(19) Grito del Corazón

El automóvil se desplaza rápidamente por las calles hacia el hospital. El paisaje a través de la ventana es un borrón de colores y formas, pero mi mente está lejos de aquí. La noticia de que la princesa está consciente me golpea con una mezcla de alivio y ansiedad.

Gabriella ha despertado.

Las palabras resuenan en mi mente, una y otra vez. No puedo evitar sentirme abrumada. ¿Cómo estará? ¿Recordará lo que pasó? ¿Cómo reaccionará al verme? Mi corazón late con fuerza mientras las preguntas se acumulan en mi mente, una tras otra.

—Layla, respira —la voz de Oliver me saca de mis pensamientos—. Estaremos allí pronto.

Miro a Oliver y asiento, tratando de calmar mi mente agitada. Él también está ansioso, pero parece más centrado.

Pienso en todo lo que ha pasado hasta este momento. Desde el ataque en la gala hasta la conversación con Oliver en el jardín...

La idea de dejar este país, de dejar a Gabriella, me llena de una tristeza indescriptible. Pero sé que mi destino está en Al-Nur, con mi gente. Debo llevarles todo lo que he aprendido y ayudarlos a construir un futuro mejor.

Sin embargo, la conexión que siento con Gabriella es innegable. Mis sentimientos hacia ella han crecido de una manera que nunca esperé.

La idea de tener que decirle adiós, especialmente ahora que ha despertado, me rompe el corazón.

Oliver me mira de reojo, notando mi angustia.

—Va a estar bien —dice Oliver, apretando mi mano brevemente antes de soltarla—. Lo más importante es que ella está despierta.

Finalmente, el automóvil se detiene frente a la entrada. Mi corazón late con fuerza y mis manos tiemblan ligeramente. Salimos apresuradamente del coche, pero inmediatamente nos vemos rodeados por una nube de flashes y periodistas.

—¡Príncipe Oliver, Layla! ¿Qué pueden decirnos sobre el ataque en la gala?

—¡¿Cómo está la princesa Gabriella?!

—¡Layla, se rumorea que tú fuiste el objetivo, es cierto?!

—¡¿Qué medidas de seguridad se están tomando ahora?!

Las preguntas nos atacan desde todas las direcciones, cada una más insistente que la anterior. Los periodistas se empujan unos a otros, tratando de acercarse más, sus micrófonos y cámaras invadiendo nuestro espacio personal.

Intento mantener la calma, pero la presión y el tumulto me hacen sentir mareada. Oliver me toma del brazo, manteniéndome cerca de él mientras avanzamos con dificultad entre la multitud. Los guardaespaldas, entrenados para estas situaciones, se mueven rápidamente para crear un pasillo entre nosotros y la entrada del hospital.

—¡Por favor, hagan espacio! —grita uno de los guardaespaldas, empujando a los periodistas hacia atrás—. ¡Déjenlos pasar!

Con esfuerzo, logramos avanzar unos pasos, pero los periodistas no ceden. La presión de sus cuerpos contra los nuestros es sofocante, y el murmullo constante de sus preguntas es ensordecedor.

—¡Príncipe Oliver, por favor, una declaración sobre el estado de la princesa!

—¡Layla, dinos qué pasó realmente en la gala!

Los guardaespaldas logran abrir un camino lo suficientemente ancho para que podamos pasar. Nos movemos rápidamente, con las cabezas bajas, tratando de evitar el contacto visual con las cámaras y micrófonos que nos rodean.

—Sigan adelante —dice uno de los guardaespaldas—. Ya casi estamos.

Finalmente, llegamos a la puerta del hospital. La seguridad del hospital, al tanto de nuestra llegada, ya ha tomado medidas para mantener a los periodistas fuera. Los guardaespaldas se quedan atrás, bloqueando la entrada para asegurarse de que nadie nos siga adentro.

Una vez dentro, el bullicio exterior se desvanece, reemplazado por el sonido tranquilo y controlado del hospital. Respiro hondo, tratando de calmarme.

Oliver se vuelve hacia mí.

