GAL (IV)
Primero, el estallido tomó posesión de todo su alrededor, entonces el suelo bajo sus pies tembló y después se derrumbó. Gal creyó caer a un absoluto abismo de oscuridad, pero su cuerpo se detuvo en pocos segundos.
Bajo el hospital todavía se encontraba un antiguo aparcamiento, de cuando el edificio había servido como hotel. Tras la catástrofe climática, sus cimientos habían resistido lo suficiente como para reconstruirlo, pero todo aquello que estaba bajo tierra quedó soterrado y olvidado. El jovencísimo Estado de Kairos no había dispuesto de los recursos necesarios para llevar a cabo una excavación de tal envergadura; y pese a que ahora se consideraban una sociedad lo suficientemente desarrollada revolver en el pasado no era algo en lo que el Gobierno tuviese el más mínimo interés.
Gal cayó sobre la parte superior de un pretérito vehículo, y pese al duro golpe tuvo que rodar sobre sí misma para evitar que el suelo, sobre el que había estado segundos antes, la aplastara.
Fueron sus manos las que detuvieron la caída, pero su vientre se llevó la peor parte cuando un trozo de cristal atravesó su piel limpiamente. Soltó un alarido y pese al insoportable dolor se arrastró todo lo que pudo lejos de la lluvia de cascotes.
Sólo le había faltado dos pasos para entrar en el depósito de cadáveres, alargar la mano y empujar una de las hojas de la puerta; pero un mísero instante antes dudó: no estaba preparada para ver a Erin fría, inerte y sin vida. Pese a todos los muertos con los que había tenido que lidiar en los últimos diez años, nadie le había preparado para ver a su propia hermana en ese estado. Quizás, si hubiese llegado a ver el cuerpo de Andreja en su momento, hubiera sabido cómo lidiar con algo así, pero lo cierto era que nunca encontraron a su hermana mayor.
Y sin una confirmación, no iba a dejar que su esperanza se disipara. Nadie podía asegurarle que aquella chica, por mucho que llevara consigo la pulsera de la casa del Gobernador, fuera Erin. Necesitaba verlo con sus propios ojos, o de otra manera no podría seguir luchando. Todo lo que había hecho hasta el momento habría sido en vano y derrumbarse sólo le auguraba una muerte segura.
Tomó la pequeña linterna enganchada en su cinturón e inspeccionó durante unos segundos lo que tenía alrededor. A parte de unos cuantos coches, Gal no vio nada que le llamara especialmente la atención. Parecía que, después de todo, estaba allí sola.
Se llevó el foco portátil a la boca e iluminó su cuerpo. Cerca de su ombligo, sobresalía una afilada punta transparente. Desconocía la largura del vidrio o cuán profundo se había clavado bajo su piel, pero de todas formas tiró de él. Apretó los dientes contra la culata de la linterna y gruñó a medida que sacaba el cortante objeto de sí misma.
Contuvo la respirando el último segundo y finalmente lo extrajo de un tirón. El cristal no era tan largo como había temido, lo que eran buenas noticias. Apoyó la linterna entre sus piernas para maniobrar mejor y se quitó la ropa de cintura para arriba. De la mochila de su espalda sacó un pequeño botiquín de primeros auxilios, se limpió como pudo la herida, se la tapó con un par de gasas y esparadrapo; y después tomó las tijeras y haciendo tiras de la camiseta —la que había llevado puesta— improvisó un vendaje.
Aunque le dolía el costado y varias partes más del cuerpo tras las caídas, debía continuar. Había acordado con Lethe que si pasaba algo, su prioridad sería encontrar a Asher y sacarlo de allí; ella podía arreglárselas sola. Lo único que tenía que hacer era descubrir cómo volver a la superficie, pues sus guardias y, por tanto sus padres, no tardarían en darse cuenta de que se había marchado de la isla.
Se cubrió con una nueva camiseta, se puso un jersey encima y el chaleco del equipamiento del Krav. Sacó todo el material que tenía en la mochila, empezando por las perneras tácticas y terminando por las armas que colocó cada una en su lugar: pistolas en los muslos y cuchillos de lanzamiento kunai en el cinturón junto a los cargadores.
Abandonó la bolsa y se levantó del suelo con suavidad; andar era doloroso y la piel le tiraba allá donde el vidrio había le había perforado, pero poco a poco se fue acostumbrando a la tensión.
