Capítulo 2: Ese mayordomo, diferencias.

Una yōkai...

Himena volteó a ver a Ciel y Sebastian dibujando una sonrisa en sus labios. Tomó impulso y saltó agarrando a todos los intrusos matándolos de inmediato. Agarró al último del cuello lista para encajar sus uñas en él.

-¡Himena!-gritó Alois.-¡Traelo!

La yōkai obedeció, llevó al hombre frente a su amo tirándolo. Le alzó la cabeza para que Alois lo viera.

-¿Quién los mandó?-preguntó el rubio. Ciel no podía articular nada, seguía en shock por la yōkai.-¡Responde ahora!-pateó al hombre para poder obtener su respuesta.

-Sobre mi tumba lo diré.-contestó el hombre con una sonrisa burlona.

-Concedido.-vio a Himena asintiendo con una sonrisa. Ella asintió. Sus uñas cambiaron a un verde venenoso, alzó su mano y la enterró en el cuello del hombre causándole una rápida pero dolorosa muerte en cuestión de segundos. El hombre cayó muerto a los pies de Alois.

Himena vio a su amo esperando una ultima orden. Alois solamente negó con la cabeza haciendo una seña de manos dándole la espalda. Ella sonrió de medio lado, el humo volvió a salir cubriéndola volviendo a su estado de mayordoma. Su uniforme volvió a aparecer, sus orejas y cola desaparecieron, ya no era yōkai.

Ciel se quedó ahí parado, ¿cómo había sido que no se hubiera dado cuenta de eso? Volteó a ver a Sebastian que estaba con una mirada seria viendo a la yōkai. Algo ocultaba, algo que podía serle útil algún día.

-Lamento el espectáculo Ciel.-habló Alois desde las escaleras. Ciel lo vio serio.

-Mejor me voy, tienes mucho que arreglar aquí.-dijo Ciel dirigiéndose a la salida. Sebastian lo siguió al igual que Himena.

Les abrió la puerta haciendo una reverencia despidiéndose de ellos.

-Gracias por venir, conde Phantomhive.-dijo ella con una sonrisa. Ciel la ignoró pasando de largo y Sebastian la vio de reojo con seriedad. Himena cerró la puerta detrás de ellos aún con esa sonrisa retadora en sus labios.

***

-Sebastian.-habló Ciel mientras estaba sentado en su escritorio con Sebastian sirviéndole una taza de té.

-¿Qué pasó, joven amo?-contestó poniendo la taza sobre el escritorio.

-¿Qué es esa sirvienta de Alois?

-Es una yōkai.

-¿Yōkai?-llevó la taza a sus labios dejando que el caliente líquido del té negro los rozara.

-Sí. Verá, los yōkai son como yo, demonios de la cultura japonesa. Son, al igual que yo, crueles y quieren almas para devorar.

-No te agradan, ¿o sí?-dijo con burla mirando a su mayordomo. Éste lo vio serio.

-No, para nada.

-Tiene un contrato con Alois, lo vi en su lengua. ¿Pueden hacer eso?

-Sí. Solo por diversión.-sonrió con esa típica malicia.

-Investiga todo lo que tenga que ver sobre Alois y esa yōkai.

-Yes, my lord.

Al día siguiente Sebastian abrió las cortinas de la habitación de Ciel como de costumbre. El peli gris se levantó restregándose los ojos, tomó el té que le sirvió el mayordomo.

Se levantó, Sebastian lo vistió y se dirigió a su despacho. Encima del escritorio estaba la información que le había pedido anteriormente. La tomó y empezó a leer.

Abrió los ojos como plato. Era casi igual a su historia pero tan diferente. Y esa yōkai, era igual pero diferente a Sebastian.

Bajó la documentación tocándose la sien. Soltando un suspiro miró hacia enfrente frustrado, con todo lo que pasó ayer no tuvieron oportunidad de leer el caso que la reina les había encomendado.

-¡Sebastian!-gritó. En un abrir y cerrar de ojos Sebastian apareció en el despacho.

-Joven amo.

-Que venga Alois. Tenemos que discutir el caso.

-Enseguida señor.-hizo una reverencia con un seño fruncido al final.

-Tendrás que soportarlo de nuevo.-rió al ver su expresión.

-Lo sé, joven amo. Igual usted.

Ciel lo miró serio y Sebastian hizo una su típica risa sarcástica saliendo del despacho a llamar de nuevo al conde Trancy y su mayordoma.

-Parece que te veré de nuevo, Himena.

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