(13) Secretos a la Luz

La puerta se abre, revelando un espacio de ensueño. La tienda es un espectáculo de lujo y elegancia, con percheros llenos de prendas de todos los colores y estilos, desde vestidos de gala hasta trajes modernos y elegantes.

La iluminación suave resalta la calidad de las telas, y el aroma a perfume caro flota en el aire.

—Esto es la mezcla perfecta entre caro y alucinante —susurro para mí misma, asombrada por la atmósfera de sofisticación que me rodea.

Una mujer de mediana edad se acerca con una sonrisa cálida y profesional, y nos da la bienvenida:

C'est un plaisir de te revoir, princesse Gabriella.

Merci, Madeleine. —responde la princesa con la misma calidez— Me alegro de verte, pero hoy no vengo por mí, sino por ella.

La mujer se gira hacia mí, su mirada llena de amabilidad. Saludo tímidamente con la mano, sintiéndome un poco fuera de lugar.

—Ah, entonces tú eres Layla, la prometida del príncipe. Será un honor ayudarte a elegir un vestido. Supongo que es para la gala que se celebrará en unos días, ¿no?

Asiento, todavía algo cohibida, sintiendo que el peso de la ocasión empieza a abrumarme.

—¿Tienes algo pensado? —pregunta ella, mirándome con una mezcla de curiosidad y profesionalismo.

—No, en realidad no. No estoy muy familiarizada con estos eventos —respondo con una sonrisa nerviosa, sintiendo que mi falta de experiencia está a punto de convertirse en un tema de conversación.

Gabriella se acerca y coloca una mano en mi hombro. La acción repentina me hace erizar la piel, pero su toque también me reconforta.

—No te preocupes, Layla. Madeleine es la mejor. Te ayudará a encontrar el vestido perfecto —me asegura, con una sonrisa animada.

La dependienta asiente con confianza, como si ya tuviera en mente una selección especial para mí.

—Por supuesto, encontraremos algo que te haga sentir especial. Ven, déjame mostrarte algunas opciones. —dice, guiándome por la boutique.

Me lleva a una sección llena de vestidos que parecen sacados de un cuento de hadas. Las telas brillan con matices de azul, rojo, dorado y verde, cada una de ellas prometiendo un toque de magia. A medida que mi mano se desliza por las suaves y lujosas texturas, me maravillo con la variedad de estilos.

—Este aquí es uno de nuestros favoritos. —dice Madeleine, sosteniendo un vestido largo de seda azul marino con delicados bordados en plata— Es elegante y perfecto para la gala. ¿Qué opinas?

El vestido es deslumbrante, y no puedo evitar imaginarme usándolo.

—Es hermoso —admito, sintiendo una punzada de emoción.

—Y mira este otro. —continúa Madeleine, mostrándome un vestido de tul color champán con un corsé ceñido— Este tiene un aire más romántico. Podría ser ideal si buscas algo un poco más ligero.

La dependienta comienza a enseñarme diferentes tipos de vestidos largos, con mangas largas y cuellos altos. Los colores varían desde el azul profundo hasta el rojo vibrante, pero ninguno de ellos me parece del todo adecuado. Intento ocultar mi decepción, pero al parecer, Gabriella detecta mi desánimo.

—Madeleine, ¿podrías dejarnos un segundo para pensar qué queremos hacer? —pide Gabriella, con una sonrisa amable.

Esta asiente y se aleja, dejándonos solas.

—Es tu vestido, Layla. No tiene por qué ser como siempre ha sido. Si algún vestido te gusta más, puedes probártelo —dice la princesa, con una ceja arqueada y cruzando los brazos.

Asiento ante sus palabras, sintiendo un alivio inesperado. Gabriella me guiña el ojo y añade en tono conspirativo:

—Entre tú y yo, los mejores vestidos están en el pasillo 14.

Sonrío y me dirijo hacia allí, sintiendo una oleada de emoción. En el pasillo 14, entre muchos vestidos, encuentro uno con el que hago clic al instante: un vestido de seda color esmeralda con detalles dorados que brillan bajo la suave luz. Lo sujeto entre mis manos, sabiendo que este es el indicado.

