DREA (VI)

La verdad era que no se había fijado en la mujer que estaba con Uriel. Bajo ninguna circunstancia habría imaginado que ella pudiera ser una de sus hermanas. Gal, una capitana del Krav, jamás estaría acompañando a un taarof como Uriel, que los detestaba con toda su alma.

Pero tampoco se había fijado en cómo Asher la había rodeado con sus brazos y había soltado un suspiro de total liberación, igual que si todos sus problemas se hubiesen disipado por completo con tan solo mirar a Gal. ¿Después de tantos años podía ser que aún guardara sentimientos por ella? Ni siquiera sabía porqué se hacía esa pregunta cuando la evidencia la tenía justo delante.

Y entonces la oyó: ¿Andy?

Se lo preguntaba como si fuera imposible que estuvieran cara a cara. Drea se giró lentamente y clavó sus ojos claros en su hermana menor. Se levantó con mucha suavidad, como si tuviera miedo de que Gal se lo pensara dos veces y la disparara por ser una farsante.

Durante esos instantes, se daba cuenta que ella misma estaba buscando una confirmación de que aquella soldado magullada no era otra que su hermana. La pizpireta y traviesa Galia, que no había día que no intentara meterla en problemas.

—Estás viva —dijo entonces Gal, antes de que pudiera confirmar sus sospechas. Y aunque había supuesto que se lo diría de manera airada, acusadora; el tono de su hermana fue sorpresivo y dolido. Podía imaginar a qué se debía: la mentira, la farsa que había mantenido durante diez años.

Siempre habían estado muy unidas, tanto de niñas como en la adolescencia. Si para ella había sido difícil irse sin despedirse, podía intuir cómo se había sentido Gal al respecto.

Durante mucho tiempo, Drea había estado tentada a ponerse en contacto con alguna de sus hermanas, pero nunca había tenido el valor suficiente. Tampoco encontraba las palabras adecuadas para que la entendieran y no estaba segura de que, ahora, fueran a hacerlo.

Drea y Jed se encargaron de curar las heridas de Uriel y Gal. Las del taarof eran más difíciles de sanar, pero tras extraerle la bala y suturar la herida lo mejor que pudieron, era muy probable que el chico no perdiera la pierna. Renquearía para el resto de su vida, pero aquello no era nada en comparación con perder la mitad de una de sus extremidades. 

Gal, salvo un par de magulladuras y el cansancio que llevaba acumulando desde hacía días, parecía estar en perfectas condiciones. Como sanitaria, Drea le habría aconsejado que estuviera en reposo, antes de desfallecer. Pero su hermana no había querido saber nada, estaba demasiado enfocada en recuperar a Erin como para dejarse llevar por el cansancio y el dolor muscular.

Le dieron una de esas bolsas de comidas del ejército, que a Drea le parecían lodo, y después Jed le inyectó analgésicos para que el dolor en el resto de su cuerpo desapareciera hasta que pudiera volver a casa y tomarse su merecido descanso.

Uriel dormitaba en uno de los sillones de la guarida Taarof, mientras Gal se dedicó a poner al día a todos. Les contó todo lo que había pasado desde la explosión en el hospital hasta que se había encontrado con Erin y, por su seguridad, había tenido que dejarla ir con Kerr. Holden ya le había dicho por la radio que Eireann estaba a salvo, pero no creyó que, al final, hubiese mandado al bueno de Kerr para ayudar a su hermana pequeña. Pero una parte de ella se alegró de que, después de todo, Holden siguiera siendo el hombre del que se había enamorado.

—Yo iré con Gal —dijo Drea cuando Jed comenzó a separar al escuadrón por equipos.

—Lo mejor sería que te quedaras aquí por si alguien vuelve —comentó el sanitario.

—Soy la que mejor conoce las instalaciones y no me voy a quedar aquí —refutó Drea, intercambiando una mirada con su hermana, que medio sonrió.

—Capitana, tú decides. —Jed encogió los hombros. Puede que hubiese sido ascendido de puesto, debido a las circunstancias, pero Gal llevaba más tiempo ejerciendo tal título.

Drea observó a su hermana detenidamente. Tenía los ojos entrecerrados y los labios fruncidos en una mueca pensativa. Por más que la miraba, todavía no podía creer que la tuviera delante. Poco quedaba de la inconformista adolescente que había visto por última vez antes de abandonar la isla y, sin embargo, ese rebeldía propia de Gal aún persistía en su alma brillando con luz propia.

