▦ Capítulo 32

— Tantas vidas...

— Líneas del tiempo, querrás decir —corrigió Stark, haciendo una mueca por el esfuerzo.

No era propicio iniciar un diálogo conclusivo, ni mucho menos tomarse la molestia de intervenir en las palabras de otro. Loki trataba de ponerse poético y Stark tenía un urgente asunto en el cual ocuparse si no querían que aquel interminable viaje fuera en vano.

Tiempo contra tiempo, estaban cansados de sentirse torcidos, de no pertenecer en el objetivo, porque aún no ganaban, y absolutamente todo debía terminar cuando lo hicieran.

Aunque cabe resaltar que, esta novena ocasión, había algo diferente en el aire. Una mezcla arbitraria, el desprendimiento de una clandestina trama. Tony Stark no sabía cuántas chances restaban, estaba perdido, mas eso se contrarrestaba, pues existía alguien que, por latente amor, se dejó aclarar en vez de nublar la visión.

De haber podido, Loki hubiera rodado los ojos al cielo, y de ser posible, haber dejado su labor para estrangular a Stark. Lo único que quería era hacerlo reaccionar.

— Como sea —replicó. El metal chirrió, sus talones deslizaron por la superficie, cediendo a la naturaleza que arremetía en su contra—. Antes de que decidas presionar ese botón y hacernos revolcar nuevamente en el intento, quería recordarte que la vida no se edifica con buenas o malas decisiones.

El turno de rodar los ojos llegó a Tony ¿Era en serio? En un descuido podría estallar una desgracia y Loki prefería filosofar en vez de ejercer más fuerza para no salir disparado.

— Sino con los riesgos que tomamos —prosiguió el dios.

Stark, en su armadura, empujaba para mantener la violencia gravitacional fuera del caos en el que de por sí ya se encontraban inmersos. Sus ojos se forzaban entornados, no contando con la protección de su casco; su sistema estaba tan dañado como para recuperarlo.

No había exactitud de si los demás Vengadores —incluyendo su propia versión de esa línea temporal— seguirían luchando, si habían caído o se encontraban al borde de. Iron-man no pensó en ninguno de ellos porque Loki se había soltado —en vencimiento o no— y su instinto fue lanzarse a atraparlo, quitándole prioridad a su trabajo de mantener la placa de metal en su lugar.

Un hecho: Stark había tomado un riesgo, y, con eso, el dios del engaño descubrió cuanta esperanza existía de que las cosas no tuvieran un fin desalentador y crudo.

Reinicio tras inicio, y Stark había aprendido a ver, porque después de todo, es comprensible perder la cabeza, pues el humano promedio, sólo tiene una irrepetible oportunidad de hacer las cosas. La culpa ya no la forzaba sobre los hombros de Loki; si había a alguien a quién redimir, sería a él mismo.

Si te pasa algo —la voz de Tony fue lo suficientemente fuerte, atravesando los empujes del aire contra sus cuerpos— no tendré qué devolverle a Peter, y sinceramente, no puedo dejarlo con las manos vacías.

Nueve vidas y tal vez podrían llegar al cielo.

▦ ▦ ▦ ▦ ▦ ▦ ▦ ▦ ▦

— ¡Peter!

Debido al urgente llamado, el aludido se vio en la necesidad de interrumpir su rutina de todos los días, saliendo de su habitación a prisas para atender el auxilio que provenía del baño. Con sus calcetines puestos, muy bien se deslizó por el suelo, alcanzando a aferrarse al marco de la puerta antes de rebasar la misma.

— Una araña —informó May angustiada, abrazada a sus brazos y relegándose a la tarea de hacerse cargo ella misma de la pequeña intrusa—. Deshazte de ella.

Peter avanzó sin escrúpulo alguno, viendo que por fin se había dado a conocer el dueño de la telaraña que llevaba ahí hace poco más de una semana; una grácil araña en medio de su telar era la causa de los a horrores de May.

— Ella tiene más razones para tenerte miedo —quiso tranquilizar a su tía, vaciando el vaso que servía de contenedor para los dos únicos cepillos de dientes y atrapando con éste al arácnido.

— Cuidado, Peter, no te vaya a picar —se preocupó May sin hacer amago alguno de acercarse. Ella estaba a muy apetecible distancia cuidando las acciones del menor.

— Es inofensiva —aseguró, muy a pesar de ni siquiera saberlo. Podría tratarse de una araña radioactiva y nunca se daría cuenta.

La mujer dio una involuntaria hojeada a su reloj, recordando que había dejado el agua hirviendo. Tuvo que correr a la cocina sin hacer intromisión.

La ventana del baño se encontraba entreabierta, Peter se agachó, brindado la libertad al indeseado huésped en el lado externo del alféizar.

