4- El encuentro

Gardner. Massachusett.

Alfred respiraba hondo mientras su superior le asaltaba a preguntas. Tenía el brazo dolorido de sujetar el teléfono de campaña. Una especie de móvil de última generación con conexión vía satélite y con un peso de casi un kilogramo.
—No, señor. El coronel Stewart no sobrevivió...sí, se voló la cabeza con su propia arma y...¡claro que habíamos tomado todas las precauciones, señor, pero no contábamos...no, no es una simple niña, yo vi como ella sola incineró a diez soldados sólo con mirarles...
La encontramos, ahora mismo seguimos su rastro. No podrá escapar, no tiene a donde ir.
Está conmigo el teniente Willis...sí, él estará al mando de la operación. La encontraremos, puede estar seguro de ello.
Colgó y no pudo evitar dar un profundo suspiro. Podría haber sido peor, podría haber sido mucho peor, porque nadie había estado preparado para el fracaso que una niña les había ocasionado.
Sonrió para sí. Una niña excepcional.
Miró al teniente Willis y le vio dando instrucciones a sus hombres. Willis, un joven de unos treinta años era conocido por sus extraordinarios resultados. Él había sido el que capturó a Luna cuando solo tenía seis años. Y él también fue el que asesinó a sus padres, se recordó Alfred. Sus expeditivos métodos de trabajo le habían valido un alias: "La hiena." Ahora todo dependía de él.
—Alfred, quiero tenerle cerca en todo momento —le dijo Willis —necesito que vuelva a contarme todo lo que sabe sobre el espécimen Luna. Y lo necesito ahora mismo.
Alfred no era militar, en su contrato con Orpheus, trabajaba como asesor; pero estaba acostumbrado a recibir órdenes y al escuchar al teniente casi se puso firme.
Le contaría todo lo que sabía y con un poco de suerte podría marcharse de allí, muy lejos de allí.

.....

A menos de un kilómetro.

Luna había pasado la noche junto a dos contenedores de basura, en un callejón sucio, detrás de unos viejos edificios. No había tenido valor para colarse en alguna casa vacía por riesgo de que la descubrieran. Había preferido dormir allí, acurrucada consigo misma y cubierta por unos cartones.
Cuando despertó volvió a caminar sin rumbo, esperando que el destino guiará sus pasos. Y el destino la había llevado hasta un oscuro edificio de fachada gris y ventanas protegidas por gruesos barrotes de metal.
Había algo en ese edificio que atraía su atención. Notaba algo muy extraño, como si alguien gritara mentalmente su nombre.
—¿Quien eres?¿Que quieres de mí? —preguntó a su vez con el pensamiento.
Nadie contestó. Quizás se equivocaba, aunque no lo creía.
El sonido en su mente sonaba muy lejano, pero parecía provenir del interior del edificio.
Decidió entrar, por lo que siguió caminando cerca de la fachada, buscando la puerta de acceso al edificio.
Cuando la encontró leyó el cartel que había junto a esta: Psiquiátrico Saint Patrick.
Un psiquiátrico, pensó. Esa voz viene del interior de un psiquiátrico. No sería fácil entrar. Habría vigilantes y medidas de seguridad para evitar que nadie escapara una vez estuviera entro. Era una ratonera.
Esa palabra le dio una idea, una idea un tanto loca, pero también era una locura intentar colarse en una institución mental. Podría funcionar.
Una de sus habilidades, una que no había usado con frecuencia, era la de poder transformarse literalmente en él animal que ella deseara. No sabía cómo era capaz de hacerlo, pero las dos veces que lo había intentado había dado resultado.
Siempre se había transformado en una preciosa gatita de pelaje negro como el hollín y le pareció acertado hacerlo igualmente esta vez. Una sigilosa gatita dentro de una ratonera. Podría funcionar.

.....

