GAL (VI)

Habían pasado varios días desde que había sentido el sedante sobre su cuello. Gal despertó en una habitación sin ventanas con la sensación de que le había pasado un camión por encima. Los estragos del barbitúrico que le habían suministrado aún persistían en su sistema, obligándola a mantenerse en un fatigoso estado de duerme vela que ni le dejaba descansar, ni le daba la posibilidad de estar lo suficientemente despierta como para intentar escapar.

En aquellos días lo único que había recibido fueron escasas raciones de comida y agua que, pese a su reticencia, no había podido negarse a tomar. Se encontraba cautiva en una sala sin ventilación, rodeada de viejos muebles eléctricos que no parecían funcionar, y el único aire limpio que se filtraba era por las finas rendijas de la puerta metálica que la mantenía encerrada.

Gal se estaba desanimada y sin fuerzas, pero aún así intentaba prestar atención a lo que ocurría al otro lado de la puerta. Había oído pasos cuando se acercaban a mantenerla lo suficientemente viva y, en un par de ocasiones más, pero no había estado en posición de pedir ayuda o intentar escapar.

De cualquier forma, allí no habría nadie que quisiera socorrerla. O esa era la lectura que Gal hacía cuando la apuntaban con un par de armas para que no se le ocurriera intentar llegar hasta su única vía de escape.

Había sido muy ingenua creyendo que podía haber salvado a su hermana ella sola. Ahora se daba cuenta de que había obrado mal, pero de nada le servía lamentarse. Sólo esperaba que Asher, Erin y Vera estuvieran bien. Mas no podía evitar pensar que ninguno de los tres se encontraba en su mejor momento. Y todo por su culpa.

Sentada contra la pared miraba a un punto inconcreto del techo que estaba formado por un sin fin de tuberías. Desconocía si las láminas habían caído o siempre había estado así, pero ahora que lo miraba más detenidamente se fijó en la rendija de ventilación. Su nueva inspección se vio interrumpida por lo que le pareció que era el sonido de un disparo resonando a lo largo del pasillo en el que ella se encontraba. Se arrastró hasta la puerta e intentó ver algo a través de las rendijas, pero la luz soltó un quejido y después parpadeó.

De un momento a otro, quedó sepultada en la más absoluta oscuridad y poco a poco el sistema de ventilación dejó de zumbar hasta que lo único que Gal era capaz de percibir fue su pesada respiración. Oyó voces al otro lado de la puerta, los pasos acercándose hasta su posición y el sonido metálico de las armas golpeando contra la chapa metálica.

No tenía ni idea de lo que estaba pasando en el exterior de su improvisada celda, pero fuera lo que fuese no estaba segura de querer descubrirlo. Instintivamente se alejó de la puerta y se escondió tras uno de los armarios, guardando silencio mientras percibía el susurro de dos personas intercambiando comentarios que no llegó a distinguir. Segundos más tarde la entrada se abría con el reconocido chirrido de sus bisagras y Gal se tensó.

La adrenalina comenzó a bullir con fuerza por su sistema, cargando su cuerpo como si de una batería se tratara, y cuando vio al primer sujeto por el rabillo del ojo se lanzó contra él. Aferró una mano contra el arma para apartarla de su posición y con la otra, empujó la cabeza del individuo hasta hacerlo chocar violentamente contra la pared contraria. El ruido debió de alertar al segundo visitante que no tardó en aparecer y disparar en mitad de la oscuridad.

La bala se perdió en uno de los muebles metalizados y se oyó el tenue chisporroteo de la maquinaria, que antes se había usado para guardar datos informáticos. Gal tomó el arma del desconocido al que había atacado, lo golpeó con el codo en la cara y después disparó al otro en la pierna. Se levantó como un resorte, fue hasta el hombre que acababa de pegar un tiro y le puso el cañón del arma sobre la cabeza para que no se moviera.

—¿Quién eres y dónde estamos? —espetó con rudeza.

Llevaba demasiados días encerrada como para pensar en lo que el Krav le había enseñado. Las formas dejaban de existir cuando te recluían en una sala y amenazaban tu vida día sí y día también.

Una bandana ocultaba la parte inferior del rostro de joven muchacho. Gal no pudo evitarlo y le observó detenidamente: tenía el pelo oscuro y largo, un mechón tapaba su ojo derecho y lo que parecía una fea cicatriz, mas de su mirada sombría podía percibir el odio. El chico se encontraba arrodillado en el suelo sobre una de sus rodillas, apretándose con fuerza la pantorrilla sangrante. Respiraba fatigosamente y un leve gimoteo escapaba de entre sus labios a causa del dolor, pero aquello no iba a ablandar a Gal.

—No te lo voy a repetir de nuevo —se impacientó cargando la siguiente bala en la recámara.

