Capítulo XI || Astartea.

—Hay un montón de gente divertida por aquí —dijo Astartea, acercándose a mí—, y no eres una de ellas. ¿Qué haces con uno de ellos?

Ella, un demonio, se atrevía a referirse a mi, un ángel, como si fuera basura. Que irónico.

—¿Qué haces aquí? —la voz de Astaroth se hizo más cercana y ella desvío por completo su atención hacia el demonio de forma tan grácil que se vió como una cobra acechando a varias presas a la vez.

—Fui enviada —se limitó a decir.

—¿Aquí?

Ella negó con la cabeza.

—San Francisco. Un cabrón se enamoró de un ángel y voy a sustituirlo. Pero pensé en hacerle una pequeña visita a mi marido.

—¿Se enamoró? —el tono burlesco de Astaroth no pasó desapercibido ante mis oídos.

—¿Puedes imaginarlo? —soltó una carcajada, que retumbó en los muros de los edificios que nos rodeaban—, ahora va en busca de la redención para poder tocar —su voz abrazó la palabra, bañando cada una de sus letras con sarcasmo— a su putita angelical.

—Sólo tocarla... ¿sólo por eso?

La sorpresa en la voz de Astaroth me hizo voltear a verlo. La mujer demoníaca frente a él me daba la espalda y pude ver su cola ondeando con el calor que su cuerpo irradiaba.

—¿Alguna vez te deja solo? —preguntó ella.

Astaroth clavó sus ojos oscuros en mí.

—Puedes ignorarla —regreso su mirada hacia su interlocutora—, es lo que yo hago.

Antes de poder registrar lo que estaba haciendo, mis pies se despegaron del piso. El batir de mis alas fue errático, sin ningún destino en específico. Sólo un vuelo aleatorio que me alejara lo suficientemente del la pareja demoníaca.

Sentada en el borde de un edificio, mis pies colgando hacía el vacío. Me fije por primera vez en mi vestido. Se encontraba raído en los ruedos, sucio hasta la rodilla y la tela se desgarraba en tirones. Parecía que toda la falda estuviera compuesta de listones de distintas tonalidades de colores terrenales en lugar del blanco inmaculado que tenía cuando aterricé en este sitio.

En el fondo de mi mente, estaba registrando lo que sucedía a mi lado. No es que no me importara, pero ninguno de los dos, chico y chica, estaba en peligro. Y la chica era una prostituta adicta a la heroína, aunque estuviera en peligro, no podía hacer nada a menos que ella buscara el sendero del perdón divino.

Su cuerpo detuvo su caída cuando el chico tomó de su brazo, haciéndola colgar. Podía ver en su sudadera sin mangas como su hombro parecía estar a punto de ser dislocado debido al efecto latigazo que provocó al retener el peso de la chica para evitar la caída. Lágrimas empezaron a formarse en sus ojos esmeralda.

—I-intenta llevar tu otra mano a —dijo el muchacho, la desesperación notable en su voz—...

—Déjame ir —Ella lo interrumpió. El nudo de su garganta se distinguía.

Él negó con la cabeza, mirándola fijamente.

Ella lo miró por una fracción de segundo y luego vió su destino final: el duro pavimento que la esperaba siete niveles más abajo.

—Déjame ir, Angust —repitió, él volvió a negar con la cabeza.

En la mente de la chica, se dejaba ver la estela de la droga que aún tenía en su organismo.

Su alma, cansada del sufrimiento físico del cuerpo que habitaba, era la que estaba optando por esta salida. No le importaba a donde iría, sabía muy bien su parada final. Y no podía importarle menos.

La mano de la chica se abrió, deslizándose lentamente del agarre de Angust. En el último segundo de contacto entre ella movió sus labios, articulando la que sería su última palabra.

—Gracias.

Me dejé caer con ella. Mis alas retraídas, nada frenando mi aceleración. Ella lo miraba. Aceptando completamente su muerte. Lamentándose de que esa fuera la última vez que lo vería y deseando que él tuviera un mejor recuerdo de ella. Deseando haber vivido de forma diferente.

Mis alas se abrieron antes de llegar al pavimento y crearon una cortina de aire que ralentizó la caída de la mujer. Moriría, por supuesto, pero su alma estaría en su cuerpo al menos hasta que Astaroth apareciera, si es que aparecía.

El sonido de sus huesos crujiendo al romperse contra el pavimento sobresaltó a todos aquellos que se encontraban en el lugar. Sus oídos empezaron a sangrar y lágrimas rojas brotaron de sus ojos. Su mirada se clavó en mi, y luego regreso a la dirección donde estaba Angust.

Mi ángel, mi amor... Perdóname.

—¿La putita es mía? —Astaroth llegó y se agachó de cuclillas al lado de la chica.

No contesté y en vez de eso, miré a Angust. Estaba inclinado en el borde, su brazo aún extendido como si su cuerpo se negara a aceptar que la chica ya no colgaba de él.

—¿Esperamos a qué salte? —preguntó Astartea.

—No lo hará —dijo Astaroth—. Es demasiado cobarde para hacerlo.

El alma ya estaba partiendo al purgatorio. Ambulancias se oían al fondo.

—Yo creo que sí lo hará. Es un mártir, míralo llorar como una marica. Es cuestión de tiempo. Es lo bueno de los mártires: siempre contarás con un delicioso suicidio.

—Él no es un mártir —dije, dándoles la espalda, pero aún viendo a Angust—. Él no es suicida, sólo tiene el corazón roto.

Si me hubiera importado al menos un poco lo que pensaran ambos demonios, me habría sentido ofendida cuando ambos largaron una carcajada, burlándose de mis palabras.

—Es aún más ingenua de lo que dijiste —rió Astartea.

Sin más, me regresé a la cima del edificio. Aunque dudaba que fuera a hacerlo, debía al menos calmar el aura de Angust. No podía darme el lujo de perder un alma ante el vasallo infernal que se encontraba siete pisos más abajo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top