[ O r i g e n e s - (V) : M ó n i c a ]
Hay personas que, pese a todos sus esfuerzos, jamás lograrán sentir que encajan en este mundo. Son seres sumamente aislados y alienados, que se encuentran entre grandes grupos de esferas. Son, por así decirlo, aquel recordatorio de que ninguno es perfecto. Sirven para ideales narcisistas sobre la imperfección, o el pensamiento de que se puede evitar ser como ellos. Es extrañamente egoísta la razón por la cual, de manera notoria, estas personas son aceptadas. Miras detenidamente y pueden causarte repelús. Es algo que inequívocamente ocurre con este tipo de personas. Es, por así decirlo, ciertamente una maldición con la cual ellos deben de vivir constantemente, sin embargo, sigue sin ser, exactamente, algo que deba de ser cambiado.
Usualmente hay pequeños individuos que dejan de mirar por si mismos, del colectivo, que dan una vuelta y notan la presencia de estos seres extraños. Es curioso que aquello ocurra, no obstante, facilita demasiado la inclusión de esa raza humana misteriosa, ante el colectivo. Si sale bien, surgen grandes genios que son alabados por las masas, en caso contrario, serán simples egocéntricos con rencor fungido en sus propios ideales. Usualmente no se perturba a este tipo de personas por su naturaleza.
Distantes, marginados y rencorosos, definen perfectamente a estos seres que habitan en las sombras. Todos ellos, buscando constantemente no ser reconocidos, de manera que niegan, fervientemente, la posibilidad de una mejora. Este tipo de personas, pese a lo ya descrito, no son para nada extrañas de encontrar. Me atrevería a decir inclusive que es mucho más frecuente su presencia en el día a día de la gente de lo que creen. Hoy voy a hablaros de alguien así, quien entró al mundo de la gente normal y terminó siendo aún peor para ella que para el resto.
Mónica. Ese era el nombre de aquella persona. Salió hace poco de la facultad de psicología, tras un tortuoso proceso terapéutico en donde afirmaba haber visto seres extraños, de varios ojos, que habitaban en cada uno de nosotros. Aquello no hizo sino alertar a quienes quisieran acercarse a ella. Siempre se busca advertir de aquellos seres iracundos al colectivo, por mera protección o miedo de que esas ideas irreales sean diluidas entre la población común. Mónica no podía dormir bien, e inclusive su aspecto era, por así decirlo, deplorable en apariencia.
Era, en términos simples, como si toda la humanidad que hubiera acarreado, la estuviera consumiendo lentamente, pues era la más frágil en apariencia. Su piel estaba ennegrecida de una forma antinatural, pues no era un tono por mucho pigmento o falta del mismo, era un tono más cadavérico. Esto fue notado de sobremanera, pues cuando veían su identificación, su tono era un poco más vivo, más alegre, e inclusive en su semblante, había un poco más de esperanza.
No era la misma persona, en esencia. Esto logró alertar un poco a los pacientes, aunque ella mostraba bastante calma al momento de relacionarse con los mismos. Pudo ayudar a bastantes personas, y eso se le atribuye a su naturalidad para dirigirse con las personas de forma calmada. Sus enormes lentes que mostraban ojos distorsionados hacían que aquella imagen de marginación se acrecentara mucho más, aunque pretenda restarle algo de valor a ello. Algo que era notorio para los demás psicólogos del hospital en el cual trabajaba era que en su consultorio había muy fuertemente un hedor de éter. Este mismo hedor, junto al de otras sustancias, se encontraba en restos o residuos del cuerpo de la misma Mónica, quien no se atrevía en lo más mínimo a mediar palabra sobre ello.
Cuando había pacientes, disfrazaba el hedor desagradable con alguna fragancia o desodorante. En algunos casos, por lo fuerte de las mezclas nauseabundas, los pacientes se les hacía inaguantable el hedor, aunque ella justificaba esa pestilencia con el aroma general del hospital. Era creíble aquella coartada pues era un lugar sumamente sucio para el beneficio humano. Esto mismo ocasionó que en muchas ocasiones pudiera serle de mayor facilidad lograr ocultar sus "maravillosos" experimentos. Ahora bien, no se ha mencionado mucho sobre la opinión de los encargados de otras áreas. Quizá fue porque sus testimonios quedaron perdidos o en el anonimato, o tal vez la rutina de la medicina es tan apabullante que era prácticamente un milagro siquiera salir de ella para tomar una bocanada de aire limpio. La constancia ante la rutina puede volverse desagradable para cualquiera, pero para Mónica, era una oportunidad.
