Suspenso en las catacumbas

Después de la acalorada reconciliación de Bruno y Giorno, las cosas para ellos dos mejoraron significativamente. Los celos ya no eran un problema, ambos finalmente habían entendido las diferentes relaciones que ambos manejaban con cada miembro del equipo y era algo que tenían que respetar; sin embargo, los momentos que podían estar a solas disminuyeron hasta el punto de ni siquiera poder dormir juntos. Era su último día en París, al día siguiente tendrían que madrugar para tomar un vuelo que los llevaría de regreso a Italia, y, para conmemorar sus dos semanas de vacaciones, decidieron asistir a una pequeña fiesta a la que Narancia fue invitado junto a sus amigos. El azabache dudó en si era una buena idea, pero cómo notó que los demás estaban decididos en ir, accedió para preparar las cosas que necesitaría durante su trayecto en las catacumbas.

Narancia lideraba el grupo, había recorrido aquellos pasadizos varias veces en vacaciones anteriores, lograba tener una pequeña noción de por dónde debería de ir y, de vez en cuando, utilizaba su mapa para verificar el camino a seguir. Sin embargo antes de llegar al lugar donde se llevaría a cabo la fiesta, le llegó un mensaje de forma casi milagrosa al celular del azabache, avisándole que dicho evento se había cancelado. Todos decidieron ir a La Playa, pues se encontraban relativamente cerca y podrían pasar un rato ahí antes de regresar, aparte de que así no considerarían el viaje como un desperdicio de tiempo.

Trish puso algo de música para que el ambiente silencioso se acabara, era un poco incómodo la aterradora tranquilidad que el lugar daba; Mista y Fugo se concentraban en contar mitos que habían escuchado sobre las catacumbas, con el propósito de sembrar el miedo en el grupo; Abbacchio inspeccionaba las pinturas de los muros como si se tratara de un crítico de arte, había imágenes que, si no te tomabas el tiempo para observarlas bien, podrían sacarte un gran susto; Buccellati y Giorno escuchaban con total atención las historias que los otros dos contaban, aferrándose de imaginar que algo así les pudiera suceder; Narancia tomaba fotos a los demás, en especial Trish que se convirtió en una clase de modelo para salir bien en cada foto, divirtiéndose en cada pose que hacía.

— ¡Ah! ¡Ya es tarde! — Señaló Narancia tras notar la hora que marcaba su teléfono, nunca se acordó de revisar el tiempo antes, intentó hacer cuentas mentales y concluyó en que la vida de las linternas que estaban usando estaban a nada de desaparecer—. Maldición... Recojan sus cosas, rápido, y tómense de las manos.

El equipo obedeció sin objeción, pensando que había una razón sensata detrás de aquellas órdenes; Abbacchio iba en la cabeza de la fila, detrás suyo estaba Narancia, Fugo, Mista, Trish, Giorno y, al final del todo, Buccellati.

—Apaguen sus linternas, menos Abbacchio — volvió a indicar Narancia en voz alta, apretó con algo de fuerza las manos que estaba sujetando al notar las demás luces desaparecer y suspiró para no entrar en pánico, no quería que los demás se asustaran—. Tendremos que regresar de esta manera, cuando la linterna de Abbacchio se quede sin batería, le daré la mía, y así sucesivamente.

—Narancia, ¿qué pasa? — Se atrevió a preguntar Mista al darse cuenta que la organización para salir era completamente diferente a la de salir.

—Solo háganme caso — respondió el azabache apresurado, era peligroso estar en las catacumbas, pero la dificultad cambiaba abismalmente cuando la noche caía sobre la ciudad—. No vayan a soltarse, por favor; Abbacchio, yo te guiaré.

Todo el grupo asintió en silencio y, sin darse cuenta, la fuerza con la que se estaba sujetando aumentó levemente. El ambiente con el que habían llegado cambió por completo; ahora se sentía sombrío, escalofriante, como si jamás debieron haber entrado.

Giorno muy apenas podía distinguir lo que había a su alrededor, incluso le era difícil ver a Trish quien la tenía enfrente, no se quiso imaginar cómo se debía estar sintiendo el que iba detrás de él. No lo iba a negar, sentía miedo, el cual fue alimentado por las historias que había escuchado momentos antes. El silencio lo abrumaba, era complicado escuchar las instrucciones que Narancia estaba dándole a Abbacchio, y le empezaba a cansar el sonido del agua bajo sus rodillas.

— ¡Ah! — Una gota de agua fría que cayó del techo entró por el cuello de la camisa de Giorno, tocando su piel cálida, esto ocasionó que soltara la mano a Trish por reflejo al repentino cambio de temperaturas en su cuello.

