KNOX (III)
La voz de Knox resonó por todo lo largo del túnel mientras gritaba el nombre de los soldados que habían quedado al otro lado de las rocas. Uno a uno fue apartando aquellos cascotes que le impedían el paso y lo habían separado del escuadrón. Pero no sólo lo hacía para llegar a Holt, Gass y Adler, sino a Mac que había quedado atrapado entre los escombros. Oía la voz del hombre de manera tenue, pero le bastaba para saber que seguía respirando.
Justo antes de que el explosivo se detonara, Knox saltó hacia las vías y se resguardó en uno de los extremos, donde los pasajes subterráneos continuaban su camino y el anden terminaba. Segundos después, el túnel quedaba sellado por un muro de rocas desprendidas, y la única compañía que le quedaba era el atronador silencio.
Ethan comprobó obsesivamente los comunicadores, hasta que harto de oír la nada se quitó el pequeño aparato de su oreja y lo tiró. Desesperado, alzó la voz hasta que le dolió la garganta, en busca de una respuesta. Y pese a que no era propio de él darse por vencido, lo habría hecho de no haber oído la voz de Spiros.
Por las indicaciones que Mac le había dado, sabía que no estaba muy alejado de su posición. El hombre apenas podía mover los deshechos sin que estos amenazaran con aplastarlo, pero con cuidado consiguieron crear un estrecho túnel por el que Spiros pudo gatear hasta su Teniente.
Knox observó a su compañero de arriba abajo, intentando encontrar algún daño físico, más allá de los cortes y hematomas que surcaban parte de su rostro, manos y, probablemente, el resto del cuerpo. Su tez oscura estaba manchada de partículas de polvo blanquecino y a Ethan le dio la impresión de que estaba algo desorientado.
—Eres un hombre con mucha suerte, ¿lo sabías? —Knox palmeó la espalda de Mac, sintiendo un alivio semejante al del otro.
—Ya he debido de malgastar todas las vidas que me quedaban.
Ambos hombres se rieron y se tomaron la libertad de descansar. Necesitaban beber algo de agua y recomponer las fuerzas antes de proseguir el camino. Por eso se sentaron en el suelo e hicieron un inventario de lo que disponían: un par de cantimploras casi llenas, seis paquetes individuales de comida de supervivencia y armas, pero no la suficiente munición si volvían a encontrarse en un altercado similar.
Durante unos instantes que parecieron eternos ambos guardaron silencio. Pese a lo ennegrecidas que estaban sus manos tras mover escombro, Knox aún podía ver la sangre del soldado Adler, el olor ferroso inundando su olfato y la imagen fantasmagórica del muchacho desangrándose.
No quería sentirse culpable por lo que había pasado, pero como Teniente era su responsabilidad mantener a salvo a todos los miembros de su equipo y, por desgracia, había fallado estrepitosamente. Y aquella cruz la llevaría pesadamente sobre él para siempre.
Igual que si hubiese leído sus pensamientos, Mac rompió el silencio:
—No habrías podido hacer nada. —El rostro de Mac mostraba un evidente desasosiego.
—Era un crío que intentaba jugar a ser soldado —respondió Knox tensando la mandíbula, mientras sus puños se cerraban con fuerza—. Era mi responsabilidad. Debí haberle alejado del peligro y no lanzarlo a la manada de lobos como un trozo de carne.
—Tomaste la mejor decisión táctica. Si hubiese estado en tu posición, yo también habría escogido a Thanos.
El muchacho habría tenido más posibilidades que cualquiera de los otros, pues pese a ser estratega, sus conocimientos no quedaban únicamente en eso. No por nada lo habían llamado la "promesa del Krav".
Ethan lo había estado observando desde su primer año, cuando el resto de los reclutas lo habían tachado de rata de biblioteca. Pero cuando salía al campo de entrenamiento, fuera cual fuese la disciplina, el adolescente destacaba por encima del resto, superando todos y cada uno de los récords establecidos hasta entonces.
