Capítulo VI || Vacilantes.
—Oh, no. No. No —tan pronto como mis pies tocaron el suelo, húmedo, y mis alas quedaron inmóviles a mi espalda, sintieron el repiqueteo de la incesante lluvia que caía a lo largo de la autopista—. Esto es malo.
—No seas exagerada —El sonido de sus alas recogiéndose me hizo estremecerme. Cada vez que hace eso creo que sus huesos saldrán de su piel buscando liberarse—. He visto cosas peores.
—Oye —volteé el rostro en su dirección—, quizás en el infierno no se tomen las almas tan enserio como nosotros, pero déjame decirte que esto —señalé a los autos estropeados con los cuerpos sin vida de los conductores y sus acompañantes—: es muy, muy malo.
Estábamos a un par de metros de la escena de un accidente automovilístico multiple en el que cuatro personas acababan de perder la vida.
—Mira, inútil, ¿Cuántas veces has bajado de tú pedestal de mierda y visto como funcionan las cosas? —mi silencio lo alentó a continuar—. Eso. Esta es la primera, y si no dejas de ser un dolor en el puto culo, me harás perderme el espectáculo y te voy a tener que joder la existencia, ¿lo entiendes?
Lo hay que entender es que si al guíen muere y ninguno, demonio o ángel, se haya lo suficientemente cerca, su alma permanece en la tierra, vagando sin descanso ni castigo. Esto se debe a que no hay guía para ella cuando vuelve al mundo espiritual que la lleve en dirección a alguno de los extremos del espectro. Lo que Astaroth no se toma en serio es que acaban de nacer cuatro vagantes y que eso, en el reino del Señor es completamente inaceptable.
—Mira, mira —señaló con su huesudo brazo estirado en diagonal de donde nos encontrábamos—. Ya empieza.
Una mujer venía caminando, mirando a todos lados desconcertada, con las manos contra su pecho. Podía oírse como susurraba pequeñas plegarias a Dios. Plegarias que ya no podían ser contestadas. Traía un pantalón azul y una blusa gris de mangas largas. Iba descalza y su cabello suelto. Por un momento, el horror más puro cruzó por su rostro. Y corrió hasta uno de los autos que eran participantes del desastre en plena autopista estatal.
Se llevó las manos a la boca y empezó a golpear el auto, intentando abrir la puerta y fallando en su cometido.
—¡Ayuda! —gritó, dándose la vuelta, en busca de alguien— ¡Por favor! ¡Mi hijo esta adentro!
Los vacilantes no recuerdan haber muerto, ni lo entienden, y aquellos que se dan cuenta de su estado fantasmal, usualmente no lo aceptan.
—¡Alguien! ¡Por favor!
—Esto es bellísimo —soltó Astaroth, acompañando su afirmación con una carcajada.
—¡Te sacaré de allí, mi amor! —la mujer gritó y volvió a empezar a golpear la portezuela del auto— ¡Ayuda!
—¿Mami?
La danza desesperada que la mujer había mantenido se frenó de golpe. De detrás del auto con el que ella luchaba, apareció una pequeña figura con una camisa blanca y un pantalón color crema: un niñito descalzo y de rizado cabello color café, cargando un pequeño peluche de un búho. La mujer corrió a su encuentro y lo abrazó, levantándolo del piso mientras gritaba "¡Gracias, Dios mío!".
—¿Por qué le da las gracias a Dios? —soltó Astaroth, la irritabilidad destilaba de cada palabra.
—Porque no sabe que falleció. Dale un respiro.
—¿Dale un respiro? —se rió— Tiene toda la puta eternidad para respirar.
—¿Cómo saliste del carro? —la mujer había puesto al niño de vuelta en el piso, y pasaba sus manos por su cabello, por los costados de su rostro y sus diminutos hombros.
—Sólo deseé salir y ya estaba afuera —respondió el pequeño, con un encogimiento de hombros.
—Santiago, ¿Cómo saliste del carro? —repitió, ahora sus manos estaban quietas, tomando el rostro del niño y mirándolo fijamente— Dime, Santiago.
—No lo sé, mami.
La mujer lo soltó y retrocedió torpemente.
—Tú no eres mi hijo.
—Mami...
El grito desgarrador que dicha mujer soltó fue suficiente para la ventana del auto más cercana a ella se astillara, haciendo un sonido chirriante que penetró el ambiente, haciéndome tiritar.
Los dos vacilantes que faltaban empezaron a aparecer de direcciones opuestas con respecto al otro. Ambos hombres, altos, uno vestía un traje de corbata azul oscuro y el otro llevaba pantalón de hacer ejercicios y un sweater rojo con una "M" blanca en el centro. La mujer corrió hasta el de traje y le rogó que la ayudara a sacar a su hijo del carro, que el que estaba allí, parado con sus ojos fijos en ella, era un impostor.
—No hay nada que hacer aquí —dije y mis alas se extendieron—. Me voy.
Astaroth movió una mano en señal de que le daba igual si me iba o me quedaba, sin apartar vista de la desdichada escena y emprendí vuelo. Estoy segura de que en algún lugar alguien necesita ayuda y presenciar todo aquel espectáculo era más de lo que podía soportar. Era demasiado... triste.
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¡Esta lloviendo y llegamos a los 100 viiistos gente!♥ Estoy demasiado feliz, Dios mio
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