HOLDEN (IV)

Sintió la quemazón sobre su cuello, allá donde la bala pasó rozándole la piel, para después ver como el proyectil atravesaba el pecho de Tasia. La sangre de la mujer salpicó sus manos, su cuello y su ropa, y pese al desconcierto principal, Holden se lanzó hacia delante para recoger a Tasia antes de que quedara colgando de la grúa a la vista de todos.

El clamor de la sorpresa se hizo eco a lo largo y ancho de la Bahía. La gente no tardó en gritar, algunos en vítores y otros de puro terror. Una masa de gentío se movió fuera del muelle casi en estampida, alejándose del peligro mientras que los seguidores de Sloan Aster reclamaban el cuerpo de la ex líder del Clan Naz como suyo.

Holden no iba a permitir que cogieran a Tasia y se la llevaran como si fuera un trofeo que exponer y maltratar para el gusto de la calaña de Anthrax. Por eso tomó el cuerpo de la mujer entre sus brazos y, en compañía de los hombres de Zaide descendió por los escalones de hierro.

—Llevémosla al distrito Ramé —dijo uno de los hombres, que Holden identificó como uno de los sobrinos de Zaide—. Ahí estará a salvo.

Pese a lo temprano que era, el cielo estaba completamente encapotado. Las pequeñas gotas que habían comenzado a caer como una persistente bruma nocturna, se habían convertido en un aguacero incesante que empapaba todo a su paso.

Aunque Holden era oriundo de la Bahía, apenas conocía los entresijos del Clan Ramé. Zaide siempre había sido un hombre misterioso, que guardaba con recelo lo que hacía su clan y ahora entendía porqué. El sobrino de Zaide, Alden, alejó a Holden del gentío moviéndose entre la oscuridad de las calles del puerto como si de una sombra se tratara. Conocía cada recoveco, puerta y muelle que quedaba a su paso, y era capaz de entrar en cualquiera de las pobres viviendas sin ser visto u oído.

Se escabulleron por una de las calles contiguas a la principal, atestada del gentío que había salido para ver el ahorcamiento, y giraron a la izquierda por el callejón del mercado. Una estrecha vía que olía a basura y deshechos humanos y que acababa en el antiguo muelle, donde una destartalada y oxidada embarcación ondeaba sobre el mar ligeramente embravecido.

Holden reconoció el barco pesquero como el de Zaide, pero no fue allí donde Alden y el otro hombre le condujeron sino que se pararon frente a uno de los establecimientos. Vio como el sobrino de Ramé tocaba la puerta metálica unas cuentas veces, siguiendo un ritmo muy particular y después una mujer les abrió la puerta.

La trastienda de la taberna estaba más vacía de lo usual. Holden se dio cuenta de que no percibía ningún sonido de cristales rotos, ni tampoco el típico jolgorio escandaloso de borrachos. Llevaron el cuerpo hasta un pequeño cuarto que hacía las veces de oficina, posaron a Tasia en un desmadejado sofá y la taparon con una lona de vela rota.

Holden se vio las manos ensangrentadas y notó la sangre pegada a su ropa oscura, pero no pudo apartar los ojos del cadáver de Tasia. Debería haber hecho más por la mujer, debería haber sido capaz de convencer a su padre para que no la castigaran, pero se había sentido demasiado rabioso con Drea y con la líder Naz como para actuar de ninguna otra forma que no fuera con orgullo herido.

—Holden, ya no hay nada que puedas hacer por ella. —La voz femenina llamó su atención lo justo como para que se volviera y reconociera el rostro de Cora.

Cora Ramé tenía la cara alargada y unos grandes ojos azules, su cabello rubio pajizo caía lacio sobre sus hombros y su boca estaba enmarcada por unos labios sabrosos que Holden estaba seguro que seguían sabiendo a cereza. Notó los largos dedos anillados de la rubia sobre uno de sus hombros y agradeció el gesto de aquella que durante mucho tiempo había sido su mejor amiga, casi una hermana.

—Te esperan fuera, Skjegge —la voz de Alden interrumpió el momento de silencio en el que se habían sumido Holden y Cora, y con un leve gesto de asentimiento se dio media vuelta y abandonó la sala.

Sentados en una de las mesas que había alrededor de la barra un grupo de hombres, entre los que se encontraba Zaide, hablaban en susurros sobre algo que Holden no llegó distinguir. Les observó en silencio y notó como Cora pasaba a su lado hacia la barra. Desde que la conocía siempre había trabajado en la Taberna, sirviendo los licores más fuertes que el contrabando de la Bahía podía conseguir.

La puerta principal se abrió de sopetón dejando entrar el sonido del agua discurrir con violencia calle abajo, hacia el mar, y cinco figuras entraron en el establecimiento completamente empapados. Holden se fijó en que tres de ellas iban atadas y, de esas, dos con el rostro oculto por una tela negra.

