KNOX (IV)
La verdad era que Ethan no se fiaba del isleño. Probablemente sus motivos eran más personales de lo que estaba dispuesto a admitir, pero seguía sin gustarle. Incluso ahora que sabía que Asher y Lethe eran primos.
Aunque, para ser honesto, no sabía qué le había tomado más de sorpresa si su relación con la familia Meyer o que fuera la hija de Tasia Naz, una de las líderes de Anthrax. Pero, después de todo, nadie en el Krav se libraba de tener un pasado, ni siquiera él.
Knox apenas había podido conciliar el sueño esa noche. Se había sentido agitado, demasiado preocupado por la situación de Gal y de Vera —si es que seguía viva— y todo lo que veía al cerrar los ojos eran los rostros de sus dos amigos muertos.
—¿Ese es tu plan? —le preguntó a Asher—. ¿Que Lethe vaya sola, sin refuerzos, hasta las entrañas de Anthrax y se exponga a una más que posible muerte?
—No he dicho que vaya sola —respondió el isleño ceñudo—, sino que debería encontrarse a solas con su madre.
Knox resopló. No le parecía lógico dejar que la Teniente del escuadrón Omega se marchara por su cuenta cuando habían sufrido tantas bajas.
—Estaré bien —Lethe le miró con una media sonrisa conciliadora—. Tasia no me va a hacer nada.
—No me preocupa ella, si no los que están a su alrededor. Lleva viviendo casi treinta años en la Bahía, no podemos fiarnos de nadie —bufó Knox hastiado—. Así que no voy a permitir que vayas por tu cuenta.
—Si vienes conmigo será sospechoso —razonó la mujer—. Lo mejor es que lideres la búsqueda de Gal y Vera en el bosque del Nubia.
Ethan sintió una punzada en el pecho al oír el nombre de su Capitana. Si iba con Lethe estaría haciendo lo correcto, lo que Gal querría que hiciera, porque hablar con Tasia les daba más posibilidades de encontrar a Eireann y Gal nunca le perdonaría que dejara de lado la búsqueda de la pequeña Meraki por salvarla a ella. Gal Meraki era una soldado y sabía lo que tenía que hacer para sobrevivir, conocía los protocolos como la palma de su mano y, por si eso no fuera poco, era experta en adaptarse a situaciones.
—Voy a ir contigo y fin de la historia. —Se levantó de la mesa sin querer seguir con aquella absurda discusión—. Mac, quedas a cargo de la búsqueda de Holt y Meraki. —Por un segundo casi pronuncia en alto el nombre de la última de las mujeres, pero se contuvo—. Llevaros a Meyer y dirigir la expedición desde la presa, por si necesitáis refuerzos.
—¿Y si no queremos? —Uno de los hombres del equipo de Lethe dio un paso al frente y se encaró a Knox—. Nosotros sólo aceptamos órdenes de la Teniente Roth, a ti apenas te conocemos.
—Ezra —El sanitario del escuadrón Omega, apoyó una mano en el hombro del susodicho y cruzó una mirada respetuosa con Ethan—, relájate. Estaremos encantados de colaborar con Spiros, pero mantén a nuestra Teniente a salvo.
Knox se giró un breve instante y vio como el sanitario, Jed, y Lethe intercambiaban una mirada que sólo podía calificar de íntima. Ethan se limitó a asentir brevemente. Ya se encargaría otro día de enseñarle a Ezra lo que era el respeto, pero en ese momento no tenía tiempo.
—Seif. —Señaló a la otra mujer que estaba en el equipo de Lethe. Tenía el cabello muy corto y oscuro, y sobre su cuello y manos podían verse varios tatuajes—. ¿Eres la estratega, verdad?
—Correcto —respondió la mujer con una mueca torva en los labios.
—Necesitamos armas, un sistema de comunicación irrastreable y un vehículo. ¿Puedes conseguírnoslo? —Knox se fijó en el intenso color azul de los ojos de la estratega, la fiereza que mostraban y decidió que le caía bien.
Como había hecho antes Jed Arko, Aisha desvió la mirada hacia Lethe para recibir permiso de su superior.
—Todos los vehículos de la Academia tienen un rastreador, tardaríamos en inutilizarlo —habló por fin Seif.
—Podéis llevaros mi coche —La voz de Asher hizo volverse a Knox que lo observó con suspicacia—. Está aparcado cerca del hospital y no llamaría la atención.
—Es un viejo todoterreno —explicó Lethe—. Mi padre lo arregló para poder moverse sin que la Academia lo siguiera o rastreara. Cuando él murió, mi tío continuó usándolo.
—Si eran parte de la Academia ¿por qué iban a necesitabar un vehículo así? —preguntó Mac quitándole la pregunta de los labios a Knox.
