HOLDEN (III)
Antes de empezar a leer, quiero que sepáis que cualquier ritual que os encontréis está tomado de otras culturas, pero modificado para adecuarlo a las costumbres de Kairos.¡Espero que os guste! Y si lloráis, tranquilos, sabed que yo dejé que un par de lágrimas se me escaparan mientras lo escribía.
—A;
La noche anterior, Holden había depositado un beso en los labios de su prometida y había abandonado la casa que llevaban compartiendo cerca de un año. Era costumbre que los novios no pasaran juntos la noche previa al día de la boda, y aunque el mayor de los Skjegge no era supersticioso, se vio presionado por su padre y el resto de líderes de los Clanes.
Ahora, en el hogar donde se había criado, se miraba en el espejo con el ceño fruncido. Nunca había entendido porqué casarse podía traer consigo tantas obligaciones, como por ejemplo vestir de blanco.
—¿Nervioso? —Kerr apoyó sendas manos sobre los hombros de su hermano y le golpeó un par de veces.
—No —mintió Holden dedicándole una sonrisa torva.
El muchacho soltó una risotada y Holden supo que le había leído la mentira en su mirada. Quizás nervioso no era la palabra que usaría para describirse en esos momentos, pero sí que estaba inquieto.
No tenía ningún tipo de dudas cuando pensaba en su futuro con Drea, la quería y deseaba pasar el resto de su existencia junto a ella, por muy tonto que sonara, pero le preocupaba que albergase reticencias tras su última discusión.
En la Bahía nadie pondría la mano en el fuego asegurando ser inocente, pues todos llevaban consigo sus propios pecados; pero para Holden, Drea era distinta. Cuando la conoció la consideró irritante, quejica y prepotente. Suponía que era algo normal viniendo de una recién llegada a Anthrax, aunque en los ojos de la chica se podía encontrar un halo de fiereza. Sin embargo, todo el mundo cambiaba su actitud tras vivir un tiempo por las calles del puerto.
Ahora, por el contrario, se daba cuenta de que la naturaleza de la morena siempre había sido la misma: bondad. Con el tiempo, Drea había mostrado sus inquietudes con respecto a las diferencias sociales que había en todo Kairos. Siempre tenía un discurso intachable, carente de ira o desprecio por aquellos que no eran como los de Anthrax, pero como muchos del Clan Ramé, se mostraba indiferente con la idea de cambiar las tornas.
Holden había tardado mucho tiempo en darse cuenta de que su novia únicamente quería vivir tranquila en la Bahía, dejar que los isleños siguieran haciendo las cosas a su modo e intentar ayudar a aquellos que venían de Jevrá sin nada. Por eso le preocupaba que hubiese condenado su matrimonio incluso antes de que este comenzara.
No debió mostrarle la imagen de la joven Eireann Meraki maniatada y semidrogada en aquella sala. Tasia ya le había advertido que Drea no estaría de acuerdo con ello, pero Holden no había podido ocultárselo por más tiempo. Necesitaba saberlo, ser consciente de que pese a sus ideales, el resto de Anthrax no los compartía y el Arcadian estaba tomando cartas en el asunto. Y, en especial, él.
—¿Dónde está Rina? —preguntó Holden terminando de abotonarse la camisa de lino blanco.
—Probablemente saboteando la boda —resopló Kerr—. Ya sabes, rompiendo el Berit(1), envenenando el cuchillo nupcial o ¿quién sabe? Secuestrando a la novia.
Holden miró a su hermano con los ojos entrecerrados. No estaba seguro de si debía de reírse por su imaginación o tomarle en serio. Era consciente de que Rina no estaba de acuerdo con el enlace, pero la muchacha llevaba mucho tiempo en contra de cualquier decisión que él tomaba. Por lo que descartar cualquiera de las opciones sería una insensatez.
—Qué poca fe, Kerr. —Rina entró en habitación con una caja de madera entre sus manos y se acercó a sus hermanos, que se miraron mutuamente en silencio—. Traigo el brazalete y el broche del clan. —Abrió la caja y se la mostró a Holden —. Y para que conste, no la secuestraría. La mataría con el cuchillo nupcial, y le colocaría el Berit en la cabeza para que todos admiraran a la reina muerta.
Aquello no relajó ni un ápice a Holden, que tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no replicar de manera mordaz. El día de su boda prefería que los ánimos no se tensaran más de lo que ya lo estaban. Harto imposible cuando sus hermanos hacían referencias a cómo podrían dañar a su futura mujer.
—No te acerques al cuchillo, ¿quieres? —le dijo al final a Rina—. Y ayúdame a ponerme el brazalete.
Kerr tomó la preciosa caja de ébano entre sus manos y la sostuvo mientras su melliza hacía lo que Holden le había pedido. El brazalete de los Skjegge era de seda oscura, más parecido al gris que al negro, y sobre él se incrustaba un complejo nudo marinero hecho con una cuerda fina y dorada. El mismo dibujo que portaba el broche que el novio debería dar a su prometida en la ceremonia.
Las manos de Rina temblaron un poco mientras envolvía el bíceps izquierdo de Holden en la tela oscura. Debía quedar perfectamente adherido, como si fuera parte de la tela de la camisa, y el símbolo del Clan se tenía que ver perfectamente por todos los que asistieran al enlace.
—¿Estás seguro de querer casarte? —Rina suspiró—. Aún puedes echarte atrás.
Holden la miró y le dedicó una sonrisa. Para él siempre sería esa pequeña niña de pelo alborotado y cara sucia, capaz de meterse hasta por una chimenea si era necesario con tal de conseguir lo que se proponía.
