GAL (II)

Gal sintió como una oleada de ira recorría cada recoveco de sus entrañas. Nunca le había gustado estar encerrada en aquella casa señorial y mucho menos ahora. Podía imaginar la satisfacción de su padre; el Coronel había conseguido lo que Athos Meraki nunca: retenerla indefinidamente bajo esas cuatro paredes.

El aire recargado del hogar de sus padres la estaba ahogando, presionándole el pecho con insistencia y convirtiéndola en un animal enjaulado. Sólo tenía que dar un paso para sentir que un nuevo par de ojos se posaban sobre ella, haciéndola cautiva de sí misma.

No dejaba que toda aquella tensión, que recorría electrizante por sus venas, se liberara. Aún cuando la paciencia no era parte de su naturaleza, el Krav le había enseñado bien y sólo tenía que ver el estado en el que se había sumido su madre para desechar cualquier idea de escapar.

Al final, la única solución que vieron fue sedar a Zana. Gal no se había separado de ella en ningún momento, afianzando sus dedos a los de su madre. Por eso subió, junto con la Primera Dama, hasta sus aposentos y se aseguró, no sólo de que tomara la adecuada dosis de sedante, sino de que allí estuviera segura.

En cuanto se durmió, el rostro de Zana adoptó un gesto apacible a pesar de la tensión y los nervios que aún permanecían en ella. Gal recordaba la entereza con la que sus padres se habían mostrado ante todo Kairos cuando notificaron la muerte de Andreja: un semblante endurecido, pero carente de la tristeza que ahora parecía dominar a todos.

Dejó una leve caricia en el rostro de Zana y abandonó el dormitorio. Los dos guardias encargados de la seguridad de la mujer cerraron la puerta y enseguida tomaron su posición de vigías justo delante. Pese a todas las medidas establecidas, Gal no acababa de quedarse del todo satisfecha. Dudaba de la capacidad de cualquiera que no fuera ella, pues no estaba dispuesta a perder a otro miembro de su familia.

—Déjales que hagan su trabajo, Gal.

Vera Holt era el único otro miembro femenino de su escuadrón; con su cabello rubio, sus largas piernas y sus grandes ojos azules era foco de muchas miradas curiosas. Gal, poco o casi nada conocía de su compañera salvo todas las cualidades que tenía como miembro del Krav. Muchos de los hombres y mujeres que decidían ingresar en el cuerpo militar lo hacían para escapar de una vida anterior. Dedicarse en cuerpo y alma al servicio de protección de Kairos era una medida casi desesperada —casi tanto como exiliarse más allá de las fronteras del Estado—, pero efectiva para guardar juiciosamente cualquier detalle sobre una vida pasada.

—¿Sabéis algo?

Gal cruzó los brazos inquieta ante la perspectiva de no saber nada.

—Aún no —Vera sacudió la cabeza con ligereza—. Este tipo de situaciones suelen ser lentas...

—Y agónicas.

La impotencia era peor que la espera en sí.

—No te agobies, encontraremos a tu hermana.

Holt alargó un brazo y tocó con suavidad el hombro de Gal, intentando imprimirla algo de esperanza. Las palabras poco podían ayudar en aquella situación, pero la capitana agradeció el gesto de su compañera más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—Por cierto, el Teniente te busca.

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El escuadrón Delta había tomado la biblioteca como centro de operaciones. Habían predispuesto todo el equipo a lo largo y ancho de la sala, haciéndose dueños de cualquier superficie plana útil. Y si no hubiese conocido aquella habitación como la palma de su mano, Gal hubiera creído que había vuelto de nuevo a la Academia.

En el Krav, todo era mucho más impresionante. No sólo tenían una habitación de operaciones, sino que podían hacer uso de un apartamento entero. Allí, cada uno de los miembros tenía a su disposición todo tipo de armamento y tecnología que les ayudara a llevar a cabo las misiones. Lo que había en la biblioteca de los Meraki sólo era el equipo de mano.

Cuando Gal se asomó por la puerta, únicamente Knox y Mac estaban dentro. Ambos hombres observaban con especial atención la pantalla del ordenador, por donde paseaban la mirada de un lado a otro en busca de algo.

