ASHER (III)
Habían pasado un par de días desde la explosión en el Hospital y Asher aún sentía el dolor por todo su cuerpo, pero le habían dicho que se estaba recuperando a un ritmo normal. Lo peor que llevaba era esa sensación de mareo perpetuo, que casi ni le permitía andar. De hecho, por prescripción médica, debía moverse por el apartamento con la ayuda de una muleta o cualquier otro objeto de apoyo.
Al principio le había parecido innecesario, pero cuando se levantó de la cama por primera vez para ir al baño y el centro de su cuerpo le traicionó, se lo tomó en serio.
Debido a la tensión que había por toda Jevrá, Asher se había visto recluido en uno de los apartamentos que tenía por la ciudad. En rara vez los utilizaba, aunque sabía que su madre tenía la mayoría alquilados. El piso nada tenía que ver con la lujosa mansión en la que residía, pero se encontró a gusto en él. Incluso con los soldados entrando y saliendo cada cambio de turno.
Cansado de estar en la cama, se levantó con torpeza. Tuvo cuidado de intentar mantener la cabeza recta, ahora que se había quitado el collarín por voluntad propia, y se aferró a la muleta con fuerza antes de levantarse poco a poco.
El camino hasta la sala de estar le pareció eterno, pero le agradó saber que no estaba solo y que, por lo menos, podría entretenerse charlando con alguien.
—¡Asher! —Una jovencísima soldado se levantó del sofá al verlo caminar torpemente y se colocó al lado contrario de su soporte—. ¿Jed te ha quitado el collarín? —preguntó la muchacha extrañada—. Juraría que había dicho que deberías estar con él hasta que se te quitasen los vértigos.
Asher sonrió levemente y encogió los hombros para restarle importancia.
—Era incómodo y puedo apañármelas —respondió.
Sentarse era casi más complicado que levantarse. Si lo hacía muy rápido se mareaba, si baja la mirada para ver lo que hacía se mareaba, si se dejaba caer esperando no acabar en el suelo también se mareaba... No había forma humana de conseguir tomar posición sin que la membrana en su oído se moviera y le causara una profunda sensación vertiginosa.
Nessa había resultado ser la más simpática de todos los soldados con los que había coincidido, a parte de Jed, el sanitario, que se había mostrado muy servicial. Cierto era que Asher no había sido un paciente ejemplar, pero no estaba acostumbrado a enfermar o estar retenido en una cama sin hacer nada. Era superior a sus fuerzas tumbarse y simplemente mirar al techo.
—¿Estás tú sola? —preguntó Asher a la muchacha, al no apreciar ningún otro sonido dentro del piso.
—Sí, han creído que podría contigo —bromeó ella—. Pero supongo que no tardarán en llegar.
Nessa tomó un libro de la mesa frente al sofá y Asher se fijó en su portada. En el título pudo leer: «Armamento Especializado: qué debes usar en cada situación».
—¿Eres especialista en armas? —inquirió no sin sorpresa.
—¡Sí! —exclamó la chica mostrándole el tomo a Asher —. Estoy poniéndome al día.
—¿No acabas de graduarte de la Academia?
—No, aún no he terminado —respondió sonriendo—. Nos obligan a hacer misiones con escuadrones como parte del entrenamiento. Sólo llevo una semana con el escuadrón Omega.
Asher nunca había entendido muy bien cómo funcionaba la Academia y, mucho menos el Krav, pero por lo que tenía entendido no todos los soldados valían para ser parte de un escuadrón. Sus miembros eran soldados de la élite, los mejores en sus especialidades, y para conseguir entrar en uno de los grupos necesitaban superar ciertas pruebas.
—¿Y te gusta? —inquirió con el ceño fruncido—. Quiero, decir, ser parte del Escuadrón.
Nessa torció el gesto y suspiró.
—Bueno... Es duro y no creo que nadie crea que yo tenga posibilidades de pertenecer a la élite, pero como es reglamentario, aquí estoy. —Encogió los hombros como si no tuviera importancia, pero a Asher le pareció ver frustración en la mirada de la chica.
—Intuyo que no querías ser soldado. —Ash sonrió un ápice—. Tranquila, tu secreto está a salvo. ¿Cometiste algún delito?
Las mejillas de la chica se encendieron un ápice y asintió pese a la vergüenza que parecía sentir.
—No debería hablar de esto, ¿sabes? —Se rasco la cabeza nerviosamente—. Cuando entramos a la Academia juramos no hablar del pasado.
