HOLDEN (I)
Aquella noche, apenas había dormido.
Su cabeza no dejaba de darle vueltas a la misma idea. Una y otra vez, hasta que se había sentido mareado. Observó el techo con tanta intensidad, que hasta podía decir cuantas grietas surcaban las viejas vigas de madera. Las debió contar cientos de veces, incapaz de conciliar el sueño pese al aburrimiento que suponía la actividad. Ni siquiera el cuerpo de Drea, apoyado contra el suyo le había ayudado a relajarse.
Estaba inquieto. No sólo por lo que habían hecho sus hermanos, si no por lo significaba aquello para toda su familia. Secuestrar a la hija del Gobernador era un movimiento desesperado por comenzar una guerra. Durante toda su vida, Holden, había sacrificado lo que fuera necesario por su familia. No importaba cuál fuera la tarea a realizar, él era el primero en dar un paso al frente y prestarse voluntario. Y si era honesto consigo mismo, habría hecho exactamente lo mismo que Kerr y Rina: encontrar la forma de entrar en aquella maldita isla, secuestrar a Eireann Meraki y recibir la recompensa por ello.
Sin pestañear. Sin segundos pensamientos. Sin miedo.
«Ahora es distinto»
Pensó acariciando el sedoso cabello de Drea. Ella no le había hecho mejor, pero le había dado un motivo para pensar dos veces el aceptar algún encargo del clan. Cuando estaba con ella, la guerra fría contra Agora no le parecía tan importante y, sin embargo, estaba ahí, siguiéndole a todas partes como una sombra hambrienta por sembrar el caos y traer la oscuridad.
Y sabía que el conflicto no iba a parar hasta que uno de los dos cayera.
Afuera, aún seguía amaneciendo. Los rayos del sol se filtraban con ligereza por la ventana, iluminando tenuemente el dormitorio. Holden bajó la mirada hacia Drea cuando sintió que esta se removía entre sus brazos y se inclinó para dejar un beso en lo alto de su cabeza. Aún no sabría decir cómo dejó que se ganará un pequeño hueco en su corazón, pero ahora no podía desprenderse de ella. El miedo de perderla le golpeó con saña la boca del estómago, impidiéndole respirar por un segundo.
El fino golpeteo sobre el cristal de la ventana le hizo volver el rostro y perder el hilo de sus pensamientos. Se levantó de la cama despacio para no despertar a Drea y se puso los pantalones en silencio. Bajo su ventana, se encontraba uno de los mensajeros de su padre; el muchacho era joven, de no más de quince años, y delgaducho. Por las horas, imaginó que el mensaje sería importante pues de otra manera habrían esperado a que el amanecer se completara.
Con un simple gesto, Holden se encaminó hacia la entrada de la casa. Cuando abrió la puerta, el chico ya estaba allí. Ahora que lo tenía delante y podía apreciarle mejor, se percató de que era casi tan alto como él. Sin decir ni una palabra, le entregó a Holden un sobre con su nombre escrito en la parte delantera.
06:30h. En el hangar. No faltes. — W.S.
Por la caligrafía y las iniciales al final de la nota, Holden reconoció a su padre. Comprobó el reloj y profirió un gruñido. Tenía exactamente quince minutos para recorrer la bahía hasta llegar al hangar de la familia. Terminó de vestirse, se calzó y salió de la vivienda sin perder un minuto más. Sabía lo mucho que le molestaba a su padre la impuntualidad.
A aquellas horas, el puerto parecía abandonado. Era demasiado temprano y sólo aquellos que se lanzaban a la mar en busca de pescado con el que comerciar, habían salido de la comodidad de sus camas. Únicamente los gatos parecían interesados en rebuscar algo de comida entre los deshechos de la noche anterior.