—Holt me ha dicho que querías verme —interrumpió la mujer.

El líder del escuadrón levantó la mirada hacia ella y le hizo un gesto para que se adentrara. Al igual que en el resto de las estancias del hogar Meraki, la biblioteca le parecía estar sacada de un sueño pasado. Recordaba pequeños detalles. En su memoria permanecían las imágenes de momentos con sus hermanas, del transcurso de las horas aprendiendo de los cientos de libros que la rodeaban, pero el rechazo seguía adueñándose de Gal.

—¿Recuerdas cuando nos quedamos atrapados en mitad de aquella tormenta en las Qerach?  —Knox se acercó hasta una mesa repleta de hojas desperdigadas una encima de otra—. ¿Lo que me contaste?

La capitana se quedó mirando a su Teniente ceñuda. Ambos habían sido mandados a inspeccionar uno de los picos de la cordillera Qerach; y aunque la época de nieves no había llegado por entonces, el tiempo cambió repentinamente cerca de la cumbre. Atrapados en medio de una abismal tormenta de nieve, tardaron horas hasta encontrar lo que sería su refugio por casi tres días: una pequeña y húmeda cueva. Incomunicados con el Krav, medio congelados y a la espera de que el temporal amainase, la compañía mutua se convirtió en el ancla que les permitió sobrevivir y no perder la cabeza. La cantidad de nieve que cayó durante aquellas interminables horas los dejó soterrados tras una gruesa capa de hielo y nieve, por la que tuvieron que hacerse hueco para volver a la superficie. Y excavar con sus propias manos, no fue lo peor de aquella misión.

—¿Qué tiene que ver eso con mi hermana? —resopló Gal frustrada.

Mientras estuvieron atrapados, y con la perspectiva de que quizás morirían, muchas fueron las historias contadas y los secretos desvelados. Gal Argyris, como creía Ethan que se llamaba su compañera, le confesó su verdadera procedencia y apellido.

—Sé cómo han entrado y han salido de Agora.

Un gesto del teniente bastó para que Gal fijara su mirada en los documentos sobre la mesa; no eran simples papeles, sino mapas. Planos que tomaban referencias de cada minúsculo detalle que conectaba la Isla con Jevrá. La mayoría de ellos eran cartas geográficas de la zona que mostraban calles y lugares de interés. Knox había marcado con una equis varios puntos de la ciudad y había redondeado el lugar exacto en el que Erin había sido raptada.

Mientras barajaba las opciones a las que había llegado su Teniente, Gal posó su mirada sobre una de las hojas sobresalientes. A diferencia del resto, el mapa mostraba dobleces que habían desgastado la tinta sobre papel; y frente a las típicas imágenes cartográficas, aquel plano se mostraba como una sucesión de líneas rectas —horizontales y verticales— de diferentes colores que se conectaban en distintos puntos.

—¿De dónde lo habéis sacado? —preguntó Gal.

Los largos dedos de Meraki se pasearon con suavidad sobre la hoja, siguiendo uno de los caminos mientras leía los nombres de las paradas del suburbano.

Hacía más de un siglo que las líneas ferroviarias dejaron de funcionar y junto con ellas, sus andenes y trenes. La mayoría del cableado que movía la electricidad de los convoy fueron saqueados antes y después de la existencia de Kairos. Los supervivientes habían hecho uso del cobre como moneda de trueque y, más tarde, para recomponer los sistemas eléctricos. Pese a ello, muchas de las estaciones habían quedado hundidas bajo el mar o destruidas a causa de los terremotos, por lo que llegar a ellas había sido tarea harto imposible.

Gal tendría poco más de diez años cuando encontró los túneles bajo la isla. Habiéndose embarcado en una aventura con Andreja, ambas niñas se habían alejado de los límites de la residencia familiar y habían descendido a la cala de Agora; una pequeña playa que la mayor parte del tiempo se encontraba escondida bajo las olas del mar.

