AGORA (I)

Athos Meraki estaba sentado tras su escritorio, dando la espalda a los miembros del Consejo del Gobernador mientras observaba las olas rompiendo contra las rocas de la isla.

Hacía escaso día que había descubierto que su hija Galia se había escapado de la seguridad de Agora y se había visto obligado a convocar una reunión extraordinaria del Consejo. No para hablar de la reciente desaparición de su hija mediana, la cuál todos creían que seguía en sus dependencias, sino para tratar asuntos de Estado.

—¿Cómo se encuentra tu hijo, Kala? —la voz de Artemis Kostas se elevó por encima del resto de los miembros.

—Está bien, Artemis, gracias por tu preocupación —contestó la matriarca de la familia Meyer. —Volverá pronto a casa.

La explosión del Hospital General de Jevrá había dejado en mal estado a Asher Meyer, quién ahora se recuperaba en uno de los pisos que la familia tenía en la ciudad. Era poco frecuente que alguno de los miembros de la casa Meyer descansara en las residencias que habían adquirido en el centro de la urbe y, sin embargo, debido al mal estado de Asher, Kala había confiado plenamente en la decisión de su sobrina Lethe de no trasladarle a la isla por el momento.

—No podemos consentir que los despreciables habitantes de la Bahía sigan atentando contra este Gobierno, debemos hacer algo y cuanto antes. —Esta vez habló el representante de la casa Volk, el hermano menor del Coronel. —Ya es hora de movilizar al Krav, aumentar la seguridad de las calles y hacernos con el control de las áreas inhabitables.

—¿Está tu hermano de acuerdo con lo que planteas, Theodore? —preguntó Kala con una afable sonrisa en los labios—. Porque tengo mis dudas.

—Los Condenados están pidiendo a gritos una guerra y deberíamos plantarles cara —apostilló el hombre molesto.

—No dejaré que las fuerzas armadas ataquen a la Bahía hasta que no tenga a mi hija de vuelta. —Athos se giró sobre su silla y apoyó los codos sobre su escritorio. Alzó la cabeza y miró a los miembros de la Cúpula con frialdad—. El Krav se mantendrá en posición de defensa hasta que yo diga lo contrario. Pero aunque no presentemos batalla armada, no cederemos ante su terrorismo. —Los ojos del Gobernador se posaron en los de Kala Meyer y respiró hondo—. Quiero que les cortes el suministro de electricidad.

Todos los allí presentes, salvo la misma Kala, mostraron sorpresa. En cambio, la mujer entrecerró los ojos y sostuvo la mirada al Gobernador.

—Sabes las consecuencias que puede traer consigo eso, ¿verdad Athos?

—Sí —respondió el Gobernador sin flaquear—. Esto es lo que pasa cuando deciden secuestrar a mi hija y creer que pueden jugar conmigo.

Kala torció el gesto, pero finalmente dio un cabeceo de asentimiento. Cortaría el suministro eléctrico que les facilitaba a los de la Bahía, pero tomaría precauciones.

—Atacarán las instalaciones de Anuket —dijo Artemis alarmada—. Si hacemos eso...

—No te apures Artemis, estoy segura de que el Krav será tan amable de aumentar la seguridad privada de la presa y de la central, ¿verdad? —Los ojos de Kala se posaron sobre Theodore.

—Por supuesto —contestó el hombre tras un momento de dubitación.

—Será la ciudad la que pague las consecuencias —intervino Leo Dayan, el único miembro de la Cúpula que vivía en Jevrá—. La población no está contenta con los atentados y tanta patrulla por las calles. Los disturbios están creando segregaciones y muchos se están uniendo a los Taarof.

La sala se inundó de un tenso silencio. Aunque el trabajo de Leo era mirar por el porvenir de la ciudadanía, en la situación actual ponía al resto del Consejo entre la espada y la pared. La única manera de mantener segura Jevrá era usando a los soldados del Krav, pero buena parte de sus habitantes odiaban al servicio de fuerzas armadas lo que provocaba incluso mayores conflictos.

—Jevrá es un campo de batalla. —Hans Rainer, el Senador de Kairos, habló por primera vez mostrando fiereza en sus palabras—. Los Condenados han atacado el Hospital, han quemado un edificio y ¿quién sabe qué más estarán planeando?

—Hablaré con el Coronel para crear un plan de defensa que nos permita controlar la seguridad de Anuket y de la ciudad al mismo tiempo. —Theodore anotó un par de pesquisas en la carpeta que llevaba entre sus manos y después miró al Gobernador—. Designaré un nuevo escuadrón para la búsqueda de Eireann, ya que...

—No —interrumpió el Gobernador.

—Pero señor, el escuadrón Delta...

—He dicho que no quiero otro escuadrón —repitió Athos con frustración—. Comuníquele al Teniente Knox que tendrá que ocupar las vacantes de su escuadrón con nuevos solados de la Academia y que deberá designar a otro Capitán. En cuanto a la Teniente Roth —Se pasó la mano por el mentón, áspero de la barba de varios días, y cruzó la mirada con Kala durante un breve segundo antes de volver a dirigirse a Theodore—, quiero que su escuadrón trabaje codo con codo con el del Teniente Knox. Su prioridad sigue siendo la misma: encontrar a mi hija.