El muelle siete aún tenía las farolas encendidas, pese a que la claridad del día era suficiente. Holden volvió a mirar el reloj sobre su muñeca izquierda y atravesó la calle. El hangar se encontraba situado en la mitad del muelle, por lo que en cuanto divisó la puerta roja se paró frente a ella. En los buenos tiempos, el portón lucía un brillante color carmesí, pero las constantes inclemencias del tiempo se habían comido la pintura y había salido a la luz su color metálico. Golpeó la superficie tres veces con el puño, haciéndose oír y esperó a que alguien le abriera al otro lado. Una chiquilla con rostro somnoliento fue la encargada de darle la bienvenida. Aún tenía las legañas pegadas en los ojos y justo antes de saludar a Holden, un gran bostezo se hizo acopio de su boca. El inocuo gesto, le hizo sonreír. Buscó en uno de los bolsillos de su pantalón hasta dar con una moneda y se la dio a la niña antes de proseguir su camino.
Por dentro, el hangar era un espacio amplio y abierto, con varios pilares recorriendo todo lo largo de la nave. Para diferenciar las zonas, se habían colocado paredes móviles, que permitieran cambiar la estructura en caso de necesitarlo. En su día, aquel depósito habría servido de almacén de contenedores llenos de mercancías que traían barcos de todo el mundo. Ahora, se había convertido en una las propiedades de aquellos que controlaban el mercado negro.
El epicentro comercial de todo Kairos.
Holden había pasado buena parte de su vida en aquel lugar. De crío, su padre le había enseñado que si quería algo tenía que ganárselo. Así que había empezado a trabajar a los once años, abriendo la puerta de los que visitaban el hangar. Igual que aquella cría. Poco a poco, a medida que se iba ganando la confianza de sus superiores, comenzó a llevar a cabo otras tareas más importantes.
Atravesó todo el hangar, pasando frente a cada uno de los pasillos y salas que se abrían a cada lado de la nave. Unas dedicadas a almacenar mercancía, otras convertidas en espacios donde trabajar. En la pared oeste, los Skjegge habían fortificado la vieja estructura de oficinas para crear su propio espacio. Toda la parte inferior estaba ocupada por la tienda del hangar; en ella podías encontrar todo tipo mercancías: desde medicamentos hasta hilo de pesca. La regentaba un viejo lobo de mar al que el Krav había atrapado por robar. Antes de siquiera cumplir su condena, el hombre escapó de Jevrá y se trasladó a Anthrax donde estuvo viviendo en una caseta de pesca durante años. Nadie sabía cuál era su nombre y por eso lo llamaban, cariñosamente, Zaide.
Holden no entró en el establecimiento, mas sonrió cuando leyó el cartel que estaba puesto en la ventana de la puerta: «Keep out!». Subió las escaleras hasta el segundo piso, donde se encontraban las oficinas. La mayoría de las estancias que se encontraban en aquella planta consistían en salas de reuniones o despachos. Por el silencio que percibía, Holden hubiese dicho que no había nadie allí, mas continuó hasta el final de la planta en donde una de las puertas estaba abierta.
La sala de reuniones recogía una amplia mesa ovalada con diversas sillas a su alrededor. La mayoría de ellas ya estaban ocupadas por miembros de otros clanes: Naz y Ramé. Wallace Skjegge se encontraba sentado en uno de los cabezales de la mesa, como anfitrión de la cita; a uno de sus lados estaban Rina y Kerr, y al otro una silla vacía que Holden intuyó que era para él.
No fue el último en entrar en la sala, pues minutos más tarde, Sloan Aster entraba junto con dos miembros de su clan. Era rubia, de mirada azul penetrante y una altura imponente para una mujer. Holden reconocía que si no fuera por toda la vanidad que desprendía, podría decir que era una mujer atractiva.
—Ya estamos todos. —Wallace se levantó de su asiento, apoyando ambas manos sobre la superficie de la mesa —. He convocado esta reunión para tratar este pequeño asunto.
El hombre presionó el botón de un mando a distancia y en la pantalla de televisión apareció una imagen tintada en verde y negro. El modo nocturno de la cámara de vídeo captaba con perfecta nitidez la menuda silueta de Eireann Meraki, agazapada en una esquina de su improvisada celda.
