4. El hielo en sus ojos
❝ Así que solo déjame rendirme, así que solo déjame irme si esto no es bueno para mi❞
***
Era consciente de como las lágrimas se deslizaban por mi mejilla y yo, no me molestaba en lo absoluto por detenerlas. Era consciente de como el corazón me latía con desenfreno y desesperación, tanto, que me importaba poco si perforaba mi pecho y se largara corriendo lejos de aquí, muy lejos. Al menos, el sí sería libre.
Me despojé de las pequeñas prendas que apenas y cubrían mi cuerpo. Hipando y con la poca visibilidad que las lágrimas me permitían, me fui metiendo al jacuzzi y aovillándome en él, dejé que el agua de espuma borrara los restos de dignidad se fueran por el drenaje.
Creí, que después de las atrocidades que me hizo vivir Benjamín, nunca me volvería a sentir tan rota. Esa noche, Máximo Kahler me recordó cuan insignificante que podría llegar a ser y estaba tan cansada, estúpidamente cansada de no poder hacer nada al respecto.
Graciela siempre me enseñó a bajar la cabeza, ella, era la única culpable de ser el despojo en que me había convertido. Alguien con sueños enjaulados y alas rotas. Alguien, para bajar la mirada delante de todos. Alguien, que tenía miedo, muchísimo miedo de tomar sus propias decisiones.
Estaba tan dañada, tan rota. ¿Cómo pude creer que sería diferente ahora? ¿Cómo pude creer que arrojarme a los brazos de ese hombre seria... ¡Ingenua! Que ingenua fui.
Me desvelé creyendo que el sol jamás se asomaría y aquella mañana, en medio de una bruma asfixiante, escuché como alguien tocaba la puerta. Almita, segundos después, apareció detrás de ella. Pude observarla por reflejo, sin embargo, me limité a enfocar mí vista a la nada, a través de las paredes acristaladas.
Sentí el peso de su cuerpo hundirse en la cama y luego de un instante, comenzó a acariciar mi cabello en silencio.
—No quiero estar aquí. —Susurré más para mí que para ella.
La escuché suspirar.
—Tenle un poco de paciencia.
—No lo viste, Almita. —Traté con muchísimas fuerza de retener las lágrimas que amenazaban con salir ante el recuerdo—. Rompió mi ropa como si fuese un animal, creí por un instante que me tomaría a la fuerza y sus ojos, sus ojos eran irreconocibles.
—Él no podría, mi niña. El mismo no podría permitirse hacerte algo así. —Su voz estaba tan llena de certeza, que por un segundo le creí.
— ¿Por qué? —Me incorporé observándola a los ojos—. Necesito saber qué historia rota hay detrás de él, tal vez así podría comprenderlo.
—Él...
—Alma, sal de la habitación. —La voz ronca y seria de Máximo, se escuchó por todas las paredes.
Estaba de pie junto al umbral de la puerta. Impecable e indescifrable como siempre. Un traje gris bien estilizado y su cabello hacia atrás perfectamente arreglado. No había nada fuera de lugar en él.
Almita salió de la habitación cabizbaja, pero antes, pude escuchar como Máximo le advertía:
—Tú y yo tendremos una conversación después.
Luego, el avellana de sus ojos, se enfocaron en los míos. La expresión en su rostro era tan indescriptible, que no supe descifrar alguna emoción en él. El hombre impresionante en frente de mí, me observaba en silencio y sin querer perderse de ningún detalle, me escaneó de arriba hacia abajo. Se le había vuelto una costumbre ya.
Máximo Kahler, avanzó unos pocos pasos seguro de sí mismo. Y mientras más cerca de la cama estaba, más me temblaban las piernas, más ganas tenía mi corazón asustado, de esconderse.
—Sal de la cama y vístete, Ariel. —Ordenó rígido mientras se cruzaba de brazo y no dejaba de mirarme de esa manera que yo no podía comprender y por más que quise, no pude sostenérsela. Como siempre, agachaba la barbilla acatando órdenes.