—Jed, eres nuestro único sanitario, así que necesito que te quedes aquí en caso de que tus habilidades sean requeridas. —El hombre asintió y Gal miró hacia Nessa, la más joven del escuadrón—. Tú también te quedas aquí y vigilas que Asher no intente ninguna tontería, ¿de acuerdo?

—¡Sí, Capitana! —exclamó la chiquilla con más entusiasmo del que nadie esperaba. 

—¡Eh! —se quejó Asher que estaba sentado tras Gal—. Puedo cuidarme solo.

Nessa se rió por lo bajo y el resto de los soldados cruzaron miradas burlonas. Hasta Drea encontró divertido que creyera que tenía alguna oportunidad de sobrevivir si intentaba hacerse el héroe. Pero era encantador su predisposición a ser útil.

—Mac, Ajax —les llamó Gal—. Vosotros seréis el otro grupo. —Ambos hombres asintieron tomando las órdenes de la mujer con diligencia y no tardaron en ponerse manos a la obra para prepararse.

Armaron a Gal, así como le pusieron uno de los chalecos reglamentarios del Krav y también le cedieron uno de los intercomunicadores para no perder el contacto con la improvisada base. Drea también llevaba uno de esos, aunque todavía no había necesitado usarlo. Una vez su hermana estuvo lista y volvió a parecer una soldado de pies a cabeza, se acercó a ella con una pistola en la mano.

—¿Sabes utilizarla? —inquirió Gal.

Drea miró el arma con suspicacia y entrecerró la mirada.

—¿Crees que voy a necesitar usarla?

—Es posible —respondió su hermana—. No quiero que estés indefensa, visto que nos persigue toda la Bahía.

—Supongo que tienes razón. —Tomó el arma con sendas manos y dejó que el peso tomara forma entre sus dedos. Había aprendido a usar una pistola porque Tasia le había enseñado por su propia seguridad. —Sabré apañármelas —agregó, respondiendo a su primera pregunta, mientras recargaba una bala en la recámara.

***

Poco después de salir del refugio Taarof, Gal y Drea se separaron de Mac y Ajax. Drea tuvo tiempo a explicarles cómo moverse por el psiquiátrico con facilidad sin perder la orientación y, para su sorpresa Mac lo entendió rápidamente. Se despidieron de los dos hombres y continuaron su camino por la zona más cercana al edificio controlado por el Clan Aster. 

Si querían encontrar el ascensor por el que habían huído Erin y Kerr, no les quedaba más remedio que hacerlo. Aunque se estuvieran acercando peligrosamente a la boca del lobo.

Un silencio tirante se alojó entre ellas. Drea no se encontraba incómoda en compañía de Gal, mas notó como su hermana eludía hacerle preguntas de ningún tipo. Era como si no quisiera saber ninguno de los motivos de su marcha, lo que hacía que no supiera cómo sentirse al respecto. ¿A Gal le daba igual? Una década era suficiente tiempo para superar la pérdida de alguien, pero habría esperado encontrarse con la antigua Galia y sus comentarios airados.

—¿No vas a preguntármelo? —dijo al final Drea.

—¿Quieres que te lo pregunte? —Gal se volvió para mirarla, con gesto sombrío. Drea no contestó directamente, su hermana la tomó desprevenida—. ¿Por qué nunca me lo dijiste? Lo habría entendido.

No era esa la pregunta que había esperado y, sin embargo, aquella forma de reproche le dolió más de lo que hubiese imaginado. Definitivamente no estaba preparada para tener esa conversación y, sin embargo, se lo había buscado ella solita.

—Porque nuestro padre me lo pidió —se vio respondiendo—. Descubrió mis intenciones unos días antes de irme. De alguna manera él siempre lo supo y me dejó que lo hiciera de todas formas. Sólo tenía que hacer una cosa a cambio.

—Guardar silencio —agregó Gal.

Drea asintió. En aquel momento se sintió tan estúpida. Se había creído tan inteligente y una noche Athos se presentó en su dormitorio, tomándola in fraganti en su ardid por abandonar la isla. Lo que había creído que era el mejor plan que había tenido nunca, su manera de rebelarse contra la autoridad de su padre para conseguir hacerle ver que las cosas debían de cambiar, se convirtió en un pacto de silencio.

—Me dijo que si quería dejarlo todo tendría que hacerlo con todas las consecuencias, eso incluía no poder deciros nada a ti o a Erin, ni contactar con vosotras —explicó—. Y entonces no entendí porqué me dejaba escapar, pero ahora supongo que tiene sentido. 

