(5) Acuerdo prenupcial
La mirada penetrante del duque se posa sobre mí, y siento cómo mi cuerpo se tensa al instante.
La conciencia de mi posición en esta sociedad, como una simple desconocida comprometida con el príncipe heredero, me embarga de inseguridad. Mis manos se entrelazan nerviosamente, buscando apoyo mientras intento mantener la compostura frente a su presencia.
Su atención de pronto se desplaza hacia Oliver, quien también se tensa, apenas perceptible para los demás, pero lo suficiente para que yo lo note.
El momento de tensión en la sala es palpable para todos los presentes.
Tengo la respiración atrapada en la garganta. Soy incapaz de encontrar las palabras adecuadas para romper el incómodo silencio. En este momento, desearía estar en cualquier otro lugar menos aquí.
El duque se aclara la garganta y con voz autoritaria, rompe el silencio —Ahora que todos están aquí, podemos iniciar con la reunión —declara con voz firme.
Con un gesto, nos invita a sentarnos en la mesa donde se encuentran todos los otros presentes. Mis piernas se mueven casi por instinto hacia el sitio indicado, pero mi mente sigue girando en círculos.
En medio de este dilema interno, mi atención se desvía hacia el asiento justo a nuestro lado, donde, para mi sorpresa, descubro quién está sentada allí.
La princesa Gabriella.
Su mirada desinteresada y distante solo me afirma que ella también ha sido obligada a asistir a esta reunión. ¿Será que también está involucrada de alguna manera en este acuerdo?
El duque Henri extiende su mano hacia mi padre con una sonrisa de cortesía que apenas logra ocultar la tensión en el ambiente —Malik Al-Rashid, un placer conocerte finalmente y recibirte en Luxemburgo.
—El placer es mío, Majestad— mi padre le devuelve el saludo con igual formalidad.
La incomodidad en su voz, apenas perceptible para los demás, pero no para mí, no pasa desapercibida. Al parecer, no está acostumbrado a tratar a alguien con tanto respeto. Normalmente, es él quien ejerce ese respeto sobre los demás.
El duque Henri sonríe antes de continuar.
—Como ya sabrá, Luxemburgo no cuenta con un ejército significativo. Nuestra principal preocupación radica en nuestra seguridad y la de nuestra gente. En un mundo lleno de incertidumbre, la defensa del país es fundamental, y en este momento nos encontramos en una posición vulnerable debido a nuestra falta de fuerzas militares.
Mi padre asiente con solemnidad —Vuestros consejeros me informaron sobre la situación actual del país, Majestad. Como bien sabe, el emirato Al-Nur es conocido por sus vastos recursos y su poder militar —comenta con respeto.
Mi padre parece haber olvidado todo el sufrimiento que la guerra y las fuerzas militares han causado en nuestro país. Es por ese preciso motivo que mi madre ya no está con nosotros.
El duque Henri asiente con seriedad ante las palabras de mi padre —Entonces, estoy seguro de que comprenderá la urgencia de este acuerdo para fortalecer nuestra posición.
Después de decir eso, su mirada atenta vuelve a posarse sobre nosotros. Con gesto solemne, revela el verdadero motivo detrás del compromiso.
—Este matrimonio no solo es un acto de unión entre dos familias —explica el duque Henri— Es la formalización de un acuerdo estratégico que beneficiará a ambas partes. Con la unión de nuestras fuerzas económicas y militares, Luxemburgo fortalecerá su seguridad y capacidad defensiva. A su vez, nuestro país brindará el apoyo necesario para recuperar el liderazgo de la familia Al-Rashid en el emirato Al-Nur.
El corazón me pesa al escuchar estas palabras. ¿He oído bien que es lo que quieren hacer? No puedo evitar sentir que este acuerdo solo podría desencadenar una guerra aún más devastadora. ¿Acaso no tienen en cuenta las vidas inocentes que se podrían perder en el proceso?
Impactada por la situación que se desenvuelve ante mis ojos, busco con la mirada las reacciones de los presentes. Pero no encuentro más que rostros impasibles. ¿Acaso soy la única que ve el peligro inminente en este acuerdo?
