DREA (II)
Al otro lado del cristal, Drea observaba la menuda figura de una mujer. Sentada en una silla, la joven no presentaba ningún signo de violencia salvo por las marcas ensangrentadas sobre sus muñecas y la vía que conectaba su brazo a un gotero. Sus manos, atadas por bridas, se mantenían quietas sobre su regazo mientras esperaba a que alguien se deshiciera de la bolsa que ocultaba su rostro.
Drea no podía oír lo que ocurría al otro lado, pero podía sentir el miedo que desprendía el pequeño y delgaducho cuerpo femenino. Descendió la mirada hacia los pies de la mujer, y sus tobillos se encontraban ligados a las patas metálicas de la silla en la que la habían dejado.
La desconocida no movió ni un músculo, ni siquiera pareció sentir la presencia de su acompañante cuando este apareció por uno de sus costados. Y de no ser porque su pecho se hinchaba y relajaba bajo el ritmo de una respiración acompasada, Drea hubiese jurado que estaba muerta.
Pero no era así.
Cuando le quitaron la bolsa de la cabeza, un rostro adormecido captó todo el interés de Drea. Observó en silencio el dulce gesto de las facciones ajenas, las largas pestañas que decoraban unos grandes ojos avellana y, la forma en la que la joven se encogía sobre si misma para protegerse, incluso ahora que parecía estar sometida en una profunda somnolencia.
—¿Quién es? —preguntó.
Y pese a sus esfuerzos, no fue capaz de levantar la mirada hacia su prometido, extrañamente embelesada por la desconocida. Siguió estudiando el rostro de la muchacha en busca de una pista que le diera respuesta a todas sus incógnitas.
—La hija menor del Gobernador —dijo Holden.
Drea guardó silencio, tensó el cuerpo y dio un paso hacia atrás, alejándose de la visión. Ni siquiera se dio cuenta de lo que había hecho hasta que sintió como Holden la aferró del codo.
—La hemos sedado para interrogarla —le explicó su prometido—. Necesitamos saber los protocolos de la Academia; nunca antes habían salido de los límites de Jevrá.
—Quizás si no hubieseis secuestrado a la hija de Athos Meraki, el Krav se mantendría fuera de los lindes de la ciudad —espetó Drea—. ¿Qué esperabais que pasara?
Notó como la presión sobre su brazo se aligeraba y finalmente Holden deshacía el contacto entre ellos. Drea aún sentía calor allá donde los largos dedos del hombre se habían posado sobre su piel, pero una nueva y gélida sensación se apoderó de ella.
Se giró entonces hacia el mayor de los Skjegge y le encaró. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que recibió una mirada como aquella: afilada como la punta de una flecha y precisa como una bala.
—¿En qué demonios estabais pensando, Holden? —Sus palabras se tiñeron de un cariz distinto, casi triste.
—En tener una vida mejor —replicó el hombre con fiereza—, en no tener que escondernos, ni ver como la mayoría del Estado muere de hambre porque el Gobierno sólo piensa en enriquecerse. Vivimos como ratas callejeras, Drea; robando para sobrevivir, aceptando que nos llamen «condenados» y nos traten como ponzoña, como si fuéramos una plaga que debe de ser erradicada.
—¿Y la tomáis con una chica que jamás ha salido de su palacio de cristal? —gruñó Drea—. ¡No tiene ni idea de qué hay fuera de esa maldita isla!
Apartó la mirada hacia Eireann, que seguía ajena a lo que pasaba a su alrededor mientras un hombre cambiaba la bolsa del gotero por otra. Sobre la etiqueta, Drea, no pudo leer absolutamente nada porque estaba en blanco y eso hizo que una señal de alarma apareciera como un aviso luminoso.
—Acabas de usar mi propio argumento contra mí, ¿lo sabías? —El tono de Holden se relajó y un suspiró abandonó sus labios—. Sé que no tiene la culpa de esta situación, pero si no hacemos algo las cosas irán a peor.
Miró a su prometido a través del reflejo sobre el cristal, sintiendo cómo por un segundo se le nublaba la vista y su cuerpo decidía ponerse a su contra. Como si se hubiese pasado los últimos segundos dando vueltas sobre sí misma, la cabeza le dio un vuelco de trescientos sesenta grados y, por un breve momento, perdió el centro de sí misma y a punto estuvo de tambalearse.
No sabía de dónde había aparecido ese malestar, como si la gravedad la hubiera abandonado, pero estaba mareada y no quería seguir discutiendo con Holden. Cerró los ojos, respiró hondo y se relajó mientras volvía gradualmente a la normalidad.
—Eso no lo sabes —suspiró—. Los hijos no deberían ser juzgados por los crímenes de sus padres.
—A veces cometemos los mismos o peores crímenes que nuestros padres —apostilló Holden.
