L47.05
1
En menos de tres meses, toda vida en nuestro sistema solar acabará.
El apocalipsis fue predicho hace miles de años, pero la falta de atención a dicho problema hizo que llegara en un abrir y cerrar de ojos. Como toda civilización arrogante en el espacio, olvidamos nuestra propia mortalidad —aquella que tanto nos hizo odiar a los anunnaki al punto de destruir su hogar para luego esclavizarlos— y ahora nuestra salvación está en juego.
En menos de tres meses, nuestro sol estallará y solo unos cuantos podrán escapar del planeta. Quiénes se salvarán y quiénes no depende del resultado de la guerra que se desarrolla en este momento.
Nakshatr —nuestro planeta— está gobernado por dos especies: los dev'kasona, aquellos que controlan el metal, y los rak'tara, aquellos que controlamos la sangre. Los conflictos entre ambas especies llevan siglos cultivándose, pero la inminente presencia del apocalipsis los ha agravado irremediablemente. Parte de la supervivencia de una especie yace en el orgullo que siente por los suyos, y por más que los rak'tarí y dev'kaní hemos convivido pacíficamente a lo largo de nuestra historia, siempre ha existido una rivalidad tácita que en estos tiempos nadie intenta ocultar.
Puede que pienses que ambas especies somos demasiado orgullosas como para aliarnos en estos momentos, donde un esfuerzo conjunto garantizaría la supervivencia de la mayoría, pero no es así. Nuestro planeta entero está energizado por el purvitara, pedazos de estrella que cayeron mucho antes de que los primeros habitantes de nuestro planeta aparecieran, un material de difícil extracción.
De acuerdo con las estadísticas del gobierno nakshartiano, extraer el purvitara necesario para sacar a la población tomará alrededor de dos décadas. Además de esto, las reservas de purvitara —aquellas saqueadas por los anunnaki hace un lustro— de ambas especies alcanzan tan sólo para salvar a un cuarto de la población del planeta, lo cual significa una pérdida masiva de vidas. Suponiendo que en Nakshatr la población de rak'tarí y dev'kaní es cincuenta-cincuenta, esto significaría la pérdida de 7/8 de la población de cada especie. Esto es una cantidad enorme y, como dije anteriormente, la supervivencia de una especie yace en el orgullo que siente por sus iguales.
Ni los rak'tarí ni los dev'kaní están dispuestos a aceptar este futuro cuando pueden crear uno en el que el 25% que se salve pertenezca a su especie.
Llevamos medio año en guerra y nuestro futuro sigue igual de incierto. Se han perdido muchas vidas en ambos bandos —entre soldados, mineros, civiles y políticos—, pero ese es un pequeño sacrificio para un bien mayor. Mi esposo está al frente, dirigiendo la flotilla que yo lideraría de no ser por mi embarazo. Mientras mi esposo mantiene la fe de los rak'tarí al derrotar a las tropas enemigas, yo mantengo la fe en mi casa, asegurándole a nuestros dos hijos que su padre regresará pronto y que todos saldremos de Nakshatr juntos para encontrar un nuevo hogar.
No tienen idea de lo incierta que es esa promesa.
* * *
2
Nuestros hijos son apenas unos niños.
El mayor —Vaada— tiene cinco años y la pequeña —Aasha— tres y medio. No entienden lo que es la guerra, sólo el hecho de que el mundo está en caos y que Kaanta, su papá, está lejos para poder mantenerlos a salvo. La comunicación se ha perdido en su mayoría debido a los cortes en el sistema de electricidad —energía que se ha dedicado a alimentar la nave que nos sacará de Nakshatr—, pero al formar parte de la milicia rak'tarí, tengo acceso a unos dispositivos terrestres exclusivos —recolectados en una misión de reconocimiento— que me permiten obtener información de Kaanta, aunque yo no pueda comunicarme con él.
Esta comunicación, por supuesto, es escaza y aleatoria. A veces se comunica dos veces al día; otras, una vez cada dos semanas. Como alguien que ha vivido las desgracias de la guerra me es difícil comprenderlo, pero no es algo que unos infantes puedan comprender fácilmente.
Después de pasar todo el día cuidándolos y buscando cosas nuevas con las cuales entretenerlos, finalmente solo quedo yo despierta. Vivimos en un refugio junto a otros rak'tarí. Debido a mi profesión y mi embarazo, tenemos una habitación solo para nosotros.
