1. Indolencia
❝Si esto no es bueno para mi, tampoco quiero saberlo❞
***
Todavía podía recordar la primera vez que lo vi.
Sus ojos color avellana electrizante me observaban bajo aquel intenso parpadeo perpetuo. Sus facciones eran rígidas y, su mandíbula parecía estar hecha de concreto; angulosa y fuerte. Estaba de pie junto al umbral de la puerta de mi casa, sereno y misterioso, sus hombros se formaban duramente en una línea recta que apenas y subían con su controlada respiración, no había espacio para la inseguridad en él. Era el hombre más impresionante que había visto jamás en mi vida. Su imponente figura destilaba elegancia y formalidad bajo aquel traje costoso de una faja de dólares.
Mientras yo, desaliñada y descalza, lo observaba desde el centro de la pequeña estancia con los dedos de mis pies entumecidos. En silencio y temblando, tragué el nudo enorme que se había formado en mi garganta cuando el hombre igual de trajeado a su lado, intercambió algunas palabras con Graciela y le entregó un maletín, que por la sonrisa en su rostro, supe que se trataba de dinero.
Lo había hecho de nuevo, aquel hombre había comprado una noche conmigo —fue lo que pensé en ese instante, cuan ingenua fui—Sin embargo, se trataba de algo mucho más que una noche. Mi madre me había entregado a aquel hombre y yo, yo había cedido sin protesta. Me arrojé a los brazos del hombre más atractivo que alguna vez podría conocer. Me arrojé a los brazos de la única señal de esperanza que me mantuviera lejos de ella, me arrojé a lo bueno, tal vez a lo malo. Me arrojé a los brazos del hombre que cambiaría mi vida para siempre, pero tan demoledoramente.
La primera noche que llegué al impresionante ático donde vivía, el cual era una construcción de paredes en cristal y dejaba mostrar las luces y rascacielos más preciosos de Sídney, sabía que sería suya, para siempre.
— ¿No hablas? —Preguntó. Esa era la segunda vez que él lo hacía desde que habíamos dejado mi casa atrás. La primera, se había presentado como Máximo Kahler
— ¿Es usted millonario señor Kahler? —Mis ojos divagaban por todo el lugar, observándome a través de los espejos de tantos metros cuadrados. Nunca me había sentido cómoda observándome en ellos, Graciela se había encargado de hacerme pequeña e insignificante delante de ellos, por eso, cada que podía, le evitaba la mirada a la chica en el reflejo.
—Digamos que he trabajado muy duro para tener todo lo que poseo. —Pronunció tan cerca de mí, que se me erizó la piel en la espalda.
—Es usted millonario. —Afirmé más para mí que para él.
Definitivamente lo era.
—Ven, déjame mostrarte tu habitación.
Un closet impecable, lleno de prendas de alta costura que ni en sueños se adaptarían a mi figura desfavorecida. Un jacuzzi con la vista de una ciudad adornada por luces y edificios que crecían unos más que otros, sin dejar de lado la cama; una matrimonial con un suave juego de sabanas de seda.
—Espero sea de tu gusto. Ponte cómoda y te espero en una hora en mi habitación, la última puerta al final del pasillo. —Soltó despreocupado y el corazón me comenzó a latir fuertemente, tanto, que pensé que me perforaría el pecho.
¿Qué esperaba? ¿Una cena y rosas rojas?
Yo estaba aquí para ser suya, para eso había pagado por mí. No pude evitar sentirme vulnerable y con ganas de salir corriendo de allí. El recuerdo de Benjamín tomándome por la fuerza, me provocó dolor de tripa, aun tenia pesadillas, aun no podía conciliar el sueño cada noche después de despertarme jadeando y temblando.
—Estaré allí, señor Kahler.
—De acuerdo. —Soltó, clavando su mirada en mi rostro posiblemente ruborizado, para después salir de la habitación aflojando su corbata.
Esa noche, también me recordaba paseando por toda la habitación en puntillas, temerosa y con ganas de devolver el estómago. Cada prenda de lencería era más provocadora que la anterior, si al menos tuviese un cuerpo decente, no me sentiría como una chiquilla. Por supuesto que iba a burlarse de mi cuando me tuviera en su cama.
