[ C a p í t u l o - (3 4) : H i l d a ]


Entre los pasillos del instituto L Y N X había una persona muy particular. No era ninguna doctora, mucho menos era una oficial. Era del personal encargado de cualquier otra cosa menos de los criminales. Se trataba de una mujer llamada Hilda.

Ella era la voz femenina de los avisos en la academia cuando William robaba cosas o se decía el tan repulsivo lema "Responsables de lo que siempre se ha cultivado". Aquella marca lingüística seguía su curso cual imitador de un dictador en palabras, con tal de hacer entender que ellos debían seguir tal lema. Si bien Hilda no se trataba solo de una mujer que daba la voz a un altavoz, era su labor más reconocible.

Una mujer madura, posiblemente de unos cincuenta años. Tenía juventud en su cuerpo pese a aquella edad. Se podría decir que siempre vestía de forma elegante. Zapatillas con tacón, vestidos de tonos oscuros o un vestido azul zafiro que, en palabras de oficiales cercanos, resaltaba mucho su figura. Su cabello era rojizo y tono de piel tostado. Su rasgo más característico en su cuerpo era un lunar por encima de sus labios entre la mejilla y la comisura izquierda de sus labios. También usaba gafas, aunque era rara la ocasión en la que realmente las portaba. Sus ojos parecían dar la imagen de que estaban agotados, por ende usaba gafas, a veces normales y en otras ocasiones negras, para ocultar tal sensación de incomodidad que daba verla al rostro. Ella, pese a ello, era una persona que solo podía ser catalogada como "desagradable" en un sentido puro.

Solía hacer menos a sus colegas, los oficiales y a veces a los doctores. "Son muy blandos con los reclusos", decía ella. "Espero que no se arrepientan por ser tan pusilánimes". Con aquellas declaraciones, los doctores jamás prestaron importancia a ello, a excepción del Dr. Eliot Field, quien con un semblante curioso, solía notar mucha desesperación dentro de ella. Caminaba trajeada, más bien elegantemente por aquellos pasillos fríos y sin ningún rastro de humanidad. Hilda, aunque sin mucha naturalidad, parecía tener una relación algo estrecha con el Dr. Eliot. Ambos eran los únicos que podían tener una conversación normal. No se sabía si era la naturaleza tranquila y serena del Dr. Eliot o era que Hilda conocía algo de él.

En una ocasión, mientras se acercaba a su oficina para dar un nuevo anuncio matutino, Hilda se encontró de frente con el Dr. Eliot. Su semblante era frio y sin emociones, contrastando con la calma en la mirada del doctor.

-Buenos días doctor.

-Buenos días – Dijo el Dr. Eliot.

- ¿Qué es lo que lo trae aquí?

-Solo estoy caminando... No pretendo más – Dijo el Dr. Eliot con sinceridad.

Escaneando con desprecio al doctor, Hilda respondió.

-Ya lo veo... ¿Gusta pasar a mi oficina? Se ve agotado.

Cuestionándose si debía hacerlo o no, el Dr. Eliot se dispuso a entrar. No quería tardar mucho pues iba a reunirse con los reclusos. Con tranquilidad, tomó asiento en la oficina de Hilda, la cual estaba algo minimalista. Un archivero metálico, con una maceta en la parte superior, algo de luz lunar por fuera de una ventana que ocultaba su cortina, y un escritorio con poco o nada en su contenido, El Dr. Eliot seguía su mirada dentro de un sitio algo oscuro. Hilda tuvo que encender su lámpara de trabajo y así podía ser vista por el doctor.

El sillón en el cual había tomado lugar el Dr. Eliot era algo viejo, con el cuero rajado y algo del contenido esponjoso emergiendo de aquellas llagas.

- ¿Cómo se encuentra, doctor? – Preguntó Hilda mientras se ponía sus gafas.

-Realmente... no lo sé – Dijo el Dr. Eliot.

-Eliot... ¿Has estado consumiendo tu medicamento?

