SEGUS Y MARIENA


Hola a todos! ya que he tenido un poco de atraso en esto de actualizar, he pensado en  subir un capítulo un poco más largo de lo normal para desearos unas felices fiestas. Espero que disfrutéis mucho con los vuestros (y que me perdoneis por la ausencia que estoy teniendo últimamente). Está siendo todo muy complicado pero no creáis que me olvidé de vosotros ni de esta historia. Os agradezco de corazón vuestra paciencia, así que disfrutad del capítulo. Os leo en comentarios, darlings^^


El rugir de los volcanes me daba la bienvenida de la forma que siempre lo hacían, salpicando magma sobre mis alas en forma de desafío, de verificar que yo era el heredero de la preciada corona de mi padre.

Sequs y Mariena eran los adorados reyes dracontes cuyos ojos y garras eran capaces de defender con sus propias vidas el territorio árido de Magnártica, una de las pocas ciudades que albergaba mi especie. No éramos demasiados, de hecho, con el paso de los años fuimos cada vez más raros. Antes, hacía ya 400 años, era normal que una pareja tuviera tres o cuatro crías, ahora daban gracias a los cielos si se les bendecía con un descendiente. La fertilidad que descendía en picado era un problema que preocupaba a los regentes de sobremanera, ya que nos quedábamos desprotegidos ante las guerras que nos acontecerían en breve y las causas eran completamente desconocidas.

Y ello los llevaba por el camino de la amargura.

Pero si leíamos la enorme lista de quebraderos de cabeza, yo siempre me encontraba en el primer puesto. Con la carta entregada por la comandante de Rhiannon, supe perfectamente para qué demonios requería de mi presencia: no me gustaba una mierda.

Conforme más me acercaba al castillo erigido en el pico más alto de la ciudad, dos dracontes se me acercaron a gran velocidad. Uno de ellos, granate brillante con las garras doradas al igual que sus cuernos, pertenecía a mi primo Sorrene, y la pequeñaja que daba piruetas con esas escamas multicolor únicas, era Tormenta, una draconte que había acogido mi primo de otro territorio desconocido. Nunca supimos de dónde vino, tan sólo apareció por los alrededores con un llanto tan desolador que era imposible no escuchar ni acudir a él. Al principio, se quedó en el castillo bajo el ala de mis padres, pero para cuando Sorrene ya comenzó a tomar responsabilidades, decidió liberarlos a ambos de otra gran responsabilidad: ya tenían bastante conmigo y mis continuos escapes para evitar tomar mi papel como futuro rey.

En cuanto puse mis ojos en Tormenta, me di cuenta que sus patas eran más largas y que sus cuernos habían comenzado a curvarse, señal de que había comenzado su camino hacia la madurez. Antes que me diera cuenta, la vería pasar la ceremonia para celebrar el paso de la niñez a la adolescencia donde se ponía a prueba la valía y los conocimientos que había adquirido desde que era una cachorra. Pasar esa prueba era necesaria para tener acceso tanto a estudios como a trabajos, y quien no lo lograba, estaba condenado a morir en las calles o bien por el hambre o por otros dracontes que se aprovechaban de las criaturas débiles.

El problema eran los huérfanos, dracontes jóvenes sin guía ni ayuda que se veían obligados a luchar por su vida a cada instante. Los regentes consideraban que esa estúpida ley era necesaria para eliminar "eslabones débiles".

Otra maldita razón por la que no deseo tomar las riendas, porque no comulgo con esos pensamientos.

Una risa interrumpió mis pensamientos oscuros; la cola de Tormenta me hizo desviarme ligeramente de la trayectoria hacia el castillo. Estaba deseosa de jugar, pero no había venido de visita sino por pura obligación. Al ver que no le seguía el juego, Sorrene la agarró de una de sus patas delanteras para arrastrarla tras de él. Un ligero gesto con su cabeza me indicó que me esperaría para hablar, que comprendía las verdaderas razones de mi presencia. Varios gruñidos de protesta me hicieron sonreír, dándome un ligero impulso y el ancla para mantenerme atado al lugar que debía ir.