—Estaré bien, Rina. —Le dio un suave golpe en el mentón—. Aunque me case siempre serás mi chica favorita. —Sonrió levemente—. Que quiera estar con Drea no cambia nada; tú siempre serás mi familia. —Se giró y miró a Kerr con la misma intensidad—. Los dos.
Vio como los ojos de Rina se anegaron en lágrimas y como rápidamente se quitaba cualquier rastro de su rostro.
—¿Estás llorando? —Kerr rompió el momento sentimental en el que se habían metido los tres tras volver la cabeza y ver la cara de su melliza.
—¡Claro que no, idiota! —replicó la chica mordaz—. Es vuestra cursilería que me da alergia —sorbió por la nariz y se apartó del contacto de Holden—. Bueno, ¿qué? Moved el culo, que llegamos tarde.
Holden vio como Rina salía de su habitación con gesto apresurado y una sonrisa se adueñó de su rostro.
—¡Te has emocionado! —se burló Kerr de su melliza, guiñándole un ojo a Holden mientras salía tras ella.
Por un breve instante, el mayor de los Skjegge olvidó las constantes peleas en las que se habían sumido las últimas semanas y disfrutó del momento con sus hermanos. Puede que ya no fueran niños, que cada uno tuviera su forma de pensar y no necesitaran de la guía de Holden, pero él no había mentido: siempre estaría para ellos.
***
Frente al mar, donde las olas besaban la orilla de la playa, los clanes que estaban por unirse habían construido el lugar de la ceremonia. Un cícrulo confeccionado a partir de conchas y piedras decoraba el centro y, tras él, un arco de madera adornado con flores y plantas recreaba el altar, desde donde Zaide Ramé aguardaba para oficiar la ceremonia.
Holden esperaba frente al círculo a que su prometida apareciera de la mano de Tasia, la madrina. Como era costumbre, el padrino —Wallace— se mantenía a su lado aguardando al final del pasillo, mientras sus dos testigos se encontraban en el costado de la órbita nupcial sosteniendo entre sus manos las dos reliquias del Clan. El resto de invitados y asistentes, se encontraba unos metros más allá, sentados en la fila de sillas puestas en hileras de cinco, custodiando el pasillo hacia el altar.
Ahora que quedaban poco tiempo para que la ceremonia diera comienzo estaba mucho más nervioso. La culpa se la echaba a Kerr que no había parado de reírse de él durante todo el camino hasta el altar. Mas cuando vio la imagen de su novia apareciendo, toda inquietud se evaporó.
Aferrada al brazo de Tasia Naz, Drea llevaba un elegante vestido blanco sin mangas, decorado por un colgante en forma de lirio que caía desde su cuello hasta posarse cerca de su corazón. En su brazo derecho mostraba orgullosa el brazalete del Clan Naz, de color azul marino con su distintivo nudo de tres cabezas. Tras ellas, se encontraba el segundo al mando de Tasia, un hombre de la edad de su padre llamado Bren que se limpiaba las lágrimas de los ojos, y una mujer joven de pelo rubio que reconoció como una amiga de Drea, Octavia.
Cuando llegaron a su posición, Holden dio un cabeceo en señal de agradecimiento a Tasia cuando esta le entregó la mano de Drea. Mientras ellos entraban en el círculo y se posicionaban en el centro, frente a Zaide, sus testigos se quedaron en sus respectivos lados, custodiando su flanco.
—En un día como hoy, bajo la luz del cielo y el clamor de las olas, nos hemos reunido para unir las almas de Holden Skjegge y Drea Naz. —Zaide hablaba de manera pausada, pero con su consabido tono hosco—. Líderes del Clan, ¿dan la bienvenida a los nuevos miembros de su familia?
Holden se giró durante un segundo hacia su padre y este dio un leve asentimiento con la cabeza. Sintió un tremendo alivio cuando al volverse, la muchacha que portaba el Berit del Clan Naz se movía a la par que Rina. Ambos líderes tomaron las guirnaldas como muestra unión, y se las colocaron como un collar sobre los hombros.
—Que la fuerza de esta alianza os guíe en el resto de vuestro camino compartido —prosiguió Zaide colocando una mano sobre cada uno de los novios—. Holden Skjegge, ¿aceptas a Drea Naz como tu otra mitad, tu compañera y tu familia?
Levantó la mirada hacia su prometida y la sonrió. Se giró, entonces, hacia su hermano y este abrió la caja de ébano para mostrar el broche del clan. Holden lo tomó con cuidado y se lo enganchó a Drea en el lado izquierdo de su vestido.
—Drea Naz, ¿aceptas a Holden Skjegge como tu otra miad, tu compañero y tu familia? —repitió Zaide.
Pero Drea no se movió. Se quedó observando a Holden a los ojos y su boca formó una tensa línea. Sólo necesitó un segundo para saber lo que la morena estaba pensando hacer, y antes de que ella hiciera ningún movimiento, quebrantó el protocolo del enlace y agarró a su novia de la mano.
—No lo hagas, por favor —suplicó.
Sintió con la mano de Drea se aferraba a la suya, pero finalmente la apartó para desprenderse del broche que previamente él le había colocado.
—Lo siento, Holden —murmuró—. No puedo seguir con esto.
Oyó como a la mujer se le quebraba la voz al decirlo, pero al sentir la pieza sobre su palma no pudo moverse. Supo que ella se había marchado por el eco de voces que se sucedió a su alrededor, pero algo dentro de él se rompió cuando sus temores se hicieron realidad: Drea ya no le aceptaba, no ahora que conocía su parte más oscura.
NOTAS
(1) Berit, en hebreo significa Alianza. Se trata de una guirnalda compuesta por hojas de laurel, lazos con el color del clan, e incrustaciones de conchas, formas férricas, flores o pequeñas piedras, que en las bodas de Anthrax un clan entrega a otro como muestra de aceptación al nuevo miembro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top