KNOX(I)

Agora era un lugar tranquilo, pero sus habitantes recelosos.

Desde el momento en el que Ethan Knox había pisado los florecientes jardines del palacio de los Meraki, se percató del ambiente de hipocresía, falsas sonrisas y desconfianza que emanaba aquel lugar. Y no sólo era por el extraño comportamiento que veía en Gal, si no por las miradas que se cruzaban entre los habitantes de Agora y los miembros del Krav. Se suponía que estaban allí para protegerles y sólo recibían un desprecio silencioso que, personalmente, molestaba a Knox.

Gal le había dicho, en alguna ocasión, que los pocos habitantes de la isla vivían despreocupadamente, seguros del exterior gracias a las cuantiosas sumas de dinero que gastaban en servicios de protección privada; en su mayoría, miembros del Krav bien entrenados que lo dejaban para vivir a costa de una de las familias de Agora. Sin embargo, a las cuatro de la tarde la avenida principal de la isla estaba desierta; y pocos eran los que se atrevían a salir del cobijo de sus casas tras el secuestro de Eireann.

El escuadrón Delta había abandonado la residencia del Gobernador en compañía del equipo Omega, que sería quién se encargaría de ayudarles a inspeccionar todos los túneles que se encontraban bajo la ciudad y que tenían acceso a la isla. Por eso se habían reunido en la plaza del Gobernador, en donde lo que más destacaba era su magnífica fuente y un antiguo mausoleo del que se desconocía la procedencia.

— Debería estar aquí. — Knox chasqueó la lengua mientras observaba el mapa que él y Mac habían confeccionado rigurosamente días atrás. — Este es el punto.

Pero debajo de Knox únicamente había piedra. Pesadas baldosas que, pese a los intentos del equipo, había sido imposible desencajar de su lugar. Los secuestradores habrían tenido que picar el cemento para poder levantarlas y, tras ello, hacer un agujero lo suficientemente grande como para que entrara una persona.

— Teniente.

Mac lo sacó de su ensimismamiento. El hombre estaba acompañado de un chico joven llamado Thanos Adler, a quién le habían otorgado el título de "promesa del Krav". Era de estatura mediana, más bajo que Knox o Mac y apenas había superado la pubertad. Pero el chico era inteligente y eso había hecho que lo reclutaran antes. Knox miró hacia la fuente como si debajo de ella se pudiera encontrar la clave de todo, pero aquella construcción no tenía nada de especial. Lo único característico era el sistema de fontanería que le permitía accionarse para desprender diferentes chorros de agua de un lado a otro.

— Dame buenas noticias, Mac. — resopló.

— ¿Y si los secuestradores usaron el acceso de la cala y hemos pensado todo esto de manera errónea?

Knox observaba a su especialista en inteligencia con escepticismo. Habían revisado más de una vez las posibilidades y en todas ellas, la probabilidad de que pudieran cargar el cuerpo de Eireann hasta allí era una pésima idea.

— El Gobernador dijo que habían cerrado el acceso a esa playa tras la muerte de Andreja.

No es que Knox creyera que no podía confiar en Athos Meraki, pero aquel hombre era el que más ganaba colaborando con el Krav si quería recuperar a su hija.

— ¿Qué hemos hecho nosotros antes de venir aquí?

Mac señaló el área que habían acordonado para su inspección.

— Estudiar la zona.

— Exacto. — enfatizó Mac — Si yo fuera el secuestrador me aseguraría de conocer cada pequeña esquina de la isla. Eso implica saber cómo moverme, reconocer las zonas, las residencias y los caminos que me permitieran salir y entrar sin ser visto.

En aquellos momentos, Knox echaba de menos a Gal. La mujer que se había especializado en espionaje, era capaz de seguir con pasmosa facilidad las teorías de Mac, mientras que él tendía a necesitar una conclusión que resumiera cada una de las ideas que acudían a la mente de aquellos dos.

Los escuadrones del Krav disponía de seis miembros, entre los que figuraba un teniente que actuaba como líder del grupo y un capitán, que asumía el cargo de sublíder. Cada sujeto estaba especializado en una de las ramas impartidas en la Academia: espionaje, armamento, inteligencia, estrategia, medicina o exterminaciones. En el escuadrón Delta, Knox era el especialista en armamento y ostentaba el cargo de Teniente; Gal era la capitana y la experta en espionaje; Mac Spiros, por su parte, era quién se encargaba de inteligencia; Vera Holt de las exterminaciones; Thanos Adler se ocupaba de los asuntos estrégicos y Abel Gass era el sanitario del grupo.

— Mac, resume... — le apremió.

— Sí, perdona — el hombre carraspeó — Lo que quiero decir es que quien fuera que secuestrase a la hermana de Gal, había estado aquí antes. Posiblemente se coló varias veces, siguió los pasos de Eireann y después confeccionó el plan del secuestro.

Knox se volvió entonces hacia el joven que anotaba sin descanso sobre un pequeño bloc de notas. Si aquello era cierto, acababan de perder un tiempo crucial y Knox estaba seguro de que al Coronel no le iba a gustar aquello.