La ansiedad de la guerra y el desequilibrio del embarazo impiden que pueda dormir cómodamente, por lo que mientras los niños se divierten en la tierra de los sueños, yo juego con el dispositivo esperando noticias de Kaanta. Llevamos casi dos semanas sin saber de él, pero nunca pasa más de eso sin darnos alguna señal. El pequeño en mi interior me hace extrañarlo aún más, anhelando escuchar su voz para calmarnos a ambos.
La radio —como la llaman los terrestres— sólo capta señales dentro de Nakshatr, pero de vez en cuando —principalmente cuando una nave ter'itense orbita cerca— su alcance aumenta considerablemente y se entrelaza con radios de cualquier otra zona del universo donde se encuentre una nave ter'itense.
Mientras cambio de canal en canal, finalmente una música alegre e irritante me hace detener el movimiento de mi dedo, dejando una estación titulada L47.05. Me quedo escuchando un rato el horripilante sonido hasta que se desvanece, dando lugar a una voz que alegremente dice:
¡Buenos días, Seattle! Estamos a veinticuatro de noviembre,
exactamente a un mes de que inicie la Navidad.
Reconozco que están hablando uno de los tantos idiomas terrestres —les gusta complicarse la vida, teniendo infinidad de ellos en lugar de decidirse por uno solo—. Como estoy aburrida y los niños dormidos, me permito escuchar lo que tienen que decir.
Hay muchas que no comprendo —como quién es la Virgen María, qué es una paloma o dónde está Belén—, pero eso no me impide entender el motivo de dicha celebración. Amor, esperanza, paz, tranquilidad, gratitud... todo eso es importante para los terrícolas, al parecer, aunque no es lo que vi cuando visité el planeta. No puedo evitar preguntarme cuántas cosas han cambiado desde esa vez, si los anunnaki han logrado encontrar un hogar con ellos, y si tal vez vuelvan a poner esa música irritante que me hizo fijarme en la estación de radio en primer lugar.
Antes de que me de cuenta, el canto de las nondrinas capta mi atención y reparo en que ha amanecido. Pasos y voces provienen de afuera mientras los rak'tarí inician su día con las actividades que nos han sido asignadas en el refugio. Estar embarazada tiene sus privilegios, por lo que mis servicios no son requeridos más que para alimentar y cuidar de mis hijos.
La señal de radio se pierde y la habitación queda sumida en silencio a excepción de los pequeños ronquidos de mis hijos. Cuidar de ellos era el fuerte de Kaanta y me siento pequeña durante su ausencia. Si fuese yo quien estuviera al frente, liderando a los rak'tarí en defensa de nuestra salvación, él habría encontrado el modo de entretenerlos y hacer que mantengan fe en que saldremos vivos de esta.
Una pequeña llama se enciende dentro de mí, pero no es hasta días después, mientras veo a una madre y sus nietos quebrándose ante la noticia del fallecimiento de su hijo, que nuestra realidad me golpea.
Amor, paz, tranquilidad y gratitud. Es eso lo que quiero para mis hijos en estos tiempos de guerra y sólo se me ocurre una forma de poder dárselos.
* * *
3
Nunca más volví a conectar con la L47.05. Como dije, la mayoría de las veces estas señales captadas a larga distancia se deben a la cercanía de una nave ter'itense, pero como los nómadas que son, tan sólo hay unas cuantas horas antes de que se muevan y la señal se pierda.
He pasado varios días inventando historias sobre la Navidad, recordando lo que mencionaban sobre San Nicolás y la forma en la que las familias terrícolas festejan dicha fecha, pero no es suficiente.
—¿Crees que San Nicolás venga hasta acá? —pregunta Vaada mientras Aasha lo mira confundida, aun asimilando quién es San Nicolás y qué es navividad, de acuerdo con ella.
—No creo que los renos puedan sobrevivir sin oxígeno —respondo calmadamente mientras cepillo el pelo de Aasha con mis dedos.
—¿Renos?
—Animales terrícolas. Ven, te mostraré una foto.
Las historias captan la atención de mis hijos y no tardan en contárselas a otros niños. En un abrir y cerrar de ojos, todos los niños del refugio no dejan de hablar sobre lo entusiasmados que están por la llegada de la Navidad y de San Nicolás.
Puede que las cosas se me salieran un poco de las manos, pero tal vez es esto lo que necesito para distraerme mientras nuestro futuro se decide.