No recordaba cuantas veces llegué a la puerta de su habitación y retrocedí corriendo hacia la mía. Si, era muy cobarde. En el intento tal vez numero ganador, cuando me vi girando sobre mi eje, escuché su voz a través de la puerta.
—Te he visto retroceder al menos unas siete veces a través de la línea del suelo, Ariel. —Presioné los ojos con mucha fuerza y me mordí el interior de mi mejilla al escuchar la burla en su tono.
— ¿Puedo pasar? —Pregunté, tras dos suaves golpecitos sobre la puerta.
—Adelante—Empujé con cautela, asomándome.
Su habitación era lujosamente grande. La decoración no era exagerada, sin embargo, era preciosa. A la izquierda, un enorme amplio y cómodo sofá para al menos unas cinco personas en donde él, estaba sentado.
Avancé por el suelo frio con la mirada escondida en mis pies descalzos. Cuando finalmente estuve lo suficientemente cerca y me atreví a mirarlo a los ojos, bajo la tenue luz blanca de la lámpara, pude ver una sonrisa burlona que adornaba su rostro.
— ¿Está riéndose de mí, señor Kahler? —Pregunté, sintiendo como las mejillas me ardían.
—En lo absoluto, sin embargo, no es lo apropiado para la cena que tendremos en, —Observó a través del reloj que brillaba en su muñeca—, quince minutos.
— ¿Cena? Yo pensé que...
— ¿Qué tendríamos sexo esta noche? —Negó levemente con la cabeza, mientras sonreía de aquella forma tan particular que solo él sabía hacerlo—. Acércate.
Observando como las calles de Sídney se convertían en una hermosa ciudad cristal bajo la lluvia que no cesaba, recordé lo que me dijo una vez que me pidió que me sentara junto a él.
—Este será tu hogar Ariel. —La manera en como mi nombre saboreaba sus labios, me erizo la piel de mis brazos—. Puedes andar por el con toda libertad que desees. No te sorprendas si te encuentras con una mujer parlanchina merodeando por la cocina, es Alma, la encargada de mantener todo en perfecto estado. —Mis ojos, se fijaron en la forma en como sus labios se movían mientras disparaba palabras que yo no estaba prestando demasiada atención—. No tengo problema con que entres y salgas del edificio, siempre y cuando yo no te necesite aquí, ¿de acuerdo?
Estaba tan absorta en como su mandíbula fuerte, firme y rasurada se movía que apenas y logré entender lo que decía, no obstante, asentí.
—Otra cosa, no quiero que tengas ningún tipo de comunicación, personal o telefónica con Graciela. —Dijo, con el entrecejo fruncido y sus ojos puestos sobre los míos.
—No puede pedirme eso, es mi madre. En algún momento...
—Te ha vendido a mí. ¿Entiendes eso? Le he ofrecido dinero y ella no ha dudado en aceptarlo, no creo que le importes tanto como tú quisieras. —Sentí como el corazón se me ponía cada vez más pequeño con sus palabras, apuñalaban y había tanta verdad en ello que dolía.
Volví a asentir.
— ¿Tienes alguna pregunta?
Negué tratando de evitarle la mirada, sin embargo, él la buscaba.
— ¿Segura?
— ¿Por qué yo?
— ¿Por qué tú, que? —Preguntó, observándome con la confusión que bailaba en su rostro.
— ¿Por qué me ha elegido a mí? Fácilmente usted podría tener a cualquier mujer sin la necesidad de pagar. —Una mueca de sonrisa adornaron sus labios después de mis palabras.
— ¿Qué te hace pensar que podría tener otra mujer con facilidad? —Cruzó sus manos que, colocando sus antebrazos por encima de sus rodillas, no dejaba de observarme.
— Creo que es un hombre exitoso. —Aparté la vista y la clavé en la punta de mis pies descalzos—. He visto sus diplomas colgados en la pared y, en las películas los hombres exitosos y millonarios tienen mujeres exuberantes a su lado.
— ¿Te crees tan poca cosa? —Preguntó y, tomándome por la barbilla, me obligó a mirarle.
— ¿Cree usted que lo soy?
