KERR (III) / KNOX (VII)

KERR (III)

Knox era buen tipo o esa era la impresión que le había dado a Kerr mientras se movían hacia el piso superior del edificio. Todo lo bueno que le podía parecer un soldado, claro. Porque ese era el gran fallo que tenía su compañía: que era otra marioneta de la Academia y, por tanto, de Agora.

—Me suena tu cara —comentó Kerr.

—¿Ah, sí? —Knox era estoico. Esa era la mejor definición que a Kerr le venía a la cabeza al verlo. Y pese a que el hombre mantenía las distancias con él —y probablemente con todo el mundo—, seguía sintiendo cierta familiaridad con él. Una de un tiempo ya olvidado.

—Sí, pero debes de tener una cara común —sentenció.

Estaba seguro de que el soldado no iba a ayudarle y, dadas las circunstancias, tampoco es que a Kerr le importara lo más mínimo. Ninguno de los dos parecía demasiado animado en la presencia del otro, aunque Knox no era tan agresivo con él como lo había sido Galia Meraki. Le daba la impresión de que aquel no era el primer rodeo del soldado con los Taarof, ni con gente de la Bahía.

Mas si era un simpatizante de Anthrax, no daba ninguna muestra de ello. En cambio el soldado se limitaba a caminar junto a Kerr y asegurarse de que no había moros en la costa, cada vez que giraban en una esquina o cambiaban de corredor.

Subieron al piso superior con la intención de bajar por las otras escaleras del edificio hacia la guarida de los Taarof. La planta baja parecía estar desierta, lo que era sorprendente cuando la mitad de la Bahía buscaba a Andreja Meraki y la otra mitad a Galia y Eireann. Aquel sitio debía de estar plagado de condenados, moviéndose de un lado para otro en un intento de guardar el edificio y encontrar a las mujeres. Pero no.

Kerr se movió silenciosamente hacia una de las ventanas que daban hacia el patio delantero, aquel que algún día habría servicio de aparcamiento y entonces lo comprendió todo.

—Están poniendo explosivos alrededor del edificio —masculló Kerr por lo bajo, viendo como una joven trabajaba bajo la ventana adyacente a la que él usaba para mirar.

—¿Quiénes? —inquirió Knox alarmado, acercándose hasta la ventana para verlo con sus propios ojos.

—Nosotros, al parecer —respondió con un resoplido.

Knox soltó una maldición y Kerr lo secundó. Si querían salir de allí con vida, deberían darse prisa o acabarían siendo sepultados por los escombros del otrora psiquiátrico. Eso quería decir que tenían que encontrar a los amigos del soldado y, con suerte, serían capaces de dar con todos los demás. Con un poco de suerte y Erin ya estaría fuera de peligro, gracias a la hija de Tasia y a Holden.

Eso esperaba, al menos.

El soldado fue el primero en moverse hacia el otro lado del edificio, haciéndole un gesto a Kerr para que le siguiera. Pero en el momento en el que se giraba para continuar su camino, la vio: Rina acababa de colarse por una de las puertas traseras y sin darse cuenta de su presencia, descendió por las mismas escaleras por las que él había subido instantes antes.

«¿Qué estás tramando, Ri?», se preguntó. 

Conociendo mínimamente a su melliza nada bueno. Eso por descontado, porque Kerr sabía lo furiosa que estaba con todo el mundo. Mientras él había decidido confiar en Holden y seguir sus directrices, ella había decidido avivar su sed de venganza siguiendo la estela de Sloan Aster. Aunque aquel patrón de destrucción hacía tiempo que lo perseguía, como si fuera su sustento para vivir.

Y no lo entendía, pero como siempre Kerr se había dejado arrastrar por ella. El problema era que ya no estaba tan seguro de querer seguir protegiéndola. Si Rina quería crear el caos, él no tenía porqué seguir detrás como si fuera un perrito faldero. Pero era su hermana y la necesidad de protegerla era más grande que cualquier disputa que pudieran tener.

A diferencia de él, Rina no tenía amigos. Creía que podía valerse ella sola, que era mejor desconfiar de la gente antes de que tuvieran la oportunidad de hacerte daño. Pero curiosamente, ella había sido la primera en dejar que Holden se le acercara. Había sido su melliza la primera en poner confianza ciega en el joven hijo de Wallace Skjegge y, él, había seguido su estela. 

Como siempre.

Ahora, sin embargo, era al revés. Aunque Kerr casi la comprendía. Holden la había cambiado por Drea; ella no era más su prioridad. Rina jamás reconocería sus celos, aquellos que la motivaban y la hacían actuar de manera inconsciente con un solo objetivo: devolver el daño que ella sufría. 

Por eso, no le quedaba más remedio que ceder a su instinto y seguirla. Antes de que hiciera algo de lo que podría arrepentirse para toda su vida.

—¿A dónde vas? —le preguntó Knox, aferrándole del brazo.

—Mi hermana, acaba de entrar en el edificio —le dijo, aunque no tenía porqué—. Tengo que ir a por ella. —Vio la confusión y desconfianza en la mirada de Knox, pero en ese momento le importaba—. Mira, puedes confiar en mí o no, me da igual. Pero me voy. Si bajas por allí —hizo un ademán con la cabeza—, encontrarás a los Taarof. No tiene pérdida. —Le dio un apretón en el hombro al soldado—. Suerte.