Ya antes mencioné que formo parte de la milicia rak'tarí, en un puesto importante que le fue dado a Kaanta debido a su embarazo, por lo que tengo acceso a más privilegios que el resto. Uno de estos privilegios incluye poder abandonar el refugio para iniciar con mi misión.
Tras dejar encargados a mis hijos con Pyaar y de convencer a Parishramee de dejarme salir, me escabullo fuera del refugio en mi búsqueda por los elementos que me permitan darle la Navidad que tanto esperan mis hijos y el resto de los niños rak'tarí.
Un árbol, luces, adornos y una estrella son lo que necesito para poder proporcionárselos. Tampoco ayuda que ahora tenga que preparar varios regalos para los demás niños, pero al mismo tiempo es algo que me da un propósito a parte de ser una mujer embarazada en plena guerra.
Armada y cuidadosa, recorro varios lugares de la ciudad en busca de lo que necesito. A veces me encuentro con los horrores de la guerra; a veces, me encuentro buscando los horrores de la guerra, pero el pequeño en mi vientre me recuerda mis prioridades.
De poco en poco, voy recolectando lo esencial.
Sé que un árbol es una forma de flora humana de tamaño grande, por lo que recolecto varias rakt'pushp para formarlo. No sé de qué parte del universo me estés leyendo, pero las rakt'pushp son flores de sangre. Puesto que los rak'tarí controlamos la sangre, estas flores son extensiones de nosotros, utilizadas para construir ciertas cosas como un árbol, en este caso.
No sé qué es una esfera de Navidad, sólo que las esferas son redondas y que deben poder colgarse del árbol de Navidad —al cual he bautizado como rakt'janm—, por lo que recolecto varios caparazones de shankh —animales similares a la tortuga terrestre que cambian de caparazón cada cien años— y los coloco en el rakt'janm.
La estación de radio mencionó que el rakt'janm se decora también con tiras de luces, por lo que coloco una trampa para atrapar la mayor cantidad de pankh que pueda —animales alados luminiscentes, del tamaño de una mano promedio—. Tras desplumar a los pankh, manipulo el rakt'janm para que sostenga las plumas de una forma más o menos estética. Cuando recuerdo que a los niños no les gusta lo estético, sino lo mágico, agrego aún más.
Por último están los adornos. Puesto que desconozco los adornos típicos de la Navidad que ocupan los terrestres, recolecto la mayor cantidad de artesanías rak'tarí que encuentro y los coloco en un círculo a los pies del rakt'janm.
Dos semanas antes de que inicie nuestra primera Navidad, el rakt'janm se encuentra en el área común del refugio y los niños no dejan de jugar con él.
Por primera vez desde que empezó la guerra, el ambiente en el refugio huele a paz.
* * *
4
La guerra, por supuesto, no tiene descanso.
En un giro de eventos, los dev'kaní incrementaron su fuerza y se han perdido varios escuadrones rak'tarí. Kaanta, por suerte, está sano y salvo, pero apenas y se ha comunicado una vez en lo que va del mes. Los niños lo extrañan, mientras que más familias del refugio se derrumban ante la muerte de sus familiares.
El rakt'janm ya no sólo está adornado con esferas y luces, sino también con cartas a los difuntos y sus pertenencias. La leyenda dice que emergimos de la rakt'pushp, por lo que no es de sorprender que el rakt'janm se haya convertido tanto en un altar como en un santuario.
Al rakt'janm le hace falta su estrella, por lo que a pesar de las advertencias de Parishramee, sigo saliendo en busca de algo que haga de ella.
Últimamente ha habido ataques cerca, por lo que es más difícil y peligroso desplazarse por la ciudad. Lo que alguna vez construimos se ha perdido y Nakshatr ya no es lo que solía ser. No sé si ser irreconocible es un mejor destino que desaparecer por completo cuando nuestro sol explote.
Hoy, por primera vez en meses, vuelvo a encontrarme con un grupo de dev'kanís.
Están descansando a unos cuantos metros. Su control sobre los metales los vuelve peligrosos. Ellos, al contrario de nosotros, no necesitan entrar en contacto con sona, el metal, para poder controlarlo. A larga distancia son letales, pero en un campo de batalla donde la sangre abunda, una rak'tarí experimentada como yo tiene la ventaja.
De un solo movimiento la navaja corta mi piel y el poder de rakt, mi sangre, emerge. Se mueve silenciosa por el suelo, absorbiendo la sangre derramada a su paso hasta que se convierte en un río. Nuestra sangre, para los dev'kaní, es venenosa, por lo que convertir ese río en varias serpientes que encajan sus colmillos en ellos es suficiente para tenerlos en el piso.
