Capítulo IV || Primera vez.

La gravedad funciona de forma maravillosa. Sientes una necesidad de acudir al llamado. No sabes cuándo, o por qué. Sólo sabes que debe ser cuánto antes, y sólo porque es así.

Un anciano arrastrándose en el piso, herido en el estómago, era la fuente de tan desesperada atracción. Estaba muriendo, solo, pensando en como su mujer estaría en casa esperándolo, viendo quizás algún programa para informarse de los mejores destinos vacacionales para personas de la tercera edad, cuando la policía tocaría a la puerta para avisarle que habían encontrado su cuerpo en tan deplorables condiciones.

Dios mio. Ayúdame. Su mente hacía eco de esas tres palabras.

Me acerqué lo suficiente para poder diferenciar el color de su aura. De una tonalidad ladrillo muy suave, típica de quienes han vivido muchísimas cosas a lo largo de su vida. Para hacer que mi influencia sea la suficiente y se arrepienta de sus pecados.

Los humanos no aprenden. Ningún otro mundo ha tenido sus beneficios, y ningún otro se ha jactado tan abiertamente de su infinita estupidez.

Adulterio. Asesinato. Poligamia.

Se arrepiente de haber engañado a su primera esposa, pero no de haberla asesinado cuando ésta lo enfrentó al respecto. Se arrepiente de haber sido descubierto en el engaño.

Lo miré con mayor intensidad. Se dió por vencido en su fijación por arrastrarse y se volteó, cayendo de espaldas contra el sucio pavimento, su vista al cielo, la mancha carmín en su camisa azul celeste había dejado de crecer, dando señales de que su sangre no podía borbotear, y sólo se deslizaba para crear un charco.

Pasando a su lado, el borde de mi blanca túnica se mojó con su sangre. Me detuve cuando su cabeza estuvo frente a mi y agachándome, le di lo que se conoce como 'el beso angélica'. Nunca lo había dado, pero durante siglos he visto a los ángeles hacerlo, y he sido instruida al respecto.

Un pequeño beso en la parte alta de la frente, que se da al aura de la persona y no a su cuerpo físico. Ese beso lleva la redención total de todos los pecados, sólo, y sólo sí depositan en Dios su más pura esperanza de salvación. El alma del desdichado se eleva del cuerpo, dejando sólo las funciones vitales, que se apagan una a una en un lapso de minutos, y marcando su camino posteriormente al reino de los cielos.

El beso sólo se proporciona cuando el humano se encuentra en el lecho de muerte, ya que es el último de los momentos clave en la existencia. El resto de las veces, sólo con la mirada se logra la influencia necesaria para afianzar los mandatos de Dios.

La dicha embarga mi anatomía cuando caigo en cuenta de lo que acaba de pasar. Acabo de recibir en el paraíso mi primera alma. Acabo de ganarle una a mi oponente.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top