9. La tercera del cuarto y el primero

«Bien, todo salió como lo había planeado... o eso creo» pensaba Emma mientras regresaba a su habitación. Al abrir la puerta vio a tres chicas en el cuarto. «Hum... una debe ser invitada de las otras dos» pensó mientras, por un momento, se quedó con la boca abierta, pero sin habla por la inesperada presencia de sus compañeras.

— ¿Ustedes son?... —dijo Emma mientras sostenía aún la perilla de la puerta.

Una de ellas se levantó de su asiento, una de las tres sillas iguales que hay en cada dormitorio, y se dirigió avergonzada a la puerta.

— Disculpa, estoy de salida —dijo cabizbaja y avergonzada mientras se retiraba y Emma le dio espacio para que saliera por la puerta—, ah, y mi nombre es Sora, por cierto... eh... nos vemos.

— Nos vemos —respondió— y yo soy Emma—dijo apenas que solo Sora la pudo oír.

Emma cerró la puerta de la habitación y se dirigió a sus dos compañeras de cuarto que aún no habían dicho nada.

— Pudo quedarse —dijo Emma señalando con el pulgar hacia atrás sobre su hombro— más tiempo si deseaba. No me molestaba en lo absoluto.

— Supongo que es avergonzó—respondió una de las chicas con voz sincera, pero amigable y estirando su mano—, soy Sofía, mucho gusto. Me pareció raro porque ella es bien sociable.

— Y yo soy Violeta—dijo también estirando su mano luego que Sofía lo hiciera—, también es un gusto conocerte, Emma.

— Disculpen—respondió—, debí decir antes mi nombre, soy Emma y el placer es mío.

Un haz de luz fugaz entró por la ventana e iluminó el rostro de Emma, cegándola por un instante. En ese momento, Sofía notó algo.

— Parece... que te he visto antes... —dijo pensativa y ajustando la vista mientras ladeaba su cabeza— no sé dónde... o creo que oí sobre ti.

— No es como si fuese famosa o algo así —respondió riéndose recordando que ciertos medios pusieron fotos de ella cuando murió su padre, los mismos medios que también recordaron la muerte de su madre en dichas notas periodísticas—, pero tal vez oíste algo en el pasillo.

— Es muy probable que sea en el pasillo —dijo Violeta y luego trató de cambiar el tema, no quería recordar el pasillo ese—, por cierto, Emma, ¿sabes algo de la cena de bienvenida? Sora estaba por contarnos, pero se fue.

— Si, sé algo, muy poco, pues, es una cena para que interactúen y conozcan algunas cosas sobre la universidad los nuevos, de primer ingreso, newbies o cachimbos, como dicen en Perú.

— Vaya... ¿eres peruana? —preguntó Sofía con asombro.

— No, mi padre lo era—respondió desviando la mirada y algo apenada—, pero me contó mucho sobre el país, sobre Perú.

— Ese "era" ... fue porque... —sugirió Violeta perdiendo su sonrisa.

— Si... es una larga historia —dijo Emma sobreponiéndose y levantándose de su asiento— se los contaré mientras nos arreglamos para la cena porque siguen muy, muy sudadas, por culpa de ese infernal pasillo.

— ¿Segura? No creo que sea necesario —dijo Sofía evitando que su nueva compañera recordase algo malo y privado— tal vez es difícil de compartir.

Violeta se sentía desganada y estaba callada, pero pensaba lo mismo que Sofía. No quería comenzar con algo triste y deprimente su relación con Emma.

— Claro—dijo Emma—, lo es, pero otras cosas también son difíciles y tenemos que conocernos mejor, ¿no lo creen?

Sofía y Violeta se miraron con labios y ojos preocupados; pero regresaron a Emma, convencidos y asintiendo. Emma conocía muy bien esos ojos, y aún no comenzaba a narrarles lo que le había ocurrido.

Cuando Emma termino de narrar como murieron sus padres y lo mal que lo había pasado en los últimos años, Sofía y Violeta estaban devastadas y deprimidas, no pudieron evitar lloriquear y darle a Emma prendas suyas. En sus rostros recorrían lágrimas y hubo una sonrisa, una sonrisa por la divina luz que era Nuevo Mundo en la vida de Emma.

— Menos mal no llevan maquillaje—dijo Emma— de lo contrario, se hubiese arruinado.