Gal sacudió y la miró confusa. No le sorprendía lo más mínimo. Se había pasado los últimos años en el Krav, eludiendo la carga que habría recaído sobre ella en el caso de haberse quedado bajo el resguardo de la casa familiar. En cambio, se había marchado y dejado que aquel testigo recayera en la más joven de sus hermanas, Erin. Drea no podía culparla, cuando ella había hecho exactamente lo mismo. Aunque sus motivos habrían sido diametralmente distintos.

—Zana no es mi madre, Gal —le dijo—. Soy la hija bastarda de nuestro padre. El fruto de la relación sentimental que tuvo con Ruth Meyer, la hija de Tasia Halz y Andreas Meyer. El abuelo Eiran le obligó a casarse con Zana porque mi madre quería cambiar la forma de Gobierno, ceder los privilegios de los isleños en favor del resto de la comunidad.

—¿Eso hizo marcharte? —cuestionó.

—No, por entonces no lo sabía —aclaró—. Pero supongo que me parezco a mi madre más de lo que podría imaginar y tampoco estaba de acuerdo con lo que la Cúpula intenta seguir haciendo. Necesitaba conocer cómo era vivir lejos de la isla, dejar de sentirme segura y empezar a tener las mismas condiciones que la gente que un día, se suponía, debía gobernar.

Notó cómo la mirada de Gal se suavizaba y la oyó suspirar. 

—Fingió tu muerte para protegerte —dijo, entonces.

—Supongo que sí. —Pero aquello era algo que ella tampoco había confirmado, ni tampoco había podido preguntar a su padre—. ¿Y qué hay de ti? ¿Por qué te fuiste al Krav?

Gal guardó silencio y apartó la mirada de ella. Imaginaba que era una conversación que no había tenido con nadie y que era algo que se había guardado muy recelosamente en el fondo de sí misma. Drea podía entenderlo, pero esperaba que su hermana fuera capaz de abrir de nuevo ese pequeño corazón que había fortificado para todos los demás. Aunque sólo fuera una última vez.

—Fue un impulso egoísta —habló tras girar en un pasillo y asegurarse que no había nadie cerca—. No era tú, y todos me lo recordaban día tras día. Papá siempre intentaba animarme de alguna manera, creía que podría conseguir adaptarme a una vida de servidumbre y, supongo que tenía razón. Sólo que no en los términos que él esperaba. —Gal respiró hondo y volvió la mirada a Drea—. Durante un tiempo dejé de sentirme yo misma, me dedicaba a ser un autómata que intentaba suplir tu pérdida, pero yo no soy tan hábil con las palabras, prefiero actuar y supongo que un día lo vi claro. 

—Lo siento, Gal —se disculpó sinceramente, parándose.

—Yo también —agregó su hermana menor.

Y durante lo que duró ese breve instante en el que las dos habían abierto su corazón y se habían sincerado, se fundieron en un abrazo. Drea no había imaginado nunca cuánto había echado de menos a su hermana, pero allí estaban de nuevo las dos, luchando contra viento y marea por sobrevivir.

Puede que se hubiesen sumergido demasiado en sus emociones o perdieran la noción del tiempo, pero no oyeron las pisadas que se acercaron hasta su posición. Al menos, Drea no lo hizo. Antes de que pudiera deshacerse del abrazo, su hermana había elevado una de las pistolas que llevaba y apuntaba a alguien que se encontraba a su espalda.

—¿Por qué siempre que nos encontramos me apuntas con un arma? —preguntó Erin a Gal con las lágrimas en los ojos.

—Perdona Erin —se disculpó, riéndose un poco de las circunstancias.

Drea se giró para ver a la pequeña de las Meraki y abrió el abrazo al tiempo que Gal hacía lo mismo y, ambas, dejaron que Erin se les uniera. Gal besó la frente de la más pequeña y las tres se rieron por unos segundos, agradecidas de estar vivas y poder estar juntas de nuevo. 

Pero ese instante de felicidad explotó como un globo que asciende demasiado por el cielo y la presión lo devuelve a su estado inicial. Una voz áspera y masculina carraspeó tras ellas, devolviéndolas a la realidad de sus circunstancias. Aún no podían cantar victoria, pues ninguna estaba a salvo.

—Siento interrumpir —dijo Holden con una mueca en sus labios, mirando fijamente a Drea.