Lethe y Asher se miraron el uno al otro como si la respuesta de esa pregunta fuera un secreto que los Meyer guardaban con gran recelo. Andreas Meyer fue uno de los Tenientes con mayor reputación dentro del Krav, sobre todo por sus investigaciones en ingeniería, pero murió en una expedición en la Zona Cero y nunca se llegó a encontrar su cadáver.
—Kairos no es rica en recursos, pero la Zona Cero sí —comenzó a relatar Asher—. Las reconstrucciones se hacían con materia prima sacada de los restos de la urbe, pero la mayoría de estos materiales estaban demasiado dañados o eran inservibles. Así que necesitábamos sacar componentes de otro lugar, sin que el gobierno pudiera interferir.
—El desierto es una fuente, casi, inagotable de materias, si sabes dónde buscar, y gracias a ello existe el Departamento de Tecnología de la Academia —prosiguió Lethe—. Pero era peligroso salir al otro lado, la gente desaparecía o moría, y se creó el Acceso(1) para regular las entradas y salidas. Claro que eso fue después de que muriera mi padre.
La habitación se llenó de un silencio tenso. Knox era consciente de que entorno al Krav giraban muchos secretos, más sobre el Gobierno, pero en momentos como ese se cuestionaba si no tomó la decisión equivocada alistándose. Suponía que, tarde o temprano, acabaría por descubrirlo.
—Bien, pues ya tenemos coche. —Ethan rompió el silencio y miró a la estratega—. ¿Del resto puedes encargarte?
—Dame una hora —respondió Aisha Seif.
—Tienes media —agregó Knox y la mujer salió del apartamento.
***
Knox aparcó el todoterreno en la explanada frente al acantilado del Faro. Observó la construcción con los ojos entrecerrados, sin estar seguro de aquello. El isleño había prometido que aquel lugar era seguro, pero él no lo estaba tanto.
El Faro era el único lugar en todo Kairos que no parecía pertenecer a ningún bando. Ni la Academia, ni Agora, ni la Bahía parecían interesados en tomar posesión de la antigua estructura y, por lo que podía notar desde su posición estaba en un precario estado. Ethan no dudaba que al entrar alguna viga se les cayera encima o el suelo cediera bajo ellos.
La pintura, que antes habría sido blanca, había desaparecido de la pared y los cristales que bordeaban la parte superior de la linterna gigante, estaban todos rotos. Desde dentro del vehículo, Knox podía ver la oxidación de los apliques de hierro.
—Vamos —apremió Lethe bajando del todoterreno y Knox le siguió.
La puerta que les daba acceso estaba cerrada con llave. Era de hierro y su aspecto era tan horrible como el resto del edificio. Hubiese intentado echarla abajo de un par de golpes, si no se hubiese fijado en las bisagras; las habían soldado no hacía mucho.
Aunque se sorprendió al ver la llave que sacó Lethe de uno de sus bolsillos, no hizo ningún comentario al respecto. Después de todo, parecía que la familia Meyer tenía una merecida reputación.
El interior del faro era casi tan terrorífica como el exterior, pero Knox se había imaginado que el lugar estaría mucho más abandonado, astillado y con una capa de varios centímetros de polvo. La sala era austera, pero en su centro había una magnífica escalera de caracol que ascendía hasta el foco gigante, pero también se abría paso hacia las profundidades del acantilado.
En el descenso, Lethe fue delante, mientras Knox se quedaba en la retaguardia. Tal y como Asher les había informado previamente, la escalera terminaba en una antigua cueva marítima, pero demasiado alta como para que ahora se pudiera llenar de agua. Aún así, las olas sí conseguían salpicar la entrada al romper contra las rocas.
El tramo hasta la Bahía sin embargo, se volvía más complicado. Había que bordear el acantilado, caminando por un estrecho desfiladero al que inmediatamente Knox tituló como: «el rompecuellos». Si resbalaban y caían, estaba bastante seguro de que no volverían a la superficie, sino que sus cuerpos quedarían hechos trizas entre el empuje del mar y los golpes contra los afilados pedruscos.
—¿Estás segura de que tu primo no intenta matarnos? —resopló Knox.
Lethe sacudió la cabeza, pero no respondió. La pregunta había sido una broma, aunque aquel momento no había sido el mejor para ponerse bromista. Knox tomó varios anclajes y pasó una cuerda por ellos, atando a Lethe y después a él mismo. Normalmente no era tan cuidadoso, pero había prometido mantener a salvo a Roth y eso haría, aunque su primer instinto hubiese sido pasar sin ningún tipo de seguridad.
