EL YO QUE PRETENDO ESCONDER
Sí, si no quería charlas, había tomado precisamente el camino equivocado. Tanto mis padres como mi hermano, me escrutaban con la mirada en silencio, rodeándome como si temieran que volviera a escaparme. De entre todos ellos, era mi padre el que más enfadado estaba, pero fue mamá la que habló primero en nombre de los dos.
―Tremendamente decepcionada, dolida y disgustada―resumió sin dejar de posar sus ojos acusadores en mí. Me había curado la herida de la frente, ya que había caído bocabajo en las escaleras al desmayarme de la impresión de todo ese cúmulo de cosas que me estaban pasando. Ese silencio por parte de mi padre no auguraba nada bueno. Y bueno, mi hermano como siempre, en su papel de lameculos profesional.
―Si tenéis algo más que decirme, por favor, hacedlo ya. Creo que no puedo soportar pasar más tiempo en pie. Necesito dormir―logré suspirar arriesgándome a otro escarmiento. El ambiente continuaba cayendo en picado, así que no tenía idea de cómo acabaría todo esto.
El silencio de papá había sido interrumpido por el golpeteo de sus pies, como si supiera que, dejándome más tiempo sin descanso, era el castigo idóneo para mí. Me froté la cara con las manos, suspirando y suplicando. Mi padre se agachó hasta quedar a mi altura.
Su enfado salía de los poros de su piel, cambiando sus ojos a unos totalmente antinaturales: había llegado a su cénit.
―Tuve que usar mis poderes para que ella no te viera, ¿sabes lo que es mantener una promesa? ¿sabes el tremendo infarto que le podías haber provocado a Portia?
Aquello me dejó congelado: nunca jamás había perdido tanto los papeles como para transformarme delante de alguien que no fuera de mi familia. Desde pequeños, siempre se nos ha entrenado para ser capaces de doblegar nuestra mente e instintos, pero Portia había sido el detonante que me había hecho explotar todo el maldito autocontrol que mis padres me habían inculcado pacientemente sobre nosotros. Joder, incluso Markus, que era un niño, era ejemplar si lo comparaba con mi comportamiento de hoy. No tenía palabras para explicarlo todo y, de hacerlo, estaba seguro que iba a ser mi billete para encerrarme en alguna institución mental. Esta vez, mi madre tomó el relevo.
―No eres así, incluso con tu miedo hacia las mujeres, siempre has sido correcto. Hoy...no sé qué te ha pasado, hijo, pero no estás en tu estado normal.
Negué con la cabeza, mirando el largo pasillo por donde Portia había entrado. Si me hubieran dicho que todo había sido un sueño, me lo hubiera creído sin pensármelo dos veces. Pero joder, su olor estaba en cada rincón de la casa y eso, me exaltaba demasiado.
Papá se puso en pie, mirando a su mujer como si estuviesen hablando entre ellos. Tenía miedo de las represalias y Akseli, por extraño que pareciera, no se había posicionado con nadie, sino que había observado en silencio todo lo que hablábamos sin aportar nada.
Y si yo estaba alterado, él parecía estarlo aún más. Quizás todo aquello no era producto de mi mente, sino que algo más sucedía. Suspiré de nuevo, ahogando un grito de frustración; era hora de que me dijeran de una vez lo que querían y marcharme.
Les supliqué de nuevo y el contacto visual entre ambos cesó. Me preparé para la segunda tormenta que me venía encima. Pero, a diferencia de lo que esperaba, aquella conversación de miradas hizo que mi padre se calmara bastante. Ahora se mostraba más preocupado que cabreado.
―Hijo, no sé qué te ha pasado, pero es cierto que no es normal en ti. No me lo explico, pero tiene que ver con la presencia de Portia, de eso estoy seguro.
En sus palabras había algo, algo que ocultaba, que le quemaba la lengua, pero prefería tragar.
Quise leer su mente, pero él tenía más experiencia que yo, así que lo único que lograría sería una conversación a solas cuando zanjásemos el asunto que teníamos entre manos. Así que seguí escuchándolos mientras que mi cabeza se negaba a hacer desaparecer esos ojos de color musgo que me habían hecho caer en un profundo hoyo negro.
No se desvanecía entre las madejas de mi mente, sino que se deslizaba sibilinamente, como lo haría un ser mágico dotado de encanto. Me dejaba suspirando por mucho que rechazase su presencia, su aroma y todo lo que tuviera que ver con ella. Rompiéndose en mil añicos, mis pensamientos fueron interrumpidos por Mamá, que se sentó a mi lado, poniendo su mano en mi frente, que ahora tenía una tirita gigante que cubría un enorme chichón. Cerré los ojos, intentando suplicar porque no me llevasen a ningún sitio, o me encerrasen como una bestia temiendo ser un peligro para un humano. Pero mi madre, ahora comprensiva, me regaló una ligera sonrisa cariñosa.
―Deja de pensar en que eres una bestia o un animal salvaje indomable. No me gusta que hables de tu naturaleza de esa forma. En cuanto a lo que te pasó, la razón más probable, es que viste a alguien que quizás...quizás provocó en ti algo que nadie ha logrado hasta ahora.