—¿Eso lo dices por ella o por ti? —Dejando la pregunta en el aire, como si un muro se hubiese erigido entre ambos, Drea miró a su prometido por última vez y abandonó la estancia. Necesitaba recomponerse y estando allí no lo iba a conseguir, mucho menos alargando una discusión en la que nunca conseguirían ponerse de acuerdo.
Cerró la puerta tras de sí y el vacío la inundó. Necesitaba salir de aquel lugar, tomar una bocanada de aire fresco y enfriar las ideas. Puede que Holden tuviera razón, puede que aquel acto terrorista fuera la única baza que los de la Bahía tuvieran, pero ¿a qué precio?
Kerr ya no estaba cuando volvió a la habitación donde se encontraba Rina. Comprobó las vitales de la joven y se aseguró de que las heridas estuvieran bien curadas antes de recoger sus cosas. No podía hacer nada más por la menor de los Skjegge, como tampoco podía hacerlo por Eireann Meraki. Se había convertido en una mera observadora de la catástrofe que se avecinaba y así seguiría durante el resto de su vida.
¿Era realmente eso lo que quería hacer? ¿Realmente quería continuar con aquella locura, unirse a un grupo de personas que usaban la fuerza como medio para hacerse escuchar?
Un suspiro abandonó sus labios y con él, el mar de dudas que golpeaban su cerebro sin descanso. Lo mejor que podía hacer ahora era volver a Anthrax y meditarlo con quién sabía que le daría una perspectiva objetiva: Tasia.
Salió de la habitación, no sin antes echar un último vistazo a Rina, y cerró la puerta con suavidad.
—Drea, querida —Sloan apareció en su campo de visión con una sonrisa deslumbrante, como si se alegrara de verla—, ¿no deberías estar preparándote para la boda?
Con la misma falsedad que desprendía la mujer rubia, Drea le puso la mejilla contraria para simular un saludo afectuoso.
—Sloan, cuanto tiempo —murmuró, esforzándose por sonar amable—. Eso es exactamente lo que planeaba hacer ahora.
—Te noto mala cara, ¿te encuentras bien?
—No es nada —Drea se colocó un mechón de pelo rebelde tras la oreja—. Estoy un poco mareada; deben de ser los nervios.
—Por supuesto —asintió Sloan con una mezquina sonrisa—. ¿Quién no iba a estarlo con todo lo que nos viene encima? Ya le dije a tu prometido que secuestrar a la hija del Gobernador a escasa semana de su enlace no era buena idea, pero...
Drea frunció el ceño. Nunca había confiado en aquella mujer, pero aunque así fuera, no pudo evitar sentir que había cierta realidad en sus palabras.
—Ay, perdona, ¿no lo sabías? —continuó Sloan—. Pensaba que te lo habrían contado, ya que pronto tendrás una posición importante dentro del Clan.
—Ya. —Fue lo único que Drea consiguió pronunciar—. Ha sido un placer verte Sloan, pero debo irme.
—Por supuesto. —Sloan hizo una floritura con la mano para restarle importancia a la conversación, aún con esa sonrisa tan molesta en la cara—. Nos vemos en la boda.
—Claro —pronunció Drea con una forzada sonrisa.
Quedaban dos días para que se casara y nunca había tenido tantas dudas como en ese instante. ¿Con quién estaba por casarse? ¿El hombre atento y leal con el que dormía cada noche, o el frío y calculador autómata que hacía lo que fuera por conseguir sus propósitos?
***
El hogar de Tasia Naz olía a canela y a leña quemada. Las llamas de la chimenea aún repiqueteaban cuando Drea entró en el hogar de la mujer que la había cuidado los últimos diez años.
En todo el camino de vuelta a la Bahía sus pensamientos habían vagado desordenados de un lado a otro, mareándola más y produciéndole una terrible jaqueca. Lo último que había esperado era pelearse de esa manera con Holden. Pero no se engañaba, porque sabía que la culpa era íntegramente suya por presionar al hombre y obligarle a que le enseñara lo que estaba pasando.
La realidad y su presente se tiñeron de una brillante oscuridad que hizo peligrar el futuro que Drea había imaginado para ella y Holden. Y la verdad era que ya no sabía quién era él ni quién era ella.
Todo el mundo había sido consciente de las diferencias morales que separaban a la pareja; pero ellos nunca habían sentido la necesidad de ser dos piezas de una misma colección. Por el contrario, habían encontrado en esas disparidades lo más interesante del otro.
O, al menos, eso era lo que a ella le había atraído de él. Exactamente lo mismo que ahora le producía temor.