—Yo no soy parte de la Academia, ni tampoco del Krav —contestó con tranquilidad.
En cierta medida aquella muchacha le recordaba a Erin. Las dudas, el nerviosismo, el no sentirse lo suficientemente preparada para afrontar un futuro que creía que le venía grande y la personalidad amistosa, carente de malicia. Físicamente, por otro lado, eran como el agua y el aceite. Donde Erin era alta y esbelta, Nessa tenía un cuerpo pequeño y musculoso, propio de largas horas de entrenamiento; los ojos de Erin se fundían entre un azul verdoso muy parecido al aguamarina, y Nessa tenía unas preciosas perlas negras; Erin llevaba el cabello largo y ondulado en las puntas, pero Nessa tenía el pelo corto y muy rizado.
—Robé a un par de personas —dijo trémulamente—. Lo había hecho en otras ocasiones, es normal para los que hemos vivido en el Vertedero, pero en aquella ocasión metí la mano en el bolsillo de un soldado. Me atrapó antes de que pudiera darme cuenta y me llevó a los calabozos.
—Te castigaron a formar parte del Krav y te internaron en la Academia —terminó Asher, pues era una historia que se repetía día tras día. Creían que formando a las personas en el arte militar podrían adoctrinarles y hacerlas cambiar su forma de pensar—. ¿Eres huérfana?
Nessa negó con la cabeza una vez más.
—Al menos no lo era hace dos años —musitó—. Pero tampoco es que importe mucho, la verdad. Mi madre no se iba a llevar el premio a la mejor mamá de Kairos.
—¿Y tu padre?
—Ni idea —encogió los hombros—. Dudo que mi madre supiera quién era, de todas formas.
Asher asintió con la cabeza. Una de las cosas que más le habían gustado de trabajar en la Central fue conocer a los habitantes de Jevrá; personas mucho más interesantes que aquellos que habitaban en la Isla. Su madre se había mostrado extrañamente complaciente cuando con apenas diecisiete años le había pedido que le dejara formarse con los trabajadores, empezar desde cero antes de decidir tomar las riendas de las Industrias. Y no se había equivocado en su decisión.
Al principio, la mayoría de sus compañeros se habían mostrado inquietos e incluso molestos por su presencia. Pero cuando se dieron cuenta de que Asher Meyer podía mancharse las manos, correr por los pasillos cuando una válvula perdía presión u ofrecerse a hacer el mantenimiento nocturno, comenzaron a tratarle por un igual. Hizo amigos y gracias a ello, cuando fue el momento de tomar la Dirección de la presa y la central, tuvo un apoyo casi completo por parte de los trabajadores.
—Siento que tuvieras que vivir así, Nessa —dijo sinceramente.
—No pasa nada, al final no me ha ido tan mal —La chica levantó la mirada de su libro y le dedicó a Asher una sonrisa dentada—. ¿Sabes? No imaginaba que los isleños fueran así.
—¿Así cómo?
—Tan agradables y guapos —sonrió Nessa con las mejillas encendidas soltando una cantarina risotada.
—Tú tampoco estás mal —respondió Ash, guiñandole un ojo.
El sonido de la cerradura captó la atención de los dos e hizo que Nessa se levantara de su asiento con cierta presteza. Por la puerta entró la Teniente Roth junto con otros dos hombres que Asher juraría no haber visto antes, pero tampoco estaba seguro del todo.
Antes de que los soldados se dieran cuenta de su presencia en la estancia principal, Asher pudo oír perfectamente el nombre de Gal en la conversación. Aquello le hizo volverse demasiado rápido y recibir un latigazo que por poco le hace derrumbarse.
Cerró los ojos y dejó que la sensación de mareo se pasara. Notó las manos de Nessa sosteniéndole por uno de los brazos y oyó cómo la chica murmuraba algo acerca de su collarín, pero no le prestó atención.
—Ash no deberías haberte levantado de la cama. —La voz de Lethe le hizo sentirse extrañamente apaciguado—. Por favor, Nessa, trae el collarín, ¿quieres?
Oyó a la muchacha salir rápidamente de la sala, pero todavía no se permitió abrir los ojos. No hasta que las cálidas manos de Lethe le colocaron el artilugio sobre su cuello y le obligó a quedarse como una estatua, incapaz de volverse si no era con todo el cuerpo.
—¿Mejor? —preguntó la Teniente, una vez él abrió los ojos.