-Me da miedo que este deje de hacer efecto y me convierta... me convierta en... en eso...

El Dr. Eliot se cubrió el rostro con sus manos, sacó una de sus manos y sostuvo su brazo izquierdo con fuerza, como si se tratase de un dolor al corazón. La mirada del Dr. Eliot fue tan distinta a él que casi podía notarse a otra persona allí.

-Tienes miedo... ¿Verdad? – Preguntó Hilda – No tienes que sentirte apenado por todo aquello. Al menos aquí, cuentas conmigo. No es mucho realmente...

-Es demasiado, Hilda – Dijo el Dr. Eliot – No he podido conversar con nadie aquí de forma natural. Estoy tan asustado que me es imposible siquiera pensar que todo puede cambiar con el medicamento. En algún momento me someteré, en algún momento me someteré... No quiero hacerlo.

-No pienso dejar que te pierdas en aquél mar de dudas, Eliot – Dijo Hilda acercándose al Dr. Eliot y poniendo su brazo en su hombro, lo abrazó con fuerza – He estado contigo en las buenas y en las malas... incluso cuando eso acabó con la vida de tu hermosa esposa.

-Marta... Todavía recuerdo su bello nombre – Dijo el Dr. Eliot – Mi hijo me ha odiado desde entonces... Me siento como un ser horrible, una criatura extraña... Ya estoy harto de no ser normal.

- ¿Acaso olvidaste que no se puede ser normal, Eliot?

-Sabes a que me refiero, Hilda – Dijo el Dr. Eliot corrigiendo a Hilda, quien reía un poco, acariciando el cabello canoso del doctor.

-Siempre hemos sido amigos, Eliot. Yo sé bien que no quieres hacerle daño a nadie – Dijo Hilda – Solo tienes que recordar que esa cosa no eres tu... Nunca serás tú... Tu eres un contacto humano, eres un ser que ha cuidado del bienestar de los demás, incluso siendo crudo, con tal de que ellos sepan que son humanos y merecen ser tratados como tal. Tú no eres esa cosa, eres mejor que eso, y lo sabes.

El Dr. Eliot, con los nervios menos alterados, agradeció por todo a las palabras de Hilda.

-En verdad... no sé qué haría sin ti.

-Eres un hombre inteligente... Claro que sabrías que hacer.

-Gracias – El Dr. Eliot abrió la puerta de la oficina de Hilda y se alejó lentamente de su oficina, dirigiéndose hacia el aula principal. Al salir, Eliot llamó a Hilda.

-Oye, Hilda. Ven – Dijo el Dr. Eliot.

- ¿Qué ocurre? – Hilda salió de la oficina y se acercó al Dr. Eliot.

- ¿No tienes esa sensación de que alguien nos está observando? – Dijo el Dr. Eliot.

-No... O no se... A veces este pasillo, por lo oscuro que es, da para pensar en ello. Pero no tienes porqué alterarte, Eliot – Dijo Hilda – Mejor ve con los reclusos... Tienes que darles una enseñanza digna.

-Si mi mente vuelve a distraerse, no podré... Deséame suerte – El Dr. Eliot comenzó a reírse con Hilda. Pese a todo, Hilda también podía sentir aquella sensación, sin tener una explicación que sonase lógica o siquiera creíble. A veces solo es un miedo constante que nos persigue sin parar... o quien sabe que ocurre realmente.

-Cuídate – Dijo Hilda, a la par que el Dr. Eliot se alejaba hacia su destino. Con aquél sentimiento de ser observada, Hilda cerró la puerta de su oficina, alejándose lo más posible de todo y solo estando inmersa en sus pensamientos.

***

Diario 029

Al parecer ella es la zorra de las voces de las bocinas. Hilda. Tiene una relación de amistad estrecha con el Dr. Eliot. Me preocupa su relación, tan extraña y distante de lo normal, como usualmente es y se presenta. Solo puedo decir que no estaba para nada preparado ante lo que iba a ocurrir. Era tan extraño ver a esos dos muy cerca. Estuvieron dudando sobre mi existencia allí y al final logré pasar desapercibido. Creo que debo de practicar mi respiración.