Rakt regresa a mí y me acerco a ellos silenciosa, esperando que en sus últimos momentos me puedan proveer de información valiosa. Balbucean y se estremecen, ojos perdidos en el cielo verde de Nakshatr, pero ni siquiera el dolor de su cuerpo incendiándose por dentro es suficiente para que respondan mis preguntas.
Mis hijos, mi esposa, mis padres...
Repiten una y otra vez hasta que sus cuerpos son reclamados por Shaanti, la diosa rak'tarí de la muerte.
Me disculpo con Shaanti antes de proceder a revisar las pertenencias de los soldados sin encontrar algo que pueda ser de utilidad para la milicia. Lo único que encuentro son fotografías, cartas y varios sellos hechos de sona, aquellos que simbolizan una promesa. Su forma me recuerda a las esferas del rakt'janm.
Por mi mente cruza el cómo se verían si estuvieran ahí colgadas, pero finalmente las dejo junto a sus cuerpos y me disculpo con Shaanti una última vez antes de irme.
* * *
5
Mis salidas siguientes vuelven a ser iguales. No es raro encontrarme con dev'kanís en mis expediciones, pero todas llegan al mismo resultado que el anterior. Mi supremacía sobre los dev'kaní me hace preguntarme qué tan distinto sería todo si fuese yo la que estuviera al frente dirigiendo a las tropas.
En lugar de buscar una estrella para el rakt'janm, estaría en una nave con mi familia escapando al sistema solar más cercano.
Sigo buscando entre las pertenencias de los dev'kanís algo que me permita proporcionar información a la milicia para que la victoria esté de nuestro lado, pero no logro encontrar nada. En momentos de guerra, es fácil olvidar que el enemigo también tiene motivos para salir victorioso, y es algo que aprendo cuando veo todos los sellos que traen consigo.
Me pregunto si el embarazo me ha hecho más sensible a cosas que antes no me importaban.
Esa sensibilidad no impide que siga asesinando dev'kaní en nombre de los soldados rak'tarí que asesinaron, o que siga buscando información en sus cuerpos.
Shaanti es una diosa celosa, a la que no le gusta que sus pertenencias sean tocadas después de que forman parte de ella, por lo que los funerales rak'tarí implican cargar el cuerpo con rakt'pushp y enterrarlo en ellos. Que mis manos toquen un cuerpo que es de su propiedad, aunque sea enemigo, es un pecado y es algo que pronto recuerdo.
Falta una semana para Navidad y Kaanta ha muerto en un ataque a las minas que estaba protegiendo. Mineros y soldados, tanto rak'tarís como dev'kanís, perdieron su vida en el suceso. No sólo eso: al ser una mina importante, el ataque ha provocado que la cantidad de personas que se puedan salvar bajara a un quinto.
El refugio es un caos.
Nadie sabe quién va a lograr salir de Nakshatr y quién no. Varios han perdido la esperanza e incluso se han entregado a Shaanti voluntariamente.
Mis hijos están en la oscuridad con respecto a Kaanta y prefiero mantenerlo así por lo menos hasta después de Navidad, aunque mi rakt no cree soportarlo cuando Aasha me pide que le ayude a escribir su carta a San Nicolás, pidiéndole por el regreso de su papá.
Me hace falta la estrella y los regalos para los niños.
Eso es lo único que me hace seguir adelante.
* * *
6
Mañana es Navidad y estoy en mi última expedición.
Las cosas se han calmado para los rak'tarí y son ahora los dev'kaní quienes están luchando por mantenerse a salvo. Nuestro refugio ha sido elegido para abordar la nave, por lo que tan pronto como proclamemos victoria sobre los dev'kaní, podremos abandonar Nakshatr y empezar una nueva vida.
Con la ciudad destruida, es mucho más complicado encontrar cosas útiles para la estrella y los regalos. Mi embarazo está avanzado, así que eso también explica mi falta de energía. Consigo encontrar unos juguetes rak'tarí que no están tan dañados a comparación de otros y los guardo en una bolsa para llevarlos de regreso.
Apenas camino unas cuantas calles, avisto a un soldado dev'kaní que a duras penas se cojea.