Me siento sola, como siempre me he sentido en este entorno. Parece que soy la única que se da cuenta de la gravedad de la situación. ¿Será que estoy exagerando? ¿O es que los demás simplemente prefieren ignorar la realidad?
Antes de que pueda procesar completamente mis pensamientos, mi nombre aparece en la conversación.
—Y así será, mi hija Layla será una gran esposa, ha sido educada para ello —dice mi padre, sin percatarse del tono machista de sus palabras.
El comentario rebota en la sala como un eco perturbador, pero nadie parece reaccionar. Todos continúan escuchando con la misma indiferencia que han mostrado desde el inicio de la reunión. ¿Acaso están de acuerdo con esta mentalidad arcaica?
Gabriella se cruza los brazos y sopla con exasperación, rompiendo momentáneamente su máscara de indiferencia.
A pesar de mi disgusto, he sido criada para aceptar las críticas y mantenerme en silencio. ¿Cómo podría desafiar ahora las expectativas que se tienen sobre mí?
—Disculpe, señor Rashid, —interviene inesperadamente Oliver, con una firmeza que sorprende a todos en la sala— Layla será mucho más que una simple esposa. Permítame decirle que ahora que usted y su hija han llegado a la corte de Luxemburgo, algunas cosas, como lo que ha dicho justo ahora, deberán cambiar. Me gustaría pedirle, con todo respeto, que mientras esté aquí, este tipo de comentarios no se repitan.
—Príncipe Oliver...—murmuro con voz leve agachando la cabeza.
Nunca antes nadie me había defendido de esta manera. Es como si hubiera roto las cadenas invisibles que me ataban a las expectativas de los demás y me hubiera dado la libertad para alzar mi voz. Observo como mi padre se queda perplejo ante el súbito comentario del príncipe Oliver. Sin saber qué responder.
El duque Henri interrumpe la incómoda situación, entendiendo la postura de su hijo, pero defendiendo en parte el comentario de mi padre.
—Comprendo lo que dices, Oliver, pero también debemos entender y respetar las diferencias culturales. Malik Al-Rashid, estamos comprometidos a hacer que Layla se integre lo mejor posible —dice el duque, intentando suavizar la tensión.
Seguidamente, nombra con un gesto a su hija, la princesa Gabriella, quien se había mantenido en la sombra, sin levantar la voz. Y quién parece sorprenderse al escuchar a su padre decir su nombre.
— Mi hija Gabriella será de gran ayuda para Layla estos primeros días. Ella la ayudará a integrarse poco a poco en la sociedad y conocer nuestro pequeño país.
Gabriella parece igual de sorprendida que yo ante esta nueva información y, al parecer, la idea no le hace mucha ilusión. Sus labios se fruncen en una fina línea y su mirada se endurece.
—Merde—Maldice en voz baja mientras se hunde en su asiento, resignada.
El duque Henri parece no percatarse de la reacción de la princesa y sigue hablando con los presentes. Seguidamente, nos pide que salgamos de la sala mientras termina de ultimar los detalles con mi padre.
La mayoría de los presentes nos empezamos a levantar.
—Gabriella, ¿podrías acompañar a Layla a su cámara para que descanse un poco? —pide con cortesía el duque Henri cuando estábamos por salir de la habitación.
La princesa asiente con una sonrisa, ocultando su evidente desaprobación—Por supuesto, padre. Ahora mismo.
Esa respuesta parece satisfacer al duque, quien asiente antes de volver su atención a la mesa.
Gabriella camina a mi lado con una sonrisa forzada en el rostro. En el instante que la puerta se cierra detrás de nosotras, la sonrisa desaparece, su expresión de amabilidad se desvanece, suplantada por una mirada feroz que me hace erizar la piel.
Empieza a caminar rápidamente sin previo aviso. Intento mantener su ritmo, pero su apresurado paso hace que sea muy difícil.
Empezamos a pasar pasillos rápidamente, apenas pudiendo detenerme para admirar la belleza de estos. Antes de que pueda pedirle que vaya más despacio, esta detiene su paso y se gira abruptamente hacia mí.
Trato de frenar a tiempo, pero sin éxito. Es entonces cuando mis pies tropiezan y pierdo el equilibrio, siento cómo el suelo parece desaparecer bajo mis pies.