Billy había vuelto a soñar con ella esa misma noche, con Luna. Había logrado oír su nombre en sueños. Luna, un nombre un tanto peculiar, pero bonito, le gustaba como sonaba. Luna.
De repente escuchó unas palabras en su mente, sonaban dentro de su cabeza pero al mismo tiempo parecía que venían de muy lejos.
¿Quien eres? ¿Qué quieres?
Billy iba a contestar cuando uno de los enfermeros abrió la puerta de su cuarto y entró dentro.
—¿Que hay?, Billy...Aquí te traigo tu medicación.
Todas las mañanas, Bob le traía aquellas malditas pastillas que solo conseguían aturdirlo y que hacían que se pasase el día amodorrado.
Hoy no quería tomarlas, necesitaba tener la mente clara. Tampoco podía negarse, porque si no las tomaba voluntariamente, Bob se encargaría de hacérselas tragar a la fuerza. Y algunas veces se le iba la mano.
Al principio, cuando entró en el sanatorio, Billy había gritado y pataleado, diciendo que no tomaría ninguna pastilla y Bob le había cogido en brazos y lo había llevado a una de las habitaciones del sótano. Allí, le había desnudado completamente y lo había sumergido en una bañera. El agua estaba tan fría que Billy apenas si podía respirar. Cuándo le aprisionó la cabeza bajo el agua durante bastante tiempo y temió ahogarse; Billy supo que jamás volvería a llevarle la contraria al enfermero.
—Espero que hayas aprendido la lección y no me obligues a repetirlo — le dijo con una voz tan tranquila que al niño le puso los pelos de punta.
No había sido necesario. Billy había aprendido la lección.
Billy tomó las pastillas, eran tres de diferentes colores y se las metió en la boca, luego tomó un largo trago de agua, abrió la boca y dejo que Bob le inspeccionará detenidamente.
Cuando el enfermero estuvo conforme, sonrió al niño y le dio un fuerte bofetón en el rostro.
-Esto es para que me recuerdes -le dijo y dándose media vuelta salió del cuarto silbando una cancioncilla.
Nada más desaparecer el enfermero, Billy se metió los dedos en la garganta provocándose unas enormes arcadas. Vomitó en el lavabo y abrió el grifo.

.....

Ver el mundo a través de los ojos y los sentidos de un gato era una experiencia increíble. Luna se sentía viva en esos momentos y también muy ágil.
Se había quitado toda su ropa y la escondió en unas cajas de cartón vacías que había apiladas junto a un contenedor de residuos. Esperaba volver a recuperarlas. No le hacía ninguna gracia tener que pasearse por ahí desnuda sin nada que ponerse; pero para transformarse en gato no había tenido más remedio que hacerlo.
De un portentoso salto se coló por una ventana abierta, a unos dos metros del suelo y entró en el interior del edificio.
Veía extraordinariamente bien a pesar de que todo estaba muy oscuro y podía escuchar con claridad el ruido de los pasos de un vigilante que se alejaban por el pasillo.
Recorrió toda la planta baja hasta que llegó a unas escaleras. La persona que había pronunciado su nombre se encontraba allí, podía sentirlo.
Subió por las escaleras con una gracia que ningún gato podría nunca igualar y llegó a un pasillo lleno de habitaciones. Todas las puertas parecían iguales y todas estaban cerradas. Dentro de una de ellas se encontraba la persona a la que había escuchado hablar en su mente. Supo cuál era al instante, de ella parecían salir un tropel de palabras inconexas. Un montón de rápidos pensamientos sin orden ni concierto.
Debía buscar la forma de entrar. Se puso a dos patas y delicadamente empezó a arañar la puerta, esperando que el que estaba dentro la escuchara antes de que lo hiciera algún empleado del sanatorio.
La puerta se abrió. En el psiquiátrico los pacientes podían salir de sus habitaciones cuando quisieran y Luna pudo ver en el umbral a un chico de su edad.
Un chico con un inmenso poder.


Que poder más increíble el de Luna, ¿verdad?

Y Billy, sólo por ser diferente, encerrado en un hospital psiquiátrico. La vida a veces puede llegar a ser muy dura, y lo es.

Si queréis saber lo que ocurre a continuación, no tendréis más remedio que esperar al siguiente capítulo. Será dentro de muy poco, os lo prometo.

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