La marea, aquel día, había caído más que nunca y ambas niñas descendieron por el paseo hasta tocar la arena. Corriendo de un lado a otro sin ninguna preocupación, Andreja apostó a Gal que no sería capaz de caminar hacia las rocas. Demasiado orgullosa, Galia aceptó el desafío y segundos después intentaba no caer sobre el resbaladizo escollo.

—Crees que han utilizado los túneles bajo Kairos.

Un gesto de asentimiento fue lo único que Gal necesitó de Knox para dilucidar lo que su Teniente llevaba ya un tiempo pensando.

—Al principio pensé que estaba loco. —Knox se rascó la barbilla—. Hasta que recordé la historia de cómo te acercabas a Jevrá cuando eras una cría.

Gal nunca se había parado a pensar en cuantos túneles habría bajo la ciudad. En toda su vida sólo le había interesado uno: el conducto que conectaba Agora con el centro de Jevrá. El que durante casi tres años se había convertido en el camino temporal hacia su libertad. Y que Gal supiera, las únicas que conocían aquel secreto habían sido Andreja y ella.

—Suponiendo que sea cierto, ¿cuántas personas puede haber que sepan sobre los túneles? Dudo que seamos muchas —comentó la hija del Gobernador.

—En realidad... son más de las que puedas creer.

Mac, que había estado guardando silencio durante todo ese tiempo, se levantó de su asiento para intervenir en la conversación. Era un hombre grande, de tez, cabello y ojos oscuros. De todos los miembros del equipo del escuadrón era el más mayor con diferencia; pero su adhesión al Krav no había sido por voluntad propia, sino una condena impuesta a cambio de no acabar en prisión.

—Todas estas líneas no están perfectamente conectadas entre ellas, sino que cada una es un nivel distinto. —Mac comenzó a trazar dibujos sobre el plano, mientras se explicaba—. La mayoría de los accesos se debieron venir abajo con los terremotos y las inundaciones. Desconocemos la geografía exacta del Estado antes de la re-población, pero es probable que muchos de los túneles estén en óptimas condiciones.

—Pero el de la isla sólo conecta con Jevrá a través del sistema de alcantarillado.

Knox miró directamente a Gal, enarcando una ceja con gesto malicioso.

—¿Estás segura de ello?

Hacía diez años que no usaba aquel acceso; era posible que el mar lo hubiera hundido por completo o que la erosión de la roca lo hubiese convertido en poco más que escombros. Así que en realidad no podía estar segura de nada.

—La teoría, según estos mapas —prosiguió Mac— es que debajo de esta isla hay más de un túnel.

Gal observó como el hombre trazaba un dibujo sobre uno de los mapas más nuevos, conectando líneas entre distintas zonas.

—Este de aquí —señaló la marca— es el que tú conoces. Probablemente continuaba hacia el otro lado de la isla, pero se derrumbó a causa del agua. —Hizo una pausa para mirar tanto a su teniente como a la capitana—. Por eso su entrada sólo es accesible cuando la marea está baja.

—¿Por qué hay dibujados varios puntos? 

Gal tocó con suavidad las marcas que había hecho Mac sobre el nuevo papel, fijándose en el plano del suburbano.

—Porque según esto —Señaló el plano del metro—, aquí había una estación con tres niveles distintos de túneles. Y si mis cálculos no son incorrectos —Volvió a hacer un par de garabatos sobre el improvisado mapa—...justo aquí debería estar uno de los andenes.

Mac había redondeado la plaza de la fuente del Gobernador como el punto exacto donde se encontraba la estación; uno de los lugares más cercanos al Archivador de Agora.

— ¿Hacia dónde se supone que lleva ese túnel? —Gal se inquietó.

Si era cierto que los secuestradores de su hermana habían utilizado los viejos caminos ferroviarios como entrada y salida de la isla, ¿para qué más podrían estar usándolos? ¿Y cómo era posible que el Krav nunca hubiese pensado en ello?

—A las afueras de Jevrá —respondió Knox.

El Teniente sólo había querido suavizar la idea, pero sus palabras no habían sido más que un eufemismo. Con un gesto de rabia, Gal suspiró:

—A Anthrax.

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