al principio cocinaba y tenía gente que repartía. Después el negocio creció y solo se encargaba de administrar —expliqué algo avergonzado.

—¿Cómo lo atraparon?

—Cayó el socio y lo vendió. Seguro que a cambio de que le redujeran la pena. Los perejiles que quedaron afuera se llevaron casi todo lo que quedaba del negocio y la policía se habrá repartido el resto.

—¡Qué lástima, loco! ¡No se puede confiar en nadie! ¿Vos no sabés cocinar?

—No, pero si tu vieja me enseña puedo aprender.

Me golpeó con la mano abierta en el chichón que me había dejado el golpe de la hamaca.

—¿Y eso por qué fue?

—¡No seas nabo! Te preguntaba si sabés cocinar meta o lo que hiciera tu viejo.

—Ah, no. Nunca aprendí.

—¡Qué lástima! Podrías haber tenido un futuro brillante.

—Lo mismo me dijo la directora cuando me echó del colegio.

—Sí, pero lo mío iba en serio. ¡Vení, bajá! Yo te voy a ayudar a que puedas conseguir la plata y te puedas quedar.

—¿Vas a hablar con tu mamá? —pregunté mientras bajábamos del árbol.

—No.

—¿Entonces? —pregunté; había algo en su mirada que me ponía nervioso.

—Acá no, en la plaza nos ven seguido. Seguime.

La seguí por un laberinto de calles hasta llegar a un pasaje que estaba vacío.

—Tomá —dijo; comprobó que no hubiera nadie alrededor, sacó una navaja suiza rosa de su bolsillo y me la dio.

La miré extrañado y agregó:

—Está buena. Fijate.

Desplegué una lima que estaba gastada, pero también tenía un destornillador, un sacacorchos y una navaja afilada.

—Está un poco vieja, pero por ahí la podemos vender —comenté.

—¡Qué ni se te ocurra venderme la navaja! La tenés que usar para robarle al próximo que pase por acá.

Me reí, pensando que me estaba haciendo una broma, pero al ver que me miraba muy seria le dije:

—¡Estás loca!

—No, pensalo. Le sacás la billetera, salimos corriendo y ganás tiempo hasta que tu hermana consiga algún trabajo. ¿Preferís dormir en la plaza esta noche? —insistió.

—No. Mirá si voy preso o si me lastiman —dije e intenté devolverle la navaja, pero ella la rechazó con un gesto.

—Ahí viene alguien. Es tu oportunidad. Le robás la billetera o vos y tu hermana duermen en la plaza. ¿Vas a dejar que Sabrina pase frío y hambre? —dijo casi en un susurro, pero con más motivación que un director técnico de un equipo que se está por ir a la B.

Me dio una palmada en el hombro y se escondió en el umbral de una casa. Apreté con fuerza la navaja. Me sudaban las manos y sentía ganas de ponerme a llorar, pero aun así me acerqué al muchacho que caminaba distraído con la mirada perdida en su celular.

—¡Dame todo! —ordené y le acerqué el filo de la navaja a la panza.

—¡Tranquilo, pibe! ¡Tomá llevate mi teléfono!

—¡No! ¡Dame la billetera! —grité.

—Bueno, bueno, no te pongas nervioso.

—¡Dale, rápido la billetera!

El joven sacó la billetera del bolsillo de su pantalón, pero cuando estuve a punto de tomarla de su mano me empujó y salió corriendo. Maldije por lo bajo y me llevé las manos a la cabeza cuando Taly saltó sobre el muchacho, lo empujó e hizo que perdiera el equilibrio. Aprovechó la confusión para quitarle la billetera y fue a mi encuentro a toda velocidad.

—¡Corré! ¡Rápido! —gritó.

Me uní a su carrera. La adrenalina me recorría todo el cuerpo. Aunque la víctima del robo no nos perseguía, me sentía como si fuéramos Bonnie & Clyde. Supe en ese momento que si no moría pronto siguiendo a Taly en sus locuras, acabaría por enamorarme de ella.