Lentamente, ambos se movieron hasta llegar al otro lado del acantilado. Desde su posición podían ver el puerto de Anthrax y como las casas se levantaban sobre altos pilares de madera para no tocar el mar. En el terminal marítimo lo que más destacaba era un enorme hangar, rodeado por varias grúas —de las cuáles sólo una parecía en buenas condiciones—, un larguísimo muelle y un sin fin de contenedores de distintos colores apilados unos encima de otros, formando hileras perfectas.
—Escondamos el equipo y movámonos con lo indispensable —dijo Lethe.
Knox asintió brevemente. Vestidos con el equipamiento del Krav, hubiesen llamado la atención, por eso se vieron obligados a cambiarse de ropa. Ethan se colocó unos viejos pantalones para pescar, que era muy parecidos a los que llevaba, y una sudadera verde. Escondió su pistola en la cinturilla del pantalón, un cuchillo en la pantorrilla, y un cargador en uno de los bolsillos laterales por si acaso. Lethe hizo lo mismo, aunque Knox estaba seguro de que ella no creía que las armas fueran necesarias.
Moverse por el puerto fue más sencillo de lo que Knox se habría esperado. Quizás porque la última vez que había estado en la Bahía recordaba aquel lugar mucho más concurrido. Las pocas personas que se cruzaron con ellos, no les echaron ni una segunda mirada, salvo cuando un niño apareció corriendo y chocó contra Lethe.
—¡Eh, tú! —exclamó Knox, atrapándolo del cuello de la camiseta.
—¡Suéltame! —El chiquillo se sacudió intentando deshacerse del amarre.
—Dame lo que le has quitado a la señora y quizás te suelto. —Oyó un bufido por parte de Lethe, pero Knox se limitó a sonreír de lado.
El niño elevó la mirada hacia Ethan, arrugó el gesto y con una actitud irascible acabó cediendo. Abrió la palma de su mano y mostró el reloj de la Teniente Roth.
—Buen chico —masculló Knox, tomando el objeto—. Ahora, largo de aquí. Si te vuelvo a pillar, te cortaré las manos, ¿me has entendido?
El muchacho asintió sin mucha convicción y salió corriendo sin mirar atrás, probablemente en busca de su siguiente víctima.
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Lethe con gesto sorprendido, tomando el reloj y volviendo a colocárselo en la muñeca.
—Digamos que tú no eres la única con un pasado secreto del que prefiere no hablar. —Encogió los hombros y se puso andar de nuevo—. Encontremos esa dichosa clínica antes de que nos vea alguien más.
El hogar de la madre de Lethe parecía estar en silencio, únicamente se dieron cuenta de que había alguien allí cuando se encendió una luz en la planta superior. Evitaron entrar dentro por la puerta principal, ya que parecía haber una especie de campanilla en lo alto que avisaba cuando llegaban visitas, por lo que buscaron una alternativa.
Usando su cuchillo, Knox consiguió que una de las ventanas de la planta baja cediera y se abriera. Ayudó a Lethe a pasar por el hueco y después lo hizo él, poniendo especial precaución en que la ventana no hiciera ruido al cerrarse de nuevo.
Las escaleras que daban al hogar de Tasia eran estrechas y viejas, y Knox tuvo miedo que al pisar un escalón este crujiera bajo su peso. Llamó la atención de Lethe y la dirigió hacia la zona más apartada de la puerta de entrada, ocultándola en la oscuridad.
—Haremos que baje —susurró Knox mientras ella se armaba.
Se acercó a la puerta de entrada en silencio, giró la llave y luego sólo tuvo que abrirla lo suficiente como para que el tintineo de la campanilla se hiciera con toda la estancia. Cerró de nuevo la hoja de madera y se movió hasta donde estaba Lethe.
Los pasos descendiendo por las escaleras no tardaron en oírse, así como un murmullo. Apoyándose en la baranda, una mujer de pelo blanco se paró al final del último peldaño y se giró en busca del visitante.
—Hola madre —saludó Lethe saliendo de entre las sombras.
—¡Por el amor del cielo! —Tasia se mostró sorprendida, pero la forma que tuvo de apresurarse a la entrada de la clínica hizo sospechar a Knox de que había algo más. La mujer giró la llave en un suave clic y se detuvo a mirar por la ventana un instante—. No deberíais estar aquí. Entrad ahí, ¡rápido!.
Tras ellos había una habitación, sobre la madera de la puerta una placa con el nombre de la madre de Lethe y una línea más abajo el de «Drea Naz». Knox dudó durante un segundo, pero entró en la habitación que había señalado Tasia. Era una consulta, con un escritorio, una destartalada camilla y varios armarios con medicinas. A la izquierda, había otra puerta con una cristalera por la que Ethan pudo ver un embarcadero privado.
