[ O r i g e n e s - (III) :L e w i s - C h a d w i c k ]
Un soldado abandonado (Lewis Chadwick)
Dios me ha olvidado Desde que tengo recuerdo. Yo era un bebé, un simple bebé, quien tenía un abuelo idiota, quien provocaba a todo ser existente. Este señor era un tanto peculiar. No se le veía mucho y vivía en una zona alejada de todo lo normal. Un sitio que era apodado de muchas formas. Cada una de ellas más iracundas que la anterior.
Mi abuelo, usualmente era obligado a hacerlas, o eso pensábamos yo y mis padres, quienes nos manteníamos alejados de cualquier tema que tuviese que ver con el esoterismo. Digamos que donde vivíamos había problemas mucho más reales y menos alejados de la normalidad.
Siempre pendientes de los temores más profundos, como lo era el estallar de una nueva guerra, que entrasen a nuestra casa o la muerte de alguno de nuestros familiares, la mayoría, excepto las mujeres, siendo militares, obligados a batallar en lugares aún más olvidados de la esperanza y la misericordia.
No obstante, cuando teníamos que visitar a mi abuelo todo era un caos tanto para mí como para mi familia. El sitio del que provenía era llamado de muchas formas, aunque la más famosa era un chiste recurrente. Mi abuelo se había quedado allí por mi abuela, no buscando en lo más mínimo un consuelo en un nuevo lugar. Tampoco era algo que pudiera ser evitado, puesto a que mi padre había intentado de todo para mover a mi abuelo, sin mucho éxito. Y con intentar moverlo era prácticamente reprenderlo por su actuar y siempre molestarlo con la idea de que era un brujo.
En varias ocasiones, cuando iba con mi abuelo a vivir, o más bien, dormir plácidamente, no podía sacarme de la cabeza varias cosas. Los temores de un niño son quizá lo peor que puede experimentar un ser humano. Le he temido a cosas que desde niño he temido, a los muertos vivientes y tal vez a la oscuridad. Son terrores que yo jamás podría quitarme de mi cabeza. Todo ello se intensificó más cuando entré al campo de batalla, encontrándome siempre con estos dos objetos, tan petrificantes como escurridizo en los largo y acomplejados pasillos de mi mente. La mente de alguien cuya familia se ha visto involucrada en la guerra como si fuera un oficio digno.
Son patrañas todo aquello, siendo la condena que me ha perseguido desde que vine a este infierno. Continuando con mi abuelo, se caracterizaba por ser alguien sumamente mujeriego y usualmente usaba a mi abuela como una esclava, de todo tipo. Siendo peor que los latigueros de la generación de su tataratataratatara abuelo. Era autoritario a más no poder. Siempre buscando la forma de salirse con la suya, no era más que un miserable ser más de los tantos que podía haber.
El sitio donde habitaba era aterrador en todos los sentidos, en todo aspecto y con todas las personas allí admitiéndolo, aunque fuera una mentira o verdad. El mismo lugar dl sitio lo decía. Emanaba una energía oscura que inclusive yo, con tan solo unos pocos años, podía notar. Mi cuerpo se degeneraba cada vez que iba a ese sitio. Era algo casi proveniente de las periferias más lejanas de la lógica humana. Me sentía abrumado cada vez que sentía la presencia de aquel paraje.
En muchas ocasiones encontraba gente haciendo cosas extrañas, muy peculiares y algo turbias. Todas ellas no parecían tener un sentido como tal, sino que eran meras imitaciones de rituales o tal vez, esos eran rituales de verdad. En muchos cadáveres de animales se presenciaba esto, unido de la mano con curiosas osamentas que aparecían de la nada en las calles de aquel lugar.
Para que quede documentado, vi como una mujer, una anciana, enterraban objetos extraños. En varias ocasiones fueron cadáveres de animales viejos, muertos y algunos, descuartizados o ya irreconocibles. Todos ellos eran un síntoma sin remordimiento de lo que había habitado allí. Tal vez un demonio, tal vez una criatura un horror más allá de la comprensión humana.
La zona donde mi abuelo vivía era un sitio llamado "Witcher's Gate", o La puerta del brujo o la bruja. Era un nombre muy acorde con las acciones que surgían allí. Hechizos y maldiciones eran el pan de cada día del horrible lugar del cual, mis mayores enfermedades eran habitantes.
Esto es algo que usualmente no digo, pero es complicado que yo llegue a enfermarme, sino es que pueda presentar un mal de cualquier tipo. Ir a ese lugar me recuerda los más dolorosos malestares. Mis ganglios se inflamaban, mi piel se carcomía, estaba nada de tener leucemia. Mi cuerpo decaía cada vez más. Los tratamientos no fueron eficientes ante ello.
Las lejanías de mi pueblo, su presencia, su esencia, su hedor a maldiciones y esoterismo no me dejaba dormir. Tenía miedo. Todas las noches, mientras me mantenía enfermo y en cama presentía algo, no sabía como explicarlo. Quizá para mi hermano era algo insignificantes, y para mis padres también. Presentía que una mujer me veía en las penumbras. Y puedo decir que se trataba de una mujer porque tenía un rostro similar al de una geisha japonesa. Esta misma me veía, con enormes tentáculos de madera, los cuales recubrían toda la habitación.