Doblamos al llegar a la esquina y seguimos corriendo, volvimos a doblar y continuamos dos cuadras más. Cuando Taly se detuvo jadeando, la imité. Sentía que la garganta me ardía por haber estado corriendo con la boca abierta; mis pulmones clamaban por oxígeno.

—¡No estuviste nada mal! —exclamó.

La miré sin saber si me estaba cargando o si lo decía en serio.

—¿Qué decís? Si vos hiciste todo. A mí se me escapó... Además, estaba muerto de miedo.

—Vos lo habías asustado ya, por eso lo atrapé. No estuvo mal para ser tu primera vez. De verdad te digo —dijo y colocó su mano en mi brazo, aunque la retiró enseguida.

Me sonrojé y no supe qué decir.

—Mirá, tenía bastante plata y una foto de su perro. Está bonita, ¿me la puedo quedar? —preguntó mientras revisaba la billetera.

—Sí, no hay problema.

Comenzaba a sentir remordimiento por lo que acabábamos de hacer.

—Gracias. Sos un amor —agradeció con una sonrisa adorable en el rostro.

Parecía un ángel, pero empezaba a pensar que si fuéramos dibujos animados, sería como un diablillo rojo sentado sobre mi hombro.

—¿Alcanza para una noche más? —pregunté.

—Sí, para varias, y sobra un poco. ¿Puedo comprar algo de tomar?

Actuaba como si la billetera fuera mía, pero había sido ella quien la había robado y además la tenía en la mano.

—Sí, dale. Tengo sed —reconocí.

Toda la adrenalina que había experimentado hacía tan solo unos minutos había desaparecido para dejar lugar a un cansancio extremo.

—¡Vayamos al chino! —dijo con emoción.

A mí me preocupaba que el muchacho me reconociera o que de alguna forma mi hermana se enterase de lo que había hecho.

—A ver la foto del perro... —pedí.

Ella me la dio. Era un perro grande de esos que no tienen raza. Tenía cara de bueno, pero tal vez si estaba entrenado y me cruzaba con él, su dueño podría darle una orden para atacar.

—No te preocupes. Seguro que la plata que llevaba no era para comprarle la comida al perrito y, de última, tampoco importa mucho porque los perros comen cualquier cosa que encuentran en la basura.

—Bueno, me quedo más tranquilo —dije y le devolví la foto, aunque no era eso lo que me preocupaba en realidad.

La esperé durante algunos minutos sentado en el cordón de la vereda mientras ella entraba a comprar a un supermercado chino. Me sorprendió verla salir con una botella de cerveza en la mano.

—¡Mirá lo que compré! —exclamó.

—¿Cómo hiciste para que te vendieran alcohol?

—Le dije al cajero que tenía cuarenta años —explicó.

—¿De verdad?

—No, ¿cómo le voy a decir eso? Le di unos pesos de más —dijo poniendo los ojos en blanco.

Tomamos la cerveza sentados en el cordón de la vereda. No me gustó, era amarga y estaba caliente, pero tenía sed y, poco a poco, le fui agarrando el gusto.

—¿Qué le digo a mi hermana cuando quiera saber de dónde saqué la plata? —pregunté jugueteando con la botella que ya estaba casi vacía.

—Decile que ayudaste a mi mamá en la cocina —sugirió.

—No, mirá si le comenta algo y sale todo a la luz.

—Tranquilo. Tu problema es que pensás demasiado las cosas —dijo poniendo una mano en mi hombro.

Hasta ese momento no me había dado cuenta de que estaba moviendo la pierna con nerviosismo.

—¿Le puedo decir que limpié el jardín de alguna de tus compañeras del colegio y que me pagaron por eso?

—Sí, dale. Decile —aceptó, me quitó la botella de la mano y terminó de beber lo que quedaba.

—¿De qué amiga?

—De Florencia.

—¿Te parece que Florencia podría mentir por mí si alguien le pregunta?

—¡Nico! —me gritó.

—¿Qué?

—No existe ninguna Florencia.

—¿Y si mi hermana quiere agradecerle o algo?

—¡Basta, Nico! ¡Dejá de darle vueltas al asunto!

Me lanzó una mirada fría y supe que no debía seguir preguntando, pero aun así estaba muy nervioso.