Violeta estuvo tan afectada y lloró tanto que tuvo que ir al baño de su habitación a limpiarse las lágrimas y los mocos. Emma veía en sus compañeras unas personas muy cálidas y amables, pero pensó que quizá era porque recién se conocían... y aunque así fuese, le agradaron y en ese momento ella no supo el porqué, pero empezó a decirles sobre la apuesta.

Ya con sus compañeras tranquilas y listas para ir a la cena, Emma las retuvo antes de salir del cuarto.

— Hay algo... —comenzó— que quiero compartirles, no es nada triste no se preocupen. Hum..., pues, es una situación en la que podré conseguir una gran cantidad de dinero.

— Espero que no sea nada ilegal... —dijo Sofía preocupada.

— O peligroso —intervino Violeta—, no es peligroso, ¿cierto?

— No y... no, no es ilegal ni es peligroso. Debo fingir ser la novia de un fulano que... —y empezó a mostrar repugnancia en su voz y en su cara—no es mi tipo, es decir, me harta la clase de chicos que son como él, aunque en los últimos años he odiado a los hombres. Me he convencido que solo hay imbéciles.

— ¿Tan mal prospecto de persona es? —preguntó Sofía— Y cuando dices que no es tu tipo... ¿es por el aspecto o por su comportamiento?

— ¿El chico te pagará por fingir ser su novia? —cuestionó Violeta.

— El detalle se lo diré al volver—respondió Emma mirando el reloj de la habitación—. Vamos, que en tres o cinco minutos pasará el bus de la universidad.

— ¿Qué bus?

— Uno que recorre el campus—dijo Emma mientras ya caminaban todas—. El bus tiene diferentes diseños muy curiosos.

— No me digas que... —dijo Sofía— son diseños... otakus... ¿o no?

— Si, estás en los correcto, son otakus.

— ¡Demonios!

— Puede que no sean tan malos—dijo Violeta enfriando a su amiga.

— No me parece—dijo Emma—, yo los considero divertidos, ah, miren, ahí viene uno.

El bus que se aproximaba tenía en sus llantas una clara referencia a la nube voladora de Gokú y se extendía hasta por debajo de las ventanas. Sofía lo miraba con desaprobación; Violeta, con alegría y Emma, con esperanza.

«¿Una nube voladora? ¿Es en serio? —pensó Sofía— ¡Por un demonio!».

«¡Genial! —pensaba Violeta y giró a ver a su amiga de la infancia—Pero seguro que a Sofía no le hace gracia».

Sofía quien iba subir primero, pues estaba al frente de la fila de espera, al abrirse las puertas notó algo... raro y apenas levantó el pie derecho y alzó la mirada para subir se asustó y retrocedió. Violeta se acercó, vio el interior y también dio un paso atrás. Emma se adelantó y subió sin hacer escandalo al bus que no tenía conductor.

Sofía y Violeta subieron luego que, desde dentro del bus, Emma las apresurara e indicara que era un bus sin conductor, muy normal usado en Xuma. Ellas subieron con miedo y al entrar vieron que solo estaba Emma ahí, no había ningún otro pasajero.

— ¿No hay nadie más? —preguntó Violeta inquietada.

— Ah, eso—dijo Emma mientras veía hacia los lados—, es porque hoy aún no hay clases y muchos siguen en ese pasillo... o no saben los de la cena y luego irán, pero así es mejor. Mejor llegamos antes cuando hay menos alboroto.

— Cierto, así es más tranquilo y cómodo para caminar —intervino Sofía.

Las chicas hablaron por diez minutos hasta el siguiente paradero: El comedor de Nuevo Mundo. Hablaron sobre las cosas que vieron por el pasillo, sobre las tonterías que no les parecían apropiadas (solo Sofía) y llegaron a hablar sobre sus amigos Neru y Archie en base a las tonterías. A Emma le parecieron unos chicos que odiaría, pero no dijo lo pensaba, solo escuchaba. Emma, en realidad, pensaba en su futuro encuentro con aquel de la apuesta, con Leopoldo.

Al bajar en el paradero, vieron que otros estudiantes e incluso los profesores llegaban con bicicletas, skates, scooter y patines, y todos ellos iban vestidos de manera informal, muy casual y muchos de ellos iban con mochila o morrales. Había pocas chicas que iban bolso, entre aquellas estaba el grupo de amigas de Emma. Emma se adelantó al verlas y se despidió de sus compañeras.