Se limitó a asentir a su prima. Aún tenía recuerdos de su niñez con ella, pero cada vez que la miraba sentía que era una extraña. Cierto era que sentía esa familiar cercanía y que había muchos gestos, formas de hablar, que le recordaban a su madre, pero Lethe se había marchado de Agora para no volver. De la misma manera que lo hubo hecho Gal años después.
—Asher, te presento al Teniente Knox y al soldado Mac Spiros, ambos son miembros del Escuadrón Delta. —Lethe señaló hacia los dos hombres que ahora se encontraban frente a ellos.
Puesto que fue Mac el primero en acercarse a él, fue a quién saludó primero, estrechándole la mano. Le pareció un hombre agradable o al menos educado, algo que no pudo decir del otro hombre: el Teniente. Este se limitó a hacer un gesto de cabeza y sentarse en uno de los sillones libres.
—Sois del Escuadrón de Gal —pronunció Asher y una mueca de tensión se instauró en el rostro del resto.
—Sí —respondió Mac con una sonrisa torva llena de tristeza—. Es la Capitana.
Un silencio incómodo se alojó en el ambiente. Asher podía ver la irritabilidad que desprendía el Teniente Knox, el cansancio en los ojos de Spiros y como Lethe buscaba la mejor manera de tener una desagradable conversación él.
—No la habéis encontrado —omitió su nombre porque no había ninguna necesidad de pronunciarlo de nuevo—. ¿Al menos sabéis si está viva?
—No hemos encontrado su cadáver, así que damos por hecho de que lo está —respondió Knox con tirantez—. El problema es que no tenemos ni puta idea de dónde puede estar porque no conocemos los túneles, así que estamos aquí porque Lethe cree que tú podrías sernos de ayuda.
—Ethan —gruñó Lethe—, es suficiente. Todos queremos encontrarla, deja de ser tan capullo.
Asher arrugó el gesto y tensó la mandíbula. No sabía quién se creía el Teniente de Gal, pero no le gustó el tono con que se dirigió a él. Si se creía que era el único que estaba frustrado, que se pusiera a la cola, porque no había nadie más cabreado con si mismo que él.
—No conozco mucho los túneles —respondió educadamente—. Eso era cosa de Gal y su hermana Andreja.
—Ya os dije que no nos serviría de nada —espetó Knox.
Asher lo miró brevemente y continuó como si no hubiese abierto la boca:
—Pero sé que conoce ese sitio como la palma de su mano, si alguien puede salir de allí es ella.
—¿Recuerdas si alguna vez te habló sobre alguna otra salida al exterior? —Lethe respiró hondo—. Una que no conectara con el centro de la ciudad, quizás a una zona más alejada.
Únicamente se había dejado arrastrar con Gal una vez por los subterráneos, en su primera cita, pero después de aquello Asher la había llevado a Anuket y los alrededores por sus propios medios. No había sido difícil, de igual manera que no lo había sido acercarse al Hospital días atrás. Debió haberse imaginado que haría algo como esconderse en su propio vehículo, pero prefería no pensar en lo ingenuo que había sido creyendo que, después de todo, ella se quedaría tranquila en Agora. A fin de cuentas, había sido Gal la que había organizado su partida y su seguridad.
—Han pasado diez años —Asher resopló—. Bajé una vez y después cuando ella quería ver más, la llevaba por los alrededores de Anuket recorriendo el río Nubia.
—¡Algo te tendría que contar! —exclamó el Teniente Knox—. No esperaría siempre a que tú decidieras llevarla a los sitios, se iría sin ti. Porque es lo que le va a Gal, hacer las cosas por su cuenta.
Asher no tuvo muy claro si aquello era un reproche hacia él o hacia la chica, pero le molestó que dejara implícito que él no la conocía lo suficiente. Pero lo había hecho, más allá de cualquier comprensión.
Durante un breve instante, su mente volvió al pasado. Una Gal adolescente cruzaba con rapidez un riachuelo, salpicando a Asher en el proceso. Habían estado paseando por encima de la presa durante un buen rato, hasta que ella había sugerido ver el bosque y los alrededores; había prometido a Asher que no se alejarían mucho, pero como había esperado él su promesa no se vio cumplida. En cuanto tuvo la menor oportunidad Gal salió corriendo hacia el sur, siguiendo el sonido del río Nubia hasta que Asher la atrapó. Estaba tan acostumbrado a que su novia hiciera ese tipo de cosas, que ni siquiera se enfadó con ella, se limitó a reírse. Caminaron por la zona un rato más y entonces Gal se lo mostró: un viejo y asqueroso sumidero por el que había salido en un par de ocasiones para ver el bosque. Por muy contenta que se puso ella por ser capaz de haberlo encontrado, Asher no se mostró tan alegre al sentir el hediondo aroma que provenía del tubo.
