RINA (IV)

—¡¿Qué quieres decir con que mi hermano ha ayudado a la Princesita a escaparse?! —vociferó Rina contra uno de los mensajeros de su padre.

Estaba fuera de sí. No podía creer que Kerr hubiese sido tan estúpido de haber hecho algo semejante, no cuando había quedado más que claro que las Meraki no eran de fiar. ¿Es que no había aprendido nada tras ver el fiasco de la boda? Parecía que, después de todo, su mellizo únicamente pensaba con una parte de su anatomía y no se encontraba precisamente en su cráneo.

El chico no debía de tener más de trece años y por cómo retorcía las manos, Rina se dio cuenta de que le tenía miedo. «Mejor», pensó para sí misma: «Así me tendrán respeto cuando me tenga que hacer cargo del clan».

Su padre no se había manifestado al respecto, pero sería un necio si aún confiara en cualquiera de sus dos hijos: ni en Holden ni en Kerr. Así que la única opción que le quedaba a Wallace era poner toda su fe en Rina, creer en que la muchacha pudiera seguir sus pasos y continuar con la labor del Clan tal y como se espera.

—E-es-eso dicen en el Vertedero —titubeó el muchacho encogiéndose sobre sí mismo.

—Espero por tu bien que sea una broma de algún Taarof demasiado drogado como para distinguir a Kerr de cualquier idiota o te patearé el culo personalmente —bufó Rina y sacudió la mano hacia él para que se largara de su vista.

Como si no tuviera suficientes problemas intentando mantener la calma en la Bahía después del intento de ahorcamiento de Tasia, ahora tendría que encontrar a Kerr para que no le acusasen de traidor y le colgaran como a Naz.

—¿Es que no podría haber tenido hermanos gays? —gruñó al viento exasperada.

Al menos no se habrían ido a fijar en las hijas del Gobernador. Aunque, dada la mala suerte que parecía perseguir a su familia, seguro que Athos Meraki hubiese tenido tres chicos sólo por fastidiarle más la vida a los Skjegge.

Las calles del puerto se habían ido vaciando a medida que el aguacero había ido incrementando. Rina miró al cielo con odio y gruñó bajo su gabardina, intentando resguardarse todo lo que podía de la inclemencia del tiempo. Entre el agua y la falta de luz, caminar por las callejuelas de Anthrax se le antojaba más peligroso que de costumbre, pero Rina Skjegge hacía mucho tiempo que había aprendido a no ir indefensa por ninguna parte.

Siguió la línea del mar en dirección al Hangar, con las olas chocando con furia contra las rocas que bordeaban el paseo. Tuvo que apartarse un par de veces para no ser arrollada por el mar embravecido, pero si hubiese cruzado todo Anthrax habría perdido el tiempo.

Divisó el barco de los Ramé oscilando en el muelle. La vieja chatarra crujía con cada vaivén, igual que si fuera a partirse en dos. No entendía como Zaide podía seguir subiéndose en aquel montón de óxido y volver con vida de sus tardes de pesca, pero quedaba claro que el viejo tenía más vidas que un gato.

Vio el tintineo de la luz filtrándose a través de las ventanas de la taberna y le picó la curiosidad. Dudaba bastante de que Cora hubiese abierto la tasca después de lo que había pasado aquella misma tarde. El clan Ramé había dejado bien claro en el juicio de parte de quién estaban, así que a Rina no le extrañaba que hubiesen decidido estar de luto hasta que se hiciese justicia por la muerte de Tasia Naz.

Rina se aseguró de que no hubiese nadie por los alrededores y se acercó hasta el edificio de dos plantas, intentando hacer el menor ruido posible a medida que chapoteaba con sus botas sobre los charcos. Se asomó por uno de los ventanucos más limpios —y eso era difícil, porque la roña se había convertido en parte del cristal— e inspeccionó el interior. Reconoció a un par de sobrinos o hijos —nunca se podía saber con el viejo— de Zaide parados a unos metros de la ventana, a Cora que estaba sentada sobre la barra y a dos de las tres personas que estaban acomodadas alrededor de la única mesa dispuesta: el vejestorio Ramé y Holden.

«¿Qué demonios estás haciendo ahí?», se cuestionó, frunciendo el ceño mientras ponía toda su atención para intentar oír de qué hablaban.

Dada la situación de la Bahía y cómo su hermano había decidido actuar como juez cuando no le correspondía, lo único que Rina pudo pensar es que Holden les estaba traicionando. Otra vez. Rechinó los dientes y le dieron ganas de irrumpir en la taberna, pero se aguantó las ganas al ver que todos se levantaban de sus asientos menos Zaide.

Se intentó esconder un poco más, pero nadie podía verla en la oscuridad y bajo el incesante aguacero. Por eso se asomó un poco más, para alcanzar a distinguir el rostro de la mujer que había estado sentada en la mesa con Holden y Zaide. No le era familiar, pero sí que le sonaba el hombre que la custodiaba como un perro guardián. Sin embargo, no era capaz de averiguar dónde lo había visto antes.