—Cuando te quieras un poquito a ti misma, tal vez podríamos hablarlo
Sin más, después de ello, me envió a cambiarme de ropa por algo más adecuado y unos minutos después, bajé a la mesa.
Una cena servida y rosas rojas en medio de ella.
La noche transcurrió sin prisas, lo mismo que la cena. El color avellana de sus ojos eran tan imponente, que no dudaba en hacerme sentir pequeña y vulnerable al otro lado de la mesa. No dejaba de observarme y no podría descifrar esa expresión en su rostro mientras lo hacía. No sabía si era lastima o estaba tratando de ponerme incomoda, de cualquier forma, yo trataba a toda costa de evitarla.
Al día siguiente, cuando amaneció, no hubo rastros de él. Solo una pequeña nota en un diminuto papel blanco que yacía sobre la mesa.
Sentí una opresión en el pecho, o tal vez fue mi corazón que con frenesí, palpitaba dentro de mi caja torácica al ser consciente de que había entrado a mi habitación y me había visto dormir.
«Buenos días para cuando leas esto. He tenido que dejar la ciudad por muy poco tiempo. Te he dejado una tarjeta de crédito a tu disposición, para que puedas usarla en lo que quieras. Sé que no ha sido de tu agrado la ropa que he elegido para ti»
Máximo Kahler.
Me temblaron las piernas y tal vez el corazón me dejó de latir por un instante. Me sentí sofocada y aliviada, y exhausta y emocionada. Nunca nadie me había tratado como si yo significara algo, algo más que la Ariel desabrida y desaliñada.
Desde aquella noche, hasta esta, habían transcurrido catorce lunas desde que se había marchado.
Alma, una mujer de edad avanzada y muy cariñosa, quien me había hecho compañía durante las dos últimas semanas, me sorprendió sola en la amplia estancia, con un vaso de leche y un par de galletas.
—Gracias Almita. —Le sonreí, ella simplemente se limitó a asentir y desapareció al instante.
Sídney lucia afable y compasiva a través de los grandes ventanales, apenas y las gotas de lluvia pinchaban el cristal, difuminando las luces de los altos edificio de enfrente.
Al otro extremo del ático, pude observar como el timbre verde encima del elevador se ilumina, alguien estaba subiendo.
Por un instante, y con el corazón latiéndome en la garganta, creí que se trataría del señor Kahler, sin embargo, la sorpresa me abofeteó cuando las puertas del elevador se abrieron y Graciela estaba en medio de ellas.
Se me hundió el estómago al verla. Lucia desgastada y por la expresión en sus ojos inyectados de sangre, estaba consumida en alcohol. Una sonrisa adornó su rostro, y sin preguntar, la vi caminar a través del vestíbulo, sin perderse detalle de cada espacio y rincón, estaba alucinada.
—Hola, hijita. —Habló, enfatizando en la última palabra.
— ¿Qué haces aquí? —Pregunté, pretendiendo que su presencia no me afectara en lo absoluto, nos obstante, sabía que estaba fallando en el intento.
—Sabía que este tipo estaba podrido en dinero, pero no creí que tanto. —Se acercó al estante de madera lleno de diferentes botellas de alcohol, acariciándolas con el filo de sus uñas—. ¿No vas a ofrecerme algo de beber?
—No puedes estar aquí, Graciela. —Arranqué las palabras de mi garganta con mucha fuerza y mi tono, le causó furor.
— ¿Graciela? —En pasos largos y rápidos se acercó hasta mí, clavando sus uñas en mi antebrazo—. Te recuerdo que soy tu madre, y todo esto, me lo debes a mí.
—Me estas lastimando. —Sollocé, tratando de zafarme de su agarre.
—Tienes un segundo para soltarla o juro por Dios, que vas a arrepentirte.
Me estremecí, y no supe si fue por el estruendo de la voz de Máximo o por la advertencia que disparaban sus ojos al mirarle. Dos hombres trajeados a su lado, permanecían alertados ante cualquier orden que el escupiera de sus labios, sin embargo, optó por esperar que Graciela me soltara.
—Esa es una buena elección. —Soltó profundo y apaciguado—. Lárgate, y espero no tener que aclararte que no quiero que te acerques a ella nunca más.