Todas las noches, me presenciaba con la ternura de un canino hacia su mentor. No parecía que fuera a hacerme algo y eso era lo más aterrador. No se trataba en si de algo peligros y aun con ello, se tenía que tener cuidado. Las cosas que jamás aparentan ser peligrosas lo terminan siendo. Los dolores más profundos y confusos vienen de las cosas más inofensivas. Algo que la vida me ha hecho saber.
Con esto en mente, siempre tenía miedos iracundos, implantados en mi mente. Parecía ser que la mujer me veía desde las lejanías y me inyectaba imágenes inefables de cosas que jamás creía presenciar. Tengo vagos recuerdos de mis sueños, y tal vez se deba a que mi cerebro guardo esas cosas por mi propia seguridad y cordura.
Algunas de ellas no lograron pasar el filtro, desgraciadamente. Veo como mis padres eran descuartizados por lo que parecían ser hombres delgados, encorvados, con máscaras de la peste negra, como si se tratasen de palomas o de pingüinos, comiéndoselos por los picos y desgarrando su piel, mientras mi cabeza era devorada por una criatura con dientes de sierra. Mi cabeza era perforada por ese objeto o ser que no sabía de donde era. Quizá todo eso era una autosugestión, sin embargo, se sentía tan real que podría ser comparable con una parálisis de sueño, pero peor.
Todo era tan lucido que me era imposible creer que no fuese un sueño. Mi cabeza daba vueltas mientras veía esos horrores. Me despertaba asustado, aterrado, con vacuidad en mi ser y con sentimientos de una planta, en busca de agua y de sol, para poder subsistir. Corría lejos de mi cama y procuraba ver a todas partes, para no llevarme una sorpresa con esa criatura acechantes de las tinieblas. El oscuro firmamento me anunciaba cosas que jamás presto atención. En sí, todo era un sitio azulado oscuro.
Mis piernas temblaban mientras veía las estrellas y suplicaba a la noche no devorarme o hacerme perder por desfiladeros de cosas que yo conocía, familiares y circunstancias varias. Me temía todo menos algo realista. Mi madre se percataba de esto y me llamaba para dormir con ella, no con buen humor, eso era evidente. Mi padre le parecía molesta esta situación, dejándola pasar por petición de mi madre.
Mi padre tuvo que regresar para poder relajarme. Estaba cansado de la intromisión de mí en su vida íntima con mi madre. Con el tiempo, mi cuerpo presentó varios tumores en mi piel. No eran como tal granos o erupciones purulentas. Los doctores decían que era cáncer. Células que se generaban a un paso atroz y mutaban conforme pasaban los microsegundos. Todo ello no hizo sino poner en alerta a mi madre, quien no sabía cómo reaccionar ante tal flagelo que se diseminaba en todo mi ser.
Me llevaron con un curandero y advirtieron que todo no era más que una maldición, la cual mi abuelo nos había traspasado a nosotros. Esto claramente era su única herencia, una vida repleta de perdiciones para una familia que no tiene la culpa de los errores de un anciano decrepito. No lo insulto gratuitamente, no le tengo odio, pero no se de que otra forma puedo maldecir lo maldito que estoy
La brujería de la familia de mis abuelos, en su hogar, se mantiene allí... o tal vez yo la activo. Y esto último lo puedo confirmar con la muerte de mi abuelo, quien se suicidó como Sócrates, tomando un veneno indescriptible. Antes se le había diagnosticado SIDA y su cuerpo había empezado a degenerarse lentamente. Era como un cadáver viviente. No parecía que hubiera cura alguna para su mal estar. Desgraciadamente murió en soledad, al igual que toda mi familia de la zona de la puerta del brujo. Era un tanto curioso siquiera pensar en ello.
No supimos más de la guardería de brujos que significaba el lugar de procedencia de mi abuelo. Honestamente ninguno quería recordar que había sido de aquel sitio. No obstante, no me había sentido tan cercano a la muerte desde el día que mi abuelo había fallecido. Enterramos ese viejo recuerdo, pero yo cargo con el cadáver de la familia, el maldito cadáver, en mis hombros.
Conforme pasaron los años y continué con mi vida, siendo obligado a ser militar por ideologías con poco o nulo punto de vista más allá de las barreras predeterminadas, solamente mis vientos de nostalgia se resumían a trágicas remembranzas. Todas ellas, relacionadas con la mujer que veía cuando era un niño. Era algo parecido a lo que mi mente de niño me regresa todas las horas. El horror es el mismo, pero diferente en la forma. Es la misma fórmula, solo que con distinta presentación
Toda esa carga de recuerdos desastrosos y sueños profusos no hizo si no hacerme decaer en mi peor forma. Terminé asesinando a mi esposa. No puedo sino sentirme peor que culpable con lo que había hecho. El campo de guerra no me había corrompido en lo más mínimo. Era todo. Todo me había convertido en esto que soy ahora. Un soldado con la mente trastornada y con miedos en todas partes. Mis ojos no pueden presenciar la oscuridad o la luz. Todo me recuerda a esa mujer, a mi esposa y a la maldición
Ahora con un arma en mis manos, viendo las estrellas, me doy cuenta de que la maldición de mi abuelo se me ha pasado. Con horrores más cercanos a la realidad, siendo ahora solo un peón más. Aquella mujer que había observado en la oscuridad, en mis sueños y en todas partes ahora me contempla, en la forma de cadáveres y bombas, de grandes nubes de humo y mortíferos hedores de caos y destrucción; fui un niño maldito; soy un soldado abandonado.
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