-No creo comprender nada de lo que usted me propone – Dijo una voz a través de un teléfono, el cual era sostenido por una mano enguantada en las tinieblas – Entiendo que los criminales merecen una segunda oportunidad, pero no encuentro el porqué todos ellos. Son bestias horribles buscando desaparecer y volver a cometer los mismos crímenes.
La mano volvió a dejar el teléfono en su lugar, en el escritorio donde esa persona se encontraba sentada, haciendo que este se acabara la conexión, y por consecuencia, cortando la llamada con la otra persona quien estaba en el altavoz.
La postura de la persona que se encontraba en la llamada, con guantes en sus manos, ahora se postraba con la mirada en la puerta. Sus ojos blancos, maquillados y con ojeras, contemplaban con mucha paciencia la puerta. De esa misma persona, la cual era una mujer, salió una orden, la cual fue acatada con precisión y rapidez.
-Rubén... Ven aquí – La puerta se abrió, a la par que entraba Rubén, quien preguntó con una mirada, siendo alumbrada por la luz lunar, si podía prender la bombilla del centro de la habitación fría; ella respondió con un movimiento prohibitivo con su dedo índice.
-Disculpe – Decía Rubén a la par que buscaba en la oscuridad, siendo alumbrada por un rayo lunar de luz por los pequeños ventanales – Olvidé que a usted no le agrada la luz.
-No hace falta. Dime, ¿qué has visto en los nuevos prisioneros?
-No he encontrado mucha diferencia con los de afuera.
-Cariño. No se trata de que lo veas superficialmente.
-He analizado todas las posibles vertientes y sigo sin tener significativos resultados.
-Por favor... Subestimas mi inteligencia y por, sobre todo, la tuya.
-Créame señora Moore. No soy alguien realmente perceptivo en ese aspecto...
-Y aun y con ello eres líder de esa camada de retardados. No son más que bestias esperando librarse de todo peso; son accidentes esperando ocurrir sin ningún tipo de control.
- ¿Qué puedo hacer yo? – El pobre Rubén se encontraba en una situación que pedía, internamente, clemencia a la mujer de las tinieblas. Ella, prendiendo un cigarrillo que tenía en sus labios, sin darse cuenta Rubén en que momento apareció, comenzó a fumar y soltar el aliento a tabaco al rostro del pequeño hombrecillo.
-Solo has tu trabajo... Hazlo bien... No quiero trabajos exagerados o pretensiones abstractas de un trabajo a medio realizar... Quiero un buen resultado de todo, ¡y lo quiero ahora! – Moore se levantó del escritorio, del cual estaba sentado y destrozó el mismo con un golpe en el mismo. Rubén se asustó de la reacción de Moore – Ya puedes irte, Rubén.
Moore se acercó a la pared, con los pequeños ventanales y dejó que la luz lunar la bañara por completo. Su cabello rubio, casi blanco, su tez pálida y sus ojos fantasmales solo dejaban expuestos un marcado semblante de inconformismo. A la par que la luna la abrazaba en su resplandor, ella comenzó a retirar sus prendas, que no eran más que una simple bata negra, y estando corita, miró a Rubén y le dijo:
-Ya puedes retirarte. Necesito mi baño de luz lunar – Dijo Moore, a la par que acariciaba su cuerpo desnudo con sus manos. Rubén abrió la puerta del cuarto y salió de allí, sintiendo que algo no estaba bien. No era solamente la conversación entre él y Moore. Era como si hubiera alguien más detrás de él; la oscuridad del pasillo, aunque con una pequeña luz, no ayudaba en nada con lo que su ser sentía; la soledad hubiera sido un sentimiento más agradable.
-Creo que esta vez no eres tan fuerte como afirmas – Dijo una tenue voz – No planeo hacer nada de lo que crees que un demonio puede hacer.
- ¡¿Quién anda ahí?! – Preguntó Rubén exacerbado.