Gal no había traído consigo ni los el arnés, ni la pistola de gancho, lo que le imposibilitaba seriamente el poder subir hasta arriba. La morgue, junto con otras salas habían quedado completamente destruidas por la explosión y ahora, que los escombros habían dejado de caer, podía comprobar la absoluta devastación.
Sobre su cabeza se abría un gran hueco, pero podía ver el techo del piso superior prácticamente intacto. No descartaba que la explosión hubiese dañado parte de la infraestructura de la planta principal del edificio, pero la peor parte se la había llevado el sótano.
La capitana se movió sobre los cascotes con cuidado de no resbalar o pisar en falso y se acercó más al lugar por donde había caído. El coche que detuvo su descenso estaba perdido bajo un gran bloque de cemento, completamente aplastado; y a su alrededor se formó una barricada escarpada de hormigón y metal. Pero el agujero por el que se había deslizado no era nada en comparación con la gran zanja que tenía frente a ella, abriéndose en mitad del aparcamiento como un enorme cráter.
—Lethe, al habla Gal, cambio —Golpeó el comunicador de su oreja, sin conseguir nada más que el más puro silencio.
Probó un par de veces más, pero o no conseguía señal, o el aparato había dejado de funcionar tras la aparatosa caída. Soltó un resoplido y barajó sus opciones: le era imposible subir, no disponía del equipamiento adecuado, así que lo único que podía hacer era descender.
Allá abajo, la oscuridad parecía incluso peor que en el garaje. De uno de los compartimentos del chaleco sacó un par de tubos de luz química, los agitó y tras accionarlos los dejó caer por la brecha. La distancia no era demasiada, pues las barras no tardaron en golpear el suelo e iluminar lo que había a su alrededor, pero el descenso no iba a ser tan fácil.
Encendió las luces en su chaleco y guardó la linterna; necesitaba que sus manos estuvieran libres para poder agarrarse y asegurarse en cada saliente. Nunca había pensado que echaría de menos una cuerda y un arnés, pero en aquellos momentos que sólo podía usar la fuerza de sus brazos y piernas, pensaba en todo lo que podría haberse llevado consigo y había decidido dejar.
Notó una punzada cuando apoyó el estómago contra la roca y cerró los ojos para tomar aire. Con cada movimiento que hiciera, la herida iba a soltar un quejido que mermaría sus fuerzas, pero si se mentalizaba del dolor podría ignorarlo. O al menos no desfallecer en el intento.
Afianzó sus pies en un sobresaliente y a partir de ahí fue descendiendo lentamente. Cada movimiento, cada fijación, estaba calculada al milímetro, asegurándose de que el soporte no cedería bajo su peso. Lo primero que le enseñaron en la Academia era a no mirar hacia abajo, y sin embargo ahora era lo único que podía hacer si quería sobrevivir. Descender en rápel le habría solucionado muchos problemas, pero no podía pensar en lo que podría haber hecho y se concentró en continuar bajando.
En el último tramo las piedras dejaron de ser seguras. Todas ellas estaban apiladas unas sobre otras como si de una partida de Tetris se tratara, sólo que en este caso ninguna de las rocas encajaba con la otra. Cada vez que ponía un pie sobre ellas, estas se desmoronaban y la dejaban en el aire. Tomó aire, y tras inspeccionar el lugar donde la luz verde aún brillaba se impulsó y saltó.
Cayó con gracilidad sobre el suelo, flexionándose como un gato usando sus manos para estabilizarse. El gesto provocó un terrible dolor en su costado, que la obligó a arrodillarse en busca de resuello. Tenía claro que aquel corte iba a ser una molestia si no conseguía hacer algo con él pronto. Palpó la zona con la mano y notó la humedad de la sangre haciéndose con el improvisado vendaje.
El sonido de un pequeño desprendimiento llamó su atención. La adrenalina corrió por sus sistema con rapidez, haciéndola olvidar su particular tortura y poniéndola a la defensiva. Se irguió de manera forzada al tiempo que desenfundaba una de sus pistolas, se movió despacio hacia delante e intentó ver lo que ocurría frente a ella.
Las barras de luz se atenuaron hasta apagarse y a Gal no le quedó más remedio que adentrarse en la oscuridad, haciendo uso de la luz de su chaleco. Lo que la exponía completamente a cualquier amenaza, pero no podía deshacerse de lo único que le ayuda a ver. Se movió con cautela, poniendo especial interés en inspeccionar cada rincón que la envolvía y entonces se percató: ya había estado en aquel sitio.