—¿Estás bien, Layla? —pregunta suavemente— Sé que no estás acostumbrada a estas cosas...

Asiento, aunque aún me siento un poco abrumada.

—Sí, solo... necesitaba un momento para recuperarme. —respondo, tratando de sonreírle.

Oliver posa una mano reconfortante sobre mi hombro. Le sonrío agradecida mientras nos dirigimos a la habitación donde nos han dicho que está Gabriella.

Al llegar a la puerta, escuchamos unos pasos apresurados detrás de nosotros. Nos giramos y vemos al duque Henri y a la duquesa Teresa María.

—Vinimos tan rápido como pudimos cuando recibimos la llamada —dice el duque Henri, con la preocupación evidente en su rostro.

—¿Cómo está? —pregunta la duquesa Teresa María, su voz temblando ligeramente.

Oliver asiente con gravedad.

—Vamos a averiguarlo ahora —dice, volviendo su atención a la puerta.

Llaman a la puerta, pero no hay respuesta. Después de unos segundos, una enfermera sale de la habitación.

—Sus majestades, la princesa Gabriella está despierta y estable —informa la enfermera—. En este momento, el médico le está haciendo diferentes pruebas para asegurarse de que todo esté correcto. Podrán pasar a verla en unos minutos.

Siento una oleada de alivio recorrer mi cuerpo al escuchar las palabras de la enfermera.

—Gracias —dice el duque Henri, con un suspiro de alivio—. Nos quedaremos aquí hasta que podamos verla.

La enfermera asiente y se retira.

Nos sentamos en las sillas justo al lado de la puerta, intentando encontrar una postura cómoda mientras esperamos.

Aprovecho el momento para observar a los duques. Normalmente, los he visto serenos, con las emociones contenidas y una calma casi imperturbable. Ahora, verlos tan vulnerables y preocupados se siente extraño.

Mi mirada se centra en el duque Henri. Me pregunto si se siente aún más culpable, dado que también fue partícipe en la autorización del avance de tropas.

Su rol como Gran Duque, siempre ha sido proteger y pensar en su pueblo. Sin embargo, ¿hasta qué punto está dispuesto a comprometer su familia por el bien del país?

Quizás, al igual que Oliver, siente el peso de las decisiones que tomó y las consecuencias que estas trajeron.

Justo cuando mis pensamientos comienzan a profundizarse aún más, la puerta de la habitación se abre y sale el médico. Lleva una sonrisa tranquila que alivia un poco la tensión en el aire.

—La princesa Gabriella está estable y consciente —dice—. Pueden pasar a verla ahora. Por favor, de uno en uno para no agobiarla.

Nos miramos unos a otros, decidiendo quién entrará primero. Su madre se ofrece.

—Dejadme pasar primero —dice la duquesa Teresa María, decidida.

Uno a uno, cada miembro de la familia entra y sale de la habitación. Finalmente, Oliver es el último en salir. Me mira con una sonrisa, sus ojos llenos de alivio.

—Gabriella me ha preguntado por ti —dice—. Así que, ¿por qué no pasas y alegras un poco a mi hermana?

Sonrío, sintiendo un nudo en la garganta por la emoción. Asiento y me dirijo hacia la puerta de la habitación. La abro lentamente y entro.

Gabriella está tumbada en la camilla, mirando a través de la ventana. Parece reflexiva. Su cabello rubio está un poco despeinado, enmarcando su rostro pálido. Sus ojos azules, normalmente brillantes y llenos de vida, parecen más apagados.

Aun así, me parece preciosa.

Me acerco silenciosamente y, al escuchar mis pasos, ella gira la cabeza hacia mí. Una leve sonrisa aparece en sus labios al reconocerme.

—Layla... —dice suavemente, su voz un poco débil, pero llena de calidez.

Sin poder contenerme más, avanzo apresuradamente hacia ella y la abrazo con todas mis fuerzas, dejando salir todas las lágrimas que no sabía que estaba conteniendo.

Gabriella me devuelve el abrazo con una sorprendente fuerza, y en ese momento, todo el miedo y la angustia de los últimos días parecen desvanecerse.