Reconocer la rutina de los demás te hace más inteligente, porque te da espacio para poderte maniobrar entre ella, manejándote como un mosquito sediento de sangre entre humanos sucios e ignorantes. Para ella, después de su experiencia con la corona que parecía más un anillo, ver el cielo rojizo y notar que una criatura estaba en ese mundo, cual fuera su razón, le causaba un enorme temor que no pudiera estar preparada para comprender su rareza. Siempre, como humanos, buscamos la comprensión absoluta de las cosas. Comprender la ciencia y sus fundamentos, comprender la humanidad y su razón de existir, comprender la anatomía y la fisiología, comprender el lenguaje y el porqué de sus caracteres, comprender el mundo y su misteriosa capacidad para hacernos sentir aun más pequeños que una ameba, que complementando, hace que busquemos comprender las estrellas y el cosmos vasto que se encuentra afuera de nuestro cuerpo cósmico.
Es, por así decirlo, el intento barato de un humano por tratar de ser la especie dominante, solo por su temor a recordar que no pertenece a ningún lugar. Es lo suficientemente inteligente para no ser un animal, pero demasiado primitivo para pertenecer a algo más allá de la atmosfera. Su estancamiento eterno le obliga a odiarse a si mismo y odiar todo, buscando trascender, aunque al final sea igual que todo. Esto mismo pensaba Mónica, sintiéndose especial por creer que las cosas eran diferentes, pero su naturaleza humana era la misma. Un ser que buscaba ser una con las estrellas, tras notar que aquello que nos hace sentir observados no es mera paranoia, sino algo más. Se sentía como una criatura completamente ajena a las usanzas contemporáneas, dependiendo de prácticas antiquísimas, que solo causaban impregnación, enfermiza, de ideales fuera de lo usual.
Mónica, en uno de sus tantos intentos por trascender, dejar de lado su humanidad para intentar ser una con las estrellas, dio con quizá la maldición que la tendría postrada mucho tiempo en experimentos extraños. Esta misma se trataba de los restos de las criaturas que pudo ver con la corona anillada. Este enorme aro, con espinas invisibles y tentáculos que perforaban sus ojos podía hacerle posible ver entre eternos vacíos. Y al postrarlo de nueva cuenta en su cabeza y sentir la sangre fluyendo por sus ojos, descubrió cosas que posiblemente jamás debió notar. Y fue que, al final de todo, era perseguida por seres fuera de su comprensión. Raíces que se movían cual serpiente en paredes. Seres similares a gusanos que flotaban en su consultorio, sosteniéndose del viento y aspirando bocanadas aireadas, con esas pequeñas pero horridas fauces, siguiendo su curso.
Este re encuentro con aquellos seres que le privaron eternamente del sueño humano promedio, de lograr dormir cómodamente, eran ahora sus sujetos de prueba. Intentó, en primera estancia, tocarlos y así comprender un poco su estructura superficial, siendo casi imposible tantearlos, pues eran sumamente escurridizos. Lo único que quedaba de ellos era una capa mucosa que mantenía impregnada en el cuerpo, en la piel, de Mónica. Esto mismo le hizo preguntarse sobre las propiedades de aquella baba. Sin embargo, aquello le fue resuelto rápidamente. Su cuerpo reaccionó ante la mucosa cósmica, sintiendo como esta misma se adhería, al punto en que causaba cierta comezón. Después, varios tentáculos emergían de manchas negruzcas que dejaba la baba de aquellas criaturas. Esto ciertamente hizo palidecer un poco a Mónica, pero no dejó que aquello la perturbara más de lo que, hasta entonces, había visto. Criaturas extrañas con esa corona que antes pensó que solo era un artilugio más, y la satisfacción de poder sobrevivir a todo ello quitándosela. La naturaleza misma del poder de la ignorancia. Lejano a todo ello, Mónica seguía sus propias normas al momento de intervenir en este mundo aparte.
La primera de ella era encerrarse en su consultorio, la segunda era estar a oscuras y con una luz tenue, pues la iluminación remarcada y fuerte podía perturbar a las criaturas de los alrededores. La tercera, y quizá la más extraña, era untarse la mucosidad en sus extremidades, para ver la aparición de estos tentáculos. Esto mismo era su ciclo de trabajo cuando no había pacientes. Encerrarse, apagar todas las luces, dejando solo una tenue iluminación, y restregar esos restos de las criaturas en su piel. Esto llegó al punto de que en varias ocasiones lo hizo sin nada de ropa. Se encerraba con llave y lustraba todo su cuerpo con esta mucosa de las criaturas flotantes. Inclusive se restregaba, cual perro con pulgas, contra las raíces rastreras de las paredes. Su intento por cambiar de forma era tan enfermizo que constantemente se le cuestionaba sobre su naturaleza.
