7. La Apuesta

La chica con la que tropezó Leopoldo, Emma, se encontraba ya en la salida del pasillo junto a otras cuatro señoritas que eran sus amigas o lo más cercano a unas. La mirada de Emma se dirigía hacia adelante sin un punto fijo. Los ojos de Emma habían sufrido tanto que ya no le quedaban lágrimas, en su rostro ya no se dibujaban trazos de dolor ni felicidad. Solo la amargura se presentaba sobre el lienzo. Lo único que tenía Emma era lo que llevaba puesto, sus estudios y las amigas que caminaban a su lado con indiferencia sobre lo que había pasado. Todas conocían la situación de Emma, pero a ninguna le interesaba brindarle apoyo emocional.


Emma Lepanto Daffou, hija de un político peruano y una modelo francesa, vivió toda su vida en Europa, su padre era quizás el político peruano más respetado e intachable que tuvo el territorio liberado por San Martín y Bolívar. Los beneficios laborales que había conseguido aumentaron la productividad peruana en un veinte por ciento. Ricardo Lepanto mejoró la calidad de vida de los peruanos en dimensiones que muchos creían condenadas por decisiones estúpidas, por conveniencia oportunas de parte de gobernantes anteriores, como en el transporte y la seguridad.

Su madre, Elise, era conocida como "La Sonrisa de Marsella", aquellos que veían sus fotografías decían que su día se llenaba de color con solo ver aquella sonrisa. Muchos decían que Emma había heredado la belleza de su madre y la inteligencia de su padre, pero para sorpresa de ellos Elise tenía un PhD. en Física de partículas, además de llevar a cabo proyectos con el CERN e importantes universidades alrededor del mundo. Eso nunca se mencionaba en las revistas de moda donde aparecía porque los editores o los dueños de estas no lo permitían.

La madre de Emma había fallecido hace un año de una enfermedad que todavía no tenía cura cuando Emma cruzó aquel pasillo. Desde aquel momento fatídico el padre de Emma cambió. Muchas veces no llegaba a casa, y luego empezó a llegar con diferentes mujeres. El señor Lepanto había decidido dejar la política luego de varios incidentes que mancillaron su imagen. Todo lo que alguna vez hizo por el pueblo peruano fue olvidado y sepultado. Esos a los que había ayudado ahora lo insultaban por redes sociales. Aunque nunca leyó ninguno de los mensajes. Ricardo empezó a invertir en diferentes bolsas de valores, pero lo hizo sin asesorarse y usualmente bajo los efectos del alcohol u otra droga. A pesar que Emma intentaba poner en razón a su padre, todo intento era en vano. La apatía de Emma solo crecía y crecía viendo como aquel hombre se destruía frente a su hija. La resignación ya era parte de ella. Su padre era alguien irremediable y ya no le importaba que le pasara.

La familia de la madre de Emma nunca le había dado la mano y no pensaban hacerlo. Sus hermanos y primos de Elise tenían celos de su éxito. Éxito que ninguno de ellos pudo tener. Sus padres y tíos de Elise yacían bajo tierra o impregnados en diferentes partes del mundo. Lo mismo ocurría con la familia de Ricardo y con mayor fuerza porque las medidas políticas de este afectaron a varios negocios de sus familiares; en muchos casos, quebraron. Ese rencor fue heredado por los primos de Emma.

Una semana antes que Emma comenzó a estudiar en Nuevo Mundo, en su casa ya solo quedaban un par de muebles y el refrigerador que nada tenía por hacer porque no había comida para guardar. Mientras la joven paseaba por su deshabitada y descuidada casa, su padre había intentado suicidarse lanzándose desde un piso veinte en la ciudad de Londres tras haber perdido todo el dinero que podía gastar incluyendo los préstamos que pidió a diferentes bancos. Sobrevivió gracias a un camión de una celebridad que transportaba un juego inflable, pero quedó con lesiones graves, pues el juego y el movimiento del carro lo llevaron a golpearse con el asfalto. En el hospital, Emma comía lo que le correspondía su padre. Este solo la veía con ojos deprimidos. Cuatro días luego del accidente y antes que fuera dado de alta, Ricardo decidió quitarse la vida mordiéndose la lengua.

Emma no derramó lágrimas por su padre en su velorio. Tenía el ceño fruncido durante su entierro y solo dijo una frase frente a los pocos asistentes. Solo dijo: "Gracias por venir".

La suerte de la joven solo podía concluir con el incendio de su casa mientras regresaba del velorio de su padre. Emma cayó de rodillas mientras recordaba las palabras de su madre.

"Sonríe siempre, así el mundo no quiera, aunque Dios no lo quiera. Sonríe, hija. Por mí."

Era algo irónico pensaba la joven ya que su madre no creía en Dios. Emma se puso de pie y cuando los bomberos terminaron su labor no hubo nada rescatable. Solo tenía la ropa, que no era el tradicional negro, que llevaba desde el velorio de su padre y la mochila donde guardó otra muda de ropa negra si le increpaban su forma de vestir.

Emma veía lo que quedaba de su casa: escombros. Aunque dicha casa ya no era suya, pues uno de los bancos lo había reclamado como pago de una de las deudas.

«Se supone que debo estar triste, ¿verdad? Entonces, ¿dónde están las lágrimas?» pensó Emma.