De un solo movimiento la navaja corta mi piel y el poder de rakt, mi sangre, emerge. Se mueve silenciosa por el suelo, absorbiendo la sangre derramada a su paso hasta que se convierte en un río. Nuestra sangre, para los dev'kaní, es venenosa, por lo que convertir ese río en una araña que encaja sus colmillos en ellos es suficiente para tenerlos en el piso.
Esta vez, sin embargo, la araña se detiene antes de llegar a él.
Su aspecto me da lástima y no puedo evitar preguntarme si Kaanta se vio así en sus últimos momentos. Me quedo sumida en mis pensamientos hasta que el hombre cae al suelo.
Tomo mi tiempo para acercarme a él, arrodillándome a su lado.
—Sólo hazlo —dice él en una voz temblorosa y cansada, viendo de reojo a la araña de rakt que se aproxima a su rostro.
Su mano sostiene un sello de sano con la fuerza que le queda.
—¿Quién te lo dio?
—Mi hija.
—Estará feliz al verte de nuevo.
—Está muerta —dice resignado—. Todos están muertos.
Todos están muertos. Shaanti los ha aceptado bajo su velo.
—¿Cuál es tu nombre?
— Meenaar. —Tose sangre—. ¿Necesitas mi nombre para acabar con mi sufrimiento? Sólo hazlo y ya.
—No. —Un pensamiento que llevaba tiempo cultivándose en mi interior por fin florece. Esta guerra es inútil, provocada únicamente por el ego. ¿Qué fin tenía garantizar la supervivencia de un cuarto de la población de nuestra especia, si la guerra hizo que se perdieran más vidas?—. Nadie tiene derecho a decidir qué vida vale más que la otra. Lamento lo de tu hija y los demás seres que perdiste.
El dev'kaní ríe amargamente y me siento avergonzada. Estoy a punto de reclamarle cuando una punzada me hace gritar y caer al suelo.
Las contracciones comienzan en el peor momento posible. Estoy desprotegida y cansada, el momento perfecto para que el dev'kaní que se hace llamar Meenaar me ataque. Rakt sigue afuera de mí, pero es difícil sentirlo cuando las contracciones se llevan toda mi atención.
Necesito vivir por mis hijos.
—Respira —indica Meenaar, arrodillándose a mi lado—. Sólo respira.
Toma mi mano y me guía mientras doy a luz a mi tercer hijo, a quien decido llamar Shuruaat.
Cuando tengo a Shuruaat en mis brazos, no puedo evitar darme cuenta de que rakt ha vuelto a mí y el dev'kaní no está utilizando sona en mí. Ninguno dice nada, pero creo que los dos comprendemos lo absurdo de esto.
Estiro mi mano y, cuando mis dedos entran en contacto con su sangre, despierto el rakt en su interior para sanar sus heridas.
No dice gracias. Saca de su mochila un pedazo de purvitara y me lo entrega.
—Ahora estamos a mano.
Es la estrella que necesitaba para el rakt'janm, la pieza faltante para festejar nuestra primera y última Navidad en Nakshatr. Me pregunto si las cosas hubieran sido diferentes si hubiésemos sabido de la Navidad desde antes, o si los rak'tarí y dev'kaní nacimos para destruirnos los unos a los otros.
Sea como sea, no estoy dispuesta a aceptar ese destino cuando puedo crear uno en el que aunque sea unos cuantos dev'kaní puedan tener la misma oportunidad que los demás para sobrevivir.
Mis ojos se fijan en los de Meenaar y un brillo aparece en ellos.
Vuelvo a despertar a rakt en su interior y tras unos cuantos ajustes poco éticos en nuestra especie, tengo la garantía de que podrá vivir lo suficiente como para ver un nuevo mundo.
* * *
7
Hoy es Navidad.
El pedazo de purvitara adorna la punta del rakt'janm de manera magnífica, mientras que los niños dan grititos de felicidad mientras abren sus regalos.
Vaada y Aasha reciben con gran alegría a Shuruaat, pero lo que hace que estallen en llanto es cuando Kaanta aparece frente a ellos, lastimado tras el fatídico accidente en la mina que casi le arrebata la vida.
Meenaar me dedica una mirada cómplice mientras sus ojos se llenan de lágrimas. Puede que haya perdido a su hija, pero bajo la apariencia de Kaanta, mi difunto esposo, no le hará falta alguien que lo vea con admiración en sus ojos.
Amor, esperanza, paz, tranquilidad, gratitud... todo eso es importante para los terrícolas, al parecer, y me gustaría que de ahora en adelante, así lo sea para nosotros.
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