El recuerdo de su niñez no había acudido a ella hasta que vio lo que quedaba del andén: sus características columnas, los accesos al resto de la estación y bajo toda la capa de hormigón y ladrillo imaginaba que se encontraba la vía del tren.
Reposó su mano sobre una de las piedras y la tomó entre sus manos. No podría acceder a los túneles, ni volver a Agora por el único camino que sabía que sería seguro, por lo que se veía obligaba a tomar uno de los laberínticos pasillos hasta dar con la salida al exterior. Las imágenes en compañía de su hermana se sucedían una tras otra, hasta que el rostro de Asher acudió a ella y le hizo recordar su primera cita.
Igual que la noche anterior, Gal se había servido de su juicioso encanto para obligar a Asher hacer algo que no quería: acompañarla hasta Jevrá. Una quinceañera Galia se había mostrado escéptica a aceptar salir con el primogénito de la familia Meyer; así que creyendo que él no aceptaría le retó a ir con ella a un lugar, sin especificarle cuál. No sólo la acompañó todo el trayecto por los tenebrosos y húmedos túneles, sino que Asher se mostró interesado por la perspectiva de la aventura.
Gal había intentando deshacerse del chico y, en vez de eso, se había visto a sí misma encantándose con una parte de Ash que no sabía que existía. Siempre le había visto como el cuadriculado y perfecto hijo de Kala Meyer, pero descubrió que bajo ese dechado de virtudes había un espíritu flameante clamando por ser liberado.
El recuerdo se vio interrumpido cuando los ojos de Gal dieron con una mano sobresaliendo de entre las piedras. Enfocó la luz al lugar y reconoció de inmediato el reloj reglamentario del Krav. Se agachó con presteza y quitó todas las piedras que pudo hasta descubrir al dueño del accesorio de muñeca.
—Thanos —murmuró sintiendo cómo el pecho se le encogía. —¿Qué estabas haciendo aquí?
Tenía el rostro desfigurado por las laceraciones que las rocas habían hecho sobre su aniñado rostro, pero aún así Gal no tuvo problemas en reconocerlo. La "promesa del Krav" se habían jactado de llamarlo, agigantando todas las cualidades y habilidades que había demostrado en sus entrenamientos. Pero jugar a los soldados en la Academia no tenía nada que ver con la realidad. En el exterior el más mínimo error, convertía a un héroe en un cadáver.
Y aunque Gal no sabía si había muerto a consecuencia de la explosión, el derrumbamiento o antes, si el soldado Adler estaba allí significaba que el resto del equipo no podía andar muy lejos.
—¡KNOX! —gritó. —¡MAC!
Oyó un golpe detrás suyo y levantó el arma dispuesta a presionar el gatillo ante cualquier amenaza, pero la larga figura de Vera apareció en su rango de visión mucho más rápido.
—Tienes una pinta horrible —dijo la rubia que apuntaba también a Gal—. ¿Cómo nos has encontrado?
Holt bajó el arma y Gal hizo lo mismo.
—No lo he hecho —respondió acercándose a su compañera. —¿Estás herida?
—Estoy bien, pude ponerme a cubierto antes de que estallara la bomba.
Gal asintió.
—¿Y el resto?
—Veo que ya has encontrado a Adler. —Vera hizo un gesto con la cabeza hacia el cuerpo sobresaliente del joven soldado—. Mac y Knox han quedado atrapados al otro lado y no puedo comunicarme con ellos.
—¿Abel?
—Muerto. Le cayó una piedra enorme en la cabeza y le fulminó.
Gal siguió con la mirada la linterna de la soldado que señalaba un cuerpo unos metros más allá del de Thanos. No había reparado en su otro compañero debido a la oscuridad en la que estaba sumergido; pero allí estaba, tirado de cualquier manera mientras la sangre y los sesos decoraban como un aura la zona alrededor de su cabeza.
Con gesto dolido volvió sobre sus pasos e inspeccionó el cuerpo del sanitario. Le habría venido bien su ayuda y, sin embargo, parecía que la suerte no estaba de parte de ninguno de los miembros del escuadrón Delta.
—Genial —gruñó Gal con rabia. —Necesitamos poder comunicarnos con Knox o con Lethe.
—¿La Teniente Roth?
—Es una larga historia —apostilló la morena, soltando un quejido.