Puede que la presencia de una forastera —o peor una isleña— le pusiera de mal humor, pero la presencia de su hermano acrecentaba su desconfianza. Por eso se movió al ver que se dirigían hacia la salida trasera.

Escondida tras unas cuantas cajas y bolsas de basura, Rina observaba a su hermano despedirse de los Ramé con un apretón de manos.

—Puedes estar tranquila —habló el mayor de ellos, de cual Rina ni recordaba el nombre—. Nosotros nos encargaremos de todo.

«¿Encargarse de qué?», pensó Rina con fastidio. Si había algo que le irritara más que nada, era sentirse ignorante.

La mujer desconocida también estrechó la mano de los hombres de Zaide y después todos se despidieron sin más.

Holden dirigía la marcha en compañía de Cora, mientras los otros dos los seguían de cerca. Rina sabía que debía ir al Hangar y hablar con su padre y Sloan, contarles los rumores que le habían llegado sobre su mellizo; pero sentía que aquello era mucho más importante y por eso los siguió.

Tuvo que dejar una distancia mucho más prudente de lo que le hubiese gustado, pero en las calles de Anthrax no había muchos recovecos por los que resguardarse sin ser visto, así que tomo más precauciones. No quería que Holden se diera cuenta de su presencia.

Atravesaron el muelle y llegaron hasta el acantilado, allá donde terminaba la Bahía. Junto a las rocas, les esperaban dos hombres que Rina no fue capaz de distinguir entre la lluvia. Se acercó por el desfiladero de rocas, teniendo mucho cuidado de no resbalar y caer al agua, pues estaba segura de que si lo hacía no lo contaría, y se escondió agazapada contra la pared del acantilado, justo debajo de ellos.

—Ha habido complicaciones —habló alguien, que Rina no identificó como su hermano—. El Krav se está movilizando. Algunos Taarof atraparon a un par de soldados que merodeaban por el bosque del Anuket.

—Sí —confirmó otro, que supuso era la otra figura desconocida—. Y han visto vehículos de la Academia dirigiéndose hacia el Vertedero.

«Mierda», gruñó Rina para sus adentros.

—Hicimos un trato —dijo la mujer que Rina no conocía—. Drea Naz por Eireann Meraki.

—Sí, y tú prometiste que no habría más soldados —replicó Holden.

—Y yo no los he llamado.

Rina sintió la tensión pese a que no los tenía delante y solía podía oír sus palabras, pero esperaba que su hermano matara a esa asquerosa soldado. No podían fiarse de nadie y no entendía cómo a Holden aún le quedaban ganas de hacer tratos para encontrar a la embustera de Andreja Meraki.

Cada vez que Rina lo pensaba, le hervía la sangre. Si la tuviera delante no dudaría ni un segundo en deshacerse de ella.

—Dicen que atraparon a la otra hija del Gobernador —prosiguió informando el primero de los muchachos.

—¿Qué hija? —gruñó una cuarta voz de hombre.

Ese debía ser la sombra de la del Krav. Rina debió de haberse dado cuenta antes por la pose regia y cuadriculada que tenía, pero en la Bahía había muchos así. Renegados de la Academia, que acababan en Anthrax en busca de libertad.

—Se murmura que tienen a la soldado. ¿Pero quién sabe? A Sloan le gusta jugar a ser titiritera.

El comentario sobre Aster ofendió a Rina, sobre todo porque ella sabía que era cierto: la hija de Sloan había capturado hacía unos días a Galia Meraki y la habían encerrado completamente inconsciente en el peor agujero que habían encontrado en el psiquiátrico.

Rina la había visto con sus propios ojos y, quizás fuera por la falta de consciencia, pero no le había parecido tan temible como muchos habían exagerado. Era una mujer, un ser humano corriente y moliente.

Le pareció oír una maldición, pero no fue lo suficientemente nítida como para alcanzar a distinguirla bien. Sin embargo, parecía que los forasteros conocían a Galia Meraki. Holden seguía cometiendo un error tras de otro, y por mucho que Rina lo quisiera, no podía permitirle seguir haciendo daño a la familia o al clan.

Cuando las voces se alejaron hacia el desfiladero, Rina aprovechó para escabullirse de nuevo al puerto e informar a su padre y a Sloan. Debían prepararse si una horda de soldados se acercaba hacia el Vertedero y cuanto antes lo supieran mejor.

Aporreó la puerta roja del Hangar hasta que el inútil de turno le abriese y corrió entre los pasillos de la nave hasta llegar al Arcadian. En una de las salas, se encontraba su padre acompañado de un par de sus hombres y Sloan custodiada por sus Gemini.

—Tengo que hablar que con vosotros —irrumpió sin llamar, ni dejar que nadie la detuviera. Vio la mueca de desagrado de su padre, pero la ignoró—. Es urgente.

—Rina, espero por tu bien que así sea —replicó Wallace tamborileando con sus largos dedos sobre la mesa.

—Por favor, Rina, toma asiento —Sloan fue mucho más agradable con ella y así lo demostró el gesto invitador de su mano—. Estás empapada. Que alguien le traiga una toalla.

—No es necesario —contestó Rina soltándose el abrigo.