El joven se giró ligeramente y cruzó su mirada con ella. Gal tensó la mandíbula, poniendo todo su esfuerzo en no apretar el gatillo y salir de allí cuanto antes. Necesitaba saber su ubicación para poder actuar de la forma más estratégica posible, y si era necesario se llevaría a aquel desconocido con ella. En otras circunstancias no habría estado de acuerdo con usar un rehén, pero en aquel momento era su vida contra la de él.

—¿Acaso importa quién soy? —respondió el chico con voz profunda y grave

Estaba bastante segura de que no debía de ser mucho mayor que Erin —si es que lo era—, pero la marca sobre su piel y el tono con el que hablaba le hacían parecer más maduro. De un tirón, le apartó la bandana de la cara y la dejó caer sobre su cuello. Intentó no fijarse en la cicatriz, pero era imposible no preguntarse cómo se la había hecho. Sin embargo, hubo algo más que llamó la atención de Gal: el pequeño tatuaje tras su oreja que le marcaba como miembro del Taarof.

—Deberías dejar de ser tan soberbio —replicó ella, mordaz.

—Pues dispara. —Le retó él y una parte de Gal deseó apretar el gatillo—. No vas a hacerlo porque si quieres salir de aquí, me necesitas con vida.

Sus palabras fueron como si le dieran con la mano abierta, pero el muchacho tenía razón: lo necesitaba para salir de allí. Gal no confiaba en él, pero aunque la guiase a una trampa, podría estar más cerca de conseguir escapar que si se quedaba allí o lo mataba.

—Tienes razón —dijo finalmente—, pero si te niegas a ayudarme te mataré, si me engañas serás el primero al que mate y si se te ocurre avisar a algún otro amigo tuyo, también te mataré.

La mirada del Taarof fue lo suficientemente clara como para saber que no iba a cooperar tan sencillamente. Movió el arma y echando una breve mirada al cuerpo que todavía seguía tendido a escaso metro de ella, le metió dos balazos.

—¡NO! —exclamó el desconocido Taarof.

—¿He sido lo suficientemente clara? —insistió de manera cansada—. El siguiente puedes ser tú o no, elige.

Vio como el chico apretaba los dientes y finalmente asentía. Gal comprobó si llevaba más armas encima y munición: un cargador a la espalda y un cuchillo mariposa escondido en el interior de la chaqueta. Tomó ambos y se los colocó en un par de compartimentos de su cinturón, vacío tras que le quitaran todo el equipo. Tomó la bandana del desconocido y la apretó con fuerza en su pantorrilla para cortar la hemorragia todo lo que se podía.

—Ya me lo agradecerás luego —espetó y al igual que había hecho con él, revisó al chico muerto.

Tan sólo llevaba una pistola, a la que le faltaba una bala, así que imaginaba que él había sido culpable del fogonazo que había escuchado antes.

Eran sólo un par de muchachos jugando a ser soldados. Otros niños olvidados de Jevrá que habían sobrevivido a la crueldad de las calles de la ciudad. Gal quería sentir una pizca de culpabilidad, pero no lo hacía, no podía. Si las cosas fueran distintas, ellos no tendrían que unirse a grupos radicales ni luchar en una batalla de poder en la que no eran más que carnaza. Ahora lo entendía, pero habían pasado años antes de aceptar la existencia del Taarof y sus creencias.

Y no se engañaba. Siempre había sido consciente de las diferencias sociales que había en Kairos, pero una pequeña parte de ella tenía fe en lo que hacía su padre, en todo lo que le habían enseñado desde niña. El sistema no funcionaba para todos igual, pero ¿a caso podía haber un sistema que sí lo hiciera?

Probablemente no. Aquellos más poderosos, siempre serían los que, a fin de cuentas, tuvieran el control sobre el Estado y se aprovecharían de ello. Gal quería un lugar mejor, pero era consciente de que ella nunca había sido la indicada para conseguirlo. Erin, en cambio, podía tener una oportunidad.

Salieron de la sala, primero él y Gal detrás. El xénos (1) renqueaba de la pierna izquierda, apoyándose en las paredes para poder avanzar torpemente. No podía estar segura de que le llevara por buen camino, pero no tenía más opciones que confiar en que él tuviese interés en vivir un poco más y llegar a tiempo a que alguien le arreglara esa pierna. No iba a ser ella, y no veía el momento de salir de aquel lugar de una maldita vez.

—No tenías porqué haberle matado —dijo él tras un largo rato de silencio.

Gal no respondió. Era cierto, no tenía porqué haber matado al chico insconsciente pero lo había hecho y ya no había vuelta atrás. Sin embargo, no estaba actuando con la razón, ni pausadamente, sino que se estaba dejando llevar por la desesperación y el agotamiento. Estaba siendo una de las semanas más duras de su existencia y sólo tenía dos alternativas: seguir luchando o morir en el intento.

El muchacho se paró en una esquina para tomar aire y descansar, pero Gal lo miró con suspicacia. Comprobó sendos lados del pasillo, asegurándose de que allí no había nadie y soltó un suspiro. Entendía la necesidad del chico de detenerse pero no quería estar ahí parada, así que lo apremió a que continuara.

