Prólogo | Inocencia |




***

Era horrible escucharla dirigirse hacia mí, pero lo era aún más, escuchar el ruido que provocaba mi corazón al romperse.

— ¡Mírate! Eres insípida e incapaz. Tú nunca podrías sacarnos de la pobreza. —Sus ojos estaban inyectados de sangre y me observaban como si fuese yo, la cosa más repugnante del mundo—. Eres idéntica a tu padre, y por desgracia, tengo que vivir con tu cara de mojigata todos los días.

Mi padre murió de un paro cardiaco hace poco más de cinco años. Le echaba muchísimo de menos, siempre me protegía y defendía de las actitudes errantes de Graciela, mi madre.

Traté con todas mis fuerzas de retener las lágrimas que amenazaban con salir. Traté muy duro de no romperme delante de ella y me limité a suspirar, lo que por dentro callaba a gritos.

Aparté la mirada, observando cualquier lugar en la habitación menos a ella. Era mi madre, ¿Por qué su crueldad había llegado tan lejos?

—Mírame cuando te hablo. —Exigió, tomándome por el brazo y clavando sus uñas puntiagudas en la carne de mi antebrazo—. No puedo creer que hayas rechazado a Benjamín.

—Mamá, por favor, él... —No llores, no llores, no llores...

— ¿Por favor, que? ¿No te gusta? Tú no estás en condiciones para ser exigente muchachita estúpida. —Sus palabras eran escupidas con mucha ira, tanta, que por un instante creí que me perforarían... otra vez

—Él trato de abusar de mí. —Terminé sollozando en silencio.

Su indiferencia ante mi confesión, me quebrantó el corazón por enésima vez. Era su hija, ¿Cómo no podría importarle que me robaran la inocencia?

—Para eso existimos, Ariel. Para dar placer a los hombres. —finalizó, cerrando la puerta detrás de sí misma y dejándome sola en aquella habitación, llena de miedo.

Traté de alcanzarla, pero cuando llegué a la puerta, sabía que estaría cerrada con llave. Me comenzó a doler la tripa y por un instante, sentí que devolvería el estómago.

La corriente nocturna, entró a través de las grandes ventanas de aquella habitación pálida. Las cortinas plateadas, se abalanzaban las unas contra las otras, dejándose llevar por el viento efervescente. Me sentí pequeña y temerosa cuando la ráfaga impactó duramente contra mis extremidades, atravesando despiadadamente hasta mis huesos, casi, los sentí doler.

Me abracé a mí misma, creyendo que aquello aminoraría el titiritar de mis dientes y, me sobresalté en mi lugar, cuando sentí el pomo girar y la puerta rechinar cuando abría lentamente.

Una parte de mí, por más pequeña que fuera, tenía la ilusión de que se tratara de mi madre, pero la otra parte, la realista y asustada, sabía perfectamente que no se trataba de ella, por supuesto que no, aquellos ojos de lobo y dientes de pantera, pertenecían a alguien más.

Mi corazón se saltó un latido, y en ese instante, deseé que no volviera a latir más.

—Hola, dulzura. —Uno, dos, tres pasos firmes y certeros avanzaron hacia mí, me alejé torpemente la misma cantidad.

—Benjamín. —Pronuncie suplicante, aunque apenas, se podía escuchar el hilo de mi voz.

Tropecé con la pared de ladrillo detrás de mí, casi junto a la ventana. Por primera vez, sentí vértigo. Estábamos a tantos metros de altura en aquel añejo edificio que apenas estaba en remodelación.

—Te prometo que vamos a pasarla muy bien. —Secó el sudor de su frente, con el dorso de su mano, mientras que la otra, acariciaba la hebilla de su cinturón—. Voy a ser el caballero que merece tu inocencia.

Sentí asco y repulsión. Miedo; denso, intenso y profundo.

No tenía escapatoria más que aquella ventana. El pensamiento fugaz de terminar con todo esto se escabulló por mi mente, temblé ante la idea, pero ¿no era ya esto peor? Sin embargo, era demasiado cobarde.

—Por favor, no...

Me enderecé, apreté los puños con mucha fuerza y traté de correr, pero lo único que conseguí, fue que sus uñas se enterraran en la piel expuesta de mis brazos haciéndome gritar de dolor.

Los suyos rodearon mi delgada y pequeña silueta, apegando mi espalda contra su torso. Lo sentí inhalar la piel de mi cuello y susurrar cosas perversas que traté de reprimir. Las lágrimas, no tardaron en llegar, nunca sería lo suficientemente fuerte para zafarme de su agarre, y si lo hizo, fue para lanzarme a la cama a mi espalda.

—Lo hacemos por las buenas, o por las muy malas, dulzura. —Pronunció, pasando su lengua por mis pómulos.

Y en efecto, el arrebato comenzó por las muy malas cuando el primer golpe llego, provocando el dolor en mi estómago. El segundo casi me provocó una arqueada, y el tercero, me dejó adormecida.

—Por favor, basta...

Casi me ahogué en la desesperación, el llanto y la blasfemia. Mi cuerpo ya no reaccionaba, pese a que mi alma peleaba a gritos que luchara.

Alguna vez me pregunte, ¿Qué era el miedo? ¿Tendría forma? Esta noche, descubrí la respuesta, el miedo tenia forma humana, el miedo era yo.

***

Despacio, desperté sabiendo que sollozaba desde mi pesadilla. Apenas y podía moverme sin sentir dolor, apenas y sentía ganas de respirar. Me ardían las piernas, me temblaba el vientre y me asfixiaba con mi mismo lamento.

El frio caló hasta mis huesos, tuve que encogerme sobre la cama, tanteando algo con que cubrir mi cuerpo casi desnudo, con las piezas de ropa al menos desgastadas. Todo lo que podía escuchar, era silencio, tan denso y tan intenso, ni siquiera podía escuchar mi corazón, sabía que esa noche, estaría muerto. No sé qué tanto tiempo paso cuando me recogí a mí misma y salté fuera de la cama, temblando en el proceso. Arrastré mis pies descalzos fuera de la habitación y me sostuve de la pared para no venirme abajo, siguiendo el estrecho pasillo que me guiaba a las escaleras en forma de espiral. Cada paso era más doloroso y bochornoso que el anterior.

Una vez que mis pies tocaron el último escalón y empujé el gran pórtico de madera, la brisa no tardó en abofetearme, casi tuvo más fuerza que yo, casi, me vi en el suelo.

Me aferré a la escases de fuerza que mi cuerpo proporcionaba y avance a la calle atestada de gente, sus ojos me escudriñaban por mi aspecto desaliñado, pero nunca, nadie se detuvo a preguntar que me había sucedido.

Nunca a nadie le importaba el dolor ajeno.

La gente iba y venía, los autos hacían lo mismo, y yo, yo sentía que lo estaba perdiendo, con cada andar sentía que la poca fuerza que me sostenía, se estaba agotando, y fue así.

Los focos de un auto me deslumbraron y el único pensamiento y acto que tuve en ese instante, fue abalanzarme sobre el mismo, no supe nada cuando todo a mí alrededor se apagó, y el último recuerdo que tuve, fue su eco.

— ¡No cierres los ojos! —Su voz aterciopelada me acarició.



❁❁❁

¡Espero les haya gustado! No olviden dejarme una estrellita y un comentario de lo que les pareció, es muy importante para mi.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top