Nos aferramos la una a la otra, como si después de este momento, no pudiéramos volvernos a abrazar.

Después de lo que me ha parecido el abrazo más corto de mi vida, me separo de ella, aunque sigo sosteniendo sus manos entre las mías.

—¿Cómo estás? —le pregunto buscando en sus ojos alguna señal de cómo se siente realmente.

Ella sonríe, un poco cansada.

—Estoy bien, Layla. Todavía un poco débil, pero mejor. —Hace una pausa, mirándome con preocupación—. ¿Y tú? ¿Cómo has estado estos días?

Respiro hondo, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Han sido días difíciles... Estaba muy preocupada por ti, y también he tenido que lidiar con muchas cosas... —digo, mi voz quebrándose un poco al recordar los eventos recientes—. Pero ahora que estás despierta, todas esas preocupaciones parecen haberse esfumado...

Gabriella aprieta mi mano con suavidad.

—Gracias por estar aquí, Layla. No sabes cuánto significa para mí.

Nos quedamos así, mirándonos a los ojos, y no me incomoda su mirada; todo parece tan natural. La calidez de su presencia me envuelve, y siento que no puedo seguir guardando como de verdad me siento.

—Gabriella, yo... —empiezo, mi voz temblando ligeramente—. No sé cómo explicarlo, todo es tan confuso. Cuando estábamos a solas te confesé que no quería perderte, que sentía algo por ti que no podía llegar a identificar, pero ahora sé que...

Gabriella me interrumpe suavemente, con una mirada comprensiva.

—Layla, no tienes que forzarte a sentir algo que no... —empieza a decir, pero no la dejo terminar.

Impulsada por una mezcla de emociones que ya no puedo contener, me inclino hacia ella y sello sus labios con los míos.

El tiempo se detiene.

Gabriella, sorprendida al principio, cierra los ojos y responde al beso, sus labios moviéndose con los míos en perfecta sincronía. Su mano se eleva para posarse suavemente en mi mejilla, enviando una corriente de calidez a través de mi piel.

Nuestros labios se encuentran con una urgencia que no había experimentado antes. Puedo sentir el calor de su aliento mezclándose con el mío, y su suavidad es reconfortante y electrizante a la vez.

Es un momento de pura conexión, donde no existen las palabras, solo el lenguaje de nuestras emociones.

Cuando finalmente nos separamos, ambas estamos respirando con dificultad. Sus ojos azules, ahora brillando con una intensidad que nunca había visto, reflejan la misma mezcla de asombro y alegría que siento yo.

—No estoy forzando nada, Gabriella —digo, con mi voz apenas un susurro—. Esto es lo que siento, y no quiero seguir escondiéndolo. Me gustas, Gabriella. Más de lo que jamás pensé que podría gustarme alguien. Cada vez que estoy cerca de ti, me siento viva de una manera que nunca antes había experimentado. No quiero ignorar estos sentimientos, no quiero seguir pretendiendo que no existen.

Gabriella me mira con una mezcla de sorpresa y emoción. Ella toma mi mano con firmeza y la aprieta suavemente.

—Layla, eres increíble, valiente y tan llena de vida. Me encantas. Desde el primer momento no he podido evitar sentirme atraída hacia ti, como si hubieras iluminado una parte de mí que estaba dormida...

Hace una pausa, buscando las palabras adecuadas.

—Pero no podemos ignorar la realidad. Tu compromiso con mi hermano... Si la gente descubre que tu corazón le pertenece a otra persona... podría causar un escándalo que el reino no pueda permitirse...

La realidad de sus palabras me golpea con fuerza. Lo que siento por Gabriella es real, pero las circunstancias nos obligan a ser cautelosas.

—Oliver y yo hemos hablado sobre esto. Él sabe cómo me siento y comprende que no podemos seguir adelante con el compromiso como si nada hubiera pasado...

Ella asiente, aunque la preocupación no desaparece de sus ojos.

—Lo sé, pero eso no hace que sea más fácil. La situación en tu pueblo es crítica. Yo te prometí con la apuesta que hicimos que nadie saldría herido y que podríamos salvar a toda tu gente...