Se dio cuenta entonces que debía de estar en alguna planta superior. A cada lado del pasillo había distintas puertas que parecían dar a habitaciones de aislamiento. Algunas estaban cerradas y otras abiertas de par en par, mostrando una imagen desoladora.

Al final de aquel corredor había una ventana con barrotes, el pasillo de la derecha daba aparentemente a un camino sin salida y el de la izquierda a unas escaleras oscuras desde las que se podía oír el murmullo de otras plantas.

Apuntando al chico Taarof, Gal se acercó hasta la ventana e inspeccionó la imagen rápidamente. Pudo ver la oscuridad que se cernía sobre Kairos en una noche de espesas nubes y que, efectivamente, se encontraba en una altura elevada.

Fuera había figuras moviéndose por un patio central que conectaba con otro edificio. Bajo la tenue luz de la Luna vio el mal estado en el que se encontraba e intuyó que la edificación donde estaba ella no debía tener mejor aspecto. Sólo se le ocurrió un lugar en todo Kairos que se presentara tan deprimente como aquel y, por desgracia, el Krav no tenía ninguna jurisdicción en él.

Un pensamiento desalentador cruzó por su mente, convirtiéndose en una mueca tensa sobre sus labios. Tendría que salir de allí por sus medios y, por desgracia, la perspectiva se le quería antojar imposible.

—No vas a poder salir —soltó el Taarof con una sonrisa cargada de suficiencia—. Los últimos soldados que entraron aquí, acabaron muertos y tirados por el barranco del Faro. En verdad tienes suerte de estar viva —agregó.

Cruzó su mirada con él brevemente y, por un instante, le pareció ver confusión. ¿Sería posible que aquel chico no tuviera ni la menor idea de quién era ella? Si así era, ¿qué le había hecho ir hasta la celda?

Antes de Gal despejara sus dudas o fuera capaz de replicar, dos voces se hicieron eco del pasillo y se movió rápido hacia el Taarof. Lo empujó dentro de una de las habitaciones y le recordó que se mantuviera callado colocando el arma cerca de su rostro.

No tardó mucho en ver las dos figuras aparecer por la esquina en la que ella había estado segundos antes. Y pese a que su pretensión había sido mantenerse oculta para proseguir su camino, no pudo hacerlo. Antes siquiera de darse cuenta de lo que estaba haciendo, salió de su escondite y se lanzó con ira ciega hacia una de las figuras: un muchacho de pelo castaño corto, alto y, en apariencia, delgaducho.

Le sorprendió con la facilidad que el chico reaccionó ante su ataque sorpresa. Primero apartó a la chica que iba a su lado, defendiéndola del ataque pese a que no iba dirigido a ella y, después, deteniendo la mano de Gal antes de que la culata de la pistola lo golpeara en la cabeza. Una vez más, él volvió a ser más rápido y aferrando el brazo de la Capitana, le hizo una llave que la desarmó y la dejó paralizada contra la pared de manera violenta.

—¡No! ¡Para! —pidió la chica.

—Erin vete, ¡corre! —exclamó Gal, pese a no saber si su hermana se dirigía a ella o a quien la mantenía presa.

Mas notó una leve turbación en el chico al ver que ambas se conocían y tomó ventaja de ello. Se impulsó con uno de sus pies y se quitó de encima al chico. Rápidamente alcanzó el cuchillo de mariposa que llevaba en su cinturón y se giró con agilidad. Le atacó primero con una de las filosas cuchillas y con precisión, movió el arma blanca entre sus dedos con una floritura que acabó cortando el brazo del moreno.

Gal le asestó una patada en el estómago y cuando iba a golpearlo de nuevo una bala pasó rozando su cabeza, estrellándose contra la pared cercana.

—No le toques —masculló el Taarof, que había aprovechado el enfrentamiento para salir y tomar la pistola que había perdido Gal antes—. Kerr, quítale las armas.

Pese a que daba la espalda a su hermana y Kerr, Gal sintió como uno de los dos se movía con rapidez y se ponía frente a ella. La menuda figura de Erin se interpuso en su campo de visión y el terror se apoderó de ella. No estaba dispuesta a dejar que, después de todo por lo que había pasado, su hermana acabara herida por su culpa.

—Erin, ¿qué haces? —masculló Gal haciendo amago de ir a apartarla. Sin embargo, sintió a Kerr moverse tras ella y, en un impulso, alzó el cuchillo y le clavó la punta sobre su yugular—. Aparta ese arma de mi hermana o le corto el cuello a tu amigo.

»»»»»»»»»»»»» Continuará...

NOTAS

(1) Xénos. Del griego que significa extraño. En Kairos, es una forma bastante habitual de referirse a personas que no te agradan o por las que no se sientes ningún tipo de empatía.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top