Antes de que pudiera decir algo, e incluso oponerse, uno de los hombres altos al lado de Máximo, la tomó por el brazo y la llevó casi a empujones hasta el elevador. Sus ojos se infundieron en los míos antes de que las puertas se cerraran, irradiaban algo más que rabia.
Una vez que estuvimos solos, uno frente al otro, dejé salir todo el aire que estuve conteniendo durante la escena.
Lucia impresionantemente guapo. Bajo sus caderas se colgaba un pantalón de lino y su torso estaba cubierto por una camisa oliva arremangada hasta los codos, con el primer botón suelto. Su cabello era una mata ligeramente alborotada que caía encima de su frente.
—Hola, Ariel. —Pronunció en una melodía suave y cariñosa. No obstante, su mirada estaba cargada de rabia. Era una mezcla de sentimientos inconexos que se dibujaban en su expresión.
—Hola. —Pronuncié tan bajito que dudaba que pudiera escucharme.
Sus ojos, cálidos y efervescentes, se agudizaron en las marcas que habían quedado en mi brazo. Con un fuerte respiro, me busco la mirada.
— ¿Te encuentras bien? ¿Te hizo daño?
Negué muy por debajo de ofrecerle la mía
—Mírame y respóndeme con palabras cuando te hablo. —Exigió y yo obedecí.
—No, estoy bien.
—De acuerdo. —Asintió y observó por encima de su hombro. Tal gesto, hizo que el hombre a su lado, desapareciera a través del elevador—. Voy a ducharme, en quince minutos sube a mi habitación, recuperaremos el tiempo perdido.
Sentí mi corazón colapsarse dentro de mi pecho. Finalmente iba a tomarme como suya, pensé sintiendo como me faltaba el aire.
Conté cada segundo y minuto que marcaba la aguja del reloj encima del elevador. Las manos me sudaban y temblaban en el proceso. Cuando finalmente marcaron los quince minutos prolongados, subí a la planta de arriba, avanzando por el amplio pasillo, mientras más cerca me encontraba, mis pasos eran más reducidos.
Cuando finalmente llegué, la puerta estaba entre abierta y por el reducido espacio, pude verlo de espaldas al otro extremo de la habitación, con las luces apagadas y una toalla blanca que colgaba sobre sus caderas y pese a la poca iluminación, pude ver como su espalda aún se encontraba húmeda.
—Me interesa el negocio, ponte en contacto con los proveedores. —Lo escuché decir a través de la línea telefónica cuando con sigilo, me adentré a la habitación—. Adelante.
La sensación vertiginosa que me provocó cuando se giró sobre sí mismo y pude tener una mejor expectativa de su musculatura, se me había secado la boca. Tenía un cuerpo perfectamente trabajado y una delgada fila de vello crecía en su vientre plano, perdiéndose bajo la toalla.
—Cierra la boca, Ariel. —Pronunció gracioso y se perdió a través de las puertas de un impresionante closet.
Se tomó unos buenos minutos detrás de las puertas y apareció poco después vestido informalmente, pasando una toalla por las hebras mojadas de su cabello.
—Ponte cómoda. —Me guió hacia el sofá.
Se sentó a mi lado y me observó por unos buenos segundos, sentí que su mirada se hizo eterna sobre mí.
—He arreglado todo para que dentro de un par de semanas comiences la universidad, necesitas prepararte para la vida. Mientras tanto, tomaras clase de manejo por las mañanas mientras yo me encuentro en la oficina, almorzaras conmigo y las tardes puedes usarlas para lo que quieras, pero a la hora de la cena, te quiero en mi mesa.
—Supongo que no puedo objetar.
—Supones bien. —Soltó con voz profunda, sin dejar de intimidarme—. Puedes retirarte.
— ¿Así, sin más? —Pregunté, sosteniéndole la mirada.
—Así sin más, Ariel.
—Es usted impredecible, señor Kahler.
—Y otras cuantas cosas más, pero tenemos el tiempo suficiente para que las conozcas. —Me guiño, tendiéndome la mano hacia la puerta.
❁❁❁
Espero les haya gustado y me dejen una estrellita y un comentario de lo que les pareció. ¡Me haría muy feliz!
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