Mis manos se extienden instintivamente hacia adelante, buscando algo que me detenga, pero antes de que pueda caer completamente, un brazo firme me agarra por la muñeca. El tirón es fuerte, casi doloroso, pero evita que mi cuerpo choque contra el suelo de mármol.
Gabriella me ha sujetado con una rapidez sorprendente. No sé cómo ha logrado moverse tan rápido, pero lo ha hecho. Alzo la vista, aún respirando con agitación por el susto, y me encuentro con sus ojos, fríos.
Por un instante, el tiempo parece detenerse. El aire entre nosotras se vuelve denso, pesado. Esos ojos azules me observan con una intensidad que me hace sentir pequeña, vulnerable. Su expresión no muestra preocupación ni simpatía, solo una calma peligrosa.
—Ten más cuidado —murmura, su voz apenas un susurro, pero la frialdad en su tono me atraviesa como un cuchillo.
De un tirón suave, pero firme, me endereza hasta que estoy de pie. Mi corazón late con fuerza, y aunque he recuperado el equilibrio, la incomodidad de la situación no se disipa.
La princesa se queda plantada con los brazos cruzados a escasos centímetros de mí.
—Sé por qué estás aquí y estoy completamente en contra de todo esto.
Su repentino comentario fuera de lugar hace que me confunda aún más. Culparme a mí por esto sin ni siquiera conocerme me parece muy grosero. Mi expresión indiferente parece solo avivar su llama.
—Hoy ha sido y será la única vez que te ayude, —continúa con voz cortante— preferiría que nunca hubieras aparecido por este palacio. Sin embargo, ahora que vas a estar por aquí, te deseo mucha suerte para adaptarte; la vas a necesitar.
No sé qué hacer ni qué decir. ¿Por qué está actuando así? ¿Acaso la he ofendido de alguna forma? Abro la boca para contestarle, sin embargo, no deja que pueda ni siquiera defender mi posición.
—No hace falta que digas nada. Solamente no te metas en mi camino. Aquí está tu habitación.— la princesa me mira una vez más, analizando si de verdad valgo su tiempo o no. Cierra los ojos cansada y da media vuelta. Afirmándome, efectivamente, que no quiere perder su preciado tiempo conmigo.
Me quedo perpleja, sin entender muy bien qué ha pasado, sintiéndome más perdida que nunca. ¿Qué espera conseguir tratándome así? Parece que esta chica no se da cuenta de que todos aquí estamos siendo manipulados por las decisiones de otras personas.
Suspiro suavemente, exhausta por todo lo vivido en poco tiempo. Todo esto me ha dejado agotada. Solo deseo tumbarme en la cama, cubrirme con los edredones y esperar que todo desaparezca.
Abro la puerta adornada que conduce a mi nueva habitación. Cuando esta se abre, ante mí se revela una de esas cámaras de palacio que parece que ha sido extraída de un cuento de hadas.
La habitación del palacio es un verdadero sueño hecho realidad. Las paredes están revestidas con un tapiz exquisitamente bordado con motivos florales en tonos suaves y cálidos que contrastan elegantemente con los muebles de madera oscura finamente tallada.
Una gran cama con dosel domina el centro de la habitación, cubierta por sábanas de seda. Al lado de esta, una chimenea de mármol blanco agrega un toque de calidez, mientras que grandes ventanales permiten que la luz natural se filtre suavemente.
—Esto es increíble —murmuro, mientras termino de observar todos los detalles.
Me acerco a los ventanales, atraída por la luz dorada que se filtra a través de ellos. Al abrir uno, una brisa suave acaricia mi rostro. Desde aquí, puedo ver los majestuosos jardines que había visitado esa mañana. La vista es tan impresionante como todo lo demás en este lugar.
Sin haber tenido nada más que unos minutos a solas, un suave golpe en la puerta interrumpe mi tranquilidad. ¿Será la princesa que viene a disculparse? Esta se abre lentamente, revelando a una mujer joven con una expresión amable que nunca antes había visto.
—Disculpe, mi lady, —dice con una voz serena— soy Aisha Taylor, su doncella de cámara. Estoy aquí para asistirle en todo lo que necesite. ¿Necesita que le prepare algo?