El celular con poca batería de Emma empezó a vibrar. Un correo electrónico alegró el día de Emma. Había ingresado a Nuevo Mundo. Era un alivio para ella, ya que solo tenía el dinero de su universidad que su padre no llegó a malgastar. Dicho dinero solo podía usarse para fines académicos, es decir, solo podía realizarse transferencias a universidades o escuelas técnicas. Lo bueno era que dentro de Nuevo Mundo tendría hospedaje y comida, además de estudiar lo que tanto deseaba. Incluso Nuevo Mundo iba a cubrir los gastos de transporte de Emma, que únicamente era su pasaje, para que llegué al aeropuerto de Xuma y luego a la universidad.

«Madre, ahora si puedo sonreír» pensó Emma mientras seguía viendo su celular hasta que se apagó. Luego de ese momento no había vuelto a sonreír.

Las amigas de Emma habían conseguido regalarle prendas que ya no usaban. Para su sorpresa solo recibió ropa interior.


Emma estuvo muy callada la mayor parte del recorrido del pasillo. Las amigas de esta notaron que ella había tenido un encuentro inesperado con un chico en el recorrido del pasillo y decidieron empezar a fastidiarla. Mientras se dirigían al dormitorio de chicas, una de ellas comenzó.

—Ese chico con el que tropezaste—dijo con una mirada reptil, de esos que lanzan veneno—, ¿es tu tipo no, Emma?

Emma lo negó rotundamente con la cabeza. Esta se sintió ofendida por lo que dijo su amiga, pero ya estaba acostumbrada a que la molestasen con ello. Sus amigas decían que Emma tenía un odio irracional con los chicos que parecían "buenitos".

—Pues, a mí me parece que le gustas—dijo una de las chicas, Reddy que era la pelirroja del grupo.

—A mí también—agregó otra, Belen, la gorda—, ¿no viste esa carita que puso el bufón ese cuando le sonreíste? fue única—y empezó a reír.

—¿En serio? —dijo Emma asqueada de solo pensarlo—. Bueno, a mí no me gusta ni me importa.

—¿Por nada del mundo saldrías con él? —lanzó la más alta, Efim—¿Nada, nada?

—Por nada—respondió Emma mientras sacaba una botella de agua de su mochila.

—¿Qué te parece unos cuantos miles de euros? —sugirió la más baja, Lowin— A qué lo piensas ahora, ¿no?

—No hables sandeces—respondió Emma casi escupiendo el agua que tomaba y empezando a decantarse por la idea— ¿de dónde sacarías ese dinero? ¿robarías un banco o empezarás a cobrarle a tu novio?

Lowin dudó sobre la última sugerencia de Emma.

—De las tarjetas de nuestros papis, obviamente—dijo Reddy.

—Yo también pagaría por verte salir con un tipo como él—se emocionó Efim.

—Si—agregó Lowin—, yo también. Emma, ¿Qué te parece cincuenta mil por seis meses?

«Qué forma más estúpida de gastar el dinero» pensaba Emma mientras guardaba su botella de agua.

—¿Seis meses? —replicó Emma extrañada.

—Quiere decir que serás su enamorada por seis meses—aclaró Efim.

«Ya lo sabía, Einstein» pensó Emma mientras asentía.

—¿Seis meses de enamorada de ese tipo? —contestó Emma entre la indignación y la codicia. —No, gracias. Aunque, un mes podría ser algo negociable.

—No puede ser solo un mes, también necesitamos divertirnos—intervino Lowin.

—¡Que sean tres meses! —alzó la voz Efim.

—Con dos meses creo que pueden tener suficiente diversión—dijo Emma.

«Tampoco es como si hicieran un show... aunque ganaría más si lo fuera» meditando sobre otras formas de lucrar con ello.

—Que sean dos, entonces—intervino, al fin, Grecia, la lideresa del grupo.

—Cincuenta mil a cambio de hacerme pasar por la novia de ese tipo—dijo Emma arrogante mientras pensaba en el dinero en juego—, me parece razonable.

—Establezcamos las reglas—anunció Belen—, antes que se cierre el trato sin decir nada.

—Cierto, Emma, danos un momento—dijo Lowin.

Mientras las otras chicas discutían las reglas de la apuesta que iban a tener, Emma sacó un periódico que le dieron en la entrada del pasillo y se propuso a leerlo, sin embargo, su mente seguía pensando en el dinero que podría ganar.

Las chicas terminaron de hablar y se reunieron con Emma.

—Las reglas para "La Apuesta" que es como llamaremos a nuestro acuerdo—dijo Lowin— son...

—Pero, si es una apuesta—interrumpió Emma.

—Ya... bueno, las reglas son las siguientes:

"Primero: Él no debe saber sobre la apuesta."

"Segundo: Debes romperle el corazón cuando terminen."

"Tercero: El segundo debe ser en público."

"Cuarto: Deberán tener por lo menos tres citas durante la semana."

"Quinto: Solo en el caso que él te dejé antes de los dos meses pactados o si rompes una de las anteriores reglas, perderás."

—Eso último, cariño, es para que no descuides la relación y no seas apática con el ridículo intento de hombre con el que te topaste.

—Me parece bien—dijo Emma mientras estiraba su mano, aunque renegaba de las dos últimas reglas—, ¿tenemos una apuesta, entonces?

Estrechó su mano con las cuatro amigas y luego continuaron su camino hacia los dormitorios. Cambiaron de tema muy rápido. Empezaron a hablar sobre lo horrible que se vestían las chicas del club de Karate y lo mal que olían también, luego sobre las manos de las chicas del club de Piano y así con cada club al que recordaban haber visitado. Emma seguía caminando a su lado sin comentar nada, no le gustaba ese tipo de conversación y, además, pensaba en otra cosa.

«Ya puedo ir pensando en qué gastaré esa plata, tal vez podría recuperar mi casa» pensó Emma.

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