Knox recordaba lo mucho que le había llamado la atención que un crío, al que todavía no le había salido ni el bigote, hubiese superado su puntuación en el examen de armamento. Las burlas y comentarios sagaces de sus compañeros, lejos de molestarlo, se convirtieron en un creciente interés por Thanos.
Un fuera de serie. Un *marginado*.
Y si había algo en la Academia era envidia y la necesidad de ser mejor que el resto. Muy pocos conseguían destacar en alguna de las especialidades, mucho menos llegar a formar su propio escuadrón; pero los que lo hacían acababan estando en el punto de mira del resto del grupo de formación.
Y Thanos Adler no destacó en una, sino en todas las disciplinas.
—¿Hacia dónde va este túnel? —Knox cambió de tema.
Mac miró la brújula dispuesta en su muñeca y dirigió el brazo hacia el único camino posible a seguir.
—Sureste, hacia el valle Qerach. —Mac guardó silencio unos segundos y sacó de su bolsillo un papel arrugado: el mapa que había confeccionado con su Capitana—. Estamos cerca de una de las salidas de emergencia.
Knox se inclinó sobre la hoja que el otro hombre había extendido en el suelo, sosteniéndola con un par de piedras en sus extremos. Ethan siguió el recorrido de los dedos de Mac, que marcaban el camino por el que debían seguir.
—¿Tienes un bolígrafo? —preguntó Mac.
El Teniente alcanzó su mochila y rebuscó por ella hasta dar con un rotulador de color rojo. No tenía por costumbre llevar nada consigo que no fuera tecnológico y que matara a sus enemigos, pero aquella vez había sido más precavido que de costumbre. Puede que la falta de Gal fuera el motivo de aquel ligero cambio, pero no se detuvo a indagar en ello.
Le tendió el rotulador a Mac y, rápidamente, este comenzó a trazar un patrón por la hoja. Una vez acabado a Knox le pareció que se asemejaba más un mapa del tesoro que su vía de escape, con las rayas rojas discontinuas y una equis señalando el punto de extracción.
—Desde aquí deberíamos acceder a uno de los pasadizos del metro que daba al andén. Una vez estemos allí no debería ser muy difícil encontrar una de las salidas al exterior —explicó Mac—. A no ser que el explosivo haya provocado derrumbes por ese lado.
—Lo dudo —respondió Knox levantándose y colocándose el equipamiento, listo para proseguir—. Los explosivos parecían estar estratégicamente colocados para derrumbar lo que fuera que tuviésemos sobre nuestras cabezas, pero su onda no creo que haya conseguido llegar a un kilómetro de aquí. Knox terminó de engancharse el chaleco antibalas y enfundarse las armas de las que todavía disponía munición.
»Pero supongo que lo descubriremos —añadió cargando su arma con un suave click.
El Teniente evitó colocarse mucho peso encima y únicamente volvió a meter en su mochila lo esencial: comida, agua y el poco dispensario que llevaban en caso de que el sanitario del escuadrón faltara. Y, al igual que él, lo mismo hizo Mac.
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La travesía hasta la salida de emergencia no tuvo complicaciones. Caminaron despacio bajo la penumbra y la soledad de los túneles, tomándose su tiempo y asegurándose de que no estaban equivocados antes de dar un paso en falso. Pero casi media hora más tarde, Knox y Mac, vislumbraban las puertas batientes.
A Knox le sorprendió que el sistema de seguridad contra fuego no hubiese saltado y hubiera bloqueado la puerta, pero por lo que comprobaron al traspasar una de las hojas alguien había conseguido desbloquearlas desde el otro lado.
Una salida segura para cualquier merodeador de los túneles y, por desgracia, ni Ethan ni el Krav conocían cuántas personas habían estado paseándose a sus anchas bajo la ciudad, poniendo en peligro las vidas de todos los habitantes de Kairos.