—Insisto —repuso la mujer rubia y clavó su mirada en los hombres de clan Skjegge—. Wallace, tus muchachos deberían ser más considerados con tu hija, ¿no crees?

—Traedle algo a Rina —Wallace cedió, pese a que su tono fue pasivo y monocorde.

Era consciente de que su padre no le tenía gran simpatía a Sloan, pero la líder del Clan Aster había tomado a Rina por mucho más que una simple ladronzuela de tres al cuarto.

—Bien, querida, ¿qué era eso tan importante? —dijo Sloan.

Rina observó a su padre primero y luego volvió sus ojos miel hacia Sloan.

—Los Ramé nos han traicionado y Holden también —comenzó su discurso. Les contó cada detalle de lo que había visto y oído, incluso por donde se habían marchado los soldados y Holden.

Su padre guardó un extraño mutismo y respiró hondo, como si necesitara tiempo para cavilar cuál era el siguiente paso a tomar. Sin embargo, Sloan se giró hacia los Gemini.

—Ya sabéis qué tenéis que hacer —murmuró la mujer y los dos hombres salieron de la sala—. Es el momento Wallace, ya te avisé de que no podíamos confiar en Zaide Ramé y sus vástagos. Quién sabe si no tiene contactos en la isla también.

—Si vas en contra de Zaide, vas en contra de Anthrax —replicó Wallace tenso—. Ya hay bastante revuelo gracias a la muerte de Tasia y su clan. Primero ocupémonos de la situación en el Vertedero y, después, veremos qué hacer con los Ramé.

—Espero que llegado el momento, seas capaz de hacer lo que es debido. —A Rina le pareció que Sloan amenazaba a Wallace, pero guardó silencio.

Una chiquilla pizpireta entró en la sala con gesto tímido. Entre sus manos llevaba una toalla y ropa seca para Rina. Se la dio y luego salió corriendo de allí, como si acabara de ver un fantasma.

—Llevaos a todos los que podáis al Vertedero y avisad al Taarof, que molesten en la entrada. —Su padre daba órdenes con una calma que a Rina le sorprendió—. Si encontráis a mi hijo, traedmelo vivo. Rina —la llamó—, ¿dónde demonios está Kerr?

—Ni idea —mintió—. Pero tranquilo, padre, le encontraré. Seguramente le está calentando la cama a alguna.

—Encuéntrale e id al Vertedero, sacad a Eireann Meraki de allí y traedla aquí. No quiero que Athos recupere a su hija, ¿me has entendido?

—Sí, padre.

—Sloan —se despidió Wallace y con un gesto de advertencia hacia su hija, salió de la sala junto a sus hombres.

—Rina —la llamó Sloan cuando Wallace hubo desaparecido de la vista de ambas—. ¿Dónde está, en realidad, tu hermano?

Rina la miró intentando mostrarse confundida con la pregunta, pero así como le había sido tan fácil mentir a su padre parecía que la mujer era capaz de escanearla.

—Es difícil de saber —respondió—. Me ha llegado un rumor de uno de los mensajeros de mi padre, pero no puedo asegurar que sea cierto.

—¿Y cuál es ese rumor? —insistió Sloan.

—Al parecer, Kerr ha ayudado a escapar a Eireann Meraki. Pero él no haría algo así —le defendió, pese a que no estaba segura de ello.

—Tu hermano parecía muy preocupado por la joven Meraki. ¿Estás segura de que no sería capaz de traicionarnos como Holden?

Rina fijó su mirada en Sloan Aster y encogió los hombros. La verdad era que no lo sabía, pero por muy necio que fuera Kerr, era su otra mitad y no le iba a abandonar. Resolvería el problema como fuera.

—Espero que tú sepas dónde reside tu lealtad, querida. —Notó la mano de Sloan sobre su hombro—. O empezaré a creer que no puedo confiar en ti.

—Encontraré a Kerr y traeré a la princesita de vuelta —replicó con seguridad.

Sloan sonrió y se movió hacia la puerta para marcharse, pero antes de salir se giró de nuevo a Rina.

—Otra cosa más. —Sloan sacó una pistola de la cinturilla de su espalda y la deslizó por encima de la mesa hasta la muchacha—. Si en el camino te encuentras con Drea Naz —sus labios se torcieron en una sonrisa maliciosa—, dale recuerdos de mi parte.

Mientras Sloan Aster abandonaba la sala, Rina observó la pistola con ojos entrecerrados. Nunca se había considerado una asesina a sueldo, pero aquella mujer le había hecho tanto daño a su familia que cuando el arma tocó sus dedos, no pudo pensar en otra cosa que no fuera acabar con la vida de Drea.

***nota de la autora***
¡Hemos llegado a las 10.000 lecturas!
Y casi no me lo creo. Hace un año y algo que empecé escribiendo La Bahía de los Condenados y en ese tiempo he tenido el privilegio de ser una de las ganadoras de los Wattys (2017) y de llegar a 10k lecturas, que sinceramente nunca creí posible. Gracias a todxs lxs condenadxs que seguís aquí, aunque sea una escritora lenta y muchas veces me odiéis. ¡Hasta el último aliento!

—A.

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