— No es personal, amigo. Seguro habrá otro lugar en el que puedas hacer tu hogar —le habló, cerrando la ventana e incorporándose.

Una sonrisa deslizó en sus labios al ser consciente de su ocurrencia. No todos los días se le hablaba a una araña. Igual podía tratarse del ligero cosquilleo de excitación que le recorría desde que abrió los ojos esa mañana, ya que no sabía que esperar exactamente de su ingreso a la preparatoria. Era cosa del destino y la fortuna que Ned estuviera con él en las mismas clases, sino sus ansias ascenderían al doble.

— Será mejor que te apures. No querrás llegar tarde al colegio —recordó May volviendo con un trapo entre una de sus manos. Contempló la parte inferior de su sobrino unos segundos antes de agregar—: Y no olvides ponerte pantalones.

El castaño apretó los labios, bajando la mirada para reafirmar innecesariamente la ausencia de dicha prenda.

En la habitación terminó de vestirse y de arreglar su cabello. Comprobó tener lo esencial en su mochila y, antes de salir, tomó una sudadera, una de color verde.

En el trasiego de su cuarto a la cocina y de la cocina al vestíbulo, fue oyente de las noticias que se transmitían en el televisor encendido que tenía May. Mencionaron algo acerca de los rumores de una enfermedad que pudiera estar atravesando el reconocido dueño de Industrias Stark, puesto que parecía haber envejecido 5 años de sentón. Peter se marchó antes de que se reprodujera en pantalla una conferencia de prensa, con el multimillonario, que se había llevado hace relativamente poco.

Ya en la fachada de la privilegiada institución, Ned le estaba esperando. Se saludaron con aquel complejo saludo de puños que habían perfeccionado a lo largo de sus años de secundaria.

— Siento que ya he subido un escalón hacia la madurez —comentó Ned con un gesto contento, viendo a los alumnos e imaginando la vida social que seguramente podrían permitirse conseguir.

— Tranquilo, Ned, aún no estamos en la universidad —recordó Peter, con las manos ajustadas a las asas de su mochila.

— Lo que quiero decir es que no seremos perdedores, no en esta ocasión. Aquí nadie nos conoce así que nos aseguraremos de tener un buen status.

El grito de un claxon los interrumpió y reclamó por expectantes, haciendo voltear a los dos amigos y a varios estudiantes que parloteaban en la acera.

— ¡Pito Parker! —saludó Thompson, burlesco, jactando su entrada en el convertible gris que se podía apostar se trataba de la posesión prestada por sus padres por iniciar esta nueva etapa.

— No puede ser —Ned casi se queda con la boca abierta de desilusión al descubrir lo mal que los podía tratar la vida.

— Tal vez sea muy pronto para dejar de ser perdedores —anunció Peter en pasiva derrota, tomando a su amigo de los hombros para empezar a guiarlo dentro del edificio antes de que a Flash se le ocurriese soltar alguna otra burla.

No debían permitir que ínfimos comentarios arruinaran el gran día que tenían por delante.

En los pasillos había nuevas caras, toda clase de jóvenes. La emoción de un nuevo inicio lo mantenía alerta, estando tanto prestando atención en la conversación de Ned como en la asimilación del ambiente bullicioso de nuevas experiencias. Imaginaba que su vida a partir de ahora podía ser muy excitante, incluso y consideraría meterse al equipo de fútbol, ¿por qué no? Siempre había tenido una que otra cualidad de deportista y posiblemente pudiera conseguir una novia en el transcurso del año.

Se valía soñar con eso.

—...la película no estuvo tan buena —platicaba Ned—. Viajes en el tiempo, sí, fue un asco. Las tramas de ahora no saben cómo manejar este tipo de temáticas.

Peter estaba seguro de que la charla no había terminado ahí, porque las oraciones de pronto se volvían cenizas al llegar a su oído, sin llegar a captar el significado de las mismas; Peter ya había dejado en segundo lugar su interés por el tema.

Dos metros delante de él, un estudiante le arrebató, de modo nada intencionado, la completa atención. Pudiera ser por el conjunto negro y el elegante andar, por el cabello del mismo precioso matiz o por la piel de alabastro que hacía un sublime contraste con su vestimenta. Tan inusual, retando el límite de todo lo que entraba dentro de los parámetros de lo común, ese chico como la muestra tácita de lo que es demandar la atención.

Los pasos se volvieron lentos sin desacelerar, el espacio se hizo espeso para darle la oportunidad de hacer de aquel vistazo la contemplación de una peculiar obra de arte.

Un parpadeo y el instante culminó con la frustración de que sus miradas nunca llegaron a cruzarse. Peter había esperado saludar el enigma de esos insondables ojos verdes.

— Peter, despierta, amigo —llamó el moreno, zarandeándole el brazo—. Acabo de ver a la chica más linda que he visto jamás. Debiste verla, hermosa, y seguro de segundo año.