Abrí y cerré la boca varias veces intentando seguir el hilo de la conversación, pero mi padre me ordenó que lo siguiera a mi dormitorio ya que era hora de descansar: me había ganado un poco de tranquilidad. Para mi desgracia, la habitación de Portia quedaba al lado de la mía, así que, de nuevo, la oleada de calor se instaló en mi cuerpo, suplicando que papá no se diera cuenta. Pero sí, sí que lo hizo.
Ambos entramos en silencio, cerrando la puerta tras de sí. Iba a decirme algo más antes de dejarme, algo entre hombres. Lo supe por su cercanía, por la mirada llena de discreción que me dirigía mientras que, de vez em cuando, observaba toda la habitación con una especie de nostalgia. Finalmente, me pidió que me sentara y así lo hice sobre la cama. Froté mis manos de impaciencia, viendo por primera vez a mi padre desprovisto de esa seguridad y autoridad que le caracterizaba.
―Rainer, sabía que esto sucedería. No tal y como pasó, pero si conocía los riesgos de traer a Portia. Conozco a su abuela desde hace años, al igual que muchas de su comunidad y no es casualidad que seamos un punto usado como viaje para personas como ellas. Yo mismo me ofrecí incluso cuando no conocía a tu madre.
―Espera, ¿me estás diciendo que lo sabías, que sabías lo que iba a pasar y aun así no me avisaste? ¿hasta cuánto sabías? ¿pero qué demonios? ¿qué está pasando aquí? ― maldije intentando no levantar demasiado la voz. Aquella revelación fue como un resorte en el culo, levantándome instantáneamente para poner un poco de distancia. Aquello era demasiado, era...maldición. Era como una maldita trampa.
Ni siquiera supe que más decirle; toda la ira que tenía acumulada me provocaba tirar la puerta abajo y correr por el bosque alejado de todo el mundo. Pero me agarré al marco de la ventana, observando a través del fino tejido de las cortinas, como la noche se encontraba en todo lo alto. Él se quedó en la arcada de la puerta, con la mirada fija en mi espalda; esta conversación estaba siendo dura para ambos y las mentiras despedían un hedor horrible. Nunca antes habíamos tenido ese tipo de problema; él y yo éramos muy cercanos y siempre entrenábamos cuando la tarde comenzaba a llegar y los últimos rayos del día empezaban a esconderse.
Ahora, ni siquiera le reconocía.
―Tuve...tuve a alguien cercano que se emparejó con alguien de la comunidad. Fue entonces cuando los conocí y conocí todas sus costumbres. Hijo, tu madre no sabe nada de todo ello; ella se piensa que Portia es una simple humana que proviene de un lugar recóndito lleno de tradiciones igualmente extrañas. Pero las cosas...son muy diferentes a lo que ella cree.
―No sé a qué demonios te refieres, pero si no eres más claro, temo que no sacaré nada en claro de esta conversación. Y sí, sé que me estás ocultando mucho más de lo que cuentas y veo que no tienes intención de decirme nada más, así que, necesito que te vayas y me dejes solo. Necesito...necesito entender qué me ha pasado y las razones por las que he actuado así. Mañana no puedo perder los papeles y esconderme no es una opción.
Estaba cansado, profundamente cansado y apenado por todo lo que había sucedido desde que puse un pie en casa. Sabía que sería complicado, pero no al punto de no poder controlar algo que siempre mantengo bajo control. Me moría de ganas de saber más, pero mi cabeza amenazaba por explotar si no descansaba del mundo al menos hasta mañana.
Mi padre asintió en silencio, con el rostro afligido y con la necesidad de decirme algo más para confortarme. No hacía falta, ya no era ningún niño.
Se quedó de pie unos instantes, observándome en la penumbra mientras me metía en la cama con la misma ropa que llevé al trabajo. Por lo menos, mañana era fin de semana y no me tocaba trabajar hasta el lunes y, como excusa a mi estado de hoy, podría dormir hasta el mediodía. Le di la espalda a mi padre y cerré los ojos, pidiendo que esta charla ya hubiera acabado.
Y fue así, silencioso, cerró la puerta tras de sí, y a paso lento, se marchó por el pasillo en dirección al salón, quizás, para informar a mi madre que ya me había acostado. Por lo menos, ninguno de mis hermanos me dio el pestiño o me preguntaron qué realmente me sucedió en el baño.
Me dejé llevar por el cansancio, pero las oleadas del aroma que provenía de Portia, me revolvía el estómago a ráfagas intermitentes. No solo eso, el "asunto" dentro de mis pantalones, lejos de querer dormirse, quería algo más de acción que, por supuesto, no iba a concederle. Desde que ella comenzó a ser parte de nuestro círculo familiar, mi cuerpo se comportaba como le había dado la real gana, no dándome tregua ni un solo segundo, lo que provocaba que, si ya de por sí me daban miedo las mujeres, me daba pánico encontrarme cara a cara con ella a una distancia un poco más cercana.
Porque sí, apenas la había visto bien y había causado en mí estragos, ¿Qué ocurriría mañana durante el desayuno? Sus ojos verdes eran puñales para mí y me hacían hervir de rabia al sentirme tan impotente ante una simple mujer, que, además, era humana.
Me grité varias veces mentalmente, amenazándome a mí mismo con atiborrarme de pastillas para poder caer en un sueño profundo o quedarme como un eunuco si con ello frenaba mis ansias sexuales. Y, por al menos un rato, mi cuerpo dejó de temblar y de sentir oleadas de calor, por lo que aproveché para caer en el mundo de Morfeo el mayor tiempo posible.
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