Voy directa al probador y empiezo a desvestirme. Sin embargo, al quitarme los zapatos que llevo puestos, me doy cuenta de que no he elegido calzado a juego con el vestido. Para no salir sin zapatos, llamo a Gabriella desde el probador.

—Gabriella, ¿podrías traerme unos tacones plateados? Creo que quedarían muy bien a juego con el vestido.

—Vale, vuelvo enseguida —responde ella desde fuera.

Escucho los pasos apresurados de Gabriella y me divierte verla tan implicada en el asunto. Mientras tanto, me quito el jersey de lana y me quedo en ropa interior para ponerme el vestido. Sin embargo, antes de que pueda subirlo del todo, la princesa abre la puerta del probador.

—He encontrado estos zapatos que te quedar... —Gabriella se queda paralizada al encontrarse frente a mí.

El tiempo parece detenerse. Me cubro rápidamente el torso con las manos, pero ya es demasiado tarde. La mirada de Gabriella se clava en mí, sus ojos se abren con sorpresa y un leve rubor se asoma a sus mejillas.

—Mmmm, yo... lo siento —dice la princesa rápidamente, su voz, un murmullo nervioso mientras deja los zapatos sobre una silla cercana y sale del probador apresuradamente.

Ruborizada hasta las orejas, empiezo a dar vueltas dentro del probador, sintiendo que las paredes se cierran a mi alrededor.

La princesa me ha visto semidesnuda. ¿Cómo voy a salir ahora y enfrentarla? Me pregunto si ella se siente tan incómoda como yo. Pero, ¿por qué le doy tantas vueltas a esto? Después de todo, somos dos chicas, ¿y no es algo normal? Sin embargo, la normalidad parece haberse desvanecido en ese instante.

Madeleine me llama desde afuera, rompiendo el hechizo de mis pensamientos:

—Layla, si te vistes, podré ver tu elección y ayudarte si te hace falta.

Sacudo esos pensamientos inapropiados y me termino de vestir.

Una vez con el conjunto completo, me observo en el espejo. La tela fluye con elegancia, ajustándose a mi figura de manera perfecta. Me siento empoderada, como si pudiera conquistar el mundo. Sin embargo, al percatarme de la tela del hiyab, siento que esa aura de poder se quiebra.

¿Qué pasaría si en la gala no me presento con el hiyab? La pregunta resuena en mi mente, desafiando las normas que siempre me han guiado.

Con una mezcla de determinación y nervios, decido salir del probador. Cuando lo hago, Madeleine se queda maravillada, aplaudiendo.

—¡Te ves preciosa! —dice con entusiasmo, su voz llena de calidez.

Avergonzada, me toco el cuello con una mano, sintiendo cómo el rubor se asoma a mis mejillas.

—Muchas gracias —respondo, sonrojada, sintiéndome un poco más confiada.

Pero en ese instante, me percato de la ausencia de la princesa. ¿De verdad se ha ido y me ha dejado aquí?

—¿Has visto a Gabriella? —pregunto intrigada.

—Ha salido afuera, dijo que se sentía abrumada con tanta ropa —responde ella de forma casual.

Mientras camino de regreso al vestidor para cambiarme, una mezcla de emociones me envuelve. ¿Gabriella se sintió incómoda al verme semidesnuda? La idea me persigue, y suspiro, sacudiendo esos pensamientos antes de vestirme con mi ropa habitual. Tras cambiarme, le entrego el vestido a la dependienta.

—No te preocupes, los enviaré esta misma noche al castillo para que lo tengas a punto cuanto antes. —me asegura Madeleine.

—Muchas gracias por todo —digo, agradecida, y me dirijo hacia la salida de la boutique.

Una vez fuera, empiezo a buscar a la princesa. Mi mirada se desplaza por el aparcamiento, pero no está en su coche ni cerca de la entrada de la tienda. ¿Dónde se habrá ido? Miro alrededor, pero lo único que encuentro es carretera y más carretera.