Hilda es una zorra... Debe pagar por completo.

...

Atte. Dolphin. W.

***

De un sueño bastante agobiante, Loren se despertó en el aula. Ella no se sentía muy bien ese día, mucho menos con el tema que el Dr. Eliot estaba tratando. Era una temática grupal. Como conocedor de las ciencias humanas, sabe de sobra la importancia que tienen los grupos al momento de entrar a un entorno nunca antes experimentado. Es tan importante y esencial como el agua o el oxígeno, al menos en ese campo.

-Hay que mostrar cuál es su interacción y la telé dentro del grupo. La telé, según Levy Moreno se puede traducir como una unidad presente en el individuo para lograr interaccionar y sentir afecto por el otro; es la calidad de interacción. Esa misma telé puede traspasarse a la interacción del grupo.

Posterior a una explicación extensa sobre las ideas grupales-sociales relacionadas con la práctica, el Dr. Eliot levantó a todos los reclusos, con la intención de que pudieran interaccionar de manera natural. Todos se reunieron en sus propios sub grupos; Paola, pese a pertenecer con delincuentes, decidió, por más extraño que parezca, reunirse con Loren, Grant, Edward, Lewis, Jessica, Josef, Ezra y William, quien parecía ser el más incómodo con aquella inclusión.

William, aunque algo cínico, era prudente, y podía hacer que al menos Paola no gustase de su presencia. Tenía una idea en mente.

-Muy bien – Dijo el Dr. Eliot – Ahora quiero que se miren a los ojos y sin perder el ritmo en la respiración, sientan al otro, ¿cómo sienten al otro?

Los grupos hicieron aquello y, pese a todo, varios todavía no lograban sacarse el estigma de que todos allí eran criminales, que ninguno estaba impune de algún acto ilícito o siquiera perturbador. La más afectada de ello fue Loren, quien con temor miraba a su subgrupo, aunque sintiendo paz y tranquilidad cuando miraba a Grant, quien pese a ser un traicionero de guerra, era un hombre calmo y bastante sincero. La apariencia de él era todo menos normal y su aura era un alma tranquila. Contrastaba completamente con William. Siendo el más humano física y emocionalmente, causaba incomodidad a quien lo mirase.

Los ojos muertos del albino le ocasionaban a Loren un sentimiento de vértigo, de inseguridad, miedo e incertidumbre. Era como ver a una criatura oscilando entre humanos. No era para nada una sensación genuinamente agradable.

La paz regresó al momento que vio a Ezra y a Lewis, quienes siempre estaban seguros en su zona de confort. Sentía algo de privacidad e incomodidad por parte de Edward, pero no era que fuera muy complicado deducir que algo estaba ocurriendo.

Josef, al igual que William, emanaba un aura extraña, pero no era de incomodidad, sino de completa tragedia y lástima. Miraba vacuamente hacia la nada y pese a todo se sentía el dolor en su semblante. Algo carcomía por dentro a Josef. Paola, por otra parte, era solo una mirada que mostraba su egocentrismo. Era cómo ver a un soldado o alguna especie de autoridad, a diferencia de Lewis, quien a pesar de su posición causaba paz. El caso de Jessica fue algo extraño. No estaba completamente cómoda viéndola, sin embargo era más alentador que en ocasiones anteriores. No quería golpearla o hacer cualquier cosa que afectara su integridad; solo observaba.

William miraba con frialdad a la mayoría, a excepción de Loren. Él pudo fácilmente describirla como una persona que se encontraba inmersa en una sensación fría y sincera de temor. No se trataba de algo común. Solo estaba asustada, aunque sea un poco. Todo era tan extraño para ella y William podía entenderlo. Solo que no quería entrometerse. Era solo un observador, siempre fue así para él. Eso y nada más.

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