Con el pasar del tiempo, esto no surgió nada en ella. De hecho parecía ser una perdida de recursos, hasta que algo en ella se sintió distinto a lo demás. Ya no se trataba solo de que sentía su piel más suave y desprendida de su carne que el resto de sus órganos o de su cuerpo, sino que este mismo comenzó a mutar de una forma un tanto peculiar. Lo primero que notó fue como es que ciertos huesos eran desprendidos de su interior y expuestos en sus costados, como si fueran alguna especie de extremidad a parte de sus brazos. Sus dedos comenzaron a ser más flexibles. Esto lo notó porque ya no le era sencillo tomar las cosas duras. Sus dedos eran casi de goma al momento de tomar frascos. Su cabello lentamente comenzó a caerse, su piel se hizo más traslucida y varios de sus músculos eran visibles. Tanta fue la malformación que tuvo que alejarse completamente de su trabajo y de todo aquél que la conociera, por temor a que su mutación pudiera perturbar lo que ya llevaba hasta entonces por logrado.
Esto mismo causó que se aislara más y más del ojo común y público, donde la mayoría de sus colegas se preguntaban que era lo que realmente había pasado. Esto mismo era prácticamente el resultado de sus malas elecciones como persona inteligente pero normativamente retraída de la normatividad. Ella ya no soportaba su miseria. Una de sus colegas, la cual solía visitar frecuentemente cuando comenzó a trabajar, la buscó en su hogar. Era un departamento, que era llamada casa por la propia Mónica, pues le daba vergüenza admitir que vivía en un lugar así, pues para ella era miserable, inclusive un símbolo de pobreza, por más ridículo y patético que aquello sonase. La propia colega de Mónica tocó varias veces a la puerta. Eran golpes constantes.
Esta misma, con mucha tranquilidad, aunque sentimiento de perturbación, se preguntaba si realmente ella estaba allí. Nadie dijo nada. Todo era un vacuo silencio, tan profundo que hacía que el ruido blanco fuera manifiesto en la cabeza de su colega. Ella solamente quería advertirle que, de no volver, perdería su empleo. Ella no respondió ante la amenaza de un posible destino malaventurado si seguía con aquella misteriosa búsqueda por algo desconocido por el humano. Esto mismo no resonó en lo más minúsculo. Fue entonces cuando, tras dictar aquella amenaza, que recibió una respuesta. En su departamento había una ventana pequeña, y esta fue golpeteada por dedos humanos. O al menos eso creía la pobre colega de Mónica. Esta, al escuchar eso, pudo tener esperanza en alguna respuesta. Sin embargo, ya posterior a ello, todo fue silencio. Fue entonces, que, por curiosidad, intentó abrir la puerta del departamento de Mónica.
Tras abrir la puerta, su curiosidad de disparó de forma alarmante. No había nadie, y un hedor a azufre estaba remarcado en el ambiente. Todo era un desastre absoluto, con varias envolturas de papas y de comida chatarra, refrescos ya carcomidos por las moscas, pútridos y repletos de moho. Inclusive había ropa sucia en el suelo, solo que esta parecía estar rota. La credencial de Mónica del hospital se encontraba cerca de esta ropa. El hedor seguía siendo insoportable y parecía que estaba aumentando más y más. Fue entonces, que desde las tinieblas, pudo ver con cierto desdén, que era lo que había habitado, hasta entonces, en aquella casa. Lo primero que notó la colega fueron manos deformes, con múltiples dedos en manos extensas, en extremidades delgadas, sumamente ennegrecidas y con varios ojos que postraban su mirada hacia ella. Un cuerpo deforme, con cavidades expuestas, que paseaban órganos como intestinos y un corazón brillante, con tentáculos o piernas destrozadas tras de él, eran los restos de Mónica. Su cabeza, que se encontraba de frente junto a las manos, era la misma de ella, solo que se veía más arrugada, y sus lentes estaban rotos, dejando expuestos un par de ojos perlados, no por lo brillantes, sino por lo pálidos y carentes de humanidad, sin iris ni pupilas. Su cabello eran apenas unos cuantos jirones y no había ya humanidad en su apariencia.
Entonces, con tranquilidad, Mónica le dijo a su colega algo que quedará completamente marcado en su cabeza. La voz de Mónica estaba distorsionada, pero se distinguía que era ella, por un tono sarcástico que ella tenía y la caracterizaba.
-Aquellas cosas. Aquellas cosas. Ahora soy parte de ellas. Tu no perteneces aquí, Reyna. No perteneces aquí ni en ningún lado. Lárgate de aquí. Lárgate y olvida lo que has visto. Lárgate.
Sin pensarlo mucho, Reyna se retiró de allí, no sin antes dejar la puerta abierta, cosa que no pudo cerrar Mónica, por lo endeble de sus extremidades. Solo soltó una última palabra, antes de postrarse en la oscuridad de nueva cuenta.
-Maldición...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top