Se dobló, apoyando las manos sobre sus rodillas y volvió a respirar hondo. La sangre había empapado por completo las gasas, la camiseta y había traspasado la tela del jersey, hasta obligar a la sangre a descender hasta sus pantalones manchándole la cinturilla.
—Estás herida. —Vera se inclinó hacia Gal y la ayudó a sentarse en el suelo—. Déjame ver eso.
La Capitana se quitó el chaleco y se levantó el jersey junto con la camiseta. Vera quitó con cuidado el apósito sangriento e hizo una mueca al ver la herida alargada que decoraba el vientre de su compañera.
—Necesitas puntos, Meraki.
Gal asintió y suspiró. Las fuerzas comenzaban a fallarle y no podía continuar el camino si seguía sangrando. El único golpe de suerte era que Abel tenía todo lo que necesitaban en su talega; incluso muerto el hombre seguía siendo de ayuda.
Vera cortó las asas de la bolsa que se mantenía a la espalda del sanitario y se la quitó. Gal le vio sacar el instrumental de un estuche de cuero negro, pero sólo uno de los artilugios le interesaba en ese momento: una grapadora quirúrgica.
—Necesito que sostengas la luz hacia la herida. —dijo Holt.
Gal tomó la linterna que le tendía su compañera e hizo lo que le dijo, dirigir el foco de luz hacia su cuerpo para darle visibilidad.
—Y mientras tanto, ¿por qué no me cuentas esa historia tan larga? —agregó la rubia.
Sabía que Vera le preguntaba sobre ello para mantenerla despierta y entretenida. Probablemente Abel habría tenido alguna anestesia local dentro de su arsenal médico, pero ninguna de las dos estaban en facultades de decidir cuál era la dosis correcta. Por lo que Gal tendría que sufrir la sensación de su piel al ser grapada.
—Recibimos la información de que Erin había sido encontrada en el incendio que se produjo ayer en Jevrá y que estaba en mal estado —relató mientras la rubia limpiaba la herida—. Necesitaban una confirmación visual, así que le pedí a Asher Meyer, un viejo conocido, que fuera.
Gal evitó contar detalles sobre su relación con Asher o su intento por embaucarle para que la sacara de la isla.
—Lethe y su escuadrón me ayudaron a esconderme en el coche de Ash y llegar a la ciudad, pero cuando oí a nuestro contacto del hospital decir que la presunta Erin había muerto —Tensó el cuerpo al oír el chasquido de la grapadora y contuvo el aliento—... no puede evitarlo y entré en el edificio. Sabía que debían haberla llevado al depósito de cadáveres a la espera de que alguien la reconociera.
—E imagino que no seguiste el protocolo. —Vera sonrió y grapó de nuevo la piel de Gal, sin previo aviso.
—No —chirrió los dientes—. Tenía que saber si mi hermana estaba viva o no. Pero no llegué a descubrirlo, la explosión me tomó desprevenida justo antes de entrar en el depósito.
Vera fue lo suficientemente rápida en su hacer como para que Gal no sintiera la necesidad de soltar un alarido, pese a que la quinta grapa sobre su piel le hizo apretar tanto los dientes que sintió como su mandíbula se tensaba.
Con la pérdida de sangre, Gal sabía que necesitaba descansar, pero si se detenía lo suficiente tenía miedo de no ser capaz de encontrar las fuerzas que la hicieran proseguir. Ni siquiera con Vera Holt a su lado.
Aún desconocía si su hermana estaba de verdad muerta —aunque todo apuntara a que sí—, si Knox y Mac estaban bien o si Asher había conseguido librarse del estallido. Y aunque sabía que no todo era culpa suya, una parte de ella se sentía culpable por lo que le habían pasado a su hermana y a sus amigos.
Se levantó del suelo, antes incluso de que Holt hubiese recogido todo el kit sanitario de Abel, estar tirada cual inválida sólo aumentaba su rabia y sus ganas de darse por vencida. No era propio de Gal, ni de la antigua Galia Meraki.
—Debemos salir de aquí —se pronunció Gal—. Cualquiera de las salidas no deberían estar muy alejadas del hospital y quizás podamos contactar con Lethe y su escuadrón para ayudar a Knox y Mac.
—Es mejor plan que quedarnos en este maldito sitio —confirmó Vera—. ¿Recuerdas cómo?
Gal sonrió de lado.
—Sí, pero no te va a gustar.
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