Antes de tomar tierra, di varias vueltas alrededor de la que se suponía era mi casa y que nunca consideré como tal; varios jardineros trabajaban a destajo contra la maleza que rodeaba los jardines cuyo crecimiento se veía incrementado en tierras volcánicas, precisamente dónde nos encontrábamos. Las especies vegetales que rodeaban los riscos y cimas de las montañas, eran desconocidos para cualquiera de los humanos y se alimentaban de la lava que salía de las grietas de las rocas. Toda Magnártica estaba asentada en pura piedra, con unas temperaturas que, al contrario de lo que se creería,eran más bien gélidas.

El aire ahumado de las rosas de fuego impregnaba el ambiente; el invierno era la época de floración en Magnártica, por tanto, todo estaba cuajado de intensos verdes, diversos tonos tostados, rojizos y anaranjados además del eterno gris del estrato de nuestros cimientos. Era la época que reflejaba la prosperidad, aunque ahora, con la población tan mermada y ese silencio que formaba parte de nuestros días, nos abofeteaba una realidad horrorosa, la de nuestra inminente desaparición si no hacíamos algo al respecto.

Tocar ese suelo con mis garras siempre me provocaba un escalofrío. Para cuando volvía a mi forma más humana, todos y cada uno de los sirvientes ya estaban delante de mí agasajándome con cualquier cosa que me gustara. Todo se ofrecía en Magnártica, excepto las mujeres, ya que éramos bastante selectivos y odiábamos la promiscuidad por encima de casi cualquier cosa.

Eso no era impedimento para que algunos de nosotros se saltaran las relas, sobre todo, para aquellos que vivían fuera de las mismas, que, de puertas para dentro, odiaban el reinado de mis padres. Nunca lo dije, pero Sorrene, aunque respetaba a los reyes y les tenía cariño, a sus espaldas llevaba la vida que realmente deseaba. No escatimaba en cuanto a hombres o mujeres: cuando le apetecía, echaba a volar sin pensar en nada más y elegía un destino al azar para desfogar sus pensamientos y deseos.

Por supuesto, este tipo de cosas sólo las sabía yo.

―Mi señor Eilam, bienvenido sea usted a su hogar. Su padre está deseando contar con su presencia con un buen café de rosas de fuego. Como puede comprobar, se encuentran en plena floración―dijo uno de los criados directos de mi padre con una sonrisa tan enorme que seguro le dolía. Entrecerré los ojos, observándolos a cada uno de ellos; temblaban ligeramente, como si ocultasen que algo les hacía tener un miedo atroz. En cuanto di un paso hacia él, no pudo evitar tambalearse.

― ¿Qué está pasando? Sé que algo no va bien.

El hombre bajó la mirada con sumisión, pidiéndome que lo acompañara. Para cuando se dio la vuelta, los faldones de la camisa se le subieron lo suficiente como para vislumbrar una especie de moratón violáceo. Lo tomé de la muñeca, descubriendo una sucesión de heridas en su espalda que me hicieron gruñir. Una de las criadas intentó detenerme, pero la encaré con más rabia de la que debía.

― ¿Quién ha hecho esto?¡exijo saberlo!

― ¡Mi señor, debe calmarse! Nosotros no somos nadie para que formemos parte de sus pensamientos. Tan sólo debe ocuparse de su futuro reinado, que es lo realmente importante allí.

Aquella nueva cara era parte de la vasta formación de sirvientes que mi padre Segus tenía para servirle. Incluso siendo tan pocos, no le importaba tener a más de media población lamiéndole las botas. Sus ojos redondeados que me recordaban a las avellanas, rebosaban de juventud, de hecho, la veía demasiado joven para estar aquí.