—Se hará como usted dice, Gobernador —respondió Theodore.

Por muy consejeros que fueran, parecía que Athos Meraki ya tenía la situación perfectamente analizada. Kala Meyer guardó silencio ante la mención de su única sobrina, pero pudo captar la lectura entre líneas del Gobernador: «La estoy vigilando».

—Ahora, quiero hablar a solas con Kala y Artemis. —Se dirigió a los otros tres hombres sentados en la sala. —Si nos disculpan.

Todos se levantaron de sus asientos, incluido el Gobernador para mostrar el consabido respeto mutuo que se tenían. Theodore fue el primero en abandonar la sala, seguido de Leo, pero Hans se mostró tenso ante la petición de Athos. Como Senador, su labor era estar al tanto de cada decisión que el Gobernador tomara, para poder dar su opinión y, entre los dos, tomar las mejores medidas para el beneficio colectivo. Tal y como habían hecho la tarde anterior, antes de convocar aquella reunión. Athos, por el contrario, se mostró férreo a su petición y, finalmente, a Hans no le quedó otra que abandonar las dependencias.

Ambas mujeres tomaron asiento de nuevo, y el Gobernador las siguió. Ahora que le podían observar bien, se mostraba mucho menos regio que en instantes anteriores, pero de igual forma su rostro era inescrutable.

—He estado retrasando un asunto inevitable desde hace algún tiempo —comenzó Athos—. Pero en vista de la situación actual en la que nos encontramos, me veo en la obligación de traer este diálogo sobre la mesa.

Los tres guardaron silencio, conscientes del cariz que tomaba la conversación. Athos apartó la mirada de las mujeres y respiró hondo.

—Quieres tramitar matrimonios de conveniencia para tus hijas —resolvió Kala con una amarga carcajada—. Para no perder el Gobierno, por supuesto.

El Gobernador cruzó una mirada afilada con Kala, pero asintió de todas formas. Sería una insensatez negar algo que era más que evidente, sobre todo a una mujer como Kala Meyer. Si su soberanía había funcionado no había sido por méritos propios, sino por el apoyo que la familia Meyer le había brindado. Pero en aquella isla nadie era tan ingenuo como para prestar su mano sin recibir nada a cambio, y Kala había sabido cómo jugar sus cargas a favor de su familia política.

—Pero solo una de tus hijas puede optar por el Gobierno —señaló Artemis confusa—. Y Eireann es la que lleva preparándose años, ¿por qué buscarle uno a Galia cuando abandonó la isla y sus deberes?

—Por si, en un giro terrible de los acontecimientos, Eireann sufriera algún daño —Kala dio unos golpecitos en la mano de Artemis.

A diferencia de Meyer, Artemis no era tan rápida llegando a conclusiones políticas. Su valor destacaba en la ciencia, de la que había hecho uso para mejorar las condiciones de vida de todos.

—Eireann seguirá siendo la heredera primordial y, dada la edad que posee, creo que sería bueno para ella que pudiera abrirse camino en el Gobierno junto con tu nieto Ander. —Athos habló pausadamente, dejando que las palabras calaran a Artemis, antes de posar su mirada en Kala—. En cuanto a Galia, sea o no sea quien ostente el cargo de Gobernadora, creo que es necesario que nuestras familias aúnan fuerzas una vez más.

—Y te viene estupendamente que nuestros hijos tuvieran un romance en el pasado —agregó Kala con una amplia sonrisa, que distaba mucho de ser feliz—. Pero no creo que ninguno de los dos estén de acuerdo con este idilio romántico que me planteas, Athos. De hecho, creo que dejaré en manos de mi hijo el asunto. Nunca le he obligado a tomar decisiones precipitadas sobre su futuro y no voy a empezar ahora. —Levantándose con gracia y sin perder la sonrisa de los labios, tomó su abrigo del respaldo de la silla—. Os dejo que tramitéis el matrimonio de un nuevo Gobierno. —Les dedicó un breve cabeceo a cada uno y salió de la habitación.

Athos había imaginado que Kala Meyer no aceptaría las condiciones, por muy Gobernador que él fuera y eso le hizo apretar los puños bajo la mesa. Aquella mujer le había frustrado de joven y seguía haciéndolo, pese a conocer sus estratagemas y su temperamento. Pero esperaba que Asher Meyer fuera más razonable que su madre y aceptara la propuesta.

Por otro lado, los Kostas nunca habían sido una familia relevante dentro de la Cúpula, quizás porque su poder siempre había estado predispuesto por los fondos que la Academia le desviaba. Así que Athos había imaginado que convencer a Artemis Kostas, y paliar su sed de poder, sería más fácil.

—Y bien, Artemis, ¿cuál es tu respuesta?

—Aceptaré el compromiso de Eireann y Ander, siempre y cuando se acepten ciertas condiciones. —Frunció los labios en una tensa línea y colocó una mano sobre el escritorio del Gobernador—. Empezando porque quiero el control de la Academia.

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