Percibo un ligero olor a humo que invade mis fosas nasales. Sigo el rastro hasta detrás del edificio, donde veo a Gabriella con un cigarrillo en la boca, sumida en sus pensamientos, como si estuviera atrapada en un mundo ajeno.

Con un ligero carraspeo de garganta, me hago presente en la escena.

—Ejem.

Ella se sobresalta al oír el sonido y comienza a toser, tratando de ocultar la sorpresa.

—¿Qué haces aquí? ¿Ya has terminado? —pregunta, aún visiblemente desorientada.

—No gracias a ti. —respondo, un poco molesta— Me has dejado sola dentro.

Gabriella baja la mirada, el cigarrillo entre sus dedos mientras el humo se eleva lentamente.

—Tenía cosas en las que pensar. —murmura, su tono revelando más de lo que quisiera mostrar.

—¿Desde cuándo fumas? —le pregunto, sintiendo la tensión palpable en el aire.

Con una exhalación lenta, ella deja escapar el humo, su mirada fija en el suelo.

—Solo cuando necesito reflexionar o estoy agobiada por algo. —confiesa, como si cada palabra le costara esfuerzo.

Me quedo en silencio, sintiendo una mezcla de frustración y preocupación. Es evidente que algo le pasa. ¿Tiene que ver con lo que ocurrió dentro de la boutique? Quiero decir algo, pero no sé cómo abordar el tema sin aumentar la tensión que ya nos rodea.

—Lo siento, Layla. —dice de repente, apagando el cigarro con un gesto de resignación y mirando al suelo— No debí dejarte sola en la tienda. Solo... me sentí abrumada.

—Está bien, Gabriella. —respondo, suavizando mi tono— Pero necesitamos hablar de lo que pasó.

La princesa va a contestar cuando unos pasos apresurados se acercan, y la voz de una chica irrumpe en la escena, rompiendo la intimidad de nuestro momento.

—Gabs, ¿de verdad eres tú? —pregunta con curiosidad, su tono lleno de energía— Debí suponer que estarías por aquí al ver tu coche aparcado fuera de la boutique.

La princesa se sorprende al verla, pero su incomodidad es evidente.

—Oh, hola, Juliette. No esperaba verte. ¿Qué estás haciendo aquí? —responde, intentando ocultar su malestar.

Juliette sonríe, su confianza desbordante.

—Como bien sabes, al ser la hija del ministro de Finanzas de Luxemburgo, me han invitado a la gala prenupcial que se celebrará en unos días. Así que he venido a buscar mi vestido.

Su mirada se dirige hacia mí, evaluándome con curiosidad.

—Me parece que no nos han presentado. Soy Juliette D'Arcy, encantada.

—Soy Layla, encantada. —respondo, sintiendo un ligero escalofrío de incomodidad.

Juliette me mira de arriba abajo, y una sensación de vulnerabilidad me invade. La forma en que su mirada se detiene en mí hace que me sienta expuesta, como si estuviera siendo examinada bajo una lupa. Finalmente, su sonrisa se transforma en una mueca falsa.

—Así que tú eres la prometida del príncipe Oliver...

Se vuelve hacia Gabriella, su mirada llena de burla.

—Así que ella es Layla, ¿eh?

Con la atenta mirada de Juliette encima de ella, la princesa Gabriella parece encogerse, incómoda, bajo la presión.

—Si quieres hablar conmigo, ya hablaremos. Necesitamos volver al palacio; mis padres nos están esperando —dice, tratando de mantener la compostura.

Coge mi brazo con una firmeza que me sorprende, y empezamos a salir de la incómoda escena. La tensión es palpable; mi cabeza se llena de preguntas. ¿Quién es esa chica? ¿Por qué parece conocer tan bien a Gabriella? ¿Y por qué me mira como si fuera un bicho raro?

Estar con la princesa siempre trae problemas...

Antes de que podamos marcharnos, Juliette nos interrumpe con un tono despectivo.

—Espera, Gabs —dice en voz alta, como si deseara que todos prestaran atención a su presencia.

La princesa se detiene por un momento, claramente molesta, pero también desarmada.