Drea nunca había pensado que algo así pudiera pasar. No. Jamás habría imaginado que Holden sería capaz de urdir algo tan deleznable como el secuestro de una joven para dar un golpe de Estado. Aunque era consciente de que una decisión de tal envergadura no era únicamente cosa del hijo de Wallace Skjegge, sino que todos los clanes habrían tenido que estar de acuerdo.
Se preguntó, entonces, si el hombre del que estaba enamorada, y con el que estaba dispuesta a pasar el resto de su vida, estaría dispuesto a matar a Eireann Meraki si las condiciones lo ameritaban.
¿Qué mejor forma de derrocar al Gobernador que quitándole la vida a su única heredera?
No quería ni pensarlo.
—Ah, ya estás aquí. —La voz de Tasia la sacó de su ensimismamiento—. ¿Cómo se encuentra Rina Skjegge?
La mujer estaba sentada frente al fuego en compañía de una humeante taza de té y un viejo libro. Llevaba el pelo blanco recogido con varias horquillas en la parte alta de su cabeza y sobre sus ojos unas gafas de pasta color cobrizo. Su atuendo, como costumbre, consistía en un pulcro traje azul marino con el símbolo de la flor de lis bordado en plata sobre los hombros.
—Se recuperará —respondió Drea, acercándose hasta la mujer para dejar un leve beso en lo alto de su cabeza.
Volver al hogar de Tasia siempre le hacía sentirse mejor, como si los problemas se evaporaran y pudiera escapar de la realidad; volver a ser la joven idealista que creía que todo podía ser.
—¿Qué ocurre? —Puede que fuera el gesto del rostro de Drea lo que avisó a Tasia de que algo iba mal, pero conocía a aquella joven mujer demasiado bien, casi tanto como si hubiese salido de sus entrañas.
—Holden. A veces pienso que no tenemos los mismos valores y que nunca los tendremos —comenzó a relatar Drea con disgusto, sentándose en el sillón frente Tasia.
Tasia dejó el libro sobre la mesita auxiliar que tenía frente a ella y, junto él, la taza de té. Desprendía una tranquilidad impropia de una persona a la que se le anuncia un secuestro y el maltrato físico y psicológico de otra. Pero la Academia había hecho a Tasia Naz de otra pasta. Aunque muchas veces Drea pensaba que no había sido el ejército, sino todos los años viviendo en la Bahía.
La ex-sanitaria se inclinó hacia delante y tomó las manos de su pupila con suavidad, imprimiendo al gesto de un cariño tan profundo que Drea dudaba haberlo experimentado antes.
—Mi querida niña —dijo con un largo suspiro—, hay cosas en este mundo que debemos aceptar aunque no nos gusten; sobre todo en un matrimonio —agregó guiñándole un ojo, cómplice—. ¿Sabes por qué deserté?
—Porque ya no creías en los valores de la Academia —respondió—, porque dejaste de proteger al pueblo y os convertisteis en siervos del Gobierno.
Tasia asintió dándole un golpecito en el dorso de una de sus manos, como si acabara de aprobar un examen.
—Vivir en Jevrá nunca ha sido sencillo, como tampoco lo es vivir en la bahía —Tasia tocó con suavidad el anillo que llevaba Drea en uno de sus dedos, señal de su compromiso con Holden—; pero tampoco lo es vivir encerrado en una isla con todas esas normas de conducta, las prohibiciones, las mentiras...
—¿Y cómo puedes saber cómo se vive allí? —inquirió Drea con sorpresa.
Tasia sonrió y se levantó del asiento que ocupaba. Drea la siguió hasta su dormitorio en donde la mujer se paró frente a un arcón colocado en los pies de su cama.
La habitación era tan austera como el resto de la casa. Las paredes estaban pintadas de un tono amarillento y los muebles eran todos de madera de castaño. Ya no desprendían el mismo brillo que antaño, pero la sanitaria los conservaba en muy buen estado incluso viviendo a orillas del mar. Una cama de matrimonio con bisel, dos mesitas de noche y un aparador completaban el dormitorio.
Drea se arrodilló al lado de Tasia, mirando con recelo como la mujer sacaba objetos del baúl y los colocaba en el suelo mientras daba con lo que buscaba. Por fin sacó una pequeña caja de madera con el dibujo de un lirio grabado en la tapa y la abrió con sumo cuidado. En su interior Drea vio los recuerdos de una vida pasada, una parte de la mujer que guardaba en lo más profundo de su corazón.
A Drea le llamó la atención el tiempo que Tasia se tomaba en admirar cada una de las piezas que había en la caja, observándolas con una expresión de añoranza. Y aunque a ella no le decían absolutamente nada, no había mas que fijarse en el brillo de los ojos de la otra mujer para saber que eran importantes.