—Lo haré si usted sale de mi habitación.
Una pequeña sonrisa surcó de su rostro, una claramente burlona, pero no una que llagara a sus ojos; esos en los que bailaba incredulidad.
—Te espero en mi despacho, no demores. —Y sin más, caminando con esa elegancia que le caracterizaba, salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de sí mismo.
Todo el aire que estuve conteniendo —Y no sabía ni por un instante que fuera así— lo dejé salir.
¿Cómo podía actuar como si nada hubiese sucedido la noche anterior? Simplemente iba por allí, imponiendo sus órdenes y sin el más mínimo remordimiento vagando por su mente.
Cuando bajé a su despacho, me aseguré de estar calzada. No sé porque lo hice, me importaba poco lo que el pensara, de mí, desde pocos modales hasta una andrajosa, sin embargo, lo hice, llamémosle inercia.
Toqué la puerta y segundos después, el me indicó que pasara. Cuando lo hice, lo pude ver sentado al otro lado de un escritorio. Sus codos estaban recargados sobre la mesa de mármol en frente de él y sus manos cruzadas en un puño, debajo de su barbilla.
Me mantuve en silencio, mientras todo lo que él hacia era observarme. No perdió detalle de mis pies y pude ver con una media sonrisa, se volvió a dibujar en su rostro. Detestaba que se riera de mí de esa forma, sin embargo, me mantuve seria y serena.
—Sigue. —Me indicó con la mano y yo avancé. En el proceso, me encontré con una mujer sentada en uno de los sofás de la esquina.
Era elegantemente atractiva y su cabello rubio, estaba recogido en un moño estilizado en la parte baja de su cabeza. Una amplia sonrisa dulce se dibujó en su rostro cuando me devolvió la mirada, dejando mostrar dientes perfectamente blancos. Era tan atractiva, sensual y sofisticada que yo nunca podría compararme con ella.
—Laura, conoce a Ariel. —Me presentó. Ambos se colocaron de pie y ella me tendió la mano—. Ariel, ella es Laura.
—Encantada de conocerte, Ariel. —Simpatizó cuando le devolví el gesto.
—Laura será tu institutriz. —Se acercó hasta nosotras y se recargó sobre el escritorio—. Sera la encargada de enseñarte muchas cosas. Desde moda, hasta habilidades culinarias. ¿Estás de acuerdo?
Me tensé al instante que aquellas palabras salieron de su boca. Aquella mujer completamente sofisticada no dejaba de observarme, y él, ni siquiera estaba preguntándome si era algo que quería, solo estaba siendo formal. Por supuesto estaba imponiendo su voluntad otra vez.
— ¿Puedo no estar de acuerdo? —Pregunté. Tratando muy duro de sostenerle la mirada.
—No.
— ¿Entonces para que me pregunta, señor Kahler?
Ambos, nos mantuvimos en silencio, retándonos con la mirada. Laura, solo se dedicó a desviar la mirada y darnos ese pequeño espacio.
—Y también, será la encargada de moderar esa altanería que tienes.
Sus palabras, me golpearon duramente en el estómago. Traté de mantener la expresión de mi rostro en blanco y no permitir que me afectaran demasiado. Dos, podían jugar mejor a ese juego.
—Sera como usted diga. ¿Puedo retirarme? Digo, si no necesita que le haga una reverencia.
Negó con la cabeza chasqueando la lengua y manteniendo su postura de tranquilidad, se despidió de la mujer que trataba a toda costa, por mantenerse alejada de la escena.
—Laura, encantado de verte. Te esperamos el lunes a primera hora de la mañana.
—Por supuesto que sí, señor Kahler. —Se despidieron con un suave apretón de manos y a mí, me dedicó una sonrisa dulce. Parecía ser una buena persona, lo podía leer en sus ojos—. Hasta el lunes, Ariel.
Asentí.
Cuando la vi desaparecer a través de la puerta, traté de hacer lo mismo, no obstante, su voz me detuvo sobre mis talones.
— ¿Te pedí que te retiraras? —Cuestionó.