—Espero verte en la gala, ¿no? —agrega Juliette, pasando el dedo índice sensualmente por los hombros de la princesa, un gesto que me hace sentir incómoda, como si estuviera violando un espacio sagrado.

Gabriella asiente, su expresión tensa.

—Allí tengo que estar, como manda el protocolo.

Juliette parece satisfecha con la respuesta, una sonrisa de triunfo cruzando su rostro antes de alejarse con una ligereza casi burlona, como si nunca hubiera estado aquí.

Nos dirigimos al coche, y la tensión aún palpita en el aire. La princesa arranca el motor y nos alejamos, pero el ambiente sigue siendo pesado. Enlazo mis manos nerviosamente, mirando por la ventanilla mientras el paisaje se desliza.

Es evidente que Gabriella está molesta, y no entiendo muy bien por qué. ¿Es por cómo la trató Juliette? O, ¿es porque estoy aquí, de pie entre su mundo y el mío?

Empiezo a mover el pie ansiosa, los nervios comienzan a apoderarse de mí. El silencio se hace denso, como si una tempestad estuviera a punto de estallar. Ella finalmente suspira, rompiendo el silencio.

—Sé que quieres preguntarme algo, Layla. Antes de que me aboyes el coche, suéltalo. —dice, con un tono que mezcla frustración y resignación.

—¿Quién es esa chica y por qué parecías tan incómoda? —pregunto, tratando de mantener la voz firme.

Gabriella se ríe por un segundo, aunque su risa no llega a sus ojos.

—Sabía que preguntarías eso. Esa chica es mi ex-mejor amiga y mi expareja.

No puedo evitar mostrar mi sorpresa ante esta revelación. Mi mente se agita con la información, y una serie de preguntas surgen, aunque mi educación me dice que ciertos temas son tabú.

Desde pequeña, me han enseñado que las relaciones entre personas del mismo género son algo de lo que no se habla, algo oculto y prohibido. Aquí en Occidente, sin embargo, veo que existen parejas del mismo género, y aunque no siempre es fácil, hay un grado de aceptación que me resulta completamente nuevo.

—¿Tu expareja? —pregunto, algo desconcertada.

Gabriella suspira de nuevo, su mirada fija en la carretera, como si los recuerdos fueran más fáciles de enfrentar que la conversación en curso.

—Sí. Nuestros padres se conocían desde siempre, y eso hizo que fuéramos inseparables. Teníamos una conexión especial. Cuando teníamos 16 años, decidimos darnos una oportunidad y comenzamos a salir. Todo parecía perfecto al principio a pesar de que noté que era muy posesiva conmigo. Al fin y al cabo, éramos inseparables, y yo creía que así demostraba su amor.

—Eso suena muy bonito —digo, intentando entender, aunque mis palabras suenan vacías ante la complejidad de su experiencia.

Ella se ríe irónicamente, como si su historia tuviera un sabor amargo.

—Sí, podría haberlo sido. Pero Juliette nunca se atrevió a decirle a sus padres que estábamos juntas. Mantenía relaciones con chicos para disimular ante ellos. Siempre que iba a su casa, sus padres le preguntaban sobre sus "novios". Escuchar eso dolía mucho, especialmente porque yo había salido del armario ante mis propios padres y tuve la suerte de que se lo tomaron bien. Sin embargo, con la prensa no fue así...

La mirada de Gabriella se oscurece, y puedo sentir el peso de su experiencia. Las palabras que sigue a continuación son como un susurro de dolor.

—La prensa siempre buscaba un escándalo, una historia jugosa para vender. No les importaba que la princesa fuera una adolescente lidiando con su identidad; solo les interesaba el morbo de la historia. Al final, nuestras vidas se convirtieron en un espectáculo.

Su voz tiembla, y puedo ver que aún carga con las heridas de esa época. Su historia me parece un rompecabezas con piezas que no encajan del todo, un amor reprimido que fue arrastrado por las expectativas familiares y la presión social.

—¿Y qué pasó con tu relación? —me atrevo a preguntar, con la esperanza de que ella pueda encontrar algo de consuelo al compartir más de su historia.