— Adler, ¿qué piensas? — llamó la atención del muchacho.

— Estratégicamente hablando... — Thanos se colocó el bolígrafo sobre su oreja izquierda — tendría sentido que intentaran mimetizarse con el entorno. Reconocieran el área en un par de ocasiones y regularan de manera aproximada la cantidad de gente que habría por las inmediaciones del Archivo. — sacudió levemente la cabeza hacia su Teniente — Me atrevo a afirmar las suposiciones de Mac: el acceso de la cala ya no está cerrado.

Las conclusiones de ambos sólo le dieron una opción de actuación a Knox, que con gesto fastidioso aulló para que todos le oyeran:

— ¡Recoged el equipo, volvemos al Palacio!

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La voz airosa del Gobernador podía oírse al otro lado de la puerta. Knox estaba sentado a uno de los costados esperando a poder entrar en el despacho donde su Coronel y el líder de Kairos recibirían las "malas noticias".

De todas las misiones que Ethan había llevado a cabo en toda su vida, aquella se estaba convirtiendo en la más difícil. La presión por encontrar a la joven heredera se volvía dolorosa cuando fijaba su mirada en Gal. Ella no había querido decirlo, pero Knox había visto el miedo brillar en los ojos de la morena por primera vez desde que la conocía.

Durante los años que habían estado trabajando codo con codo, Knox siempre se había preguntado qué podría haber llevado a una chica de dieciséis años que lo tenía todo a abandonarlo y perseguir una carrera que, únicamente podía calificarla como suicida. Lo cierto era que, incluso ahora, Gal se mostraba esquiva con cualquier aspecto de su vida pasada en Agora. E Ethan no sabía si era porque quería olvidarlo o no podía hablar de ello.

Pero si algo había descubierto en aquellos días era el amor fraternal que bullía de su compañera. Knox debía reconocer que se había visto sorprendido cuando Gal había murmurado los nombres de sus hermanas como si fueran términos hirientes, pero nunca creyó que la mujer se siguiera sintiendo atada a nada que tuviera que ver con el apellido Meraki. No obstante, se había equivocado por completo.

Knox se levantó de manera regia cuando la figura de su Coronel apareció frente a él, escoltado por otros dos soldados que le saludaron firmemente antes de volver por donde habían venido. En todo el tiempo que había permanecido sentado a la espera, imaginó que aquel con el que el Gobernador elevaba ligeramente la voz era el Coronel Volk, pero ¿si no era él, entonces quién?

«¡Por el amor del cielo, tú mataste a Andreja! — otra voz se elevó, por primera vez, por encima del ruido ambiental— No necesitaste de nadie que entrara en esta maldita isla, tú sólo con tus rigurosas normas de conducta y tus estúpidas creencias hiciste que se tirara por el barranco. — hubo una pausa tensa, pero la voz continuó su discurso — ¿Es que no te das cuenta? ¡Nos echaste! Nos hiciste creer que conocer lo que está más allá de estos muros era malo y nos encerraste como si fuéramos delincuentes. — Knox miró fijamente al Coronel, que intentó mostrarse tan indiferente con la situación como él mismo— ¿Y sabes qué? La única diferencia entre Andreja y yo, es que yo no tuve el valor de tirarme al vacío y ahogarme.»

La puerta se abrió de golpe y la figura de Gal salió con violencia del despacho. Tenía el rostro desencajado y respiraba en ráfagas rápidas y cortas. Knox se fijó en la manera que tenía en abrir y cerrar los puños, como si buscara la manera de no comenzar a golpear lo primero que se cruzara en su camino.

— Coronel. — saludó con un gesto tirante y seco — Teniente.

El primer impulso de Knox fue seguir su estela, asegurarse de que estaba bien, pero la mirada de Volk le disuadió de ir en pos de su Capitana; había asuntos que requerían su atención con más urgencia. ¿Pero si era así, por qué se sentía tan culpable? ¿Por qué parecía que estuviera abandonándola, dejándola a su suerte? Respiró hondo y siguió los pasos de la máxima autoridad del Krav al interior de la oficina personal del Gobernador.

El hombre observaba por la ventana hacia algún punto lejano en el horizonte, sosteniendo con su izquierda un vaso de licor ambarino. A Knox le pareció que el hombre estaba tan tirante que podría haber pasado por una escultura de si mismo, sin embargo, apenas oyó la voz de Volk se giró hacia ellos con expresión apática.

«Ya sé de quién ha sacado Gal ese estúpido gesto», pensó para sí mismo mientras se inclinaba ligeramente en señal de respeto.

— Siento molestaros — se refirió a los dos hombres que le acompañaban — Pero traigo noticias con respecto a la investigación.

— ¿Ha encontrado ya a mi hija? — espetó Athos y saboreó la bebida — Porque eso sí sería una noticia, Teniente Knox.

Pese al golpe que sintió Ethan en la cara con el comentario del Gobernador, se mordió la lengua para no replicar de manera descortés. Tomó aire y prosiguió con su discurso interrumpido.