Durante un breve instante, Drea hubiese jurado que vio cómo los ojos de Tasia se le llenaban de lágrimas, pero en cuanto parpadeó su semblante volvió a estar tan sereno como de costumbre. Entonces la mujer tomó una vieja fotografía y se la pasó a Drea con una trémula sonrisa en los labios. Aún sin entender qué tenía que ver aquella imagen con Agora, Drea bajó la mirada y se fijó entonces en el fondo.
—Eso que se ve es la costa de Jevrá, el puente y la playa —musitó—. ¿Naciste en Agora?
Tasia asintió. Mientras, Drea paseaba la mirada por los rostros de los protagonistas de la fotografía: una familia.
—Somos mi marido y yo con nuestras dos hijas —explicó—. Nuestras familias eran parte del consejo del Gobernador, personas de confianza del padre de Athos Meraki, Eiran.
—¿Cómo acabaste aquí? —preguntó Drea— ¿Qué pasó con tu familia?
—Conocí a Andreas en la Academia, los dos estábamos instruyéndonos para entrar en el Krav —suspiró—, murió poco después de que esta fotografía fuera tomada, en una incursión en la Zona Cero. La hermana de mi marido fue la encargada de tomar el relevo como miembro del consejo y, en mi familia yo iba a ser quién tomara el puesto de mi padre, por aquel entonces el Coronel de la Academia.
—¿Tu verdadero apellido es Volk?
Tasia negó con la cabeza.
—La familia de Elias Volk tomó el control del Krav tras mi partida de Agora. A ojos del consejo era una traidora, ¿a dónde más podía ir que no fuera Anthrax? —sonrió un ápice—. Por entonces aún no éramos tantos como ahora, pero los suficientes para formar los clanes.
—¿Y qué pasó con tus hijas?
Desde que vivía allí, Tasia nunca las había mencionado antes y, Drea tampoco había preguntado por el pasado de la mujer. Para ella había sido más que suficiente que la acogiera y la salvara de una muerte casi segura.
—La mayor falleció y la menor —Tasia respiró hondo e intentó no mostrar preocupación—... Lo último que supe de ella es que entró en la Academia y se hizo Teniente de uno de los escuadrones.
—Siento lo de tu familia, mitéra —Madre.
Drea sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas y se las secó antes de hacer sentirse peor a la mujer que tenía a su lado. Ahora, sin embargo, se sentía mucho más unida a ella: las dos habían perdido a sus familias por razones que no podían explicar, pero el destino las había unido.
—No lo sientas, mi niña —sonrió y le tomó una de sus manos—. Aún te tengo a ti.
Puede que fuera el cúmulo de confesiones que había recibido ese día o que la sinceridad de Tasia la conmoviera, pero en ese instante Drea se sentía una embustera con la única persona que había velado por su seguridad desde el mismo momento en que la vio.
—Mitéra —Le tembló la voz—, tengo que decirte algo. Y quizás debí hacerlo hace mucho tiempo, pero tenía miedo; aún lo tengo.
—Drea, soy vieja, pero la cabeza todavía me funciona. Hace diez años mucho mejor que ahora —bromeó sonriente—. Cualquier cosa que creas que no sé, te puedo asegurar que es cristalino cada vez que cruzas el umbral de mi puerta. —Tasia guardó sus pertenencias en el baúl de nuevo y Drea la ayudó a levantarse— Como sé que tu prometido ha debido de contarte que tienen a Eireann Meraki encerrada en el antiguo psiquiátrico, pese a que le pedí expresamente que no te dijera nada.
—La he visto —confesó.
No podía creer que la culpable de haberse pasado semanas sin conocer lo que hacía Holden fuera precisamente ella; pero ahora era consciente de las motivaciones que habían llevado a Tasia a guardar algo así.
El semblante de la mujer cambió drásticamente. La sensibilidad y añoranza que había tomado posesión de sus facciones habían desaparecido para tornarse duras, con un cariz de preocupación sobre su entrecejo.
—¿Qué hiciste al verla? —preguntó Tasia.
—Discutí con Holden sobre ello —respondió Drea sin seguir los pensamientos de la otra mujer.
—¿Os oyó alguien discutir?
—Creo que no. —Sacudió la cabeza—. Aunque... después de la pelea, volví a la habitación donde estaba Rina para coger mi abrigo y al salir me encontré con Sloan Aster.
Como si la mismísima Sloan se hubiese aparecido en la habitación, Tasia se tensó y tomó una actitud beligerante, como una fiera a punto de atacar a su presa.
—¿Qué te dijo? —continuó interrogando a Drea.
—Dejó caer que la idea del secuestro fue cosa de Holden y... mitéra, ¿qué ocurre?
Drea observó como los puños de Tasia se crispaban y de haber podido, habría golpeado a la imaginaria Sloan Aster en la cara.
—Esa maldita arpía lo sabe.
—¿El qué sabe? —preguntó Drea completamente perdida.
—Sabe que eres Andreja Meraki.
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