- ¿Quién lo diría? No eres más que un pobre hombrecillo más, siguiendo ordenes de una mujer, porque tienes esperanzas rotas de fornicar con ella.
- ¡No sé de qué hablas!
-Vamos, Rubén. Lleva tu imaginación al máximo y cuéntale a tu consciencia que quieres hacer con ella.
Mirando a todas direcciones en la penumbra del pasillo, Rubén no logró encontrar quien era el dueño ahora de sus tortuosas dudas sobre que debía hacer o siquiera orar. Esa voz seguía y seguía sin parar.
-Eres capaz de hacer cosas crueles. Lo sé, lo comprendo. Te entiendo mejor que a cualquier persona. No tengo juicios morales. Creo que yo también haría lo que tu sucia mente está pensando.
-No se quien seas... ¡Pero detente!
-No soy nadie más que tu queriendo violar toda ley, todo respeto y todo precepto.
-Basta.
-Déjalo salir.
- ¡Basta!
-Déjalo ir...
- ¡Cállate!
-Dejame ir...
- ¡Vete!
Posterior a ello, Rubén no recibió respuesta alguna para corroborar que algo en verdad había ocurrido. Todo era tan monótono como siempre. Su cuerpo se relajó y se dirigió caminando a su oficina, en una zona más brillante y menos oculta.
***
- ¿Acaso esto es una buena idea? – Preguntó Edward a William, los cuales, junto con Grant a sus espaldas, vigilaban los recónditos sitios ocultos de toda la instalación. Las esquinas eran sitios sumamente curiosos en toda su composición, de luces y de conectes con nuevos pasillos en penumbras.
-Las buenas ideas se descubrieron tanteando las malas, mi querido Eddy – Dijo William – No son capaces de aceptar el fracaso. Sean un poco abiertos en esta ocasión, a contemplar el desastre y vivir con ello. Serán más gratos a la crudeza, o menos desgraciados a la sinceridad.
- ¿Quieres que caigamos contigo?
-Quiero que solo me acompañen... Sin embargo, con el miedo que cargan en sus espaldas. El peso que sobrellevan y sobrellevarán no serán de mucha ayuda.
- ¿Quién te has creído para dirigirte hacia mi de esa forma? – Preguntó Grant, quien no había recitado ni una sola vocal en toda la expedición.
-No soy nadie, pero pido que conserven compostura ante este posible nuevo fenómeno que nos enfrenta. Cosas así requieren la madurez de comprensión y aceptación al fracaso.
- ¿Por qué debemos aceptar el fraca...?
-Shhhh – William silenció a Edward, antes de terminar su pregunta, porque un hedor similar al de leche materna había invadido su nariz. Grant y Edward encontraron un tanto extraña la forma en la cual William había detenido toda acción con tal de olfatear el sitio; ellos pensaron que era algo más.
Comenzaron a olfatear por consecuencia y notaron el mismo hedor a leche materna, aunque a medida que este olor era detectado, se convertía en una fragancia desagradable; pasando de un hedor dulce y posiblemente suave, a uno fuerte y agrio.
-Este hedor es reconocible... Putrefacción – Dijo William, a la par que detectaba, como si fuera un perro de la policía, de donde provenía tal pestilencia engañosa. Se acercó todavía más a la oscuridad de uno de los pasillos, en los cuales tanto Grant como Edward se encontraban dudosos sombre si entrar o no; William tomó la iniciativa, puesto a que la fragancia desastrosa comenzaba a convertirse en algo más complejo; la fragancia de pescado podrido, carne cruda, excremento y liquido de cadáveres (lixívianos cadavéricos), era una mescolanza de sangre, semen, saliva, flema fuerte, vomito, excremento, orina y líquidos más, todos ellos en un estado de putrefacción de largo tiempo.