―Dime tu edad y no quiero mentiras―le exigí. Le dedicó una sonrisa triste al sirviente preferido de mi padre, como si le pidiera una especie de permiso silencioso. Tras ese intercambio, ella hizo una reverencia tan exagerada que quedó doblada contra sus rodillas.

Era la forma de mostrar el respeto máximo, porque mostrabas tu parte más débil; las escamas de la espalda. En medio de ellas, si alguien clava un cuchillo, las alas nos dejarían de funcionar, algo que nos provocaría la muerte en vida.

―Tengo catorce años señor y estoy bendecida con la capacidad de servirle. No hay nada en esta tierra que me haga más dichosa que esto. El rey, en su máxima benevolencia, me ha permitido quedarme aquí incluso no habiendo pasado las pruebas de valía. Por ello, me esfuerzo y doy mi vida por su familia.

―Mi padre se ha lucrado con el agradecimiento de una pobre niña como lo eres tú. No te preocupes, yo solucionaré esto―le prometí antes de marcharme. Por supuesto que tendría que escuchar las quejas y mierdas varias sobre lo que tenía que hacer antes de sucederlo al trono, pero yo no me iba a quedar callado ante lo que mis ojos veían cada vez que visitaba Magnártica y la veía seguir muriendo.

Las cosas tenían que cambiar.

El ambiente del salón era tan frío como cuando El Gran Rey lo ocupaba, con su enorme capa de terciopelo azul marino que arrastraba por el suelo, bordada con hilos de diferentes colores que mostraban el castillo adornado con tantas joyas que me cuestionaba cómo demonios las consiguieron. Con tanta gente en las calles y pasando hambrunas tan severas, con tan sólo esa indumentaria podría vivir varias familias holgadamente durante unos cuantos años.

Si algo odiaba de él es que era su maldita imagen: tenía su mismo cabello, aunque él lo llevaba liso y recogido en una trenza que arrastraba encima de su capa y sus ojos, aunque de mi mismo color, siempre reflejaban la más profunda animadversión por cualquiera que no fuera mi madre. Con ella, hacía concesiones y su forma de hablar era hasta incluso cariñosa.

Ella fue inteligente y no se había presentado a nuestra reunión. Seguramente, se había marchado a pasear por las calles en busca de algo que comprar.

En cuanto escuchó mis pasos, giró la cabeza lo suficiente como para poder verme sin darse la vuelta. Una ligera sonrisa apareció en su rostro, pero no mostraba ni una pizca de simpatía. A mis espaldas, cerraron las puertas y nos quedamos solos.

No tuve que escuchar ninguna de sus órdenes; el protocolo era siempre el mismo. Me acerqué con la cabeza alta hacia el escritorio y me senté sin apartar la vista de la suya. Mantenía el contacto visual como forma de demostrar que no le tenía miedo, que yo merecía manejar las riendas del poder. Todas esas indicaciones, las había aprendido desde mi más tierna edad, cuando con poco más de cinco años mi padre me cortó el labio con un vaso ya que me atreví a beber del suyo porque la reunión se había excedido tantas horas que tenía sed.

Para cuando pensó que era suficiente, se dio la vuelta para sentarse en su enorme asiento de piel. La corona tintineo brillando con fuerza por las luces brillantes de los rayos del sol que incidían sobre él, como si fuera un ser celestial y no un demonio.

Se frotó la barbilla con parsimonia mirándome de arriba abajo con gran interés. Me preparé para las preguntas, para las exigencias y los gritos, pero no llegaron.

―Tienes el aspecto de un rey, de alguien que debe sucederme. Pero no te atreves, prefieres apartar la vista de aquello que mereces por derecho de sangre―se aclaró la garganta, tomando un sorbo del café de rosa que habían dejado para nosotros. Su voz reflejaba más bien, ansiedad más que autoridad. ―me preocupas tanto que apenas ya puedo dormir.

― ¿Para qué me ha llamado, padre?

Una risa ahogada retumbó en el pecho de mi padre. No quería perder el maldito tiempo; cuanto antes quería salir de allí y poner rumbo a Goldenclove. Se acercó más a mí.