Teniente y soldado comenzaron a ascender por la estrecha escalinata hasta el piso superior con las armas cargadas, dispuestos a disparar a cualquiera que se les pusiera por delante. Una vez llegaron a la siguiente puerta, Mac se colocó tras ella para abrirla y Knox a un costado para comprobar si había algún peligro al otro lado.
Ethan asomó ligeramente la cabeza y después salió despacio, sosteniendo la compuerta brevemente para que Mac le siguiera. El pasadizo estaba tan solitario como lo habían estado las vías. Llevaron a cambio un rápido reconocimiento y continuaron hacia el este.
Caminando espalda contra espalda, a medida que avanzaban se iban intercambiando las posiciones asegurando el perímetro para no ser tomados de improviso. Habían perdido más de medio escuadrón; desconocían su paradero y pese a lo mucho que Knox quería ir a buscarlos las probabilidades de encontrarlos con vida eran escasas. Lo lógico era reagruparse, informar al Krav y mandar una partida de rescate.
No hubieron avanzado ni cien metros cuando la estación se presentó frente a ellos: abandonada, mugrienta y tan tétrica como Ethan había imaginado. Varios de los tornos estaban doblados o arrancados, las máquinas saqueadas y por todas partes se podían ver restos de cristales, azulejo y ladrillo.
—Se acerca alguien —murmuró el Teniente.
El sonido de los pasos se hizo entonces cada vez más alto y a los dos soldados no les quedó más remedio que buscar un lugar donde refugiarse. Un sitio desde el cual pudieran disparar y, a la vez, usar de escudo. Mac se refugió tras una de las máquinas de billetes volcadas y Knox se deslizó hasta la taquilla. Cada uno en un extremo de la estación.
Varios cristales se le clavaron en la ropa de Ethan, colgándose como un par de péndulos tintineantes. Pero antes de quitárselos de encima y provocar el más mínimo ruido se quedó muy quieto, esperando que el vidrio no traspasara la tela de su ropa y acabara clavándose en su carne.
Ni siquiera se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración hasta que intentó asomarse por una de las ventanas rotas para ver quiénes eran sus nuevos acompañantes. Pero las sombras de las columnas y los haces de luz que sobresalían de los desconocidos no le permitían que su rango de visión mejorara. Al contrario, le cegaban.
Knox sabía de la desventaja que disponían en ese momento y, sin embargo, había una esperanza de poder ganar el enfrentamiento mediante un ataque sorpresa. Tanto él como Mac estaban protegidos y el enemigo se encontraba en un campo abierto; antes de que se les acabara la munición podrían deshacerse de varios de los insurgentes. Pero sus opciones eran escasas y, tarde o temprano, el enemigo se daría cuenta de sus faltas.
Desde su posición y moviéndose lo justo, esperó a que Mac le mirara para darle una clara señal: suelta un disparo de advertencia. Intentarían engañarlos, jugar la carta de la superioridad numérica.
Knox oyó el arma de Mac dispararse y vio como un único proyectil golpeaba contra una de las columnas sin dañar a nadie.
—Quietos o la siguiente va a la cabeza —dijo el Teniente sin un ápice de embuste en su tono—. Tirar las armas al suelo.
Apuntando al grupo de personas que estaba unos metros más allá de su posición, Ethan se apoyó contra la mesa y fijó la mirilla de su arma con mayor precisión. Tenía al menos dos a tiro y si se movían podría disparar al resto fácilmente, aunque contaba con que Mac pudiera tener una mejor visión de los agresores.
—No volveré a repetirlo: tirad las armas o abriremos fuego.
Vio como uno de los desconocidos se movió entre el resto desarmado y con las manos en alto.
—Ethan, soy Lethe, no dispares.
Knox reconoció la voz al instante. La presencia de la teniente Roth fue como una bocanada de aire fresco y el alivio lo recorrió por entero. Nunca antes se había alegrado tanto de encontrarse con caras amigas, pues una parte de él empezaba a creer que estaban perdidos.
