Capítulo 4

—¡Qué linda que estás, mamita! —le gritó un vecino que estaba sentado en la puerta de su casa.

Taly le mostró el dedo medio y me dijo en voz baja:

—Te dije que era un viejo verde. Te veo a la hora de cenar.

La vi entrar y me quedé en la vereda consciente de que el hombre tenía los ojos clavados en mi nuca.

—¡Qué lindo caramelito te estás comiendo! —exclamó.

Me di media vuelta y lo miré con el ceño fruncido. Calculé que debía tener unos cuarenta años. Llevaba la barba del día anterior y una botella de cerveza en la mano. La voz de mi hermana me hizo apartar la vista de aquel hombre tan desagradable.

—¡Nico! ¿Qué hacés acá afuera?

Se detuvo frente a mí y me miró de arriba a abajo. Mi ropa estaba cubierta de moras y el pantalón se me había rasgado en la caída dejando al descubierto mis rodillas raspadas.

—¿Estás bien? ¿Esto es sangre? ¿Te pegaron? —preguntó alarmada.

—No, tranquila. No pasa nada. No es sangre, son moras. Estuve jugando en la plaza —respondí con rapidez.

El vecino soltó una carcajada y empezó a aplaudir.

—¡Entrá ya mismo! ¡Vas a tener que lavar la ropa! ¡Pobre de vos si no sale, porque no estamos para comprar nueva! Parece que tuvieras diez años... —me gritó Sabrina y se adelantó para entrar a nuestro cuarto antes que yo.

—Perdón —articuló en voz baja Taly que estaba en el patio.

Entré a la habitación. Mi hermana se había puesto a desempacar la poca ropa que habíamos logrado sacar de nuestro antiguo hogar antes de que la policía nos echara de allí haciendo un innecesario uso de la fuerza.

—¿Dónde estabas? —pregunté con cautela, no quería que me volviera a gritar.

—Lo fui a ver al viejo.

—¿Cómo está?

—¿Cómo va a estar? Está preso —dijo conteniendo la rabia.

—¿Te dijo algo?

—Necesitamos plata para un abogado y mucha más para pagar la fianza.

—Podemos vender los libros —sugerí.

—No te van a dar nada. Necesito encontrar laburo —dijo y llevó una pila de remeras dobladas hasta el armario desvencijado que ocupaba la mitad de la habitación.

—¿Y la facultad?

—Ya fue la facu.

—Pero te estaba yendo re bien...

—Sí, pero estoy en primer año. Me falta un montón para recibirme y la plata la necesitamos ahora.

—Capaz que yo también puedo tratar de encontrar algún trabajo. Total, la escuela no la voy a poder retomar hasta el año que viene.

—Nadie va a contratar a un pendejo de catorce años. Es re ilegal eso.

—No sé, por ahí puedo encontrar alguna changa o algo.

—¿Qué decís? Si no sabés arreglar nada. Mejor andá a lavar esa ropa.

Sabrina tenía razón, no sabía hacer nada.

—¿Dónde la lavo?

Mi hermana se encogió de hombros. Busqué una muda de ropa limpia y Sabrina me prestó un toallón. El aroma a suavizante me recordó a mi hogar y la vida que había dejado atrás.

Crucé el patio, estaba oscureciendo y supuse que Taly se había ido a su habitación. Entré al baño y cerré la puerta detrás de mí. Dejé las zapatillas en la puerta y apoyé la ropa limpia sobre la tapa del inodoro. Abrí la ducha y me metí debajo de ella con la ropa puesta. Nunca había lavado la ropa a mano, pero me pareció una buena idea hacerlo de ese modo. Dejé que el agua caliente se llevara los restos de moras y la arena. Cuando consideré que las manchas que quedaban ya no saldrían, me desvestí, arrojé la ropa mojada al piso y terminé de bañarme.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top