Las palabras no suscitaron un acuerdo en la propia visión de Peter, pues al mismo tiempo que Ned, él se había embelesado en la beatitud de alguien más. De hecho, fue lento para reaccionar debido al debate interno que se había iniciado con respecto a sus gustos. Sin duda esa nueva etapa escolar le había dado la bienvenida con una buena patada en el pecho, lo suficientemente precisa para descolocarlo de sí.

Más tarde, en las inscripciones de los clubes, Peter volvió a capturarlo dentro del marco de su campo visual. Mesas estaban acomodadas al margen de las canchas del gimnasio donde cada club exponía sus actividades y trataba de orientar a los de nuevo ingreso a elegirlos.

Él estaba interesado en las actividades del decatlón académico, y Ned también, sin embargo, este último fue a pedir informes al club de computación, así que sólo era él y la secreta admiración que le tenía a aquel esbelto chico que estaba frente a la mesa del club de ajedrez. No podía dejar de verlo, y por si fuera poco, se sentía algo culpable de hacer caer sus ojos en su retaguardia cada tanto.

Estaba atravesando la aceptación de su inesperada atracción. Ese chico era diferente, fuera de los estándares. Se preguntaba si su personalidad concordaría con lo estrambótico e interesante de su apariencia.

— Deja de mirar, te estás viendo muy perro —dijo una voz a su derecha.

Cuando Peter volteó, se encontró a una chica que reconoció, ya que la vio en las clases de literatura. Si mal no recordaba, su nombre era Michelle. Al parecer también estaba interesada en unirse al decatlón.

— No sé de qué me hablas —el castaño se cruzó de brazos y se hizo el distraído.

— Tranquilo, no soy nadie para juzgarte. Literalmente, no soy nadie.

No dijo nada, no sabía cómo se respondía a eso. Esa chica era extraña.

Había llegado a la primera fila y se ocupó en poner su nombre en la lista. Una linda chica de segundo lo recibió con una brillante sonrisa y le dio la bienvenida por inscribirse. Tras una introducción motivacional de la misión del decatlón y la dedicación que conllevaba, Peter volvió a ubicar a ese joven entre el abarrotado gimnasio de adolescentes, olvidando que Ned le había pedido con anterioridad conseguir el número de la afable chica, la cual era la misma con la que el moreno se había atontado.

— ¿Le vas a hablar o seguirás siendo un perdedor?

Peter volvió a ser sorprendido.

— ¿Estás siguiéndome? 

— ¿Qué? Claro que no. Las personas con crisis internas son como imanes para mí, perdona si aún sigo aquí.

Esta vez la confusión fue la que se sembró en su rostro.

— Deberías hablarle, tiene un buen gusto para la lectura. Vale la pena intentarlo —la chica se dio cuenta de que no hacía más que asustar al castaño—. No estoy obsesionada, soy observadora —aclaró.

— Bien, si tú lo dices —cuando volvió la vista, se percató de que el azabache se dirigía a la salida.

Posiblemente valdría la pena intentarlo.

Tras finalizar el itinerario escolar, Peter terminó en la biblioteca de la institución. Ned había declinado la oferta de gastar por lo menos cinco minutos en dicho lugar para su primer día de clases, dándose a la excusa de que el resto de los  años seguramente sería un lugar concurrente, por lo tanto no debía de permanecer allí más de lo debido.

La responsabilidad le sonrió a Peter cuando, buscando un libro, se percató de que la persona que había deseado poder conocer se encontraba al otro lado del pasillo, notándolo entre los intersticios horizontales del librero.

Sus labios se apretaron ante la controversia de permanecer allí o llevar su exploración al pasillo contiguo para despistadamente llegar a su lado con la excusa de buscar una lectura. La riña entre su cobardía y valentía se alargó lo suficiente para que ninguna de sus dos opciones fuera la vencedora. El sujeto de observación ya se encontraba moviéndose y entrando en el mismo pasillo que él, lo cual lo hizo entrar en pánico, girándose a la estantería paralela como si aquello fuera a evitar que se sospechara de su leve acoso.

El corazón de Peter rebasó su ritmo habitual conforme veía próxima la oportunidad de poder hablarle. Dudaba de que su actuación de parecer concentrado en la búsqueda de un libro fuera convincente, pero se encontraba lo bastante nervioso como para siquiera preocuparse en disimularlo.

El azabache se paró al lado suyo, en la aparente espera de que el otro estudiante se percatara de que le estaba esperando.

— ¿Te vas a quedar ahí como idiota o me vas a permitir tomar un libro en lo que encuentras lo que buscas?

Vaya, era una persona bastante directa y atrevida.