Todos los presentes observaban con ávido interés la imagen, como si creyeran que era una producción ficticia y la muchacha encerrada no era más que una penosa actriz que se parecía a la hija del Gobernador.
—Wallace, tengo que felicitar a tus dos hijos. —Sloan tomó la palabra, mirando directamente a Rina y a Kerr con una sonrisa que a Holden le produjo un escalofrío—. Han hecho un gran trabajo.
—Te lo agradezco Sloan —respondió Wallace sin una pizca de ánimo—. Gracias a ti por darnos la información necesaria.
—Oh, querido Wallace, ha sido un placer. —La mujer se llevó la mano al pecho en un gesto calculadoramente teatral.
Holden no se creía ni por un segundo aquella falsa modestia. Y sabía que su padre tampoco. Sloan Aster era un mal menor necesario si querían conseguir derrocar el gobierno Meraki.
—¿Cómo se porta nuestra pequeña invitada? —preguntó Sloan.
—Se ha pasado la mayor parte del tiempo llorando y pidiendo auxilio. —Comenzó a explicar Rina—. Cree que la queremos envenenar.
—¿A caso os extraña? —Holden cortó a su hermana de golpe. La miró con gesto hosco, demasiado molesto como para siquiera fingir que no le importaba que sus hermanos tuvieran que haber sido los responsables de tal acto.
La noticia del secuestro no le tomó desprevenido. Holden era consciente de que esa idea se llevaba barajando desde hacía meses, pero nunca habían tenido la oportunidad de hacer algo semejante. Las veces que un miembro Meraki abandonaba la isla eran escasas y atraparla dentro de Agora se les había hecho harto imposible. Hasta que un buen día, Sloan vino con la solución. Nadie sabía de dónde sacó aquellos planos, ni hasta qué punto era cierto que había túneles ferroviarios bajo el suelo de Jevrá que llegaban hasta Anthrax, pero poco importó cuando lo confirmaron. Podían entrar y salir de la isla sin ser vistos.
Sabía que sus hermanos habían hecho varias expediciones por los canales, al igual que él, aprendiéndose los caminos y su localización exacta. En pocas semanas descubrieron que no todos los conductos estaban en buenas condiciones y que podían acceder a diferentes niveles si encontraban los pasos adecuados. Hacer un plano de todo aquello les llevó varias semanas más, hasta que un día Rina y Kerr informaron de que habían llegado hasta la isla.
La noticia fue motivo de alegría para todos los que estaban sentados en aquella sala, pero Holden en ningún momento creyó que sus hermanos pequeños serían los encargados de volver hasta Agora y secuestrar a la joven Meraki.
—Holden, cielo, ni me había dado cuenta de que estabas aquí.
El hombre se giró para observar a una sonriente Sloan al otro lado de la mesa. No se molestó en curvar ni un ápice sus labios, se mantuvo sosegado mientras le devolvía la mirada.
—Por favor, Sloan, deja de ridiculizarte a ti misma. —La voz pausada de Tasia Naz sonó con fuerza por toda la sala, haciendo callar no sólo a la mujer rubia si no a todos los presentes.
Era raro oír hablar a la sanadora en cualquiera de las reuniones que se efectuaban. Normalmente solía oír con atención y dejar que fueran otros miembros de su clan los que intervinieran por ella. La figura de Tasia, sin embargo, era tan imprescindible como la del viejo Zaide Ramé, que observaba todo con gesto pensativo.
—Querido, prosigue. —Tasia hizo un gesto hacia Holden con la mano, para después volver a dejar ambas sobre el cabezal de su bastón.
—Gracias, mitéra(1) —pronunció Holden en señal de respeto hacia la antigua miembro del Krav—. Decía que no me extraña que no quiera comer. Hace menos de cuarenta y ocho horas ha visto a sus dos guardaespaldas muertos, la han drogado, secuestrado y encerrado en una oscura celda. —Holden paseó la mirada mientras hablaba, mirando primero a sus hermanos y después haciendo una inspección rotativa hasta acabar sobre Sloan, quién no parecía que le hubiese hecho demasiada gracia ser amonestada por Tasia—. Sin contar que la habéis hecho hablar frente a una cámara, diciéndole a su padre que si no acepta las condiciones que se le soliciten, ella pagará las consecuencias —soltó un bufido desdeñoso y casi burlón.