— ¿Qué sucede, Giorno? — Interrogó un preocupado Buccellati al escuchar el grito del mencionado, intentó divisar a través de la oscuridad, sin obtener los resultados que quería, y con su otra mano acarició suavemente su hombro.

—Nada, perdón, me solté por un segundo — el rubio buscó con su mano en la oscuridad hasta que consiguió dar con la de su mejor amiga, sintiéndose aliviado completamente por no haberla perdido.

— ¿Ya volviste a tomarla?

—Sí, no te preocupes.

❋ ❋ ❋ ❋ ❋

Después de unos minutos caminando, que parecían horas, el celular de Buccellati quebró el silencio del lugar, haciendo que tanto él como el rubio se sobresaltaran por aquello. El azabache tomó su teléfono y contestó sin tomarse el tiempo de revisar quién le estaba marcando, pues no era común para él recibir llamadas en broma o similares.

¿... están? Salimos — la llamada se estaba entrecortando debido a la pésima señal que había en las catacumbas.

—Perdón, ¿quién habla? — Inquirió Bruno sin mucho interés, no conseguía identificar la voz por lo que pensó que se trataba de algún desconocido.

Abbacchio — la respuesta se escuchó tan clara que el contrario sintió un escalofrío que lo estremeció—. ¿Dónde...? Esperando... minutos...

— ¿Qué quieres decir? No entiendo nada, la llamada se está cortando — Buccellati estaba entrando en pánico, no entendía la razón de que el albino lo estuviera llamando si podía gritarle desde donde se suponía que estaba.

¿Siguen en...? — La llamada parecía empeorar con cada paso que daba; el azabache encendió el altavoz y levantó su celular en busca de algo de señal—. Nosotros salimos hace 10 minutos, ¿dónde están?

La llamada finalmente se perdió.

Giorno y Buccellati se quedaron petrificados al escuchar lo que Abbacchio comentó a través de la bocina del celular. El rubio, temeroso, encendió su linterna para iluminar el camino que quedaba por delante, dándose cuenta que ambos se encontraban solos, frente a una bifurcación; ni siquiera estaba Trish, quien Giorno juraría haberle estado tomando la mano desde antes que encendiera la linterna.

—Yo... Yo... — El rubio bajó su mirada hacia su mano, por alguna razón todavía sentía estar sujetando a la chica aunque no estuviera sujetando nada realmente, se giró con miedo de que nadie estuviera detrás de él y suspiró de alivio al ver al azabache—. No sé qué pasó.

Buccellati revisó el historial de llamadas, verificando que la conversación con el albino había sido real.

—Bien, no entremos en pánico — el mayor sacó el mapa que Narancia le dio a cada quien en caso de emergencia y lo colocó bajo la luz de la linterna, notando que se había borrado algo del camino que había trazado para no perderse—. ¿Tienes el tuyo completo?

Giorno sacó su mapa y lo comparó con el del contrario, había partes que podían complementarse sin problema, pero había un pedazo que ninguno de los dos tenía. Ambos alzaron su mirada para ver los dos diferentes túneles, no tenían la menor idea por cuál irse.

— ¿Por cuál deberíamos ir? — Cuestionó el rubio indeciso, su corazón iba a mil por hora y temía de lo que pudiera suceder con ellos dos—. ¿O quizás debamos regresar?

Buccellati escudriñó el mapa que tenía en sus manos, ni siquiera estaba seguro en dónde se encontraban, intentó recordar cada vuelta que habían dado y pensó que se encontraban en la parte donde el camino que habían trazado ya no estaba.

—Debemos separarnos — comentó el azabache sin sonar completamente convencido de lo que estaba diciendo, siguió ambos caminos en el mapa con la mirada y volvió a ver el camino que tenían enfrente—. Será más rápido, no podemos desperdiciar la luz para explorar los dos al mismo tiempo.

—Pero... — Giorno tomó de las manos al contrario y dejó descansar su cabeza en el pecho de él, atemorizado por completo de esa alocada idea—. Es mucho riesgo, no vale la pena, yo...

Buccellati lo tomó de los hombros y lo silenció con un profundo beso en los labios, desapareciendo por un instante los temores de su pareja y dándole algo de tranquilidad.

—Caminemos 200 metros, lo suficiente como para ubicarnos en el mapa, regresamos aquí y tomamos el camino correcto juntos — comentó el azabache mientras acariciaba suavemente el rostro del menor, perdiéndose por un momento en la hermosa mirada que podía distinguir con dificultad gracias a la tenue luz.

—Bueno — el rubio accedió sin ánimo alguno, miró al suelo en busca de otra solución y, como no la encontró, decidió implementar algo al plan de su pareja—, pero pongámonos apodos.

— ¿Ah? No es tiempo para...