—Octavia —se vio pronunciando al ver a la muchacha, que era empujada por un hombre robusto y barba desaliñada.

—He encontrado a la chica Naz ayudando a estos dos soldados. —Una mujer unos años mayor que él descubrió los rostros de los otros dos presos, que se vieron cegados por la luz de las lámparas de aceite que iluminaban de manera tenue la Taberna—. Intentaban llegar hasta la grúa de colgamiento.

Zaide Ramé se levantó de su asiento y se dirigió hacia los soldados. Ella miraba desafiante a cada uno de los presentes, pero él agachaba la cabeza, ocultando su rostro. Holden intentó captar mejor sus facciones, pero no quiso moverse por respeto a Zaide. Así que esperó.

El líder Ramé se acercó a la soldado y tomó su rostro por la barbilla con una mano, lo movió de un lado a otro e inesperadamente sonrió en una mueca extraña y desdentada.

—Soltadles —ordenó para sorpresa de todos.

—Pero Zaide, han herido... —protestó el hombre de barba, pero el líder le interrumpió levantando la mano para que se callara.

—He dicho que les soltéis —repitió con hastío y se volvió hacia Holden. — Acércate muchacho, creo que debes conocer a esta mujer.

Dando unos pasos hacia delante, Holden se acercó con precaución hasta la posición de Zaide sin apartar la mirada de la soldado, que ahora se levantaba y se frotaba las muñecas. A medida que más la observaba más le parecía conocerla, como si se hubiese cruzado con ella en un sinfín de ocasiones que no recordaba. Se fijó en cada pequeño detalle que le alcanzaba a la vista y entonces, descendió la mirada a su cuello y vio la flor de lys pendiendo de una cadena fina.

—Eres una Halz —murmuró Holden y el rostro de ella se suavizó.

—Holden Skjegge, te presento a Lethe Meyer —pronunció Zaide con una satisfacción impropia de él.

—Eres la hija de Tasia —dijo involuntariamente, viéndose sorprendido por la situación más de lo que esperaba.— Pensaba que toda su familia estaba muerta.

Lethe frunció los labios y chasqueó la lengua ofendida con el comentario.

—Tú eres el hombre que estaba con mi madre en la soga —replicó ella—. ¿Dónde está?

Todos guardaron silencio y se miraron los unos a los otros sin saber qué decir. Tasia había muerto y Holden no estaba seguro hasta qué punto Lethe, Octavia y el soldado sabían del estado de la mujer, pero suponía que le tocaba a él darle la mala noticia.

Le hizo un gesto con la mano para que lo siguiera y la llevó hasta el cuarto donde habían dejado descansar el cuerpo de la líder Naz. Holden abrió la puerta y dejó que fuera Lethe la que pasara y lo viera con sus propios ojos. La hija de Tasia se quedó quieta por unos instantes y, finalmente se acercó hasta el cuerpo de su madre.

—Lo siento —murmuró con pesar—. Tu madre fue una gran persona y todos aquí sentimos su pérdida.

—Gracias —susurró Lethe.

Holden le dejó la privacidad que se merecía, entornó la puerta y volvió al bar. En el momento que cruzaba el umbral que separaba la trastienda de la taberna vio a Cora moverse desde la barra e ir hasta el soldado, para segundos después golpearle en la cara con su puño izquierdo.

—¡Serás cabrón! —soltó la rubia con rabia desmedida.

Mientras todos se echaban a reír del soldado, Holden se movió con rapidez y tomó a Cora de la cintura. La elevó en el aire y la apartó del hombre antes de que continuara volcando su ira en él. Cora se revolvió en sus brazos e intentó alcanzar al soldado de nuevo, pero Holden se movió y la aprisionó con más fuerza deteniéndola una vez más.

—Cora, es suficiente —dijo entre dientes, cerca del oído de la rubia.

—Eres un bastardo, Ethan —escupió Cora señalándole con furia—. ¡Nos abandonaste! Pensábamos que estabas muerto, te lloramos y nos traicionaste.

—Yo no os traicioné —gruñó el soldado.

Holden miraba a uno y a otro como si fuera una partida de pin-pon, mientras el resto los observaba como si fueran un espectáculo digno de admiración.

—¿Ah no? —bufó la chica— ¿Y cómo le llamas a eso? —le señaló el brazo derecho, donde medio oculto se encontraba las trazas de un tatuaje.

Holden lo observó con detenimiento y se fijó en el dibujo que surcaba la piel de Ethan. Hizo un gesto hacia Alden que de seguido se acercó hasta el soldado y le levantó la manga corta hasta el hombro. Sobre el dibujo que alguna vez había formado un tatuaje perfecto, había una cicatriz que lo surcaba diagonalmente y desfiguraba por completo la marca de los Taarof.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top