Peter asintió apenas mirándolo, retrocediendo con rapidez. Bien lo había dicho el contrario: era un idiota.

El de indumentaria oscura se puso en puntillas, tratando de alcanzar un tomo del estante más alto. Sus dedos lo rozaban con la dificultad de poder tomarlo. Peter fue por segunda vez idiota y retuvo el aliento hasta que el chico tuvo en su poder el libro. Quiso maldecir, pues pudo haberlo ayudado en vez de dejar que los nervios se hicieran dueños de sus acciones.

Ahora, con miedo de quedar como un tonto ante sí mismo, usó desesperado su improvisado recurso para no dejarlo ir.

— Me gusta tu pulsera —comentó mientras éste le daba un vistazo a la estantería. Había visto que lo único colorido era una pulsera tejida con la convivencia de los colores verde y rojo—. Es... genial.

Peter dudó de que sus palabras fueran convincentes. Se quería morder la lengua.

Y diferente a lo que esperó, el chico de piel nívea sonrió mucho antes de dirigirle la mirada, gesto que provocó cierta paz al castaño.

— ¿En serio? —inquirió, como si no le convenciera el halago, vencido por una gracia que parecía entender él mismo.

— Absolutamente, yo compraría uno igual.

La leve risa que recibió en respuesta fue indescriptible, dulce,

— Yo no —admitió—, pero tiene mucha historia, por eso la conservo.

El inminente silencio incómodo fue interrumpido por el mismo chico, agregando:

— ¿Sabes qué? Te la regalo —dijo, dejando de lado el libro y haciéndose a la tarea de quitársela.

— No, no te tomes la molestia —intervino Peter de inmediato, con una pizca de pena—. Se ve que le tienes mucho aprecio.

El joven de cabellera negra insistió.

— Tómala. Es tuya.

«Siempre ha sido tuya»

Peter encontró algo mágico en las esmeraldas de su mirada. No pudo oponerse y accedió. Estuvo atento a cada movimiento del contrario, tragando saliva cuando este le tomó del brazo para colocarle el brazalete.

El habla volvió a él, impulsándolo como a un motor.

— Me llamo Peter, Peter Parker —se presentó con una chispa tímida adornando su sonrisa.

— Loki. Y lamento haberte llamado idiota, estoy acostumbrado a hacerlo.

Peter no comprendió, mas se enfocó más en el dato de su nombre, uno que escuchaba por primera vez y que consideraba bastante peculiar. Peter se preguntó en su mente cómo se escribiría, siendo su duda atendida, percatándose de lo fácil que era para ese chico leerlo. Loki aún sostenía su mano, entendiendo su sospecha, aprovechando su palma extendida para dibujar con su yema las letras de su nombre sobre ésta. El tacto estremeció a Peter tiernamente.

— Loki —repitió.

— No eres de por aquí, ¿verdad? —quiso saber Peter cuando tuvo su mano devuelta, cuestionándose porque el momento pasado había sido tan raro pero tan agradable a la vez; aún sentía el tacto frío de su índice en su palma.

— Adivinaste.

Peter jugó con sus manos, desviando la mirada en actitud despistada y  tratando de buscar una manera de aparentarse más seguro de sí mismo.

— No tengo nada interesante que hacer por las tardes, y si tú tampoco estás ocupado, tal vez quieras que te de un tour por la ciudad —sugirió Peter. Su rostro se encontraba en ligereza pintando por un color rojo.

— ¿Estás coqueteando conmigo? —Loki dio a conocer sus sospechas con una pícara sonrisa.

— ¿Qué? No —se exaltó un poco.

A lo lejos, alguien siseó para pedir silencio. Ya sé habían tardado para que alguien los callara.

— Estoy bromeando —musitó Loki.

Su confesión no ayudó a que la cara de Peter dejara de hervir.

— ¿Entonces te veré al rato en la salida?

— Me agradaría conocer la ciudad —confirmó el azabache, apegando su libro al pecho en ademán de indicar su retirada. Parecía querer decirle algo a Peter, y sí que lo hizo—. ¿Ya te dije que ese suéter es lindo?

— No —negó el joven con una torpe sonrisa. Solo era su sudadera verde, la más simple de su guardarropa, nada tenía de especial.

— Tal vez más tarde me de frío. No olvides traértela —insinuó tal cursilería y le dio la espalda para marcharse.

Antes de dejarlo ir, Peter se atrevió a agregar.

— ¿Estás coqueteando conmigo? —preguntó, repitiendo las mismas palabras.

Loki giró sobre sus talones.

— Puede que sí.

Strange había elegido las palabras correctas: No había otra línea del tiempo en la que pudiera enamorarse de Peter, pero había muchas más en las que Peter sí se enamoraba de él.

Dile a Loki que pierda la esperanza después de conocer el amor, y créeme, será lo último que sacrifique.

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