Sacudió la cabeza y arrugó la nariz. Pese haber pasado diez años, aún podía recordar aquel olor con perfecta nitidez.
—No sólo salía a la ciudad por las cloacas —habló por fin, tras un breve instante de trance. Lethe y Knox habían levantado la voz, pero Asher ni se había dado cuenta hasta que ambos guardaron silencio—, también se acercaba a los bosques. Existe un sumidero cerca de la presa, hacia el sur, en dirección contraria al caudal del río Nubia.
—¿Estás seguro de eso, isleño? —cada vez que abría la boca, Knox le caía peor.
—Sí, es difícil olvidar ese olor —respondió de mala gana.
—Pues andando, es hora de quebrantar un par de normas —Knox casi parecía que se estuviera frotando las manos—. Nessa tú vienes con nosotros.
La muchacha se movió y asintió, parecía tan entusiasmada como el Teniente. Pero Lethe se mantuvo pensativa, ausente.
—¿Y qué pasa con Eireann? —fue la voz de Mac, sin embargo, quién rompió la burbuja—. Gal querría que primero nos hiciéramos cargo de su hermana. Además, tampoco hemos encontrado el cuerpo de Vera, lo que indica que es muy probable que estén juntas.
Asher se mantuvo callado, desconocía quién era Vera, pero le pareció lógico lo que Spiros estaba diciendo en ese momento.
—Mierda, Mac, no podemos dejarla vagar a su suerte. Está herida y ya hemos perdido a suficiente equipo—resopló el Teniente—. ¿Y si la persona que mató a Abel las tiene retenidas?
—Decir que alguien mató a Abel es una conclusión infundada, no podemos estar seguros —replicó Mac—. La piedra pudo caerle directamente en la cabeza.
—No, Jed ha confirmado que alguien lo golpeó. Si una roca hubiese caído en el punto en el que se encontraba, habría acabado soterrado igual que el muchacho —dijo Lethe—. Alguien se ensañó con él hasta matarlo.
De toda la conversación, con lo único que se había quedado Asher fue con la idea de que Gal estaba herida, en paradero desconocido y, presuntamente en compañía de una compañera de su escuadrón. Pero de todo ello, lo que más le preocupaba era lo primero.
El discurrir de sus pensamientos se paró cuando la puerta volvió a entrar y una mujer de cabello azabache entraba en la sala con un par de sobres en las manos. La había visto aquella misma mañana cuando se había levantado a desayunar, era la Capitana del Escuadrón de Lethe: Aisha Seif.
—¿Interrumpo? —preguntó con un gesto que Asher interpretó como mordaz—. Tengo noticias de la Academia.
Entregó un sobre a cada Teniente, después se apoyó en el respaldo del sofá, justo detrás de Asher y guiñó un ojo a Nessa que se había mantenido en silencio; seguramente cohibida por toda la conversación.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ash. —¿Va todo bien?
—Sí, son órdenes expresas del Gobernador —respondió Lethe terminando de leer. —La máxima prioridad es encontrar a Erin.
—¿Eso quiere decir que no sabe que Gal no está en Agora? —A Asher casi le parecía irrisorio que el Gobernador no lo supiera, pero la mirada de Lethe le hizo olvidar el pensamiento.
—No, eso quiere decir que antepone la vida de una hija sobre la otra —Knox arrugó el papel y lo tiró a la chimenea que decoraba el centro de la sala, pese a estar apagada—. Déspota, hijo de puta.
—Cabreándote e insultando a Athos no vamos a conseguir nada —razonó Lethe—. Pero creo que sé cómo podemos encontrarlas a las dos —suspiró y se quedó mirando a Asher—. Es hora de que hable con mi madre.
—¿Tu madre? —dijeron a la vez Knox y Aisha.
—No saben quién es tu madre, ¿eh? —Asher miró a su prima y se dio cuenta de que ahora quién tenía toda la información en la mano eran él y la propia Lethe.
—Hablaré con Kala —replicó Lethe, sin responder al resto más que a Asher—. Ella nos puede ayudar.
—No necesitamos a mi madre —suspiró—. Sé cómo hablar con Tasia.
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