— No, señor. — respondió primero a la pregunta — Pero mi equipo está seguro de que los secuestradores han usado el acceso al túnel que está en la cala noreste.

Sin necesidad de palabras, Knox sintió como la indignación se hacía acopio de Athos. Pero para sorpresa de los dos soldados, el otro hombre guardó silencio mientras rechinaba los dientes con desesperación.

— ¿Está seguro de eso Teniente?

Fue Volk quién rompió el silencio en el que se había sumido el despacho.

— Afirmativo. — corroboró — En el resto de la isla no hay señales que indiquen acceso a los antiguos suburbanos y hemos comprobado el estado de las mareas el día del secuestro; el túnel era plenamente transitable. — añadió pasando la mirada del Coronel al Gobernador — Es más, todo indica que los culpables se infiltraron varias veces en la isla antes de cometer el atentado.

El sonido de los cristales rotos, llamó la atención de los miembros del Krav. El Gobernador había posado el vaso con rabia sobre su escritorio y el cristal había estallado, salpicando y cortando la mano del hombre.

— ¿Está insinuando que la isla no es segura?

La mirada de Athos Meraki atravesó el pecho de Knox de manera fulminante. Como el arma de un francotirador. Y sabía que se lo estaba imaginando, pero le pareció notar cómo el pecho le ardía ahí donde la bala le había perforado.

— No lo insinúo. — replicó con dureza — Le informo de que la isla tiene un punto flaco y los enemigos de Agora, no sólo lo conocen si no que están haciendo uso de él.

Knox se mostró impasible, pese a estar hablando directamente con el líder del Estado.

— Permiso para descender a los túneles e inspeccionarlos, Coronel.

— ¡Olvídese de esos malditos túneles y encuentre a mi hija!

Vociferó Athos. Daba la impresión de que escondía algo que no quería compartir con el Krav. Pero Ethan siempre tenía esa sensación con todos los habitantes de Agora. Incluida Gal.

— Con todo el respeto, Gobernador — Volk hablaba de manera sosegada — Tengo a mis mejores escuadrones buscando a su hija, pero necesitamos asegurarnos de que están a salvo en la isla y de que nadie vuelva a entrar sin el permiso autorizado. — hizo una pausa — Si descubrimos adonde nos lleva el conducto, podremos rastrear mejor la zona y descubrir en qué lugar retienen a Eireann.

El Gobernador asintió tirante, apretándose la mano sangrante con un pañuelo. Knox respiró hondo y se cuadró todo lo que pudo.

— Coronel. — dijo con cautela — Permiso para restituir a la Capitana Meraki en su puesto.

— ¡No! — exclamó el Gobernador — Galia tiene que estar aquí, con su familia.

— Señor — espetó Knox con un suspiro — Si me permite decirlo, sé que es su hija y que está pasando por un momento delicado. Pero es la única persona que conoce esos túneles. — perdiendo la pose regia, dio un paso suplicante hacia Athos Meraki—. Si no la deja salir de aquí y hacer su trabajo, va a perderla para siempre.

El Gobernador titubeó, pero no apartó la mirada de la de Ethan Knox. En el fondo ambos sabían que el Teniente tenía razón y que el espíritu de Gal la obligaría a abandonar la residencia Meraki con o sin permiso.

— Galia no va a abandonar la isla. — repitió impasible. — Buenas tardes, señores.

La rabia se apoderó de Knox. Podía entender perfectamente cómo se había sentido Gal instantes atrás y, qué demonios, toda su vida. Salió del despacho con ganas de dar un portazo que hiciera temblar los cimientos de aquella maldita casa, pero se controló. Su furia, sin embargo, no pasó desapercibida para Volk que lo seguía de cerca y se encargó de volver a dejar sólo al Gobernador en su particular cúpula.

— Ethan. — el sonido de su nombre en boca de su Coronel le hizo sentirse extraño. — Ese no ha sido un buen movimiento.

Knox se limitó a resoplar, asintiendo de manera consciente con los actos que acababa de cometer.

— Gal ya no es simplemente una soldado del Krav.

Elias Volk hablaba pausadamente, y no como su Coronel, si no como su antiguo instructor y amigo

— Lo sé, pero la conozco. Sé que va a salir por esa puerta en cualquier momento y se irá sola a buscar a su hermana. Es tan jodidamente testaruda como su padre — gruñó — Y no puedo permitir que le pase algo.

— Si la Capitana Meraki sale de estas inmediaciones, el Krav no se hará responsable ni de sus acciones ni de su seguridad. — bajó ligeramente la voz — Pero si Galia Meraki abandona la residencia familiar en contra de la voluntad de su padre... — encogió los hombros casi de manera cómica —Supongo que tendrá que debatirlo con él cuando se entere.

Elias Volk palmeó la espalda de Knox y le dejó en mitad del pasillo, confundido. Pero si no se había vuelto loco, su Coronel, no, su antiguo instructor le acababa de dar la fórmula para contar con Gal de nuevo en su equipo: esperar a que ella se escapara y seguirla.

Y eso es lo que iba a hacer.

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