En otro lado de Nuevo Mundo, a más de cuatrocientos metros bajo tierra, se encontraba un tipo hablando en una videollamada con el presidente de Estados Unidos, el de Francia y el Primer Ministro de Japón. Se estaba burlando de ellos, de los mandatarios, y estos guardaban la compostura, pero todos tenían un limite y el primero en encenderse fue el americano.

— ¡Tú! ¡Jódete! —dijo en inglés— ¡Maldito infeliz! ¿Quieres acaso llegar a una guerra?

— Puedes insultarme todo lo que quieras, pero no pienso aprobar ningún acuerdo con alguna universidad de tu maldito país, de ninguno de ustedes, ni otro. Por mí, te puedes ir...

— Señor —interrumpió—, el de Francia en su lengua—, sea razonable, ¿cuál es el problema de tener intercambio estudiantil? ¿es acaso xenófobo? Usted tiene la idea equivoca que nosotros buscamos aprovecharnos de...

— Cállate, mierda—dijo el tipo—, eres el peor de todos aquí, Morgan es un asesino.

— ¡Oye!

— ¡Qué si lo eres, yanqui de mierda! Y Kazuma, un corrupto.

El japonés solo apretó los labios y las manos que tenía juntas sobre su mesa.

— ¡Pero, usted, Monsieur Leton, es un asesino, corrupto y un violador, un maldito enfermo!

— ¡Pruebas —explotó Leton—, a ver muéstreme pruebas!

— Ah... quieres pruebas... ¿eh? Vale.

Los otros dos mandatarios veían con pesar que, en ese mismo instante, Leton, quien no lo sabía por su ignorancia y osadía con la persona equivocada, había muerto políticamente... por lo menos.

El tipo empezó a usar su teclado de manera agresiva, el teclado no dejaba de sonar. Morgan lo veía como si cada tecla presionada era un disparo a la sien de Leton. En el rostro de aquel tipo solo se veía satisfacción y Leton pensaba que solo fanfarroneaba, pero la sonrisa del sujeto era la de una victoria cantada, asegurada y solo faltaba ser anunciada. El tipo detuvo su incesante tecleo y levanto la mano derecha con solo el dedo índice sobresaliendo y apuntando hacia adelante. El destino del dedo era la tecla "enter".

— Discúlpese y...

— ¡No tiene nada! —imputó Leton— ¡Fanfarrón!

Bon voyage, Monsieur Leton, usted está... —mientras bajaba el dedo y lo presionaba finalmente— muerto política, social y financieramente. Creo que también en otros aspectos de su vida, pero no me importa. Deberían de llamarle pronto, no se preocupe, está reunión se acabó. Tengo que atender otros asuntos. Adiós, idiotas.

Leton cerró con brusquedad la laptop que uso para la videoconferencia. Estaba solo en el despacho presidencial. A su teléfono empezaron a llegar llamadas, mensajes de texto, su puerta no dejaba de sonar y voces no dejaban de llamarlo. Desconectó la línea telefónica de su mesa. Apenas si giró un poco su cabeza distraído por la puerta. Cuando quiso desbloquear su celular, este se recalentó, le quemó y en un acto reflejo, lo soltó. Al caer se fue hacia atrás de su imponente silla. Al darse la vuelta había algo raro en el atardecer. Era una marcha multitudinaria. Portaban antorchas y trinches, escobas y pancartas. Encendió el televisor y solo hablaban de él. No importaba a que canal cambiase. Incluso en los canales para adultos salía un aviso: "¡Sintonice las noticias del presidente Leton!".

Y ni hablar de las redes sociales, las pruebas que había pedido con tanta energía de manera déspota fueron entregadas y ya estaban en diferentes partes del mundo. Había imágenes, documentos, audios y videos. Había material para cada crimen. En las redes empezaron a pedir la cabeza de Leton. Hubo memes que pasaron inadvertidos. Eran opacados por las imágenes originales de los diferentes crímenes que cometió, eran opacados por la evidencia.

Las voces que lo llamaban del otro lado de la puerta estaban cada vez más impacientes, empezaron a gritar. Al presidente solo se le pudo ocurrir una palabra para describir su situación...

— Mierda...

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