Poso una mano sobre su hombro, buscando transmitirle fuerza.

—Lo conseguiremos juntas, Gabriella. Estoy segura de ello. Oliver también quiere lo mejor para todos. Acordamos mantener el compromiso por ahora, hasta que las cosas se calmen y podamos manejarlo mejor. Él también necesita tiempo para encontrar una forma de explicar todo esto sin causar una crisis.

Gabriella me mira con una mezcla de gratitud y tristeza.—Es una solución temporal, pero necesaria. No podemos permitir que nuestros sentimientos compliquen aún más la situación del reino. Pero duele... duele saber que no podemos estar juntas como quisiéramos.

Me acerco más a ella, nuestros rostros muy cerca.

—Lo sé, Gabriella. Pero lo que siento por ti es real. Y cuando todo esto se aclare, quiero estar contigo, sin más mentiras ni pretensiones. Quiero que seamos libres para amarnos sin miedo a las consecuencias.

Ella sonríe, aunque la preocupación no desaparece del todo de sus ojos.—Yo también quiero eso. Pero debemos ser pacientes y cuidadosas. No podemos permitir que nuestros sentimientos pongan en peligro todo lo que hemos estado intentando proteger.

Nos quedamos en silencio por unos momentos, simplemente disfrutando de nuestra cercanía, a escasos centímetros la una de la otra. Aunque las circunstancias nos obligan a ser prudentes, el vínculo entre nosotras se ha fortalecido.

El sonido de la puerta abriéndose interrumpe nuestro momento.

Es mi padre, su figura imponente llena el umbral. Me aparto de Gabriella al instante que lo veo en la puerta, pero parece que es demasiado tarde. Su mirada dura y penetrante, recorre la habitación y se detiene en nosotras.

—Padre... —empiezo, mi voz temblando ligeramente.

—Layla, ¿qué está pasando aquí? —su tono es severo, sin dejar espacio para excusas.

Gabriella intenta intervenir, su voz aún débil pero firme.

—Señor Malik...

Mi padre la ignora completamente, su mirada está fija en mí.

—Primero te quitas el hiyab, deshonrando a la familia, y ahora deshonras a tu futuro esposo. ¿Esto es un maldito juego para ti? —sus palabras son como látigos, cada una dejando una marca profunda.

—No, padre, no es un juego... —intento explicar, pero él no me deja continuar.

—¿Cómo puedes ser tan irresponsable, Layla? ¿Acaso no entiendes las consecuencias de tus acciones? —su voz se eleva con cada palabra, la furia claramente visible en sus ojos.

—¿Acaso no entiendes las consecuencias de las tuyas? —le digo, mi voz cargada de una agresividad que nunca antes había mostrado.

Mi padre se queda perplejo, sus ojos se abren con sorpresa.

—¿Cómo dices? —su voz tiembla, incapaz de creer que haya levantado la voz.

—¡Tú causaste el ataque por el que casi pierdo la vida! —exclamo, sintiendo una oleada de rabia y frustración que me consume.

Mi padre se enciende de rabia, sus ojos se oscurecen con furia. En un movimiento brusco, coge mi brazo con fuerza.

— Layla, vienes conmigo ahora mismo. Necesitamos hablar en privado. No permitiré que me hables así.

Gabriella intenta intervenir de nuevo, su rostro refleja una evidente preocupación. —Señor Malik, por favor, déjeme explicar...—dice con desesperación mientras intenta inútilmente levantarse de la camilla.

—¡Silencio! —grita mi padre, sin apartar la mirada de mí—. Esto no tiene nada que ver contigo, princesa. Este es un asunto de familia.

—¡No le hables así! —le grito, mi voz llena de furia y desesperación.

Mi padre, enfurecido, me agarra con más fuerza y me arrastra fuera de la habitación. La puerta se cierra con un golpe seco, resonando por el pasillo.

Lo último que puedo ver es la mirada de desesperación en el rostro de Gabriella antes de que la puerta se cierre completamente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top