Dicho aquello, se deshizo del amarre de Knox y volvió sobre sus pasos, siguiendo a Rina.


KNOX (VII)

¿Que si creía a Kerr? No veía porqué el muchacho le iba a mentir después de arriesgar su vida salvando a la heredera, yendo contra todo lo que la Bahía y su Clan pretendía. Así que simplemente vio como se marchaba.

Sus indicaciones habían sido bastante claras, aunque Knox no las habría necesitado. Se conocía aquel lugar como la palma de su mano y le extrañaba que todavía pudiera recordar los pequeños detalles. En cierta manera, le molestaba que intentaran destruir lo que, con tanto esfuerzo, él había pseudo construido. 

Aquel sitio había sido el aire fresco que habían necesitado los jóvenes perdidos de Jevrá. Haberse juntado con la Bahía, en aquellos años, había sido entre una locura y una genialidad. Algo que estaba en una fina línea que pendía entre ambas, algo necesario y, a la vez, peligroso. Knox todavía recordaba como su padre había encontrado a los Condenados poco más que cobardes. 

—Se esconde en su bahía, ¿y qué hacen? Nada, mirarse los ombligos y rezar porque un día un Gobernador loco mande al Krav a matarlos a todos. —Habían sido las palabras de Héctor tras un par de copas de más.

Pero había algo de razón en la mente diluida de su padre. Anthrax se había hecho de despojos sociales, demasiado cansados de seguir aceptando las leyes de Agora y, habían decidido vivir cómodamente en sus casitas del puerto. Se les había considerado rebeldes en Kairos y, después, nada. Se habían acomodado.

Así como el odio que había en Anthrax por Agora era férreo, y el pensamiento utópico de hacer algo por Jevrá existía entre las calles de la Bahía; para los que seguían subsistiendo en la ciudad ni unos ni otros eran mejores. Y Knox lo había comprobado con creces. Los dos bandos eran igual de egoístas, sedientos de poder y control sobre el otro.

Nunca había sido su pretensión ser un soldado, pero tenía claro que no quería patrullar las calles y castigar a aquellos que no se lo merecían. Puede que Cora y su familia le consideraran un traidor, un desertor de la causa Taarof, pero no era así. Él sabía perfectamente donde recaía su corazón y sus motivaciones. Sólo que ahora quedaban difusos en un limbo entre sus deseos y sus obligaciones.

Dejó sus pensamientos aparcados a un lado y decidió continuar con su cometido. Ni el escuadrón de Lethe, ni lo que quedaba del suyo tenían la culpa de aquella guerra y, durante años, ellos se habían convertido no sólo en sus amigos pero en su familia. Aquella que no le había juzgado, ni le había importado sus raíces.

Por eso descendió las escaleras con cuidado de no encontrarse con nadie y siguió el penumbroso corredor. Las dos puertas metálicas se encontraban justo frente a él. Levantó el arma cuando oyó las voces al otro lado de las hojas y las empujó con suavidad.

Al otro lado, un par de armas automáticas le apuntaron casi tan rápido como él había ascendido la suya propia. Pero enseguida reconoció los rostros que lo miraban desafiantes. Mac, su estratega, fue el primero en descender su fusil, seguido de Ajax Vasil.

—Teniente, es bueno volver a verte —le saludó Mac, dándole un rápido abrazo en el que había más golpes en la espalda que estrechón en sí.

Echó un breve vistazo alrededor. Jed Arko estaba inclinado sobre un destartalado sofá, donde reposaba Aisha Seif herida y se dejaba curar por el sanitario y la joven Nessa, que asistía a Jed arrodillada en el suelo. En otro de los sofás, un poco más al fondo, se encontraba tumbado un muchacho; probablemente el chico que había mencionado Erin antes. Asher estaba sentado justo en frente, en uno de los viejos sillones de los Taarof, moviendo una de sus piernas nerviosamente.

—¿Qué hay de Ezra? —preguntó Knox, tras ver que la Capitana de Lethe seguía viva. 

—No lo hemos encontrado —resolvió Ajax—. Aisha dice que los atraparon en los alrededores de la central, los sedaron y se despertó en una habitación a oscuras. Pero que no volvió a ver a Ezra.

Knox asintió levemente.

—¿Y del resto? —No preguntó específicamente por Gal, pero en el fondo estaba pensando en ella. —Pensé que Lethe y Erin ya habrían llegado a aquí, junto con Holden Skjegge. Buscaban a Andreja Meraki.

—Hace poco recibimos un aviso de la Capitana Meraki que confirmaba su regreso en compañía de sus dos hermanas—determinó Jed, terminando de vendar a Aisha. —No tardarán.

—Eso espero, porque tengo malas noticias.

Todos le observaron con detenimiento, incluso el isleño que levantó la mirada hacia él. Les explicó por encima lo que había visto fuera del edificio y la urgencia de que lo desalojaran cuanto antes.