-Es por aquí – Dirigía William – Cada vez que nos acercamos más y más, una nueva nota de desagradables fragancias se mezcla en la orgía de hedores descuartizadores de olfato. Será mejor que no lo aspiren o lo hagan por la boca.
- ¿Qué clase de sitio es este? – Decía Edward, notando que la luz detrás de ellos se desvanecía.
-William, ¿cuál se supone que es tu objetivo en este sitio? ¿Acaso buscas matarnos?
-No pretendo tal cosa, Grant – Respondió William.
Todos continuaron siguiendo a William. Este mismo detecto que el hedor era sumamente denso. No era capaz de respirar con facilidad ni detectar los olores; y en caso de lograrlo, estos eran pegadizos, no eran sencillos de desaparecer de la nariz.
William detectó esa calidez en el ambiente, tal y como su primer encuentro con Erika. No se trataba de una coincidencia divertida. Esto era real.
-Ahí, ahí – Señaló William con la mano hacia un sitio algo reservado de todo contacto humano – Creo que por allí debe de estar.
-Pero... ¿Cómo demonios podremos observar que es lo que hay allí? – Preguntó Edward.
-Puedo hacer que mi brazo brille... Solo es cuestión de que ustedes me digan donde debo de dirigir mi energía.
- ¿Puedes hacer eso? – Dijo asombrado Edward.
-En caso de hacerlo, creo que si alumbraras por aquí... – William tomó el brazo de Grant como una palanca para dirigir y la puso en la dirección que quería alumbrar.
Grant dejó el brazo extendido y dejó que la energía del mismo emergiera con calma. Las venas del cuerpo de Grant comenzaron a prender en candela azul, como si fuera un pequeño tranvía pasando por todo su sistema circulatorio, iluminándolo, hasta convertir al cuerpo de Grant en un adorno navideño.
Cuando su mano iluminó la sección que William había dirigido, notaron que era la esquina de lo que parecía ser el final de los pasillos. Un callejón sin salida dentro de un sitio abandonado. En él, las paredes perdían su pintura, la cual parecía mezclarse lentamente con líquidos extraños que iban derramándose de entre las pintura y la madera podrida, repleta de moho maloliente.
En esa misma esquina, un suelo repleto de órganos o trozos de un ser humano en descomposición se encontraban acomodados como un trazo o camino a seguir, los cuales culminaban en un cuerpo muerto, con la piel pálida y con heridas; llagas y aperturas con liquido purulento en tonos rojizos, castaños de sangre podrida y oxidada, mezclándose con el aparente amarillo mostaza de la pus emergente y repugnante.
Sus ropas se encontraban limpias, que era lo más irónico del asunto, con ese vestido desgastado de un verde pasto y su característico patrón, el cual era inconfundible. La falda parecía tener una mancha de sangre en uno de sus muslos y otra cerca de la zona intima.
No era un cuerpo muerto, puesto a que se movía como un vagabundo devorando lo que se encuentra detrás de la basura de restaurantes. Sus brazos tenían manos o rasguños diminutos de pequeñas manos. Los ruidos de masticar causaban más sensación de inquietud en el trio. Finalmente, como si los nervios de los tres no estuvieran desbordándose de su imaginación, el cadáver en descomposición los volteó a ver.
El rostro angelical de Erika estaba allí, siendo más monstruoso que algo humano; las llagas de sus piernas estaban presentes en sus mejillas y en la esclerótica, haciendo que sus ojos fueran rojizos, aunque era más un tono café y rancio. En su mandíbula, repleta de dientes dañados, tenía restos de lo que parecía ser un conjunto mórbido de órganos de una rata; con mostrar sus manos al voltear y ver a uno de sus hijos, muerto y putrefacto, con los órganos de fuera y machacados, se notó que no era una simple rata.
- ¿Qué... es... esto? – Dijo asustado Edward.
- ¿Era ella, William? – Dijo Grant.
-Completamente – Respondió William, quien estaba impactado al igual que Edward y Grant.
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