— ¿Necesita algo más?
—Con respecto a lo de anoche...
—Con respecto a lo de anoche... —Le interrumpí—. Todo está lo suficientemente claro.
— ¿Lo está? —Enarcó una ceja. Sus ojos avellanas, me profundizaron en una mirada. Una que me hizo temblar en el acto.
Asentí.
—Entonces, cuéntame Ariel. ¿Qué está lo suficientemente claro? —Se cruzó de brazos. Preparándose para mi respuesta.
—Usted, con su aire de superioridad, imponiendo sus reglas y ladrando órdenes. Y yo, estoy aquí para acatarlas. Para eso pagó por mí. ¿No?
Sus impresionantes ojos avellanas, me retiraron la mirada por primera vez y por un segundo, solo por un corto segundo, creí leer la expresión en su rostro. Lucia herido, pero sus palabras, me confirmaron cuan equivocada estaba.
—Tienes razón, puedes retirarte. —Soltó despreocupado.
Una parte de mí, por más tonta que fuera, creyó que él iba a negar todas las palabras que salieron de mi boca y la otra, la racional, simplemente se dio cuenta que estaba en lo cierto. Ese era mi único lugar aquí, yo lo sabía, desde el principio lo hacía. ¿Por qué me está comenzando a afectar tanto?
—Retírate Ariel.
Tragué la bilis que se había formado en mi garganta y me las arreglé para lucir serena y tranquila mientras giraba sobre mi eje.
—Cierra la puerta al salir.
Y en efecto, lo hice, de un portazo que creí que el Ático se vendría abajo.
Era sábado, por lo que él pasaba el día casi prácticamente encerrado en su despacho y agradecía que así fuera. No quería tener que lidiar con su aire de señor mandón por todo el lugar.
Cuando cayó la noche. Las luces de todos los rascacielos en medio de la ciudad, se encendieron. Me encantaba observarlas a través de las paredes acristaladas en medio de la altitud.
Cuando se hizo la hora, adelanté los preparativos de la cena mientras Almita, se encontraba en el despacho de Máximo, llevaban al menos más de una ahora allí, encerrados. Un par de veces, traté de escuchar a través de la puerta, pero fue imposible alcanzarlo.
Casi tuve la cena lista con todo lo que había aprendido de Almita cuando la vi de pie asomándose a la cocina, sus ojos estaban apagados y casi llenos de lágrimas, sin embargo, no fue eso lo que me sorprendió, sino la maleta que yacía junto a ella.
— ¿Por qué... —Ni siquiera fui capaz de terminar la pregunta.
Por supuesto que sabía porque estaba esa maleta allí. ¿Cómo se atrevió?
—Dime que no es lo que estoy pensando. —Quise que me dijera que estaba equivocada.
—Es lo mejor, niña Ariel.
Mis ojos se llenaron de lágrimas que comenzaron a ser derramadas y me temblaron los labios.
—No puedes irte, Almita. Por favor, no puedes irte y dejarme con ese energúmeno. —La abracé y ella correspondió a mi abrazo—. Ni siquiera llegaste a contarme nada de su jodida vida. ¿Cómo se atrevió a despedirte?
—Oh, mi niña... —Una sonrisa suave y triste se dibujó en su rostro—. El señor no me despidió precisamente, pero me envió a casa de sus hermanos. Ya prescindió de mis servicios aquí.
—No, no. —Me negué.
—Prometo llamarte siempre. —Sus manos acariciaron mi rostro, mientras se ocupada de limpiar mis lágrimas.
— ¡No! Tú no vas a irte. Y ahora mismo, ese energúmeno me va a escuchar.
Me dirigí furiosa a su despacho.
***
❁❁❁
¿Y quien ganara esta guerra? Espero les haya gustado. No olviden dejarme una estrellita y un comentario. He estado viendo a muchas lectoras fantasmas por alli, y como autora, es bastante desagradable que a veces tu esfuerzo en medio de una vida social y universitaria no la valoren.
¡LEAN RINDETE!
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