El único problema era que debían esperar a que Gal y compañía aparecieran para salir por la puerta de incendios que había en aquel mismo piso. No estaba lejos, pero sin ninguna de las Meraki, Knox se negaba a abandonar aquel lugar.

De todas formas, era necesario que comenzaran a moverse y sacaran de allí a los heridos. El chico Taarof estaba demasiado malherido como para poder moverse por su cuenta y Aisha tampoco presentaba buen aspecto. Sin una camilla o una forma más cómoda de trasladarles, necesitarían al menos un par de personas para que los acompañaran.

—Tenemos que sacar a los heridos —concluyó Jed antes de que Knox dijera nada, por lo que se limitó a asentir. —Uriel no puede andar y Aisha necesita alguien en quien apoyarse.

Uriel. Cuando el nombre había llegado a sus oídos antes, algo en su cabeza se había removido, pero ahora que podía fijar la mirada en el rostro del Taarof, este se volvió nítido en su memoria. No se movió ni un ápice en su dirección. 

El primo —casi hermano— de Cora se revolvió al reconocer su rostro y resopló. 

—¿Quién te ha decorado la cara? —musitó Uriel con una media sonrisa socarrona, medio adormilado. Los sedantes que le habían dado eran lo suficiente fuertes como para mantenerle como en una nube.

Knox se tensó y cuadró el cuerpo, sin responderle. La última vez que le había visto era un crío que le gustaba meterse en líos. Uno de los desafortunados que había tenido que ver como su familia se destruía a causa de la pobreza, las drogas y la violencia. Había sido su tío, el padre de Cora, quién lo había acogido bajo su techo. Pero Uriel siempre había sido un muchacho de la calle, igual que él, y se había resistido a recibir las migajas que sus familiares le daban. 

Controlarlo había sido difícil, pues igual que el padre de Knox, el de Cora trabajaba muchas horas en la Central para poder sustentar a su hija y a su sobrino. Pero por mucho que el hombre trabajara, ni el tiempo que dedicaba a las Industrias Meyer eran suficientes, ni el dinero hacía que pudieran vivir mejor. 

—Me he encontrado con Cora —respondió—. ¿Y a ti quién te ha dejado cojo?

—Tu amiga Meraki —contestó Uriel con una mueca.

—Seguro que te lo merecías.

—Lo mismo te digo —y los dos se sonrieron levemente el uno al otro.

Aunque había perdido en contacto con la familia Arons, igual que con la suya, no lo había hecho exactamente con Uriel. Se enteró de que el muchacho había entrado en los Taarof con dieciséis años y, desde entonces, había seguido su estela intentando ayudar a los jóvenes de Jevrá. 

Hacía unos años, en uno de sus días de descanso, Knox se alejó de las instalaciones de la Academia y con ropas típicas de los bajos fondos de Jevrá, hizo una visita al Vertedero. Quería saber qué es lo que había pasado con todos aquellos chicos que había intentado ayudar y, el destino quiso que su camino se cruzara con Uriel. 

Allí estaba él, caminando en la penumbra con la cara sangrando. Se había inmiscuido en una reyerta en la Bahía y había pagado el precio. El corte de la botella de cristal le había dejado ahora una fea cicatriz en su rostro, pero Uriel lo llevaba con cierto orgullo. Intercambiaron escuetas palabras, el secreto de haberse visto y la promesa de que si alguna vez Uriel necesitaba ayuda, le avisaría. 

Pero hasta ese mismo instante, nunca más se habían vuelto a ver.

—¿Os conocéis? —Nessa, curiosa como era ella, fue la que rompió el silencio que se había alojado ante la confusión del resto de los presentes.

—Sí, pero es una larga historia —atajó Knox.

—Todos tenéis largas historias y ninguno las contáis —se quejó la joven soldado, soltando un resoplido.

Knox le sonrió un poco, pero de momento no quería desvelar el misterio. Ya había revelado demasiado en la taberna de la Bahía y no había sido su intención. Allí no había tenido el control, pero aquí él era la persona con mayor rango y, por tanto, podía dar las órdenes.

—Nessa, ayuda a Aisha a salir de aquí. Es una orden —le dijo con suavidad. 

Y la chica asintió, sin mencionar más el asunto. Pese a sus insubordinaciones, típicas de cualquier adolescente, la Academia le había enseñado a acatar órdenes.

—Meyer, haz algo y ayúdame a trasladar al chico —le dijo Jed.

—Uriel, guíales hacia la salida de atrás. —Aunque el tono de Knox sonó como un mandato, Uriel no puso ningún inconveniente. Probablemente porque no quería acabar volando por los aires. —Mac...

Antes de que terminara la frase, la primera detonación hizo temblar los cimientos de toda la estructura y del techo cayó polvo de piedra, amenazando con derrumbarse.


NOTA DE LA AUTORA

¡Hola mis Condenadxs! Tengo buenas noticias para todos y es que ¡por fin tengo completada la novela! Esto quiere decir, que a partir de hoy subiré un capítulo cada día hasta finalizar. Deseo de todo corazón que la espera merezca la pena y os guste el final que, adelanto, va a ser apoteósico. 

Nos leemos,

A.





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