—¿Es que no has hablado con tu tía? —cuestionó Tasia a su hija, echando un breve vistazo a Knox de pasada.
—No. —Lethe se tensó y Knox todavía más—. ¿Por qué debería haberlo hecho?
Tasia se removió por la habitación en busca de algo, pero no pareció encontrarlo.
—Debéis iros y cuanto antes —apremió la mujer.
—No. —Knox se dio cuenta de que había cortado a Lethe, pero de todas formas continuó hablando—. Necesitamos información y no nos vamos a ir sin ella.
La mirada de Tasia le atravesó como una flecha. Nunca había estado frente a aquella mujer, pero de alguna manera le recordó a Roth, una versión mayor y endurecida.
—Habéis venido a por información sobre la pequeña Eireann —Knox se sorprendió con la soltura y lo directa que fue la antigua Teniente. —Y si queréis salvarla, debéis marcharos ahora mismo.
—Madre, ¿qué ocurre? —Vio como Lethe daba un par de pasos hasta su progenitora y le tomaba una de las manos—. Podemos ayudarte.
Knox se sintió fuera de lugar. Durante un breve instante pudo comprobar como madre e hija conectaban, sin necesitar ningún tipo de palabra. Bastó un simple gesto, una mirada. Ethan notó un pellizco de culpabilidad por pensar que aquella señora fuera capaz de hacer daño a Lethe, pero ahora se daba cuenta de que aquel pensamiento había sido infundado por su desconfianza.
—Ya no hay nada que podáis hacer por mí —Tasia tocó el rostro de su hija y sonrió levemente—, pero me alegro de haberte visto de nuevo, cariño. —Los obligó a moverse hacia la puerta trasera y salir al exterior—. No importa lo que oigáis, es indispensable que no os mováis de ahí. —Señaló una vieja lancha—. Escondeos bajo las telas impermeables y no salgáis hasta dejéis de escuchar voces, ¿me habéis entendido?
Por un segundo, Knox volvió a ser un adolescente al que daban órdenes y eso no le gustó. Sin embargo, por alguna razón el tono con el que Tasia decía las palabras, le hizo confiar en ella y, más importante aún, obedecerla.
—Pero madre, Erin... —protestó Lethe.
—No harán nada a la pequeña Meraki, no por el momento —Tasia suspiró—. A Sloan Aster no le interesa matar a la chica, va detrás de algo más importante.
—¿Entonces para qué la ha secuestrado? —gruñó Knox.
—Para llamar la atención de Agora, atraer a su padre, demostrar que tiene ventaja estratégica. —Tasia compuso una mueca contrita—. No estoy segura, pero sea lo que sea, tendréis que descubrirlo antes de que lleve a cabo su plan y consiga que nos maten a todos.
—Ven con nosotros, Kala te pondrá a salvo —Lethe tiró de la mano de su madre.
—No puedo irme —respondió ella y se deshizo del amarre—. Y ahora no tengo tiempo de explicarte porqué. Por eso es crucial que os marchéis de la Bahía y habléis con Kala, ella os lo explicará todo. —Tasia se mostró impasible—. Lethe, prométemelo.
Le pareció ver que su compañera asentía, pero apartó la mirada de las dos mujeres cuando notó un par de sombras moviéndose a través de las tupidas ventanas del embarcadero. Tenían compañía y parecía que Tasia había sido consciente de esa visita desde el primer momento. El hecho de que intentara ocultarlos, hizo que Ethan sintiera una punzada de rabia. Era un soldado, debería ser capaz de poner a salvo a aquella mujer y, sin embargo, Tasia le demostraba que podía controlar la situación.
—Roth, vamos, no hay tiempo —masculló Knox.
A Ethan le costó retener a Lethe. La mujer le golpeó con el codo e intentó ir en pos de su madre, pero él se recompuso rápido y la elevó por la cintura.
—Sólo recuerda que todo lo que he hecho, ha sido para protegeros a ti y a tu hermana —Tasia sonrió un ápice y entró de nuevo a la casa.
La colocó sobre la lancha y la retuvo por los hombros, zarandeándola para que pusiera su atención en él.
—¿Confías en tu madre? —Volvió a darle una leve sacudida. Lethe parpadeó y asintió—. Pues yo, por increíble que parezca, también. Así que mete tu culo en esa lancha y haz lo que te ha dicho.
NOTAS
(1) El Acceso, son unos portones de acero que cierran la única carretera que permite atravesar las montañas Qerach. Están bajo la guardia de la Academia, es decir, por soldados del Krav y únicamente aquellos con permiso pueden cruzar al otro lado.
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