Taly tenía razón y aunque había inventado varios detalles de la vida de Florencia, mi hermana creyó en la historia que le conté y no pidió más información. Se alegraba de no tener que dormir en la calle esa noche.

—Perdoname, Nico. Ya voy a encontrar algo —dijo Sabrina y me dio un beso en la frente.

—No te preocupes. Igual Florencia es una chica copada y dijo que si vuelve a necesitar ayuda con el jardín me va a llamar. Bueno, no lo dijo. Más bien se lo indicó por lengua de señas a Taly, porque es muda.

—¡Qué bueno, Nico! Es interesante lo de la lengua de señas. Podrías decirle a Taly que te enseñe. Puede que te sirva para algo en el futuro —sugirió Sabrina antes de apagar la luz para ir a dormir.

Al día siguiente, Taly y yo fuimos a la plaza. Trepamos a nuestro árbol que ya se estaba quedando sin moras y aproveché para decirle:

—Che, estaría bueno aprender lengua de señas, ¿no?

—¿Qué es eso?

—Eso que hacen los mudos con las manos para comunicarse —expliqué haciendo gestos en el aire.

—¿Para qué querés aprender eso?

—Nos podría ser útil. Imaginate si algún día tuviéramos que... robar un museo, por ejemplo. Entonces, no podríamos hablar en voz alta porque alguien nos podría escuchar, pero con la lengua de señas nos podríamos comunicar. ¿Qué decís?

Pasamos los siguientes días en la biblioteca pública estudiando un diccionario para sordos. Aprendimos el abecedario y unas cuantas palabras, la mayoría obscenas.

—¡Nico, conseguí trabajo! —exclamó mi hermana una noche abriendo de par en par la puerta de nuestra habitación.

Tenía una sonrisa enorme en el rostro. Fui a su encuentro, nos abrazamos y la hice girar en el aire.

—¡Buenísimo! ¿En dónde conseguiste? —pregunté feliz por no tener que seguir consiguiendo dinero de formas deshonestas.

—En una casa. Necesitan alguien que cuide a unos nenes y que limpie. No pagan mucho, pero vamos a tener para el alquiler y si vos podés hacer algún trabajo limpiando el jardín de Florencia o lo que surja, vamos a estar re bien. ¿Qué onda la chica? ¿No te volvió a llamar?

—Sí. Me dijo justo que fuera mañana a verla que necesitaba ayuda con unas ramas. Esta vez la entendí porque Taly me está enseñando lengua de señas —mentí.

—¡Buenísimo!

—¡Sí, buenísimo! —exclamé fingiendo felicidad.

Taly me ayudó, o más precisamente, ideó todos los delitos que cometí a continuación. No estaba orgulloso de lo que hacíamos, pero en parte me gustaba la adrenalina que me generaba romper la ley. Además, amaba pasar tiempo con Taly. Mejor dicho, amaba a Taly.

Una tarde me senté en un banco de la plaza y ella se recostó apoyando su cabeza en mi regazo. Como el sol le daba en los ojos, los tenía cerrados y aproveché para contemplarla sin que se diera cuenta. Era muy hermosa. Aparté con suavidad un mechón de su rostro y el roce de las yemas de mis dedos sobre su mejilla la hizo estremecer.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó abriendo los ojos.

—Nada —dije apartando mi mano.

—Estás colorado. ¿Qué pasa? ¿Te gusto? —preguntó en tono burlón.

—Sí —me limité a decir.

Ella se levantó, me miró muy seria y me advirtió:

—Si es una broma te voy a pegar, porque...

Si bien había robado unas cuantas cosas, robarle un beso a Taly fue de lo único que no me arrepiento. Ella fue mi primer amor y aunque a veces me tentaba a tomar malas decisiones, no cambiaría por nada del mundo aquellos meses que viví con ella antes de mudarme a Salta con mi abuela. Sin Taly a mi lado me mantuve alejado de los problemas y aunque conocí a otras chicas a lo largo de mi vida, no volví a sentir un amor tan intenso, peligroso y único como el que sentí por ella.

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