Bajó su arma y la aseguró antes de salir de su escondrijo. Segundos después Mac se acercaba al escuadrón Omega con su rifle bajado.
—¿Dónde está el resto de tu escuadrón? —preguntó la mujer con el ceño fruncido.
—Paradero desconocido —respondió Knox—. Inspeccionábamos los túneles cuando encontramos a un grupo de Anthrax colocando una bomba casera en uno de los andenes. No pudimos contener el artefacto y los escombros nos han separado. —Cuadró el cuerpo aún en tensión, sin perder la pose regía que tanto le había costado adoptar cuando entró en la Academia—. Los sistemas de comunicación no funcionan ahí abajo —añadió sagaz—. ¿Qué hacéis aquí?
Knox notó la mirada de culpabilidad en el rostro de Lethe, pero guardó silencio dejando que fuera la Teniente quién se explicara. Lo último que él sabía era que el Escuadrón Omega se había hecho cargo de la investigación sobre la hermana de Gal en Agora, mientras ellos seguían la pista de los túneles.
A medida que Lethe relataba lo que había pasado, Knox miró, instintivamente, hacia los otros cuatro miembros que acompañaban a la Teniente y, por primera vez, notó la falta de Jed Arko, el sanitario.
—Antes de poder confirmar la identidad de la muchacha, explotó la bomba —terminó su relato Lethe—. Ha causado grandes daños estructurales en el edificio.
—¿Y el isleño? —inquirió Mac leyéndole la mente a su Teniente—. ¿Está muerto?
Lethe negó con la cabeza, mirando a Mac y después a Knox:
—Ha sufrido bastantes daños, pero se recuperará —respondió—. Pero unos minutos antes de que se detonara el explosivo, nos informaron que la supuesta Eireann había fallecido y...
—Meyer no es el único isleño que ha salido hoy de Agora. —Knox interrumpió a la teniente en su discurso—. ¿Dónde está Gal?
Knox sintió con la rabia comenzaba a tomar posesión de todo su cuerpo, obligándole a rechinar los dientes y crispar los puños dolorosamente. Conocía a esa mujer demasiado bien como para no saber que, en algún momento, habría tomado la decisión de escaparse. Le habían dado la oportunidad en bandeja de plata y la mujer no iba a desperdiciarla. Había sido demasiado tentador como para que Gal no hubiera tomado cartas en el asunto. No le debió de costar demasiado engatusar a Lethe y urdir el plan.
Pero aunque hubiese sido capaz de salir de la isla sin que la atraparan, Ethan también conocía a Lethe Roth y jamás hubiese llevado a cabo ninguna acción sin haber medido previamente cada milímetro del ardid. La seguridad de Gal habría estado entre sus prioridades y de eso no tenía ni la menor duda.
—Estaba en los sótanos del hospital cuando la bomba se detonó y perdimos la comunicación con ella —reconoció la mujer.
—¿Alguien más lo sabe? —preguntó Mac calmado.
El experto en inteligencia sabía cómo mantener sus emociones controladas, no como Ethan que estaba buscando la mejor manera de respirar y no ponerse a soltar puñetazos a diestro y siniestro para calmar su frustración.
—No, pero no tardarán en darse cuenta de que la última heredera del Gobierno también ha desaparecido.
—Pues más nos vale empezar a mover el puto culo —gruñó Knox—. Hay que bajar a ese sótano y encontrarla.
—Bien —concedió Lethe—. Pero antes dejarás que Jed os examine, no pienso perder a nadie más hoy.
Knox asintió con la cabeza, aceptando ser atendido por el sanitario del escuadrón Omega y con la adrenalina bombeándole como fuego por las venas dijo:
—¿Y a qué estamos esperando? —Se adelantó al resto—. Vayamonos de una maldita vez.
NOTA DE LA AUTORA
¡Espero que todos hayáis tenido unas magníficas fiestas navideñas y feliz año nuevo!
—InvisibleAutumn
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