Holden había estado tomando algo en el único bar que había en toda la bahía, cuando el vídeo se hizo con la pantalla de la cantina. La voz de Eireann inundó todo el establecimiento, causando los vítores y aplausos de la mayoría de los que estaban presentes. Pero de él no. Miró la imagen con el ceño fruncido y se limitó a dar otro trago al licor que le habían servido.
—Si fuera ella, yo tampoco comería nada. Ni mucho menos cooperaría —añadió.
El gesto victorioso que había estado sobre el rostro de Rina desapareció. De la manera más simple, Holden había demostrado lo impetuoso que había sido todo el plan.
—¿A dónde quieres ir a parar? —Wallace observaba a su hijo con suma curiosidad, sentado a su lado.
A Holden le pareció que su padre se había mostrado ausente desde que la reunión había comenzado. Y empezaba a sospechar que tenía que ver con la intervención de los mellizos en el plan.
—Que si seguís tratándola así, vais a tener un cadáver más pronto de lo que imagináis.
—Es lo que se merece —replicó Sloan tajante—. Su padre trata a todos así. Es justo que le demos la misma medicina.
Holden fijó su mirada en la mujer rubia, notando la rabia y el resquemor que Sloan desprendía. No estaba seguro de si aquello era hacia él, la situación o hacia los Meraki. Pero tampoco tenía modo alguno de saberlo. Debía reconocer que no le faltaba razón en una cosa: a Athos Meraki le importaban poco las condiciones en las que "su pueblo" viviera, siempre y cuando él se beneficiara del poder que tenía. Pero Eireann no era Athos, si no la que había pagado por las consecuencias de las acciones de su padre.
—Es una chica asustada, que nunca ha salido de esa isla —Holden suspiró— porque su padre no quiere que conozca la realidad. Pero ahora la tenemos nosotros y podemos enseñárselo, ganarnos su confianza.
—Esto no es un experimento social. —Sloan se apoyó sobre la mesa y se levantó de su asiento, rabiosa—. Si hay que torturar a esa pequeña sanguijuela para que su padre nos dé lo que necesitamos, la torturamos.
Holden apretó los dientes, intentando sosegarse a sí mismo y no caer en el juego que Aster intentaba imponer. Él nunca había simpatizado con la familia gobernante, ni con ningún habitante de Agora, pero no le parecía que las formas con las que trataban la situación fueran las más beneficiosas para ellos.
—Si algo le pasa a esa chiquilla —Tasia volvió a hablar, tras levantar levemente la mano para pedir silencio—, su padre se vengará con brutalidad. Y la situación en Jevrá y la Bahía ya son lo suficientemente malas. —Hizo una pausa—. No podemos hacer frente a todas las fuerzas del Krav.
Pese a todos los años que hacía que conocía a Naz, Holden comenzó a tomar confianza con la mujer meses después de comenzar a salir con Drea. Bien sabía él que a Tasia no le hizo mucha gracia la noticia cuando se enteró, pero Holden le había prometido que nunca inmiscuiría a su pequeña pupila en los asuntos de Arcadian. Y hasta la fecha el hijo mayor de Wallace Skjegge había hecho honor a su promesa.
—¿Wallace? ¿Zaide? —Sloan buscó apoyó en los dos hombres que aún no se habían pronunciado al respecto.
El primero guardó silencio barajando las dos posibilidades, viéndose en una encrucijada de la que no sabía salir; el segundo, carraspeó para aclararse la garganta y tomándose su tiempo, habló:
—La situación no es la ideal —Se rascó la incipiente barba blanca de la barbilla—, pero creo que Holden tiene razón.