—Rompimos cuando me fui al internado en Irlanda. Juliette sentía muchos celos; me prohibía salir con mis amigos de allí, me manipulaba y eso hacía que lo pasara mal. Desde entonces, nos hemos visto un par de veces porque, como es normal, nuestros padres y nosotras asistimos a muchos eventos juntos.

Me quedo boquiabierta al escuchar eso, incapaz de encontrar las palabras adecuadas. Tomo un momento para procesar lo que ha dicho antes de hablar.

—Lamento mucho que hayas tenido que pasar por todo eso, Gabriella. Debe haber sido muy incómodo para ti. —Mi voz es suave, pero sincera, deseando transmitirle algún consuelo.

La princesa sacude la cabeza.

—Tranquila, no te preocupes. Lo que más me molesta es que siempre actúa así conmigo porque cree que todavía puede manipularme.

La revelación de que Gabriella y Juliette eran pareja me deja sin aliento. Aunque su relación fue problemática, existió. En mi mundo, algo así sería impensable, un tema tabú que simplemente no se menciona.

Me han enseñado que esos sentimientos son inmorales, que van en contra de la naturaleza. Pero ahora, al ver a Gabriella, una princesa que ha vivido esa realidad, no puedo evitar cuestionar todo lo que me han enseñado.

—Ayer, por ejemplo, en el bar de copas se sentó con nosotros como si nada... —explica Gabriella, su tono lleno de frustración.

Al escuchar sobre el bar de copas, aprovecho la ocasión para indagar más.

—¿Recuerdas algo más de ayer por la noche o cuando llegaste al castillo?

La princesa parece pensarlo por unos segundos, pero finalmente niega con la cabeza.

—No, lo último que recuerdo es salir del bar y despertarme en mi cama. Creo que alguien del personal de servicio me acompañó a la habitación, y menos mal, porque si mis padres me hubiesen visto en el estado que llegué...

—Oh... —respondo, un poco decepcionada, deseando que hubiera capturado algún destello de aquella noche.

¿Por qué me siento así? No debería preocuparme por eso. "No seas estúpida, Layla," me recuerdo, intentando desviar la atención de mis emociones. "Concéntrate en tu deber. Has venido aquí para ayudar a tu pueblo; no tienes tiempo para estas distracciones."

Sacudo esos pensamientos mientras el coche se desliza hacia el palacio. La princesa apaga el motor al llegar a la glorieta.

—Dentro de lo malo, ha estado bien hoy, ¿no? —pregunta Gabriella con un tono irónico que apenas oculta su incomodidad.

—Sí, ha sido... interesante. —Sonrío, intentando aligerar el ambiente, pero la tensión sigue palpable.

Gabriella me devuelve la sonrisa, aunque sus ojos traicionan una sombra de inquietud.

—Bueno, al menos ya tienes el vestido para la gala. No lo he visto, pero de seguro que te quedará genial. —Comenta, saliendo del coche y cerrando la puerta con un suave golpe, como si quisiera cerrar también esa conversación.

Nos dirigimos hacia el palacio, y aunque todavía tengo muchas preguntas y emociones confusas, siento que he dado un pequeño paso adelante con la princesa.

—Nos vemos mañana —se despide Gabriella con una leve sonrisa, su rostro aún tenso.

—Sí, hasta mañana —respondo, devolviéndole la sonrisa antes de caminar hacia mi habitación, aunque esa sonrisa no logra borrar las dudas que me asaltan.

Mientras me dirijo a mi habitación, los eventos del día se arremolinan en mi mente como un torbellino. El encuentro con Juliette, la revelación de Gabriella sobre su relación pasada, la incomodidad palpable entre nosotras... Todo me lleva de vuelta al motivo principal por el que estoy aquí: el compromiso con el príncipe.

"No debes olvidar eso, Layla. Deja a un lado tus prioridades. Céntrate en lo que importa." Me repito a mí misma, intentando mantener el enfoque. Pero cada repetición se siente como un eco distante, un intento vano de ahogar una inquietud creciente.

Sin embargo, ¿por qué mi mente exige una cosa mientras mi corazón anhela otra? 

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