KNOX (VI)

Rescatar a Tasia había sido misión imposible. No sólo porque entrar en el hangar había sido tan infructuoso como intentar remar contra una tempestad, sino porque la vigilancia que los miembros del Arcadian habían puesto era infranqueable. Demasiados ojos puestos sobre ellos.

Pero aquello no había sido lo peor. Ethan aún retenía en su mente el grito de horror que soltó Lethe cuando una bala atravesó a su madre en mitad de la lluvia. Sin pensar, la mujer se introdujo entre la muchedumbre que vitoreaba y huía a partes iguales y Knox la siguió junto con Octavia. A diferencia de la Teniente, la Condenada se había quedado en shock ante el asesinato. Las posibilidades de que Tasia siguiera viva tras que aquel proyectil le atravesara el pecho eran de una entre un millón.

Pese a los esfuerzos por llegar hasta la torre de contenedores, donde se estaba llevando a cabo el juicio, no hubo manera humana de alcanzar la plataforma. Lethe fue la primera en ser detenida por los hombres de la Bahía, después él que intentó liberarla y, finalmente, Octavia que no tuvo opción a escapar.

La Taberna olía a humedad y madera podrida. Hacía frió y cuando por fin pudieron ver algo, la luz era tenue pero igual de cegadora que si le hubiesen enfocado con una linterna a los ojos. Tardó medio segundo en fijarse en cuántas personas estaban allí con ellos, y una fracción en divisar el rostro de Cora. 

Por eso intentó no ser reconocido, ocultándose a medias con las sombras. Mas cuando Lethe abandonó la sala y fue el único a quien interrogar —además de Octavia— supo que estaba perdido.

Si tenía alguna esperanza porque Cora no le recordara, se esfumó en cuanto la mujer se movió con ardiente furia hacia él y le estampó uno de sus puños en la cara. 

«Siempre tuviste un buen gancho de derecha», pensó  mientras se frotaba allá donde le había atizado. Y pese a que el golpe no le había molestado ni un ápice, sí que lo hicieron sus palabras.

Knox apartó su brazo de la visión del resto de los presentes. Había muchos detalles sobre su partida del Taarof y su ingreso en la Academia, pero no tenía ganas de contarlo por muy enfadada que Cora estuviera con él. Habían pasado muchos años de aquello y no se arrepentía de haber tomado aquella decisión, no cuando había podido proveer a su familia y mantenerla a salvo de la precariedad de las calles de Jevrá.

Su madre ya no tenía que preocuparse de cómo sobrevivir cada mes y sus hermanos pequeños tampoco. Lo único que le carcomía la conciencia era no haber visto a su padre antes de fallecer. Sin embargo, así eran las cosas en el Krav: se dejaba la vida pasada para enfocarse en la labor como soldado y, aunque podían comunicarse con la familia, Ethan prefirió no hacerlo.

Mas Cora no iba a entenderlo nunca y Knox no la culpaba. Podía pasarse el resto de la vida enfadada con él y no intentaría enmendarlo, pues no había sido su intención encontrarse de nuevo con ella. Hacerla creer que estaba muerto era mucho más fácil de sobrellevar que oír como le llamaba traidor.

—Eras un Taarof —dijo el hombre moreno que sostenía a Cora para que no le golpeara más.

—De eso ha pasado mucho tiempo —murmuró Knox entre dientes.

—¿Qué hacías para ellos? —inquirió el hombre viejo, el que había ordenado soltarles.

Knox miró al anciano y frunció los labios. Imaginaba que era el líder de alguno de los clanes, sobre todo por la familiaridad con la que había tratado a Lethe, pero él no le debía nada. Encogió los hombros como respuesta, sin querer decir nada al respecto. Como había dicho antes, de aquello hacía mucho tiempo y no merecía la pena sacarlo a relucir.

—Fue uno de los primeros contrabandistas —soltó Cora y Knox gruñó—. Gracias a él comenzamos a usar el Vertedero y las instalaciones del psiquiátrico para acoger a niños y jóvenes sin familia. Personas como Kerr, Rina o yo misma —su mirada pasó del viejo al moreno que tenía a su lado.

Sintió la rabia correr por su sistema y se mordió la lengua para no espetarle a Cora que cerrara el pico. Nunca había presumido de lo que había hecho y no iba a empezar ahora. Había creído necesario que hubiese un lugar seguro para aquellos más desfavorecidos y mucho esfuerzo le había llevado conseguirlo, así que se alegraba de haber sido capaz de darles una oportunidad.

—¿Y cómo un muchacho como tú acabó en la Academia? —cuestionó el anciano.

—Mala suerte —replicó sin más.

—Deja de ser un embustero por una vez en tu vida, Ethan —resopló Cora—, y di la maldita verdad.

Knox se vio acorralado entre la espada y la pared. No quería hablar de algo que había prometido no decirle a nadie y, sin embargo, años más tarde ahí estaba revolviendo el pasado como si aquello tuviera algo que ver con el propósito que lo llevó hasta la Bahía.

—Atraparon a uno de mis hermanos en las calles robando —farfulló con desgana—. Se lo iban a llevar a la Academia como castigo y yo sabía que no conseguirían moldearle. Más temprano que tarde iba a acabar muerto y no podía permitirlo, así que hice un trato con el Teniente del escuadrón que lo detuvo y fui a la Academia en su lugar. Fin de la historia.

Todos guardaron silencio como si estuvieran meditando qué decir o qué creer. Pero a él no le podía dar más igual. Lo que pensaran o dejaran de pensar aquellas personas le era indiferente. Knox había hecho lo que le había parecido correcto para mantener a su familia segura y así seguiría haciéndolo, aunque tuviera que estar muerto para ellos.