El viejo encogió los hombros y no dijo nada más. Su bisnieta, una joven de rostro pecoso que la ayudaba en la tienda, no se atrevió a contradecirle tampoco.
Holden se volvió hacia su padre, entonces. Sus dedos tamborileaban sobre la superficie de la madera y observaba la pantalla con interés. Eireann se había erguido y miraba hacia algún punto indefinido. Si su padre se ponía de parte de Sloan, todo lo que había dicho no habría servido de nada; su clan —que era quien estaba a cargo de la joven Meraki— mantendría los mismos "cuidados" con la hija del Gobernador. Y Holden le daba máximo una semana de vida. Después de eso, volverían al punto de partida sólo que con la premisa de que el Krav los buscaría y cuando los encontraran, se unirían a la heredera en el otro mundo.
—Está bien, Holden. —Wallace miró a su hijo de manera directa—. Lo intentaremos a tu manera —Se irguió cuando oyó el bufido de Sloane al otro lado de la estancia—, pero si tu método no funciona, volveremos al plan inicial. ¿Estamos todos de acuerdo?
El primero en levantar la mano para dar su aprobación fue Zaide, seguido de Tasia y, finalmente —y a regañadientes— Sloan. Tampoco es que pudiera hacer mucho más.
Tras la votación todos los miembros de los otros clanes fueron saliendo de la sala. Holden pudo notar como los ojos de Aster se le clavaban en la nuca cuando esta pasó detrás de ella, pero no se movió. La sanitaria apretó el hombro de Holden en señal de apoyo y Zaide instó a su nieta a darse prisa para abrir la tienda de abajo, sin prestar atención a nadie más.
—Quedas a cargo de que esa chica coopere. —Wallace se levantó y miró entonces a sus otros dos hijos—. Vosotros dos —Señaló primero a Kerr, que se había mantenido en un extraño silencio durante toda la junta y después fijó la mirada en Rina—. Estáis bajo el mando de Holden —atajó—. No quiero que os acerquéis a esa chica a no ser que vuestro hermano diga lo contrario.
—Sí, padre — dijo Kerr.
—¡Pero nosotros... —Rina intentó protestar, pero la mano de Wallace impactó directamente contra su rostro, partiéndole el labio en el proceso. —Sí, padre —respondió en un murmullo tenso.
Se podía ver con perfecta claridad como la rabia brillaba como una llamarada que la rodeaba por entera. Holden intentó detenerla, aferrándola de uno de sus brazos, pero la muchacha se deshizo del amarre con un bandazo airoso.
—¿Estás bien? —preguntó a Kerr.
—Estoy preocupado por Rina.
Holden miró a su hermano expectante, esperando a que prosiguiera contándole sobre su inquietud.
—¿Os habéis peleado?
—No — Sacudió la cabeza el más joven de los hermanos—, pero... no sé, últimamente está rara. Más inquieta de lo normal.
—Matar a dos hombres a sangre fría y secuestrar a una chica es algo como para estar inquieto —apostilló Holden.
—Le dije que no teníamos porqué ir nosotros, pero ella insistió.
La noche anterior, los mellizos, ya le contaron la historia. Pero como era normal, Rina fue quién se dedicó a compartir los detalles que a ella le parecieron más interesantes. Holden ni siquiera notó la turbación de su hermano hasta ese instante, que la hubo mencionado.
—No pasa nada, Kerr —aseguró—. Hablaré con ella, aunque no te prometo que consiga algo.
Holden dio una palmada en la espalda de su hermano menor y juntos salieron de la sala. Aquel no sería un buen día para intentar hablar con Rina, no después del golpe —no sólo físico— que había recibido, pero intentaría llegar a ella como cuando era una niña. Holden no era consciente del momento en el que dejó de ser el héroe de su hermana para convertirse en ese enemigo que debía vender, pero esperaba que aquella actitud no estuviera condicionada por otra persona.
Porque si Sloane Aster había tenido la osadía de plantar la semilla de su odio en Rina, la mataría.
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