No puedo evitar sentirme llena de curiosidad por esta joven que se presenta como mi doncella. Lleva puesto un uniforme de sirvienta impecable, compuesto por un vestido negro sencillo pero elegante, con un delantal blanco atado a la cintura.
Su cabello oscuro está recogido en un moño bajo, y un pequeño gorro blanco cubre la parte superior de su cabeza. Su piel es morena, con un tono cálido familiar que se parece al mío. ¿Esta joven tendrá raíces árabes?
—Gracias, —respondo, apreciando su amabilidad— pero creo que descansaré un poco. Ha sido un día muy largo.
Aisha asiente comprensivamente.
—Lo entiendo, mi lady. Este lugar puede ser abrumador al principio, pero estoy aquí para ayudarla en todo lo que necesite. Si desea descansar, ahora mismo le prepararé la cama.
Aisha se acerca a la cama y empieza a arreglarla, ajustando las sábanas de seda con destreza. Me siento en un sillón cercano, observándola trabajar.
—¿Cómo es trabajar en este palacio? —Le pregunto llena de curiosidad.
Ella se detiene un momento y me mira con una sonrisa.
—Es un trabajo lleno de retos y responsabilidades, pero también es muy gratificante. He tenido la oportunidad de conocer a muchas personas interesantes y de aprender mucho sobre diferentes culturas. Pero, lo más importante, es que he encontrado un hogar aquí.
Sus palabras me tranquilizan un poco. Quizás, con el tiempo, yo también pueda encontrar mi lugar en este palacio.
—Estoy segura de que también encontraré mi lugar aquí —digo, más para convencerme a mí misma que a ella.
Aisha termina de arreglar la cama y se vuelve hacia mí—Estoy aquí para asegurarme de que así sea, mi lady. Si alguna vez necesita hablar o tiene alguna pregunta, no dude en llamarme.
Llena de curiosidad, no puedo evitar comentar.
—Aisha, he notado que tienes rasgos árabes. ¿Puedo preguntarte sobre tu origen?
Aisha sonríe, con una mirada cálida en sus ojos.
—Por supuesto, mi lady. Mi padre es inglés y mi madre es árabe. Crecí en una casa donde se celebraban ambas culturas. Es algo de lo que estoy muy orgullosa.
Su respuesta me deja perpleja.
—Eso es increíble —respondo, sintiendo una mezcla de admiración y asombro—. Siempre me han dicho que debía seguir un camino muy específico. Me cuesta imaginar cómo sería tener la libertad de elegir.
Aisha asiente, su expresión se vuelve más seria— Lo entiendo. Mi madre enfrentó muchas dificultades al casarse con mi padre. Sus familias no estaban de acuerdo, pero ellos siguieron adelante porque se amaban y querían construir una vida juntos. No fue fácil, pero demostraron que era posible.
Sus palabras resuenan en mi mente. Siempre he asumido que mi vida debía seguir las reglas estrictas que mi padre ha establecido. Nunca me había dado cuenta de que podría haber otras posibilidades.
—Gracias por compartir tu historia conmigo, Aisha. Me has dado mucho en qué pensar.
Aisha asiente amablemente, despidiéndose con una ligera inclinación de cabeza antes de salir de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Aprovecho el momento de soledad para quitarme el hiyab. Observo entre mis manos la tela tan delicada.
Una prenda que he llevado la mayor parte de mi vida bajo las estrictas órdenes de mi padre. Él siempre decía que el hiyab era un símbolo de modestia y respeto, algo que debía portar con orgullo. Sin embargo, ahora, en esta nueva realidad, me encuentro reflexionando sobre su verdadero significado para mí.
Suspiro profundamente. Doblo el hiyab con cuidado y lo guardo en uno de los cajones de la mesita de noche. Me dejo caer sobre las sabanas y permito que mis pensamientos se ausenten, aunque solo sea por un momento.
La historia de la madre de Aisha resuena en mi mente. Ella encontró su propio camino, desafío las expectativas y construyó su propia vida.
Mientras me hundo en el abrazo de la cama, una sola pregunta resuena en mi mente.
¿Qué estaré dispuesta a sacrificar para encontrar mi propio destino?
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