―Aprendiste la lección de que el tiempo es oro, me enorgullece saberlo. Si he llamado a la mismísima comandante es porque sé que es la mejor forma de que vengas. Y necesito de una buena vez de que tomes aquello que es tuyo y no me refiero sólo a la corona.

―Ilumíneme, padre―le dije intentando morderme la lengua. Conocía los riesgos de ser demasiado mordaz o de no decir algo adecuado, pero las visitas como ésta cada vez sacaban más lo peor de mí. Por sorpresa, aquello lo divirtió un poco.

―Debes tomar a tu reina y no podemos esperar. Algunos dracontes de otros lugares han comenzado a movilizarse y tengo sospechas de que podrían atacarnos en cualquier momento aprovechando nuestra crisis. Si tomas a tu reina e instauras el poder, seremos bendecidos por la diosa Selenia y la fertilidad...la fertilidad de los nuestros volverá a ser la que era. ―emocionado, dio un golpe en la mesa para dar más énfasis a nuestras palabras. Por primera vez, un descendiente de la línea real era bendecido con un enlace de pareja de otra especie diferente a la nuestra. Era por todos los seres sobrenaturales sabido que las descendientes de Selenia disfrutaban de una gran fertilidad, cosa que nos fue arrebatada y que pagamos las consecuencias por ello. Segus se puso en pie―hijo, tráela y cásate con ella. Debemos...debemos completar el enlace cuanto antes. Y no, no es algo que te pida, sino que es algo que te estoy exigiendo. Si no lo haces con tus propias manos, seré yo el que la traiga contra su voluntad.

― ¡Sabes el problema que tenemos con la abuela de Portia, que ella ahora es la diosa! ¿cómo demonios me sales con mierdas como ésta?¡esa mujer nos quiere matar, padre!¡no dudará en matarnos a todos y a llevarse a su nieta con ella! Esa mujer ha sido capaz de crear un lazo con magia así que Portia ya está enlazada a otro además de conmigo.

―La bendición de la diosa la posee cada descendiente de ella, aunque luego reniegue de la existencia de alguno de ellos. Y si ella ha creado un enlace mágico, se puede romper si se encuentra el objeto hechizado. Tu madre es capaz de sentir la magia con mayor intensidad que cualquiera que haya conocido, así que, si la traes, si Portia viene, podemos saber qué objeto hechizado lleva.

―Dime el precio de tu ayuda, nunca haces algo bueno porque sí, padre.

No era necesaria su respuesta, sabía lo que deseaba, lo que me pediría a cambio. Tan sólo esperaba que no añadiera algo más a la lista.

Las ideas, por desgracia, se comenzaban a desvanecer de mi cabeza; si Portia podía ser liberada de ese enlace, le proporcionaría la oportunidad de poder saber si realmente estaba o no enamorada. Además, con un enlace mágico como ése, cualquier cosa podría pasar, ¿y si ese vampiro lograba un control total sobre ella? Desconocíamos las consecuencias o la naturaleza de ese enlace antinatural.

―La ayudaremos a cambio de que acepte el enlace de pareja contigo. Tan sólo deseo eso, el resto de las cosas vendrán solas así que tan sólo debo esperar.

― ¿De cuánto tiempo dispongo? ―pregunté con el corazón en un puño.

―No te daré más de una semana, hijo. Hablaré con Mariena para darle la noticia. Por el momento, puedes retirarte. No olvides nuestro acuerdo, Eilam. No me decepciones, te lo ruego.

Por el fuego de sus ojos, vi tortura dolor, a lo que me sometería si esta vez no hacía caso a sus palabras. Los dracontes podíamos llegar a ser crueles y despiadados para lograr incluso a las personas que amábamos. Íbamos hasta las últimas consecuencias y hasta el fin del mundo con tal de llevarnos el premio mayor.

Quizás ella me odiara, pero lograría liberar a su corazón de una magia que temía que le hiciera daño.

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