Lethe las observaba con una pequeña sonrisa en los labios, mostrando una felicidad casi pareja a la de las hermanas al reencontrarse. Pero la primera en apartarse fue Gal, que saludó a la Teniente Roth con familiaridad, en un corto abrazo para después volver a su estado de soldado preocupada.

—Al habla la Capitana Meraki —pronunció hacia el cuello de su camisa—. Hemos encontrado a Erin y a Lethe, están sanas y salvas. Volvemos a la base. Cambio.

Drea la oyó hablar, pero dejó de escucharla pues su atención se clavó en Holden, que observaba la situación con curiosidad. No parecía enfadado, pero pudo ver el dolor reflejado en los dos surcos oscuros bajo sus ojos. En aquellos días, desde que se había marchado, tenía claro que Holden no había dormido y se había mantenido ocupado. Buscándola quizás o intentando aplacar el dolor que le había hecho pasar, no lo sabía.

Se quedaron ahí, en silencio, mirándose el uno al otro como si encontraran las palabras adecuadas para decirse todo lo que pasaba por sus mentes. Pero Drea no era capaz de formular ninguna palabra que mostrara lo mucho que sentía lo que había pasado.

—No debiste venir —dijo Drea en casi un susurro.

—Y tú no debiste dejarme plantado en el altar —replicó él—, ni ocultarme quién eras.

—Lo hice para protegerte —alzó el tono de voz un poco, irritada—. Mira lo que ha pasado, Holden. —Ahora que todo el mundo lo sabe, dejó implícito sin decirlo. Había perdido todo en unas horas, incluída a su abuela que había dado su vida por protegerla. No se merecía que Tasia hubiese hecho algo semejante—. Venimos de dos mundos distintos y el tuyo no es mucho mejor que el mío.

—Yo no soy el resto, Drea —alegó abriendo los brazos, dolido con sus palabras—. No me importa donde hayas nacido, ni de quién seas hija. Me enamoré de ti por la clase de persona que eres, no por tu apellido. Y te pedí que te casaras conmigo porque para mí, tú eres mi mundo. —Se acercó unos pasos hasta ella, sin apartar la mirada—. Entiendo porqué te has marchado, yo habría hecho lo mismo si Rina o Kerr hubiesen estado en la posición de tu hermana. —Tomó el rostro de Drea entre sus manos y acarició sus mejillas con los pulgares—. Nunca quise hacerla daño e hice todo lo que puede para que Sloan no le pusiera las manos encima. —Elevó la mirada hacia Erin, que se encontraba bajo el brazo protector de Gal, y Drea siguió su mirada—. Lo siento mucho, por todo. 

Erin asintió con un gesto de cabeza, guardando silencio. Gal, por su parte, miraba a Holden con los ojos entrecerrados como si no acabara de fiarse de él. Pero no estaba en mano de ninguna de sus hermanas creerle o no, si no en la suya y lo conocía lo suficiente como para saber que había traicionado a su familia por encontrarla. 

Los dos habían sacrificado mucho por el otro y Drea se vio derrumbándose, mientras sus manos se afianzaban a las muñecas de Holden. No podía volver con él a la Bahía, nadie la aceptaría y a él le encarcelarían en cuanto pisara la isla. Estaban fatigosamente destinados a estar separados pese a que sus corazones estuvieran profundamente unidos.

—No podemos estar juntos —susurró entre lágrimas—. Nadie lo aceptará y no puedo dejar que pierdas todo por mí. No es justo —sorbió por la nariz, mientras también le cogía del rostro y sus frentes se tocaban—. Debemos volver con nuestras familias e intentar arreglar todo esto.

Vio como Holden cerraba los ojos y ella hizo lo mismo. Lo que duró ese instante, deseó que sus caminos volvieran a encontrarse y hubiese algún momento en sus vidas en el que su destino les uniera de nuevo. Levantó la mirada y su nariz rozó ligeramente con la de Holden, sin pretenderlo. No pudo evitar que sus ojos se deslizaran por los labios del hombre que tenía a escasos centímetros de ella. 

Deseaba besarlo por última vez, mostrarle que pese a sus palabras en el fondo de su pecho seguía amándole y por muy alejados que estuvieran eso no cambiaría. Pero aunque creyó que sus labios se tocarían, ese ansiado instante nunca llegó.

—Vaya, qué enternecedor. Toda la familia unida —la voz de Rina empañó el momento y cuando se giró para mirarla, lo único que vio fue el arma con el que la apuntaba—. Que lástima que se vaya a convertir en un funeral. 





Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top