Cruzó su mirada con Cora y, por alguna razón que desconocía, ella apartó la suya como si, ahora, le costase mirarlo. Knox frunció el ceño ante el cambio de parecer, pero guardó silencio. Ya había hablado demasiado y no quería que aquello girara entorno a él. Por eso agradeció que Lethe volviera a aparecer.

Tenía el rostro ligeramente hinchado y los ojos rojos de haber estado llorando. A Ethan le sorprendió bastante ver a la Teniente de esa manera, pues desde que la conocía siempre le había parecido una mujer de hierro. Pero suponía que en esos pequeños detalles residía su fortaleza, en saber llorar la pérdida y seguir adelante con su vida.

El viejo se levantó, tomó la mano de Lethe y la acompañó hasta la mesa para que tomara asiento en una de las sillas vacías. Por su parte, Knox se movió y se puso tras ella como si fuera un escudo protector. Mas no necesitó decirle nada a Octavia porque le siguió como si con él fuera a estar más segura. Pasó por al lado de Cora, pero no se dijeron nada, simplemente se ignoraron.

—Holden, toma asiento —pidió el hombre mayor y señaló la otra silla a su lado. Una vez el moreno tomó posición, el viejo se dirigió a Lethe, tocando suavemente una de sus manos—. Bien, querida, ¿qué te ha traído a la Bahía?

—Eireann Meraki —respondió Lethe con la coz ligeramente ronca, pero sin un atisbo de duda o temor—. Esperaba que mi madre me ayudara con su búsqueda.

Knox se dio cuenta de como todos los presentes se tensaban y Holden suspiraba con cansancio. Él parecía saber más que el resto de los hombres y mujeres que estaban allí.

—¿Por qué crees que tu madre te iba a ayudar a encontrar a la pequeña Meraki? —inquirió el viejo con temple, como quien intenta conseguir la confianza de un delincuente para después echarlo a los leones.

—Ya sabes esa respuesta —replicó Lethe y volvió su mirada hacia Holden, que estaba justo frente a ella— o mi madre no estaría muerta.

—Nadie en esta sala quería que Tasia muriera —habló Holden.

Lethe le había presionado un poco y Knox se dio cuenta de que el moreno no disponía de ningún entereza en aquellos momentos. Octavia había tenido tiempo suficiente de contarles todo lo que sabía: la boda, el plan para que la sobrina de Lethe escapara y lo que planeaban hacer con los traidores. Así que era de suponer que Holden aún siguiera dolido y, quizás, se sintiera un poco culpable por lo que le había pasado a Tasia. ¿Por qué iba a estar allí si no?

—Pero está muerta —gruñó Lethe con fiereza— y aquellos que le siguen siendo fiel están siendo perseguidos y asesinados, ¿no es cierto?

—Así funciona la Bahía —replicó él moreno mordaz—. Y así hemos sobrevivido durante años.

—No te engañes, habéis sobrevivido por personas como mi madre, mi tía o mi hermana —escupió la Teniente y Knox se vio tan confundido como lo estaba el resto, salvo el viejo. Él parecía disfrutar de la disputa—. Y, para desgracia vuestra, solo una de ellas sigue viva.

—Kala Meyer —murmuró el anciano, pasándose una mano por la barba gris y áspera de días—. La que nos dio la luz, pero ahora nos la ha quitado.

—Ese ha sido Athos —interrumpió Knox—. Quiere a su hija de vuelta. Y no es que no esté disfrutando de la charla, pero si nos decís dónde está Eireann podríamos terminar cuanto antes esta interesantísima "reunión".

—¿Por qué íbamos a deciros dónde está? —replicó un hombre ancho de barba frondosa tras el anciano.

—Porque Athos Meraki tiene tres hijas vivas y sólo necesita una para seguir con su legado. —Knox torció la boca en un gesto desafiante—. Y por lo que me ha dicho un pajarito, acabáis de perder a la heredera principal.

El amigo de Cora se levantó con furia y la silla salió despedida hacia atrás, golpeando el suelo al caer. Definitivamente, Holden, parecía perder los estribos con una facilidad pasmosa y, aunque sabía que sólo conseguiría picarle más, Knox se rió.

—Tenía que haber dejado que Cora siguiera golpeándote —gruñó Holden de mala gana, pero Knox no perdió la sonrisa en los labios.

—Probablemente sí —respondió y miró a la rubia, que tenía los brazos cruzados y le observaba con desdén.

—Esto es muy sencillo, Holden —habló Lethe relajada—. Nosotros te llevaremos hasta Drea y tú nos llevas hasta Eireann. Pero más te vale no tocarle ni un pelo de la cabeza a mi sobrina o esto acabará siendo una carnicería.

Knox vio como Holden bajaba la mirada hacia Lethe y se relajaba un poco. La Teniente se levantó y alargó un brazo hacia el condenado para sellar las condiciones del trato.

—Os llevaré hasta Eireann, con la condición de que no aparezcan más soldados. —Él también alargó su brazo hacia Lethe.

—¿Tenemos pinta de poder pedir refuerzos? —bufó Knox entornando la mirada.

—Trato hecho —se apresuró a decir Lethe y apretó la mano de Holden.

Pero Knox no estaba tan seguro de la fiabilidad de hacer un trato con los de la Bahía. Los conocía mejor que nadie y eran tan embusteros como lo había sido él mismo. Pero aquel había sido el movimiento más inteligente si querían salir de Anthrax de una pieza. Sólo esperaba que el tal Holden fuera fiel a su palabra o tendrían un grandísimo problema.

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