—Es una forma para identificarnos — se justificó con rapidez Giorno, avergonzado por ser casi regañado por el azabache—. Tú eres mi Zuccherino.

Buccellati hizo una pequeña risa corta, avergonzado de escuchar el apodo que su pareja le otorgó; quiso besarlo otra vez, pero tuvo que resignarse por miedo a perder más tiempo.

—Entonces tú eres mi Angioletto — el mayor depositó un tierno beso en la frente, recordando el viejo hechizo que solían contarle de niño para proteger a sus seres queridos con un aquel simple gesto, acarició por última vez su rostro y, encendiendo su linterna, se adentró en uno de los túneles que dividían el camino.

❋ ❋ ❋ ❋ ❋

Giorno fue el primero en salir del túnel que había explorado, el camino correcto que los llevaría a la salida de las catacumbas era por la ruta que el contrario había tomado, iluminó la entrada del pasadizo en el que esperaba ver salir al azabache y se fijó rápidamente en su celular para ver la hora; si no se apresuraban serían incapaces de tomar el metro.

Pasaron cinco minutos y Buccellati no daba señales de aparecer, ni siquiera parecía encontrarse cerca de la entrada; el rubio se empezó a preocupar, recordando con dolor los constantes abandonos de su madre cuando era niño, agitó la cabeza para borrar esas horribles memorias, las cosas habían cambiado desde que sus dos padres decidieron pelear por su custodia, suspiró con pesadez para evitar caer en esos pensamientos y volvió a iluminar con la lámpara la entrada del otro túnel; ¿se habrá ido sin él? ¿Lo abandonó en aquellos oscuros pasadizos? Maldición, no quería desconfiar en él, pero le era difícil no hacerlo. Empezó a caminar para adentrarse en la ruta correcta, igual tendrían que verse en algún punto en el camino, y sintió su rostro chocar con alguien, obligándolo a alzar la mirada.

— ¡Buccellati! — Giorno se llenó de alivio al notar que el contrario iba a dirección a donde habían acordado encontrarse, lo abrazó con fuerza, escondiendo su rostro en el pecho del mencionado, y se mantuvo así, sin importarle todo lo demás—. Por un momento pensé que me habías dejado.

—Nunca podría hacerlo, amor — el azabache puso una de sus manos en la espalda del contrario para después empezar a subirla por ésta y jugar con sus mechones rubios.

El menor se ruborizó al escuchar aquella palabra, nunca antes se habían llamado de otra forma que no fuera por sus nombres, aparte de cuando se dijeron sus apodos, y, al recordar esto último, se separó con rapidez para ver el rostro del contrario; ¿por qué lo había llamado de esa forma?

—Tú no eres Zuccherino — comentó el rubio mientras retrocedía con lentitud, aterrado por estar viendo que "eso" había tomado la forma de su pareja, le dio un empujón para que cayera al suelo y, adentrándose aún más en el túnel, empezó a correr con los ojos cerrados; no quería que su vista lo engañara una vez más.

El sonido del agua salpicando con cada pisada que Giorno daba se detuvieron, permitiendo que en su lugar se escucharan sus pasos con eco, como si el suelo hubiese cambiado de un segundo a otro. El rubio se detuvo al notar aquel cambio, abrió los ojos para recorrer lo que había a su alrededor con la mirada y, con el aliento entrecortado, apagó su linterna, pues podía ver con claridad gracias a la iluminación del lugar en el que se encontraba.

— ¿Angioletto? — La voz del mayor se escuchó detrás de él, al mismo tiempo que sus pasos acercándose, se giró rápidamente para presenciar al contrario y se permitió soltar un par de lágrimas de alegría—. ¡Realmente eres tú! Cuando regresé por ti un falso Giorno empezó a seguirme y...

— ¡Zuccherino! — El rubio no dejó que terminara, se lanzó hacia sus brazos para abrazarlo como nunca antes en su vida y buscó desesperadamente sus labios para besarlos repetitivamente; se sentía tan feliz, aliviado de finalmente encontrarlo.

Los últimos minutos en las catacumbas fue una odisea para ambos, los dos se sentían agotados por aquello y lo único que querían era descansar como era debido. Salieron del lugar donde Narancia los había llevado para bajar a los túneles subterráneos, se tomaron de las manos aprovechando la oscuridad de la noche y que era muy poco probable que alguien les dijera algo y se dieron cuenta de la hora gracias a un reloj gigante que podían ver a través de la distancia; ya no podrían tomar el metro para regresar a su hogar, tendrían que buscar otro medio de transporte u otro lugar donde pasar la noche.

Buccellati vio de reojo al contrario, pensando en qué debían hacer, alzó la mirada para ver el cielo estrellado y sonrió al encontrar la solución perfecta; su última noche en París debía ser especial.

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